La verdad no existe.
Con
esta lapidaria afirmación me encontré ayer en un blog. Así, sin anestesia ni
nada. Inmediatamente después desarrollaba que toda verdad es fruto de una
convención y que cuando el poder intenta imponer algo como “la verdad” se trata
de totalitarismo. Todo lo anterior, con muchas mayúsculas colocadas donde no
van, estaba al servicio de una argumentación ingeniosísima (supongo: no la leí)
que pretendía probar que el Estado es muy malo por reconocer el derecho de
reunión, o algo así.
El
postmodernismo y su carga de relativismo es algo que todo escéptico debe
combatir. El escepticismo, como buen heredero de la Ilustración, se basa en la
posibilidad de conocer la verdad o, por lo menos, de aproximarse
asintóticamente a ella. La negación de la existencia de la verdad es algo que a
los escépticos nos importa, pero sin embargo no veo a mucha gente
combatiéndola. Es cierto que es una tontería tan patente que da palo dedicar
mucha energía intelectual a ella, pero está en la base de todo: si la verdad no
existe, si todo depende de la cultura o aún de la percepción personal,
cualquier religión, ideología o pseudociencia es válida. Y es notable que el
espacio político de la izquierda, donde habitan la gran mayoría de los
escépticos que conozco, sea también el lugar donde se expanden con mayor éxito
los postmodernismos.
Por
supuesto, el hecho de que a los escépticos no nos guste algo no quiere decir
nada: podemos estar equivocados. Así pues, ¿existe algo que podamos llamar
“verdad” (y, por tanto, algo que podamos llamar “mentira”) o todo depende del
cristal con que se mire? Lo responderé con un ejemplo: yo esta mañana he
desayunado Cola Cao y galletas. Esto no es una opinión, es la realidad.
Resultaría bastante curioso que alguien opinara que yo he desayunado zumo y
huevos y que termináramos poniendo de acuerdo nuestras opiniones para pactar
que yo he desayunado café y tostadas(1).
La
frase “La verdad no existe” nos lleva necesariamente a una contradicción,
porque es una afirmación absoluta. Si la verdad no existe, si todo depende de
la cultura, la frase “La verdad no existe” no tiene sentido: en algunas
culturas existirá la verdad mientras que en otras no porque cada hablante
tendrá "su verdad”. ¿O es que la frase “La verdad no existe” va a ser la
única verdadera? Pero si es cierto que la verdad existe en unas culturas y en
otras no, ¿la afirmación “La fuerza de la gravedad atrae a todos los cuerpos
entre sí” es cierta o no dependiendo de la cultura? ¿Pueden volar los
bosquimanos con sólo desearlo?
La
raíz de todo el problema está en un odio visceral y un tanto estúpido de los
postmodernos hacia Occidente. Este odio bebe del descubrimiento de los grandes
crímenes que se cometieron como consecuencia de la colonización de Asia, África
y América y el aplastamiento de las culturas nativas. La reivindicación de
estas culturas ha dado lugar a una igualación entre ellas. De Occidente se
abomina que lo divida todo en categorías y dicotomías (no sabía que se pudiera
pensar de otra forma que metiendo las individualidades en conceptos), algo que
es básico de la ciencia. Por ello, se pretende convertir la ciencia en parte
del discurso cultural occidental: como tal discurso depende de los valores del
hablante, la ciencia es igual de válida que la tradición o la revelación como
medio de conocer la realidad.
El
problema está, claro, en que la ciencia no es algo separado de otras formas de
conocimiento de la realidad como puede ser el ensayo y error o la observación
directa, sino una versión refinada de éstas. Ningún postmoderno afirmaría que
el contenido de mi desayuno de ayer es opinable, pero sí dicen que la ciencia
lo es, sin justificar por qué esto lo es y aquello no.
Por
supuesto, el escaso bagaje ético al que abocan las premisas fundacionales del
postmodernismo lleva a considerar totalitario todo lo que implique afirmar una
verdad que no depende de culturas. En general, el postmodernismo rechaza también
todo lo que huela a individual (y, por tanto, a transcultural), como los
derechos del individuo. Y es curioso, porque es una corriente que escora hacia
la izquierda, hacia el antimperialismo y la lucha contra la opresión, pero lo
hace negando la existencia de la verdad y de los derechos humanos, para pasar a
afirmar derechos derivados de la pertenencia a una cultura(2). ¿Qué le queda a unos
oprimidos si les quitas la posibilidad de que la verdad esté de su lado y de
que tengan unos derechos que puedan oponer incluso frente a sus líderes
culturales? Nada en absoluto, y es por esto que el postmodernismo se ha convertido
en un discurso liberador de salón.
En
fin, está claro que el tema da para mucho más de lo que puedo abarcar en un
blog y sin documentarme específicamente. Por ello quiero cortar aquí, pero no
sin antes formular un consejo: la próxima vez que un postmoderno os diga que la
verdad no existe, arrojadle por la ventana a ver si vuela.
(1) Hasta que viniera un radical que cambiara el consenso y llevara mi desayuno hacia las procelosas aguas del desayuno inglés.
(2) Otra cosa es que la mayoría de postmodernos “de calle” sean capaces de armonizar la reivindicación de Derechos Humanos con la reivindicación de autonomía cultural y no imposición de modelos económicos y sociales, pero esto tiene más que ver con la ilimitada capacidad de autocontradecirse del ser humano que con que la teoría postmoderna los haya logrado casar.