Hoy
hay elecciones. Elecciones locales, autonómicas y europeas. Y los resultados
provisionales –es decir, aquellos que da la Administración la propia noche
electoral– van a tardar en salir: primero hay que contar las urnas de las europeas
(aunque no se podrá decir nada hasta que cierre Italia sus colegios electorales,
a las 23:00), luego las municipales y luego las autonómicas, que según
el Gobierno no acabarán de escrutarse hasta las 2 de la madrugada con suerte.
De hecho, en Canarias, donde votan en la friolera de cinco urnas (tienen
elecciones al Cabildo Insular, y las elecciones autonómicas van en dos listas
separadas) a saber cuándo terminan.
Seguro
que, ante ese retraso intolerable, mañana se alzan voces exigiendo que se
implanten sistemas de voto electrónico, que tengan los resultados al momento,
que permitan votar desde casa y todo lo demás. El runrún del voto electrónico
viene siendo una constante en todas nuestras elecciones desde hace algunos
lustros. Y sin embargo, yo no estoy nada de acuerdo. Creo que el sistema que
tenemos ahora es bastante correcto, y que uno electrónico solo lo empeoraría.
¿Qué
características le exigimos a un sistema de voto que vayamos a usar para algo
tan importante como elegir representantes políticos? A mí se me ocurren cinco:
1.- Operado por personal neutral. Es
importante que el personal que dirige el sistema sea neutral, es decir, que no
tenga ningún interés en manipular el resultado. Claro, puede tener sus propias
preferencias políticas, pero si ha sido seleccionado de una forma en que éstas
no sean relevantes y si no tiene un jefe que le pueda ordenar que cometa
ilegalidades, la neutralidad se fomenta.
El
sistema actual está dirigido por dos órganos. El primero, la Mesa Electoral,
está formado por ciudadanos seleccionados al azar y que durante un día son
autoridad pública, es decir, no tienen a nadie por encima. Al contrario, tienen
a su servicio a la Policía con el objeto de mantener el buen orden en el local
electoral. El segundo, la Junta Electoral, está formado por jueces y
magistrados (quizá los funcionarios más acostumbrados a ser independientes que
hay: cada juez es rey de su Juzgado), también elegidos al azar, y por
representantes de los partidos. Sin embargo, los jueces y magistrados siempre
superan en número a los representantes de los partidos y tienen además la
presidencia del órgano.
La
Mesa y la Junta son, así, órganos razonablemente neutrales.
2.- Seguro. En realidad las otras
características están también orientadas hacia la seguridad. Pero cuando hablo
de “seguro” me refiero específicamente a las salvaguardas mecánicas que se
toman para evitar que se falsee el voto. En el caso del sistema actual son muy
curiosas. El momento más importante es el siguiente: aquel en que las actas que
contienen los resultados de cada Mesa (que son provisionales) se envían a la
Junta Electoral, que será la que, días después y sumando todas las Mesas,
proclame los definitivos. Ahí las actas están varios días sin custodia especial
y podrían ser alteradas. ¿Cómo se protegen?
En
cada Mesa, el acta se extiende por triplicado, se mete en tres sobres distintos
y los miembros de la Mesa firman en el cierre de los sobres, para que cualquier
manipulación se detecte de manera inmediata. Luego esos tres sobres se envían
por tres conductos distintos: el primer y el segundo sobre van al Juzgado
local, de manera que el juez se queda con el segundo y entrega el primero en la
Junta electoral; el tercer sobre se lo queda Correos. Así, con un sobre en
poder de la Junta, otro en poder del Juzgado y otro en poder de Correos,
disminuye la posibilidad de una alteración del acta.
3.- Auditable. Todo sistema electoral
tiene que ser auditable, lo que significa que cualquier persona, y en especial
las interesadas (partidos, candidatos, etc.) debe poder supervisarlo. El
español lo es. En cuanto a las candidaturas, sabemos que existen las figuras de
los apoderados y los interventores: el apoderado es un representante general,
que tiene derecho a formular reclamaciones y a recibir certificaciones de la
Administración; el interventor es un representante más concreto, que forma
parte de una única Mesa con voz pero sin voto.
Además,
todo ciudadano puede auditar el sistema. Desde que se abren los colegios hasta
que se firma el acta y se envían los tres sobres, las puertas están abiertas:
puedes ir a tu Mesa electoral, plantarte con un cuadernito y controlar tú mismo
que todo va bien. Y cuando tres días después sea la sesión de la Junta
Electoral para sumar todas las actas, también puede asistir cualquiera.
4. Comprensible. Un sistema electoral
debe ser comprensible por cualquier persona que vaya a votar. Este principio
básico ha provocado discusiones sobre cómo implementar algo así en países
mayormente analfabetos. En España no hay ese problema, pero está claro que la
gente debe entender el sistema, en primer lugar para poder auditarlo y, en
segundo lugar (y de manera más genérica) para poder confiar en él y en sus
resultados.
