El otro día me invitaron a hablar en público sobre BDSM. Representaba
a mi asociación de sexualidad no convencional y mi posición era contestar a preguntas sobre
el tema que me lanzaría la persona que dirigía el acto. La primera fue, por
supuesto, “¿cuál es la diferencia entre BDSM y maltrato?” Digo “por supuesto”
porque es la primera cosa que te preguntan siempre cuando hablas de BDSM, igual
que cuando empiezas a hablar de poliamor inmediatamente te interrogan sobre los
celos.
La respuesta tópica a esa pregunta es
hablar del consenso. Una relación BDSMera es consensuada; una relación de
maltrato, no. En el BDSM ambas partes aceptan realizar algunas prácticas raras
porque les gusta y les excita. Hay límites, hay diálogo, hay negociación y hay
formas de parar a tiempo, cosas que nunca admite un maltratador. Hay incluso
protocolos, como el SSC o el RACSA, que pretenden servir de guía
para diferenciar una relación sana de una tóxica.
Sin embargo, en aquel momento esta respuesta
me parece insatisfactoria. No porque sea falsa, que no lo es (la diferencia
entre maltrato y BDSM es precisamente la que he descrito) sino porque es un
poco inútil para tratar con este tema en el día a día. Me explico: en toda
relación de maltrato (1), lo primero que hace el maltratador es hundirle la
autoestima a la víctima (2). Antes de que caiga el primer golpe, o incluso en
casos donde nunca cae ninguno, la víctima está emocionalmente enganchada a su
maltratador y llega a pensar que se merece lo que le está pasando. También puede
autoengañarse y, para no reconocerse como víctima, creer que está de
acuerdo con una situación que en realidad la está destrozando.
En ese punto, la diferencia entre
consenso y maltrato se difumina, al menos desde la perspectiva del tercero
bienintencionado. Pensé en el siguiente caso: viene una amiga tuya y te cuenta
que su novio, de forma habitual, se dedica a humillarla, a pegarla dejándole
marcas y a darle órdenes sobre cómo tiene que vestir. Cuando tú te alertas te
dice que te tranquilices, que es una relación BDSM, que es consensuada y que a
ella le gusta. Frente a ti hay una apariencia de consenso que no sabes si es
verdadera o falsa. ¿Qué haces? ¿Cómo sabes que es verdad? ¿Llamas al 016 o le
felicitas por tener una vida sexual tan variada?
Todas estas razones pasaron por mi cabeza
en un segundo. De repente, contestar con una referencia al consenso me parecía
insuficiente. Pero algo tenía que decir. La solución vino de mano de una charla sobre maltrato en relaciones no normativas a la que fui hace un par
de años y cuyo texto he repasado hace poco. Allí se decía que para identificar
una situación de maltrato no es tan importante lo que hace el supuesto agresor
como lo que siente la supuesta víctima. Si la supuesta víctima está feliz y
vive sin miedo, entonces no es tal víctima. Por el contrario, si está a la que
salta, tiene miedo de oír la llave en la cerradura, se pone nerviosa cada vez
que habla del tema… alerta roja.
Utilicé esa información para contestar, y
me sorprendió constatar que varios colegas míos del mundillo me comentaron este
punto de manera positiva. A veces descartamos demasiado rápido la posible relación
entre maltrato y BDSM. Es comprensible, porque estamos hasta las narices del
estigma. Pero la comunidad BDSM no es perfecta: en ella hay abusos, machismo y
gente tóxica, como en todas partes. Dado que el BDSM está de moda, temo también
que empiecen a aparecer maltratadores que lo usen de excusa. Así que será mejor
que le dediquemos a este tema una atención más profunda, que salgamos del “si
es maltrato no es BDSM” (lo cual es, como digo, cierto pero poco útil) y que comencemos a buscar
herramientas para combatir la toxicidad dentro del mundillo.
En conclusión: si tienes miedo de que
alguna amiga tuya que practica BDSM esté siendo maltratada, no preguntes por las
prácticas que realiza con su pareja. Éstas son irrelevantes o, como mucho,
sirven como corroboración secundaria. Indagad sobre sus sentimientos. Mirad cómo
habla de sus sesiones, qué cara pone cuando las describe: ¿es entusiasmo o es
miedo? Preguntad por el respeto a los límites o por la forma de negociar: no os
quedéis en sus valoraciones, tratad de ir a los hechos que hay detrás. Buscad otros
indicadores diferentes a la mera afirmación de que todo va bien.
El BDSM es un espacio de juego, de
exploración y de placer, y por ello tiene que ser un espacio de libertad. Para
ello debemos mantenerlo seguro. Si no lo conseguimos, hemos fracasado como
comunidad.
(1) Usaré como ejemplo la violencia de
género porque es prototípica y se adecua a este contexto, pero lo que voy a
decir sobre el maltrato puede aplicarse a toda clase de relaciones tóxicas: bullying, maltrato de progenitores a
prole, acoso laboral, etc.
(2) Y por eso es tan absurda esa especie
de dicotomía que planea por ahí que diferencia entre “maltrato de hombres
(=físico)” y “maltrato de mujeres (=psicológico)”.
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