“Si vienes a Madrid, ya eres de Madrid”.
Eso decía hace muchos años una propaganda institucional de la Comunidad de
Madrid. A mí me gustaba (¡la primera vez que me gustaba una propaganda
institucional!) porque me parecía que era verdad. Madrid siempre se ha preciado
de ser una ciudad muy acogedora, que puede integrar bien a todo el que llega;
más allá de tópicos, creo que es cierto.
A mi parecer –en los últimos tiempos
pienso bastante sobre estos temas– tiene bastante que ver con la propia
procedencia de la gente. Se suele decir que no hay ningún “gato” puro, es
decir, ninguna persona cuyos cuatro abuelos sean de Madrid. Y bueno, esa
afirmación no es completamente correcta, alguno habrá… pero no son muchos.
Madrid es una ciudad de aluvión. Los seis millones y medio de personas que
vivimos en esta comunidad (porque, vamos a ser realistas, la comunidad existe
en función de la ciudad) hemos ido llegando por inmigración. Si no nosotros, sí
nuestros padres o nuestros abuelos.
Esta capacidad de integración se ve a la
que hablas con gente que vive en otras partes. Todas mis amistades que residen
o han residido en Barcelona, por ejemplo (otra ciudad grande y muy poblada)
coinciden en que la diferencia se nota y mucho. En Barcelona es más complicado
entrar en los grupos de amigos, no por maldad sino porque en muchas ocasiones
todos se conocen desde críos. No es tan fácil que te inviten a las casas. Hay
una diferencia más notoria entre barceloneses de-toda-la-vida y población
flotante que va a estar un año de Erasmus o de hipstereo.
Durante mucho tiempo, Madrid ha
significado para mí libertad. He conocido a demasiada gente atrapada en pueblos
pequeños que cifraba todas sus esperanzas en poder venirse a esta ciudad. He
saboreado el anonimato de la multitud. He disfrutado de la oferta cultural, y
no me refiero solo a musicales carísimos y conciertos de grupos famosos, sino,
muy especialmente, a cosas más pequeñas, variadas y locales. He visto cómo es
una de las pocas zonas del país donde hay escena BDSM. He catado su impresionante
variedad gastronómica. Madrid es una ciudad que me gusta, es donde quiero vivir
en el futuro.
Y ahora estoy muy cabreado con ella
porque está echando a mis amigos.
“¿Quedar? Imposible, estoy viviendo en
Ávila, los alquileres en Madrid estaban impagables”. “Chicos, puede que no
venga más a rol porque a lo mejor me voy a vivir a media Europa de distancia.
Ah, y no lo sabré con demasiada antelación.” “Me mudo a Murcia; me ofrecen una
plaza vinculada a mi carrera profesional, cosa de la que en Madrid había
desistido. Es por pocos meses pero a lo mejor hay renovación o a lo mejor no.”
“No quiero comprar más trastos; si las cosas siguen así a nivel laboral tendré
que irme de la ciudad, y no quiero acarrear tanto peso”. Y así todo.
Basta. Basta, por favor, basta. La gente
que vive aquí sigue siendo acogedora y buena con quien llega, pero es casi lo
único que tenemos ya. El precio de los alquileres, por ejemplo, es una cosa que
me fascina, pero con la misma fascinación morbosa que da la descomposición de
un cadáver. En un momento dado estallará, pero entonces empezará de nuevo la de
las hipotecas: en este país no sabemos vivir sin especular con la vivienda, es
algo genético.
Esto no va de “pijos que quieren vivir en
la Puerta del Sol a precios de risa”, como se puede leer desde la derecha. Esto
va de que todo está cada vez más caro, incluso barrios que tradicionalmente han
sido baratos y de clase obrera, estén en el centro (Lavapiés) o fuera de la
M-30 (Puente de Vallecas). Va de gente cuchitriles de 20 metros cuadrados. Va
de que solo conozco dos clases de amigos míos que se hayan logrado
independizar: los que viven en pareja y los que se han ido a un piso propiedad
de su familia. Va de personas que comparten piso pasados los 30 años, sin
ninguna opción de conseguir algo mejor, con todos los efectos que eso tiene
sobre su autonomía y desarrollo personal (1).
