Hace un año publiqué un artículo sobre la famosa exhortación a separar obra de autor. En estos doce meses ha aparecido una frase que aborrezco todavía más: democratizar el arte. Es un invento de los tecnobros para que traguemos mejor con los productos hechos por inteligencia artificial generativa. No serían dibujos o textos de mala calidad hechos por una máquina que se ha alimentado sin consentimiento de sus autores de arte subido a Internet: serían la revolución, que permite acercar la producción de arte a todo el mundo.
Por si alguien no sabe de qué estoy hablando, las inteligencias artificiales generativas parecen ser la siguiente cancamusa tras las criptomonedas y los NFT. Se trata de programas que pueden ser alimentados con cualquier tipo de datos (texto o imágenes es lo más frecuente), de los cuales aprenden patrones. Interiorizan cómo se relacionan entre sí los tipos de datos que consumen (qué palabras suelen ir juntas, qué pixeles suelen ir cerca de otros...) y, gracias a ese aprendizaje, son capaces de crear datos nuevos: imágenes que antes no existían, texto que responde a una pregunta de forma coherente, etc.
Las inteligencias artificiales generativas tienen, por supuesto, usos lícitos. La creación de textos que tienen un muy bajo valor añadido, como abstracts de artículos científicos o traducciones de nombres de productos en tiendas online puede ser uno de ellos. No tiene sentido poner a seres humanos a hacer esas tareas si existen máquinas que los pueden sustituir. Igualmente, un artista podría utilizarlas para sacar ideas, para buscar palabras que no le salen o para cualquier otra tarea auxiliar.
Pero la forma en que nos las venden no es esa. Como ya comentamos en el artículo que dedicamos a las IA hace unos meses, lo que está haciendo famosos a estos programas es que hay mucha gente creando imágenes por ordenador y flipándose mucho con los resultados. Incluso han empezado a aparecer carteles de eventos o anuncios publicitarios que emplean productos de IA. Y eso no sirve más que para precarizar todos los elementos de la cadena: tanto el autor de las imágenes que han alimentado el programita (que no ha podido denegar el consentimiento para esa transformación de su obra ni exigir remuneración por ella) como el artista que habría sido contratado para hacer los dibujos que ahora se generan por IA, pasando, por supuesto, por los miles de trabajadores mal pagados que entrenan el sistema.
Y resulta que cuando criticamos este obvio retroceso se nos responde con acusaciones de elitismo. Los tecnobros, esos defensores de compañías multimillonarias, se envuelven en una especie de bandera libertaria de pega y nos acusan de querer cerrar el acceso a la creación artística solo a unos pocos privilegiados, probablemente de familias nobles europeas. Ellos vendrían a democratizar el arte, a abrirlo, a permitir que cualquiera sin formación ni educación pudiera crearlo. Qué buenos son, casi como hermanitas de la caridad.
¿Qué es el arte? Una vez eliminada la respuesta banal (helarte es pasar mucho frío), nos queda un concepto difícil de aprehender y de definir. Hay una rama filosófica entera que trata de ese asunto y, por supuesto, sus miembros no se ponen de acuerdo en la definición. Bajando a conceptos más de andar por casa, podemos decir que el arte es una actividad humana realizada con finalidades estéticas y comunicativas, para expresar emociones o ideas por medio de técnicas creativas. Además, también llamamos arte al producto de esta actividad.
El arte en el capitalismo está sometido a una paradoja curiosa. Por un lado, la actividad artística apunta a una idea de libertad, de que el creador expresa justo lo que quiere expresar con las técnicas que tiene a su disposición. Por otro lado, los productos artísticos son bienes comerciales, que se compran y se venden, y que se pueden encargar. Encargar un producto artístico parecería algo que entraría en conflicto con la actividad artística (el autor ya no expresa lo que quiere expresar, sino lo que su cliente quiere que exprese), pero al final el problema se resuelve yendo a lo práctico: el autor crea lo que le apetece y eso le permite definir un estilo y una manera de trabajar que son determinantes para que otras personas le hagan encargos. Vamos a quedarnos con esta idea, que será importante luego.
El arte, la actividad artística, ya es democrático. Es, de hecho, lo más democrático del mundo. A cualquiera se le pasa por la cabeza cualquier cosa, la dibuja o escribe y pum, ya ha hecho arte. Quizás arte repetitivo, poco trabajado y de baja calidad, pero arte al fin y al cabo. A esto podría oponerse que el arte no es solo la pura inspiración arrebatada, sino que necesita dinero en materiales y en formación para desarrollarse, y que las IA (que, de momento, son gratuitas) permiten saltar esa barrera. Pero, a mi juicio, eso no es así.
En cuanto a los materiales, en varias disciplinas artísticas son muy baratos. ¿Cuánto cuestan un paquete de folios y un lápiz? ¿Qué impide comenzar a escribir o a componer en un dispositivo electrónico que ya tuvieras de antes? ¿Es que no puedes bailar con ropa genérica de deporte? Claro, si quieres hacer escultura o tocar la viola sí se requiere más inversión, pero para acceder a muchas artes lo único que tienes que hacer es pintar en un papel o escribir en el móvil. En cuanto a la formación, vivimos en la era de Internet. Tenemos a nuestra disposición toda clase de cursos, tutoriales, clases y demás, gratuitas o a precio muy bajo.
