Hoy vamos
a hacer un experimento: ¿qué tal quedaría publicar a la vez dos entradas,
escritas por personas diferentes, abordando aristas distintas del mismo tema?
Pues vamos a averiguarlo: el tema es la tecnofobia y la persona que me acompaña
en esta aventura es @Srta_Angus, cuyo artículo podéis encontrar aquí.
Pero,
espera un momento... ¿qué clase de brujería es ésta? ¿Es que acaso @Srta_Angus
y yo nos conocemos? ¿Somos amigos de toda la vida, vecinos, compañeros de
estudios, colegas del trabajo? ¿Se nos ocurrió esta idea tomando un café,
matando el rato en un pasillo, charlando en un ascensor, esperando en la cola
del súper? Pues me temo que no: simplemente nos hemos seguido en Twitter desde
hace un tiempo, se nos ocurrió en una conversación pública y llevamos meses
hablando de ella por email, medio por el cual también nos intercambiamos
relatos. Otra forma de comunicación sería más bien difícil, ya que ella y yo ni
siquiera vivimos en la misma Comunidad Autónoma. No sé qué edad tiene, no sé en
qué trabaja, no la he visto nunca.
Según la
ideología tecnofóbica imperante @Srta_Angus y yo no somos, ni podremos ser
nunca, amigos. Podremos estar años hablando diariamente, compartir intimidades
y secretos y escribiendo juntos, que jamás lo seremos. Porque, para este
pensamiento tan extendido, todo lo que se haga desde detrás de una pantalla es
menos real que lo que se haga presencialmente. Las amistades no son de verdad,
el amor no puede ni surgir, el acoso es brominchi (¡hola, GamerGate!) y el
activismo político es de juguete.
Y yo me
pregunto: ¿por qué? ¿Por qué, por ejemplo, las relaciones interpersonales
hechas a través de una pantalla son mentira? No sé. Mi pareja vive en
Cantabria. Una de mis mejores amigas es de Sevilla. Mi grupo de amigos de Madrid
está compuesto por personas ocupadísimas. Tengo un buen montón de conocidos a
los que veo ocasionalmente y con los que sin embargo hablo todos los días. Sin
Internet, sin Skype y sin redes sociales no habría sido capaz de cimentar todas
esas relaciones, muchas de las cuales no han empezado en la llamada “vida
real”.
Lo pongo
entre comillas porque Internet es parte de la vida real. Tratas con personas
reales, sientes emociones reales, tienes interacciones reales. No es algo
separado de tu experiencia vital: es una parte cada vez más importante de la
misma. De hecho, puede ser incluso mejor que la mal llamada vida real. ¿Eres
tímido? ¿Nadie de tu entorno tiene tus mismas aficiones o gustos? ¿Tu clase es
para ti una jungla porque eres homosexual, tartamudo o débil? ¿No te cae bien
nadie de tu trabajo? ¿Vives en un pueblo? Antes de la difusión generalizada de
Internet te jodías y bailabas. Ahora no estás prisionero de tu entorno. ¿Por
qué exactamente es algo bueno intentar integrarte entre personas que no te
motivan y no lo es tratar de crecer con gente que comparte tus gustos e ideas,
aunque vivan a medio mundo de distancia?
No voy a
explicar detalladamente mi historia vital porque éste no es un blog
autobiográfico, pero a mí me pasaba eso. Niño introvertido, con problemas de
sociabilidad y que durante tres horribles cursos fue víctima de bullying,
yo a clase iba por obligación. El descubrir que había foros en los que podía
hablar de mis aficiones fue liberador: entre otras cosas me permitió soltar
presión, ganar confianza en mí mismo y ser más sociable en mis relaciones
presenciales. Posteriormente, Twitter me abrió un mundo de cosas interesantes,
que van desde amigos, fiestas y risas hasta activismo.
Ah, sí. El
activismo. El otro punto que tenía que tratar en mi entrada de hoy. Le pasa un
poco lo mismo, ¿no? Todo el mundo sabe que tuitear, publicar en Facebook y
escribir en blogs... pues a ver, está bien, sí, hazlo si quieres, pero tampoco
es que sea De Verdad. El activismo De Verdad va a manifestaciones, huelgas,
asambleas y sentadas. No es algo tan fácil como hacer un clic en tu móvil.
Esta
afirmación, que se dice con la rotundidad de quien expresa una verdad absoluta
y que se utiliza frecuentemente como argumento, no es más que una creencia. ¿Es
que acaso está escrito en piedra, en la Biblia, en nuestro código genético? No,
¿verdad? ¿Y entonces? “Es que tuitear no es efectivo, no detiene nada”. Ya, y
las manifestaciones masivas sí. Todos sabemos que después de las Marchas de la
Dignidad el Gobierno paró los recortes, las reformas laborales y demás ataques
a nuestra libertad. Vamos, al día siguiente.
Guste o
no, el activismo online es tan válido como el presencial, aunque
funcionan en ámbitos distintos y lo óptimo es que se coordinen. El activismo online
vale para dos cosas. La primera es crear conciencia: los éxitos de la PAH no se
habrían conseguido sin una inteligente campaña en redes para excitar la
indignación moral ante el drama humanitario que suponen los desahucios. Dentro
de esta creación de conciencia incluyo también el que la gente se informe de
sus derechos o planee estrategias. En segundo lugar. el activismo online
permite es dar voz a aquellas personas que por introversión, falta de tiempo o
ausencia de formación no podrían intervenir en una asamblea que se celebrara en
la plaza de su barrio. Por supuesto no es perfecto (entre otras cosas está muy
abierto al trolleo y no todo el mundo tiene acceso) pero ¿qué herramienta
humana lo es?
Así que
sí, señores tecnófobos. Me temo que voy a seguir teniendo relaciones interpersonales
por Internet, a disfrutar de ellas y a crecer gracias a ellas. Voy a seguir
participando en activismos online y, cuando pueda, también en la calle. Por
mucho que ustedes se empeñen en que nada de lo que hago es real yo sé que sí lo
es. Y mucho.