He
de confesar una cosa: lo queer me
costaba. Lo veía como un mundo altamente complejo, lleno de terminología
cambiante y confusa donde yo no iba a poder entrar en la vida. Por eso en la
Feria del Libro me compré Queer. Una historia gráfica, de Meg-John Barker (texto) y Julia Scheele (dibujo).
Llevaba tiempo valorando adquirir ese libro, y la Feria fue el momento ideal,
porque así pude ir a charlar con la gente de la editorial (Melusina siempre
edita cosas bellas) y a que Begoña Martínez-Pagán, la traductora de la
cosa, me lo firmara. Y para morir de calor.
¿Y
qué me he encontrado? Pues hombre, estoy reseñando el libro y yo no suelo
reseñar, así que la respuesta es que o me ha gustado mucho o me ha gustado muy
poco. La respuesta correcta, tranquilícese todo el mundo, es la primera. Queer me ha parecido un LIBRAZO para
introducirse en las ideas de este movimiento. Después de leerlo ya no siento
que lo queer me cueste, porque he
podido ver que lo queer es casi más
una forma de enfocar la vida (rechazar los binarismos, admitir los grises, no
admitir las relaciones de poder) que un conjunto cerrado y fácilmente resumible
de teorías.
Esto
es importante. Claro que hay muchas teorías queer,
cada una centrada en una serie de cosas, pero la impresión que me ha dado
después de leer el libro es que no son un todo orgánico y bien conectado (me
viene a la mente la palabra “racional”) sino más bien una masa difusa de
autores hablando cada uno de su tema y criticándose entre sí, que no comparten
postulados o ideas sino como mucho un enfoque, una manera de pensar y de hacer
las cosas. Por eso me costaba, creo. Porque algo así es muy difícil de reducir
a un resumen que pueda leer un no iniciado.
Más
mérito, entonces, es el que tiene Queer, porque
lo consigue. El libro se compone de unas 170 páginas temáticas, todas con la
misma estructura: un título, un texto principal y un dibujo que apoya la idea
transmitida en el texto o que amplía información. Muchas veces los dibujos son
retratos de los principales pensadores queer,
con globos de texto que incluyen reelaboraciones (no citas literales) de sus
ideas. Otras, se dibujan conceptos explicados, aparecen personajes corrientes
diciendo cosas, hay esquemas, metáforas, etc.
Al
principio, me enfrenté a Queer como
si fuera un cómic. “Lectura ligerita”, pensé. Una leche. Al cabo de unas
cuarenta páginas tuve que cambiar el chip. Es un libro que hay que leer con
atención, y que probablemente exigirá relectura cuando acabe la ronda de
préstamos en la que está ahora mismo. Es cierto que es un libro ilustrado, pero
eso no quiere decir que los textos de cada página no exijan que les prestes
atención. Son ensayos, verdaderos ensayos sobre historia, historia de la
filosofía, sociología, sexualidad, identidades, etc., que incluyen conceptos
complejos.
Y que incluyen muchos, ojo. En algunos momentos llegué a sentirme abrumado de la
cantidad de términos novedosos y autores desconocidos que estaban apareciendo
ante mí. No sé si esto es una crítica, porque la verdad es que aporta mucha
materia sobre la que pensar y de la que leer más, pero sinceramente hay cosas
que yo no esperaba encontrar en un libro de introducción. Así que si lo
compras, piensa que las 170 páginas van a cundir bastante y que es muy probable
que quieras tomar notas mientras lo lees.
Debido
precisamente a que da tanta información, una cosa que eché de menos fue una
división en capítulos. La cosa es que sí se divide, de forma muy clara, en
varias partes, y de hecho las autoras llegan a decirlo al principio de las
páginas que abren cada sección (“Ahora hablaremos de…”, “En lo que nos queda del
libro trataremos el tema de…”), pero no hay un índice ni páginas que abran esos capítulos. Supongo que se puede arreglar con post-its.
Otra
crítica negativa, aunque es más un “pica” que otra cosa, es la ausencia de los
retratos de Sylvia Rivera, Marsha P. Johnson, Brendra Howard y demás gente queer de la época de los disturbios de
Stonewall. Quizás se puede entender por el hecho de que es más un libro sobre
teoría que sobre activismo, pero es que en él se repasa ampliamente la historia
del movimiento LGTB y se habla de Stonewall. Se me antoja necesario incluir en
esas páginas dibujos de las personas que protagonizaron el movimiento.
En
cuanto al contenido, si tuviera que destacar dos cosas positivas (por poner un
número arbitrario), serían las siguientes: la primera, que es autocrítico. No
es muy común encontrar en un libro que pretende introducirte a ningún tema
críticas hacia dicho tema. Está claro que las autoras adoptan una mirada queer y apoyan esta visión, pero lo
hacen de forma nada fanática y entendiendo sus limitaciones y topes. Esta
visión es de agradecer, la verdad: puedo aceptar que alguien intente venderme
sus ideas, pero cuando me las intentan vender a toda costa y caiga quien caiga
ya siento rechazo.
La
segunda cosa que me ha gustado es lo relativo a las políticas de identidad. Y
es que muchas veces, tanto desde la derecha como desde esa izquierda
ortodoxamente marxista que acaba siendo más facha que yo qué sé, se igualan las
políticas de identidad y la ideología queer,
como si las primeras vinieran de la segunda. Era una idea que, a fuerza de
repetirse, había llegado a calar en mí. Y el libro la desmonta sin mayor
esfuerzo, incluso dándola por hecho, ya que, si una de las bases del movimiento
queer es que nuestra identidad no es
fija sino que fluye, ¿cómo se va a usar como base para reclamaciones políticas?
(1)
También
quiero destacar lo chula que es la edición española. Sólida pese a ser de tapa
blanda, papel grueso, traducción impecable y buen precio. Que es lo que suelo
encontrar en los libros de Melusina (¿se nota que me gusta la labor editorial
de esta gente?), pero yo qué sé, el buen trabajo siempre hay que tenerlo en
cuenta.
Por
eso, en el fin de semana del Orgullo, yo recomiendo la lectura de Queer. Una historia gráfica. Un libro
interesante, para leer varias veces y que sirve como acercamiento a unas
teorías tan sugestivas como relevantes para entender la realidad.
(1)
Eso sí, la conclusión, en esa línea tan queer
de rechazar las dicotomías, no es que las políticas de identidad sean malas,
sino que pueden ser útiles según el contexto.
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