El
mecanismo del sistema español no puede ser más simple: cuentas manualmente los
votos de cada candidatura, los reflejas en un acta que se envía a una autoridad
centralizada y los sumas provincia a provincia días después. La regla por la
cual esos votos se transforman en escaños (la famosa fórmula D’Hondt) es un
pelín más liosa, pero como esa fórmula no tendría por qué cambiar en un sistema
de voto electrónico, no me centro en ella.
5.- Rápido. El tema de la rapidez es
quizás el menos importante de los cinco. Sin embargo tiene también su
relevancia, porque cuanto más tarde el sistema en dar un resultado definitivo
más expuesto está a manipulaciones, reclamaciones interesadas y amaños de todo
tipo. El sistema electoral español es bastante rápido: exceptuando casos como
el de las elecciones que motivan este artículo, lo normal es que tengamos los
resultados provisionales unas tres horas después de que se cierren los
colegios, y que los resultados definitivos (que salen, ya digo, unos tres días
después) nunca difieran demasiado de éstos.
En
otras palabras, el sistema español actual es bueno. Cualquier modificación que
pretenda hacerse debería garantizar, o bien que mejora cualquiera de las cinco
características sin empeorar las demás, o bien que mejora sustancialmente una
de ellas a cambio de un empeoramiento mínimo de alguna otra. No es el caso del
voto electrónico. De hecho, el voto electrónico empeora sustancialmente cuatro
características a cambio de mejorar de forma marginal solo una de ellas:E
- Elimina a los agentes neutrales. Voto electrónico significa software complejo, y software complejo significa jerarquías (de la Administración y empresariales), significa subcontratas, significa empleados mal pagados que cumplirán las órdenes que sea, significa múltiples palancas donde meter incentivos perversos, sean éstos el dinero o los intereses políticos.
- Reduce drásticamente la seguridad. El principio es bien sencillo: si es informático es hackeable. Punto.
- En cuanto a la auditabilidad y la comprensibilidad, características que van de la mano, aquí prácticamente desaparecen. En el sistema actual, basta con tener ojos y saber sumar para poder supervisar el sistema. Con el voto electrónico hay que tener acceso al código del programa y saber interpretar ese código, algo que no pueden hacer ni todos los interventores de los partidos ni mucho menos todos los ciudadanos. Para muchos votantes las elecciones se convertirían en la misma clase de magia tecnológica que anima sus móviles o sus ordenadores: meto aquí mi voto y tengo que confiar en que este aparato lo cuente correctamente. No queremos eso, gracias.
- Sí, este sistema mejora la rapidez. En vez de tener los resultados en días, los tendríamos en minutos. Pero, dado que con el sistema actual ya tenemos en pocas horas los resultados provisionales y que luego los definitivos apenas se diferencian de éstos, no se ve qué ganamos con este adelantamiento.
Habría
alguna otra “mejora” menor, como que no obligaríamos a la gente a prestar
servicio en mesas electorales (bastaría con un operario de la empresa) o que
incluso se podría habilitar la posibilidad de voto telemático (nueva brecha en
la seguridad, claro), pero no creo que la comodidad sea un parámetro a medir a
la hora de valorar sistemas electorales. En cuanto a lo que se suele decir de
que al votar desde casa aumentaría la participación, yo tengo mis dudas. La
decisión de votar o abstenerse no está condicionada más que en una pequeña
parte por la pereza de ir al colegio electoral, pereza que se vería sustituida
por la que da conectar el lector de tarjeta, meter el DNI, autenticarse y todo
el rollo.
Hay
un palabro que se ha puesto ahora muy de moda: solucionismo. La idea de que
todas las dificultades tienen soluciones, normalmente tecnológicas y que a su
vez no van a generar nuevos problemas. La propuesta machacona de voto
electrónico es puro solucionismo: se pretende resolver una incomodidad (la de
formar parte de una mesa electoral, desplazarse hasta el colegio o esperar hasta
la madrugada para tener los resultados) con una innovación tecnológica. Y
cuando se señala que esa innovación no es necesaria y que de hecho generará
graves problemas de seguridad, los solucionistas dicen que eso no será así
porque Blockchain. Ajá. Cuéntame más.
Por
supuesto, yo no soy un inmovilista. Me parece estupendo todo lo que sea aplicar
la tecnología al objetivo de tener un sistema electoral mejor (1). Pero
aplicarla por aplicarla, sin objetivo, es una muy mala idea. Aparte de que es
alucinante que la misma gente que se queja de que Indra “recuenta los votos”
(cuando en realidad solo se encarga de ofrecer los resultados provisionales)
exija luego un voto electrónico que generaría, multiplicados por mil, esos
problemas de los que se queja y que ahora en realidad no existen.
Así
que no, el voto electrónico no es una buena idea: no mejora la calidad de
nuestra democracia sino que la empeora mucho. Y no andamos sobrados de eso.
(1)
Por ejemplo: ¿por qué no fotografiar los cierres de los sobres firmados por los
miembros de las Mesas, para evitar que se produzca una sustitución completa de
todo el sobre? Si sabemos exactamente por dónde van las firmas, podremos
contrastarlas al abrir el sobre para probar que no han sido falsificadas.
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