El derecho al anonimato en las redes me
parece importantísimo. Escribir bajo pseudónimo es un derecho básico y una
forma de proteger la propia libertad. Quizás lo mejor que nos ha dado Internet
es que cualquiera puede llegar a un público de millones de personas sin la
necesidad de pasar por el filtro de un editor: esta gran difusión, unida al derecho
al anonimato, ha cambiado la forma en que nos comunicamos. De repente, un don
nadie con un canal de YouTube, un blog o una cuenta en Twitter está al nivel de
medios de comunicación con cientos de empleados.
Al poder le resulta complicado de
gestionar este anonimato. No es plato de gusto que cualquiera pueda comprobar
tus mentiras y demostrárselas al mundo y que ni siquiera le puedas amenazar
porque no sabes quién es. Así que, poco a poco, van lanzando globos sonda. Al hilo
de una supuesta prevención de delitos (no vamos a dejar que nadie haga chistes
de Carrero Blanco y salga impune), el PP lleva unos cuantos meses hablando de “regular
las redes sociales” para prohibir el anonimato.
Y entonces ha sucedido lo de José Miguel
Aspas Cutanda.
El debate se ha encrespado enseguida,
porque mucha gente le tiene tirria al tal Joe Pastrana. Por un lado, ha habido
quien ha ironizado con el hecho de que sea justo el partido de este tipejo el
que pida prohibir el anonimato. Hemos visto a personas de izquierdas alegrándose
y a otras lamentándose, porque hay que defender el anonimato de todo el mundo. Había
quien valoraba los tuits de Joe Pastrana para llegar a la conclusión de que él
merecía ser puesto al descubierto. La derecha, por supuesto, ha salido en
tromba a defender a su ídolo y su derecho a operar bajo pseudónimo, en un
ejercicio curioso de doblepensar. En fin, se ha dicho de todo.
Yo, la verdad, no estoy de acuerdo con
que se plantee el asunto desde el derecho al anonimato. Me explico: como digo, apoyo
por completo el anonimato en redes. Sí, también para personajillos
despreciables como este Joe Pastrana; el derecho o es para todos o no es para
nadie. Si hay indicios de delito, que se denuncien, que se libren las oportunas
órdenes judiciales y que se investigue lo que haya que investigar. Pero me
opongo a cualquier iniciativa jurídica que pretenda vulnerar este derecho ex ante. Esas ideas de que haya que dar
tu DNI antes de abrirte una cuenta de Twitter me parecen criminales.
Ahora bien: eso no es lo que ha pasado
aquí. Lo que ha pasado aquí es que Joe Pastrana se ha descubierto él solo. La
revelación de su anonimato se ha hecho con base en datos públicos, la mayoría
de los cuales facilitó él mismo. No le han hackeado las cuentas o los
dispositivos: es que subió a su cuenta troll una foto tomada desde su ventana. Cualquier
desocupado con un poco de tiempo libre y Google Imágenes podría haber desvelado
la identidad de Joe Pastrana: eso es, me atrevo a decir, lo que ha pasado.
Mantener el anonimato en redes exige
privarse de cosas. Hay que ser inconcreto sobre dónde trabaja o estudia uno, no
contar demasiado de la vida personal, no subir fotografías de sitios
reconocibles, separar de forma radical los perfiles público y privado… toda una
serie de precauciones que Joe Pastrana no ha tomado. Por supuesto, tenía pleno derecho
a no tomarlas. Quizá nunca le importó demasiado el anonimato. Pero hay que
tener en cuenta que cuantos más datos personales sueltes sobre ti, más
posibilidades hay de que cualquiera los recopile y deduzca tu identidad a
partir de ellos.
Voy a contar una batallita: cuando yo
abrí el blog y la cuenta de Twitter, tuve que enfrentarme a la decisión de si
usaba pseudónimo o no. Tenía bastante claro que era una política a largo plazo.
A día de hoy, mi máxima de conducta sigue siendo tener cuidado sobre lo que digo
en ambos medios de comunicación. Sé más o menos lo que puede saber de mí un
lector casual y lo que puede conocer alguien que me acose. Es ahí justo donde
puse la línea. La regla es “tuitea como si hubiera alguien con mucho tiempo
libre apuntado y cotejando cualquier cosa que dices”. ¿Paranoico? Puede ser.
Pero el anonimato hay que trabajárselo.
Aun así, estoy bastante seguro de que he
cometido errores. Si alguien se empeña, puede identificarme. Cuando eso suceda
me dolerá, qué duda cabe: a nadie que quiera ser anónimo le gusta verse
expuesto. Pero en ningún momento se me ocurrirá hablar de vulneraciones de derechos.
Si yo mismo desvelo quién soy, aunque sea de forma fragmentada, sé que me
arriesgo a que cualquiera junte los fragmentos y obtenga mi identidad. Cosa distinta
sería, por supuesto, que la revelación del secreto se produjera después de un
acceso ilícito a mis cuentas. Pero ¿juntar datos que yo mismo he publicado?
En conclusión: no podemos caer en
confusiones interesadas. Una cosa es que alguien haya desvelado la identidad de
un tipo que subió el avatar de su cuenta troll a su cuenta pública. Otra muy
distinta, que desde el Estado se proponga el registro de todas las personas que
tienen cuentas en redes sociales por si acaso les da por delinquir. Conviene no
confundir ambos planos porque podríamos acabar en sitios muy desagradables.
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