Una de las cosas que más me atrae de la
fantasía y la ciencia ficción es la posibilidad de representar mundos muy
distintos a los reales. Así que, cuando se lanzó la convocatoria para
participar en #LaOtraFantasíaMedieval, me lancé de cabeza. ¿Qué es este
proyecto? Podéis leer las bases en el enlace, pero básicamente se trataba de
escribir relatos de fantasía no machista.
Ojo, esto exige un matiz: no debían ser
cosas abiertamente reivindicativas, donde mujeres fuertes y poderosas
derribaban al patriarcado. Tenía que ser algo más sutil: había que imaginar un
mundo, una sociedad completa, sin machismo. Donde este problema no existiera.
El reto me atrajo inmediatamente y acabé escribiendo “La calle de la Serpiente”,
un relato donde un hombre y sus dos hijos, acuciados por los problemas
económicos, tienen que irse a vivir a una calle maldita. La historia está
contada desde la perspectiva de Laurea, la hija.
Cuando la antología esté disponible ya me
diréis si os gusta o no mi relato. De momento, yo he aprendido bastantes cosas
escribiéndolo, y me apetecía ponerlas por escrito. Allá van. Sin spoilers, evidentemente.
Mujeres
por el fondo. Una de las cosas que me parece vital en un mundo en el que no hay machismo es que los personajes sin importancia tengan una
distribución más o menos paritaria. Que se vea que hay mujeres y hombres
haciendo toda clase de cosas, vamos. En mi relato hay (presentes o mencionadas)
una conductora de carros, una sargento de la guardia de la ciudad, una
inquisidora y una albañil, por ejemplo. Ninguno de esos personajes tiene
nombre, pero están. También es una mujer quien alquila la casa a los protagonistas, y se
menciona a la madre de Laurea, que es militar. En el lado masculino hay un par
de posaderos, un loco, un tendero y algunos matones.
Matrimonio
y divorcio. El padre de la protagonista está divorciado. Supongo que una
ambientación no patriarcal podría incluir matrimonios indisolubles (con un
fundamento religioso pero igualitario, por ejemplo) pero el hecho es que, en el
mundo real, la imposibilidad de disolver el matrimonio ha sido siempre una
muestra de machismo. La mujer pasaba de la “propiedad” del padre a la del
marido: se guardaban teóricamente lealtad mutua, pero en la práctica la
infidelidad del hombre estaba más que tolerada.
Por eso mismo me apeteció introducir el
divorcio en mi mundo fantástico: algo que, por lo que sé, es raro. Además, eso
me permitía hacer una cierta inversión de roles de género, pues fue el padre
quien se quedó con la custodia de Laurea y de su hermano mientras la madre se
dedicaba a su carrera profesional. Y, por supuesto, nadie ridiculiza a ninguna
de esas dos personas por su decisión.
Cuidado
con la pitufina. Cuando empecé a escribir, centré todo el protagonismo en
Laurea. De repente me di cuenta de que era la única mujer del reparto. Al
margen de los personajes secundarios que ya he mencionado (muchos de ellos sin
nombre), estaban su padre, su hermano y su mentor. Esto no es exactamente lo
que se llama “principio de la Pitufina” (1), puesto que intenté que
Laurea tuviera una personalidad definida, pero no me gustaba nada porque no cuadraba demasiado con el espíritu del asunto.
Dado que me gustaba la inversión de roles
que había logrado con el padre y estaba también bastante contento con el
personaje del hermano, inmediatamente convertí a Pero Lecuona, el mentor, en
Petra Lecuona. Creo que el relato salió ganando con el cambio. La lección que
aprendí es que, en una sociedad donde no hay machismo, no tiene mucho sentido
que todos los personajes principales sean hombres salvo la mujer de cuota.
¿Tienes pensado un personaje que te encanta? ¡Ponle otro género, a ver qué
pasa!
Los
insultos. El machismo y la homofobia están, evidentemente, unidos. El “marica”,
más allá de con quien se acueste, es el hombre que no se comporta como un
hombre sino como una mujer (signifique eso lo que signifique), lo que
inmediatamente le rebaja de estatus. Entonces, cae por su propio peso que en un
mundo sin machismo tampoco puede haber homofobia. Si no hay roles de género
rígidos y jerarquizados, si no hay una construcción de “el otro”, no será malo
comportarse como “el otro”.
