Cualquiera que me siga en Twitter puede
comprobar que me gustan los gatos. Eso permitirá entender cuánto me indigné al
saber que dos policías habían expedientado a una chica por llevar un bolso
donde ponía, en inglés, “todos los gatos son bonitos”. Sí, es cierto que a los
policías les llaman “perros del Estado”, pero hasta ahora pensaba que era una
metáfora. Denunciar a alguien por llevar un bolso de gatos es simplemente ridículo.
Luego, claro, todo se aclaró. Al parecer
los agentes de la autoridad, que no debían estar muy acostumbrados a leer,
vieron las siglas ACAB, dedujeron que se trataba del famoso “All cops are
bastards” y llegaron a la conclusión de que se trataba de una imagen insultante
para su sagrada profesión. Así que procedieron a denunciar por una infracción
del artículo 37.4 LOSC: faltar al respeto o a la consideración debida a
los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. El asunto no llegó muy
lejos, claro. En buena medida gracias al pifostio montado por redes sociales,
la Delegación del Gobierno ya ha anunciado que recula y que no impondrá
la sanción, pero el ridículo queda hecho.
Soy muy consciente de lo que he dicho. Lo
del pifostio en las redes sociales ha sido importante, no sólo para la rapidez con
que se ha solucionado el tema como para el sentido en el que se ha hecho.
Recordemos que los agentes policiales tienen presunción de veracidad ante la
Administración. Es decir, que los funcionarios que tramitan sus denuncias
tienen el deber legal de creer todas sus palabras como si estuvieran escritas
en la Biblia salvo que se muestre que son falsas. Y, en un procedimiento
administrativo, donde ya el trámite de prueba está bastante diluido, ¿cómo
demuestras que el bolso que llevabas cuando te sancionaron no decía nada sobre
la filiación de los agentes? Es simple: no puedes.
En este caso se ha podido probar, gracias
a la rápida acción de la denunciada, que el bolso no contenía un insulto hacia
los policías. Pero, en estas condiciones, ¿cuántos agentes tendrán la mano
tonta con el lápiz de denunciar? Si te tienes creído lo de ser una autoridad
pública, si sabes que lo que dices se presume veraz y si eres consciente de que
el particular que tienes delante no puede aportar prueba de ningún tipo a su
favor, el resultado es obvio. Las denuncias por esta infracción, ahora que son
más fáciles (1), van a propiciar un aumento de la burorrepresión, es decir, de
esta represión “pequeñita” basada en multas puñeteras.
Habrá quien piense que llamar a esto
represión es pasarse. ¿No es lógico que se pueda sancionar a quien insulta a un
policía? Aceptemos provisionalmente el postulado: los agentes de policía tienen
más derecho que los demás a no sufrir faltas de respeto en su trabajo. Pero entonces,
y volviendo al caso que nos ocupa, ¿por qué denunciaron a esta chica?
Supongamos que en el bolso hubiera puesto “All cops are bastards”. Lo que
prohíbe la norma es faltarle al respeto a un agente de policía en el ejercicio
de sus funciones. Es decir, la ley está pensando en los casos donde un
particular, enfrentado a una actuación policial, se lía a soltar insultos y
barbaridades.
Sin embargo, el acrónimo ACAB no es eso.
Es un mensaje de carácter político, emitido desde una ideología muy concreta
(el anarquismo) que viene a recordar un postulado básico de dicha corriente:
que nadie que ocupe una posición de autoridad policial quiere tu bien. Además,
es un mensaje que se lanza al aire: su destinatario no es un agente policial
concreto, sino cualquier persona que lo lea. La crítica es grosera, sí, pero su
objeto es la propia institución policial, no cada agente. Decirle al policía
que te está sancionando “¡todos sois unos cabrones!” es infracción; llevar un
bolso con el eslogan ACAB, no.
Precisamente por eso la denuncia es
ridícula a tantos niveles. Primero, porque denunciaron un mensaje sobre gatos.
Y segundo porque, aunque no lo hubiera sido, es difícil de justificar que un
mensaje político sea una infracción legal aunque esté expresado de forma poco
amable. Sin embargo, cuidado: la denuncia era ridícula, sí, pero el tema es que se interpuso y que es muy
probable que hubiera acabado en sanción. Eso es burorrepresión. Que te
castiguen por desacato por llevar un mensaje con tu ideología escrito en el
bolso.
Pero vayamos más allá. ¿Qué justifica
establecer un castigo específico para quien falta al respeto a la policía? Asumamos que la autoridad es legítima,
que merece obediencia. ¿Por qué eso significa que quien la ostenta debe estar
más protegido contra los insultos que un particular? Si a mí vienen a llamarme
“gilipollas” puedo denunciar penalmente por injurias y ver cómo el juez pasa de
mí porque el insulto es leve. Si yo llamo “gilipollas” a un policía (o si éste
afirma que se lo he llamado) puedo acabar con una multa de 600 € sin que nadie
entre a valorar la proporcionalidad de la medida.
Esto no se justifica de ninguna forma,
salvo que adoptemos una perspectiva autoritaria. Si creemos que la autoridad es
intangible, que está por encima de la ciudadanía, que tiene derechos especiales,
pues evidentemente cualquier insulto que se le inflija a quienes la ostentan
será gravísimo. Pero esta concepción carece de sentido en una democracia, que
es un sistema donde la autoridad tiene como objetivo aplicar la ley. Una
persona dotada de autoridad pública no es alguien especial.
España ya tiene un sistema para castigar
los insultos y las faltas de respeto: el delito de injurias. Que ese sistema
sea bueno o malo puede discutirse, pero darle uno especial a los policías por
su cara bonita no tiene ningún sentido. Tenemos que tener siempre presente que
en una democracia la autoridad está para servir a la comunidad, no para
imponerse por encima de ella. Y esto va asociado a una segunda verdad fundamental: que
todos los gatos son bonitos.
(1) En el borrador original de este post
había varios párrafos sobre cómo ha cambiado la regulación de esta materia.
Quedaban largos, raros y mal explicados, así que me llevaré la cuestión (que es
más teórica) a la siguiente entrada.
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