Es cierto que, a menudo que se avanza, y si uno quiere profesionalizarse, se empiezan a necesitar más conocimientos y/o materiales mejores. ¿Veis qué palabra he empleado? Profesionalizarse. Es decir, pasar de la pura expresión de emociones a la práctica que te da de comer. Intentar vivir de ello. Y aquí, como es lógico, sí que hay barreras de entrada. Un abogado debe saber de derecho y tener acceso a códigos legales y bases de datos de jurisprudencia. Un médico debe saber de medicina y tener el instrumental correcto. Y un artista debe conocer las técnicas y tener los medios para crear lo que nos ofrece.
Es esto, precisamente esto, lo que quieren decir los tecnobros cuando hablan de «democratizar el arte». No te pone a ti más fácil expresarte artísticamente (eso, como hemos visto, era muy sencillo), sino que permite a las empresas prescindir de los profesionales a la hora de crear su imagen gráfica, su publicidad, su música comercial o cualquier otro elemento mínimamente creativo o artístico de su actividad. No va de arte, sino de abaratamiento de costes empresariales.
La lógica es perversa. El arte ya es democrático, pero la profesión artística sí tiene unas barreras de entrada que justifican que quienes la ejercen cobren por ello. Nos inventamos un programita que saca productos pseudo-artísticos (1) y afirmamos que podemos prescindir de los artistas profesionales. Cuando estos se quejan, los llamamos elitistas y decimos que queremos democratizar el arte. Jugada redonda.
La prueba de que esto va de abaratamiento de costes es que, fíjate qué casualidad, las IA «artísticas» crean dibujos siempre muy parecidos. El hiperrealismo ese feo, o incluso imitaciones de Pixar o Ghibli. Se demuestra así que sus fabricantes lo que quieren es emular estilos, no crear arte. El estilo es el sello de un artista o de un estudio, lo que te permite ver el dibujo y decir «esto lo ha pintado X». Y como el estilo es uno de los elementos que permiten al artista cobrar por su arte (yo no compro un cuadro; yo compro un cuadro de Fulanita Méndez), es precisamente lo que tratan de imitar los tecnobros. Es la pescadilla que se muerde la cola, porque cuanto más éxito tenga un artista, más imágenes habrá suyas y más probable será que alguien las utilice para entrenar una IA que le imite.
No quiero terminar sin dedicar unas palabras a una justificación que cada vez veo más. Las IA funcionan por medio de prompts, es decir, las sugerencias (frases, esquemas, dibujos) que le metes a la máquina para que te dé lo que le pides. «Hazme un dibujo de un señor con sombrero» es un prompt válido, pero también lo es «Hazme un dibujo de un hombre de mediana edad, de pie, con bigote y cara de enfado, que lleva un sombrero hongo de color marrón, todo ello en el estilo de Ibáñez».
Pues los tecnobros lo que dicen es que construir buenos prompts lleva tiempo y esfuerzo, lo que lo equipararía a una actividad artística de verdad. Esto es estúpido por varias razones. Primero, porque es una actividad improductiva: estás intentando describir un dibujo de la manera más precisa posible para que una máquina te dé lo que tienes en la cabeza, cuando sería mil veces más fácil hablar con un artista e informarle de lo que quieres por medio de un diálogo. Claro, para eso hay que pagar.
Segundo, porque el arte no va de que te cueste mucho hacerlo, sino de expresar lo que sientes. Que te haya costado más o menos escribir el prompt no convierte en más o menos artístico al resultado, igual que no es más artístico el cuadro de tres metros cuadrados de un artista consagrado que el dibujo en el margen que hizo cuando empezaba.
Y tercero, porque por mucho que te cueste hacer un prompt, tu contribución al producto final sigue siendo la misma. Es curioso que si yo le pido a un artista que me dibuje un señor con sombrero todos entendamos que el autor del dibujo es el artista (él es quien lo ha hecho, quien tiene la propiedad intelectual), mientras que si le hago exactamente la misma petición a una máquina, de repente haya un debate. En el primer caso, el proceso artístico lo ha dirigido una persona; en el segundo, no lo ha habido, sino que se ha sustituido por métodos estadísticos. Pero en ambos, quien quería el señor con sombrero se ha limitado a hacer una petición. Por muy detallado que sea el prompt.
Como ya he mencionado, una IA puede tener muchos usos útiles, pero el que esperan que le demos es sustituir a los profesionales bajo la bandera de una presunta democratización, todo ello mientras nos felicitamos unos a otros por lo preciso que nos quedó el prompt. Eso, para mí, es lo contrario del progreso. Porque el progreso no es tener maquinitas chulas, sino estar cada vez más liberados de las tareas repetitivas y agotadoras que constituyen la base de nuestra existencia y poder dedicar el tiempo a expresarnos, soñar y ser felices. O sea, a hacer arte.
(1) Me niego a llamar arte a un producto que no ha tenido una dirección artística humana.
¿Te ha gustado esta entrada? ¿Quieres ayudar a que este blog siga adelante? Puedes convertirte en mi mecenas en la página de Patreon de Así Habló Cicerón. A cambio podrás leer las entradas antes de que se publiquen, recibirás PDFs con recopilaciones de las mismas y otras recompensas. Si no puedes o no quieres hacer un pago mensual pero aun así sigues queriendo apoyar este proyecto, en esta misma página a la derecha tienes un botón de PayPal para que dones lo que te apetezca. ¡Muchas gracias!