El problema es que, si solo fueran los
alquileres, pues se sobrellevaría. Pero ¿y el transporte? El Metro de Madrid,
esa red que se supone que es el orgullo de la región, es cada vez más una
vergüenza. En los últimos tiempos tenemos el escándalo del amianto en los
trenes (es una hidra: cada vez que retiran uno parece que aparecen tres más con
ese problema) y el del hacinamiento en andenes y coches gracias a la reducción
de las frecuencias. Se lo han cargado mientras suben los precios, y las quejas
son constantes. Servicios lentos, poca frecuencia, tren averiado: ese es el haiku del Metro de Madrid.
De hecho, ¿fuera de Madrid os habéis
enterado de lo de la Línea 2? ¿De cómo las obras de un megacomplejo hotelero
para ricos en el centro de Madrid han afectado al túnel de una de las líneas
más concurridas del suburbano y de que, un mes después, ésta sigue cortada sin
solución aparente? Se dijo que solo iba a estar cerrada durante “dos o tres
días”. Ja. No se lo creían ni ellos. Tardaron tres semanas en gestionar que la
EMT pusiera un autobús de sustitución, y la propia reparación de la línea ya se
verá cuándo llega.
Los alquileres. El transporte. El
trabajo, cada vez más precarizado: si bien esto no es exclusivo de Madrid, todo
suma. La contaminación, gente, la contaminación: esa boina de mierda de Madrid
y ciudades adyacentes que se te mete por la nariz y te hace estar todo el día
tosiendo. Y todavía tenemos que aguantar a los mismos de siempre hablando del
derecho individual a entrar en coche hasta los retretes de la Fnac de Gran Vía.
Eso que se llama “la gentrificación”, y que en palabras llanas viene a
significar que áreas cada vez más grandes de la ciudad están pensadas solo para
consumir y no tienen ni un triste banco ni una triste fuente ni una triste zona
verde. Yo qué sé.
A esto se suma, como piedra de toque de
todo lo anterior, la Administración municipal. El PP de Madrid (no sé si será
igual en otras Comunidades Autónomas, imagino que sí) tiene esa capacidad
especial de dejar claro que se está riendo de ti, que no gobierna para ti sino
para una clase muy concreta de empresarios y de ricos. Voté a Ahora Madrid en
2015 con la intención de cambiar esto y, aunque el balance de su tarea de
gobierno es decepcionante (2), volveré a votar al partido municipalista que más
opciones tenga de salir, solo porque quiero evitar que vuelvan al poder los
mismos de siempre.
Aun así, y aunque se alineen los astros y
la izquierda blandita se mantenga en el consistorio, no tengo muchas
esperanzas. Los demás problemas permanecen, y siguen triturando y expulsando a
mis amigos más allá de la sierra de Guadarrama y del río Tajo. Llevo un tiempo
dándole vueltas a la idea de que me quedo solo; aunque no es estrictamente así.
sigo sintiéndome como una mierda. Y la cosa es que tampoco quiero hablar de mí,
porque peor tiene que ser para quien ha nacido aquí y debe irse, o para quien
vino hace años y sale rebotado.
Me temo que van a tener que modificar la
propaganda institucional. Un lema mucho más adaptado a la situación actual de
la ciudad podría ser: “Si vienes a Madrid, Madrid te tritura, te saca el jugo y
te escupe”. Y si no cambiamos mucho las cosas, así será por mucho tiempo.
(1) Ponte tú, por ejemplo, a reproducirte
cuando vives en una habitación de un piso compartido. Y luego Casado diciendo
polladas sobre el aborto.
(2) Ha hecho cosas buenas, pero entre los
presupuestos participativos que no se ejecutan, la tibieza de Carmena a la hora
de defender a sus concejales atacados por la derecha, sus propias broncas
internas (el caso Sánchez Mato fue una vergüenza) y la Operación Chamartín me
tienen muy mosqueado.
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