Todo lo cual está muy bien hasta que
pones a los personajes a insultarse entre sí.
El español está cuajado de insultos
homófobos y machistas. En un mundo no machista no pueden aparecer. Y uno de mis
problemas es que el hermano de la protagonista quiere ser actor, algo que en el
mundo real implicaría que recibiera epítetos homófobos hasta decir basta. Sobre
todo si necesito que su padre se oponga a tal vocación. Al final lo solucioné
haciendo al padre un tipo obsesionado con el trabajo perdurable, lo que por
otra parte cuadra con su condición de albañil. Rechaza la vocación de su hijo
no por femenina, sino por poco seria, por no ser un trabajo “de verdad”.
Apellidos.
Lo cierto es que en este tema pensé mucho pero apliqué poco. La pregunta es:
¿qué sentido tiene, en un mundo no machista, mantener la patrilinealidad? Al
fin y al cabo, que la prole lleve el apellido del padre siempre ha sido una
marca de “propiedad”, por decirlo de alguna manera: los hijos son del padre (de
su estirpe, de su casa, de su familia), aunque la madre haga el puro trabajo
mecánico de gestarlos y parirlos.
Un mundo no machista nos obliga a
reimaginar el tema de los apellidos: podríamos tener apellidos matrilineales
(llevas el apellido de quien te gesta), apellidos basados en el lugar de residencia
o la profesión (como, por otra parte, era frecuente en la Edad Media),
apellidos compuestos entre el de la madre y el del padre, etc. Incluso podríamos
no tener apellidos en absoluto.
Como digo, al final no apliqué nada de
todo esto. Un relato no es el mejor lugar para desarrollar un sistema social
completo. Hay tres personajes cuyos apellidos se nombran, pero no son familia
entre sí, así que no me tuve que inventar un sistema de herencia.
Religión.
Yo soy ateo, así que los mundos que creo tienden a ser realidades sin dioses.
Eso significa que las deidades a las que adoran mis personajes no existen de verdad,
sino que son (como en el mundo real) meras construcciones sociales. Con esta
premisa, tenemos también que darle alguna pensada a la religión. ¿Qué clase de
dioses salen de una sociedad no patriarcal?
A mi juicio, el modelo de Gran Barba
Blanca En El Cielo Que Vigila Todo Lo Que Haces, tipo cristianismo o islam,
está más que descartado. Sin embargo, hay muchos otros modelos: un politeísmo
de dioses y diosas, una deidad sin género, una sagrada familia o pareja o
incluso un panteísmo en el que se adora a la realidad. No tenemos por qué
ajustarnos a nada de lo que conocemos.
Al final, en mi relato tiré por una
especie de panteísmo de inspiración católica, para mantener el “sabor”
medieval. Hay una serie de santos y santas, en número de cien, que intervienen
en los asuntos humanos mediante el envío de ángeles. La gente se refiere a los
cien santos como “la Santidad”. Hay un Enemigo, que engendra diablos, y un
montón de historias edificantes de santos y diablos luchando.
¿Cuál es mi conclusión de todo esto? Que
a la hora de construir un mundo sin machismo, todo se ve afectado. Hay que
revisar todos los clichés de la fantasía con ojo crítico, y ver qué se puede
mantener y qué no. Tienes que estar atento a mil detalles: es un esfuerzo que
afecta tanto a los personajes como a su entorno, y que va desde los dioses
hasta los insultos.
Pero el resultado merece la pena.
(1) En pocas palabras, una obra sigue el
principio de la Pitufina cuando hay muchos personajes hombres con
personalidades más o menos definidas (“el gracioso”, “el inteligente”, “el
bocazas”) y una chica cuya personalidad es la de “la chica”.
¿Te ha gustado esta entrada? ¿Quieres ayudar a que este blog siga adelante? Puedes convertirte en mi mecenas en la página de Patreon de Así Habló Cicerón. A cambio podrás leer las entradas antes de que se publiquen, recibirás PDFs con recopilaciones de las mismas y otras recompensas. Si no puedes o no quieres hacer un pago mensual pero aun así sigues queriendo apoyar este proyecto, en esta misma página a la derecha tienes un botón de PayPal para que dones lo que te apetezca. ¡Muchas gracias!