Estos días de ha difundido por redes
sociales un interesante cómic sobre el reparto de las tareas del hogar,
que podéis encontrar en español aquí. La tesis principal del tebeo es
que la corresponsabilidad no existe porque las mujeres suelen encargarse de
dirigir las faenas domésticas mientras que los hombres se limitan a ejecutar lo
que se les manda. En otras palabras, la mujer se queda con todo el trabajo de
planificación, que es un run-run permanente (hay que poner una lavadora, hace
mucho que no se cambian las sábanas, por dios qué desordenado está el salón), y
además con buena parte del de ejecución. Su compañero, por su parte, no hace gran
cosa salvo que se lo digan.
El asunto tiene muchísimas aristas y ha
provocado una conversación interesantísima en Twitter. He podido leer una buena
cantidad de anécdotas de varones inútiles hasta la saciedad, que parecen no
saber dónde se guarda nada en su casa o cómo se pone una lavadora. Y bueno,
cuando se trata de personas mayores puede tener un pase: son de otra época, en
su tiempo las cosas se hacían así, bla, bla, bla. Pero cuando las anécdotas
pasan a centrarse en hermanos, primos y compañeros de piso, la cosa da ganas de
llorar en serio.
La primera línea de defensa parece ser
culpar a las madres. “Es que las mamás les sobreprotegen y claro, no saben
hacer nada”. Por supuesto, este análisis es simplista. Sin negar yo que las
cosas sean así (efectivamente, muchas madres jamás enseñan a sus hijos a ser
mínimamente autónomos) diría que eso es más una expresión del problema que su
causa. Es decir: una mujer que toda su vida ha visto que su madre y sus
hermanas se deslomaban en la casa mientras que los varones de la familia
reposaban, ¿qué va a enseñar a su prole? Hace falta una cierta toma de
conciencia para rebelarse contra lo impuesto, y no siempre es fácil. Además,
asumir que el problema es de las madres es insistir en la misma idea: ¿qué
pasa, que los padres no tienen nada que decir acerca de la educación de sus
hijos?
Me interesa más centrarme en toda esa
masa de hombres absolutamente inútiles que hay por ahí. Yo la verdad es que,
cuando en algún momento de mi vida he descubierto que no dominaba alguna
habilidad doméstica básica (coser un botón, limpiar cristales), he sentido
vergüenza y he buscado paliar mi desconocimiento. Creo que la vergüenza es un
motivador poderoso, pero a los protagonistas de las anécdotas que cuentan mis
amigas no parece darles reparo depender de una mujer que les cocine, les
friegue y les planche.
Se supone que una de las virtudes que
deben adornar al hombre es la autonomía. Así lo llevan diciendo los filósofos
desde hace unos cuantos siglos: es propio de los adultos el establecer sus
normas éticas y tomar sus decisiones sin imposición externa. La heteronomía y
la dependencia son estados indeseables e infantiles. Sin embargo, todo ese
razonamiento falla cuando se trata de hablar del trabajo doméstico. Nadie ve
bien que un varón adulto pretenda vivir del dinero de los demás, sin trabajar.
Pero no es problemático que no dé un palo al agua en casa salvo que se le mande
y que sea completamente incapaz de subsistir si no le llevan en palmitas.
En este momento habrá un montón de
indignados que querrán soltarme cualquiera de las casillas de este bingo.
La mayoría dirán que “yo hago mi mitad”, a lo cual yo preguntaría lo siguiente:
¿haces las cosas de forma autónoma, sin que te las digan? ¿Planificas? ¿Tienes
en cuenta el nivel de detergente, gel de ducha y papel higiénico? ¿Tomas la
escoba por propia iniciativa de forma habitual? Si no es así, y volvemos al cómic
que ha motivado estas líneas, no estás haciendo tu mitad. Estás haciendo, con
suerte, la mitad de la ejecución, desligándote de toda responsabilidad sobre el
asunto.
Insisto tanto en separar el trabajo
material de la toma de decisiones porque me parece el quid del asunto. Por lo demás, la distinción no es nueva. Así, la
sociología (1) nos dice que existen tres variables implicadas en los cuidados:
la accesibilidad (el tiempo disponible, que depende del trabajo), el compromiso
(el tiempo invertido en cuidar) y la responsabilidad (la implicación personal
del cuidador en la toma de decisiones). Si los hombres aumentamos el compromiso
pero no aceptamos ninguna responsabilidad, no creo que estemos haciendo
realmente gran cosa. A ver, es un avance respecto del abuelo a quien su mujer
elige la ropa todas las mañanas, pero tampoco es como para tirar cohetes.
Después de esto solo quedan excusas: “es
que a las mujeres les molesta más la suciedad que a los hombres”, “es que no sé
hacerlo”, “es que mi novia no me deja hacer nada porque no lo hago como ella
dice”. No cuela. Si a los tíos no nos molesta tanto la suciedad es porque nos
han enseñado que si esperamos el tiempo suficiente viene una mujer y la quita.
¿Que no sabes hacerlo? Pues te miras un tutorial en YouTube, igual que cuando
no sabes pasarte un nivel de un juego. Y
sobre la tercera excusa… pues qué quieres que te diga, a nadie le resulta
agradable enseñarle la forma correcta de hacer una tarea a una persona que en
realidad no quiere aprenderla.
La falta de autonomía doméstica es
profundamente injusta para las mujeres de tu entorno, que tienen que encargarse
de limpiar tanto su mierda como la tuya. Pero también es bastante triste para
ti, puesto que te convierte en un parásito, en alguien cargante y ridículo, que
depende de los demás para los actos más básicos de la vida cotidiana. Y nadie
quiere tratar con una persona así.
No creo que una persona tenga derecho a
reclamar para sí la categoría de “adulto” mientras no sepa manejarse en lo
doméstico. Si no eres capaz de hacerte la comida, de mantener tu entorno
limpio, de hacer una maleta o de ir a comprar tu propia ropa, lo siento, pero
no te mereces los beneficios de la mayoría de edad. Me da igual que tengas 18,
30 o 60 años: no eres autónomo, sino dependiente, y eso te inhabilita para todo
lo demás.
¿Te molesta? Es comprensible. Quizás haya
llegado el momento de que los tíos le hagamos caso al lema ilustrado y salgamos
de nuestra autoculpable minoría de edad. Pero esta vez en serio.
(1) Conocí esta terminología a raíz de
una conferencia sobre el libro Padres y
madres corresponsables: una utopía real, de María José Gonzále y Teresa
Jurado (eds). En dicha obra se desarrolla la fundamentación teórica de la
misma.