Esta
entrada deriva de un coloquio sobre los celos mantenido en un evento
poliamoroso de Madrid.
Vivimos en una sociedad que ensalza los
celos. Ser un poco celoso se considera normal cuando no positivo (“si no te
cela es porque no te quiere”): la gente sólo empieza a rechazarlos cuando el
control y la paranoia pasan de unos determinados niveles delimitados de forma
arbitraria, y aun así no se rechaza tanto la existencia de los celos como las
desproporcionadas reacciones del celoso.
Los celos, no hace falta decirlo, son uno
de los principales escollos cuando entras en el mundillo de la no monogamia
ética. Es lo primero sobre lo que te preguntan cuando dices que la practicas y
ocupa un lugar destacado en los eventos, talleres y libros sobre el tema. Y es
natural, porque la gente está tan acostumbrada a tener ese miedo, ese monstruo
verde que te devora por dentro (1), y a que les digan que sentirlo es bueno,
que de verdad se preguntan cómo es posible que haya relaciones donde no
aparezca (2).
Hay que empezar por rechazar la premisa:
los celos no son buenos, son malos. Son, según la RAE, el recelo de que “la
persona amada haya mudado o mude su cariño”, como si éste fuera finito. Son
miedo, producto de la falta de autoestima: “me van a poner los cuernos, va a
aparecer alguien Mejor Que Yo, me van a dejar por esa persona y me voy a quedar
solo”. Generan ansiedad, dolor y estrés, a ti y a quienes están a tu alrededor.
Provocan que te comportes como un gilipollas o como un delincuente, dependiendo
del nivel de paranoia en el que estés. Es un sentimiento que no hace bien a
nadie, y desde luego no es producto del amor.
Los celos se dan sobre todo en la
relación de pareja, que es en la única donde están socialmente justificados
(3). Y uno se pregunta: ¿por qué? ¿Por qué no nos importa que nuestros amigos
tengan otros amigos pero sí que nuestra pareja tenga otras parejas? ¿La razón
es que esta relación está pensada para ser exclusiva? No me parece un buen
argumento: la relación paterno-filial también es exclusiva y no fiscalizamos a
nuestros padres. Vale, es cierto, una pareja tiene ciertas particularidades que
no tiene otra relación, como un proyecto común aunque sea a corto plazo. Pero
¿qué importa? Si “la persona amada muda su afecto” podríamos estar tan
ricamente sin tener una relación de ese tipo, o podríamos tenerla con otra
persona. ¿Por qué entonces ese terror a ser “sustituido”(4) o a los cuernos?
Parte de la respuesta reside, a mi
parecer, en algo que suele quedar oculto: vivimos en un mundo construido para
parejas. Se espera de ti que te emparejes. Un ejemplo: ¿cuántas veces te ha
preguntado un familiar si ya tienes
novio o novia, como si fuera algo que tienes que hacer? Y hay más. Concursos
donde se gana “un fantástico viaje para dos personas”. Promociones tipo “si
vienes invitamos a tu acompañante”. Fiestas donde dos personas pagan más si van
separadas que si van juntas. El precio de los paquetes grandes de comida. Las
ventajas jurídicas que tiene la institución del matrimonio. “Sentar la cabeza”
y “madurar” como sinónimo de dejar de follar por ahí y pensar en casarse y reproducirse.
La condescendencia cuando dices que estás muy bien sin nadie. Y así hasta el
infinito.
Todo nuestro entorno nos impele a
emparejarnos. Como acertadamente señaló uno de los asistentes al coloquio, no
es que alcancemos estabilidad personal por nosotros mismos y luego busquemos
pareja como un plus: es que nuestro “estado normal” de adultos es en pareja y
si la perdemos quedamos por debajo de lo que se espera. En algunas personas es
más acusado que en otras, pero el hecho es que arrastrar la soltería durante
mucho tiempo, especialmente si eres mujer (esa idea de “solterona”) supone un
fracaso social. Y nadie quiere ser un fracasado.
Ojo, no estoy diciendo que el miedo al
fracaso social sea la única causa de los celos. Ni siquiera afirmo que sea la
principal. La raíz de esos sentimientos está en el hediondo jardín del amor
romántico, la pareja como posesión, la malsana idea de “amor verdadero” y
demás. Las expectativas sociales sobre la pareja actúan como multiplicador de
esos miedos, y por tanto de los celos. Somos seres sociales: no nos gusta
quedar expuestos ni que todo el mundo vea que Somos Unos Fracasados porque ya
no nos quieren. La idea sería “sí, ya no me ama, me está poniendo los cuernos,
me ha dejado por otro, ha roto nuestro proyecto conjunto, se ha ido a vivir una
vida feliz con otra persona y todo el
mundo lo está viendo.”
En conclusión: reivindicar la soltería
puede ser, paradójicamente, una forma de destruir la cultura que nos dice que
no podemos amar a varias personas a la vez. Si sabemos estar bien sin una relación,
si entendemos que no es tan terrible que nos dejen, que no nos convierte en un
fracaso porque la gente viene y se va, igual podemos cambiar de perspectiva y
atacar la base del problema: nadie es de tu propiedad, y la persona a la que tú
amas puede, a la vez que te corresponde, amar a otras tres sin necesidad de “mudar”
su afecto. Simplemente haciéndolo crecer.
(1) “Los celos son muy físicos”, dijo con
razón una de las asistentes al coloquio.
(2) Aunque el hecho es que sí aparece. La
cosa es saberlo gestionar.
(3) Cuando un niño tiene celos de su
hermano recién nacido nadie lo interpreta como algo bueno, sino en todo caso
como algo “normal” que ya se pasará.
(4) Va entre comillas porque la idea de
una persona sustituyendo a otra, como si fuéramos cosas que cubren necesidades,
me resulta repulsiva. Pero la gente la usa y el miedo va por ahí.