Paren las rotativas: el militar de La
Manada, el tal Cabezuelo, padece una profunda depresión. O eso han publicado
medios serios y fiables (El programa de Ana Rosa) basándose en datos tan relevantes como la ropa del sujeto.
Lo cierto es que Cabezuelo, junto a sus cuatro compinches, lo tiene bastante
crudo: en breve se sabrá si le meten de nuevo o no en prisión provisional. Aunque
sea que no (yo, de hecho, creo que será que no), ya dijimos que lo va a
tener difícil para esquivar la condena definitiva, sea por abuso o sea por
agresión, porque los hechos son ya intocables, y éstos recogen al 100% la
versión de la víctima.
He leído por ahí que lo de la depresión
(de existir) puede ser una estrategia procesal, como la enfermedad de Pinochet,
que le duró hasta que llegó a Chile. Yo no lo creo. Coincido más bien con lo
que dice esta tuitera: es de lo más creíble que este tipo, ante la
posibilidad real de comerse como mínimo siete años de cárcel (1), se haya roto.
No olvidemos que a éste fue también al que echaron de su trabajo. Está afrontando
por primera vez las consecuencias de sus actos y no le gusta nada.
Por supuesto, asumir que puede ser cierto
que Cabezuelo tenga depresión no quiere decir compadecerlo o sentir lástima de
él. Sin embargo, proporciona un material de análisis bastante interesante. A
nivel superficial, por ejemplo, se han hecho muchos chistes sobre el tema,
regodeándose en el sufrimiento de un tipo que ha causado tanto daño; y yo me he
unido a ellos con alegría. Sin embargo, y si todo va como tiene que ir, en
breve este tipejo se integrará en la masa de población reclusa de este país, y
ahí la cosa cambia.
Se calcula que en torno a un 25% de reclusos tiene problemas relacionados con la salud mental (incluyendo
adicciones). Un 25%. Lo repetiré por tercera vez: un veinticinco por ciento. Si
vas a una cárcel y seleccionas al azar a cuatro internos para que echen una
partidita de mus, la probabilidad dice que uno de ellos tendrá algún trastorno
psiquiátrico (2). Es una barbaridad. Las estadísticas actualizadas a octubre de 2018 hablan de 59.160 reclusos: el 25% de esa cifra son 14.790. De esas
casi 15.000 personas, la parte del león (entre un 35% y un 40%) se la llevan
los cuadros depresivos y las adicciones.
Si la cárcel ya es mal lugar para que se
reinserte nadie, cuando ese alguien tiene problemas mentales es aún peor. En España
solo existen dos centros psiquiátricos penitenciarios y están desbordados. En la
práctica, los reclusos que no suponen un problema están con los sanos y los que
sí lo suponen pasan temporadas en el psicólogo penitenciario (que tampoco tiene
tiempo ni recursos para atender a todo el mundo), en la enfermería de la cárcel
o en el hospital local. No son formas, claramente.
Por otra parte, todo esto no nos puede
hacer olvidar la otra pata del problema y es la siguiente: ¿qué se supone que
buscan los medios sacando ahora esta no-noticia? Y es no-noticia en muchos
ámbitos. Para empezar, por algo que ya hemos señalado en el primer párrafo, y
es que el supuesto estado mental de Cabezuelo no es más que una especulación
basada en su ropa y su aspecto. Pero es que además, y si fuera cierto lo de la
depresión, ¿qué? No creo que El programa
de Ana Rosa sea el medio donde se pretenda abrir el melón de la salud
mental en las cárceles españolas. ¿Entonces?
Entonces es puro morbo, claro. Explotar cualquier
cosa que permita mantener vivo el tema, a cualquier precio. Incluso aunque ello
suponga blanquear y hacer quedar como víctima a un grave delincuente: oh,
pobrecito, le jodió la vida a una chica, va a entrar en la cárcel por ello y
ahora tiene depresión. ¿Qué interés periodístico puede tener que este hombre
tenga un trastorno mental? Más aún: ¿qué interés periodístico puede tener la
especulación sobre el tema? Ninguno en absoluto.
Y sobre todo: qué puntería a la hora de
elegir al delincuente al cual compadecer, ¿eh? Porque anda que no están
nuestras cárceles llenas de gente que ha tenido cero oportunidades en la vida,
que están ahí por robar para comer y/o por traficar con cantidades ínfimas de
droga. Pero no, el que nos tiene que dar pena es el tipo que se juntaba con sus
colegas para irse de fiesta, robar gafas de sol y ver si podía protagonizar
alguna violación grupal entre coñitas sobre burundanga. Hay que joderse.
Lamento mucho que en este país no haya
voluntad de destinar dinero para que esos miles de reclusos que padecen
trastornos mentales, esas 14.790 personas, reciban tratamiento: desearía que a
todos ellos se les pudiera tratar en condiciones. Sí, también a Cabezuelo. Pero
sin convertirlo en un circo mediático y sin vendernos que este tipo nos tiene que dar
pena por estar afrontando, por una vez, las consecuencias de sus actos.
(1) En números redondos, lo mínimo que le
van a caer son nueve años por el abuso sexual, de los cuales hay que restar los
dos que ya cumplió en provisional.
(2) Ya, ya sé que no funciona exactamente
así, pero no me digáis que no es gráfico.
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