¿Hay
algo más rancio que una cofradía de Semana Santa? Sí: una cofradía de la Semana
Santa sevillana.
Estos
días ha sobrevolado a media altura una noticia del ABC redactada con un
lenguaje que es pura Celtiberia. “El Ministerio de Cultura saca a la luz
imágenes prohibidas de los cristos de Sevilla”, dice la pieza, firmada
por un pieza llamado Javier Macías que debe ser muy regocijante de ver en su
vida personal. Además es un gran ejemplo, si no de ética periodística, sí de
proactividad: en vez de esperar a la noticia, se ha fabricado una a su medida
(con polémica incluida) y lo ha reconocido en el periódico.
El
asunto es el siguiente: resulta que el Ministerio de Cultura (más en concreto
el Instituto del Patrimonio Cultural de España, el IPCE), por transparencia, ha
publicado online, entre otros muchos
miles de documentos, unos cuantos informes sobre diversas restauraciones que se
han llevado a cabo en las tallas de las hermandades sevillanas. Esos informes
contienen fotografías que ilustran el trabajo hecho y las distintas fases del
proceso. Y a Javier Macías eso le ha parecido mal.
¿Y
por qué le ha parecido mal a Javier Macías? Pues, atención, porque las imágenes
son “íntimas” e “hirientes”. En ellas aparecen “las principales devociones
sevillanas diseccionadas, llenas de hierros, lo que ha desatado una enorme
polémica dado el impacto visual que causan”. Y, atención, lo peor de todo, es
que en todo el asunto el Ministerio trata a las tallas “como si fueran obras de
arte sin el componente religioso y devocional que despiertan”. ¡Traición,
ignominia! ¡Tratar a las obras de arte como obras de arte!
Así
que Javier Macías, muy indignado, publicó el artículo que he enlazado arriba y
además llamó a las hermandades para asegurarse de que lo vieran y se generara
una buena polémica, como reconoce en un segundo texto subido horas
después. Lo ha conseguido, claro está: si los capillitas son algo más aparte de
rancios es cerriles, y ya han salido en masa a quejarse de que les tocan los
muñecos de madera.
Los
argumentos son variados y más bien balbuceantes. El primero es el típico que
aparece siempre que los curas abren la boca en un debate público: “ay, es que
mis sentimientos religiosos”. Por supuesto, sus sentimientos religiosos llegan
hasta más allá de Orión, porque cuando eres un capillitas privilegiado siempre
está bien marcar lejos la frontera a partir de la cual puedes quejarte.
Al
parecer, los sentimientos religiosos ya no se ven vulnerados solo porque
alguien escarnezca a la religión o profane objetos sagrados (los dos delitos
contra los sentimientos religiosos que recoge el Código Penal), ¡sino también
porque se difundan fotos de una restauración aprobada por la hermandad o cofradía
dueña de la talla! Claro, es que son fotos indecorosas, porque aparecen el cristo
o la virgen despiezados y sin que se les guarde el respeto debido. Pues vale,
puedo entender que te moleste, pero hay un interés en la difusión de esas
fotografías y tus sentimientos no son suficientes para que deje de haberlo.
Esto
nos lleva al segundo argumento que han venido usando: que los informes eran
material científico y no divulgativo, y por ello no debían estar al alcance del
público general. ¡Hala! ¡Diga usted que sí, caballero! La ciencia, bien
guardadita en cajones bajo siete llaves, aunque se haya pagado con dinero
público. Las obligaciones del Estado en materia de transparencia que queden en
un segundo plano porque me molesta ver a mi talla en la mesa de reparaciones.
El
tercer grupo de argumentos, por llamarlos de alguna manera, tienen que ver con
la propia licitud en la difusión de las imágenes. El propio Javier Macías es el
primero en abonar esta idea, al hablar en su primer artículo de “imágenes
prohibidas” y al argumentar en el segundo que se necesita el permiso de la
cofradía o la hermandad para difundir fotos las tallas porque éstas “están
registradas”. Hoy, al ver que lo que dice no se aguanta, se ha descolgado con un tuit donde pretende aplicar… ¡la prohibición de hacer fotos en museos!
Vamos
a ser claros: las fotos las hizo el IPCE para sus propios informes mientras
restauraba las tallas para las hermandades en el marco de un acuerdo de
colaboración. Son, por lo tanto, propiedad intelectual del IPCE, y es el IPCE
quien decide si las guarda, las pone en Internet, las destruye o las envía por
correo en un sobre perfumado. Son suyas. Y no hay mucho más que hablar.
Vale,
¿y qué es eso otro de que algunas de las tallas están registradas y no se
pueden usar imágenes suyas sin permiso de la cofradía? Eso es, así escrito, un
bulo. Como todos los bulos se basa en algo cierto, claro está. Muchas de las
hermandades de todo el país han registrado el nombre y la imagen de su cristo o
virgen como marca. Así por ejemplo,
si yo quiero vender camisetas con la imagen de la virgen de la Macarena de
Sevilla (una de las registradas), tengo que hacerlo en las condiciones que me
imponga el titular de la marca: puede prohibírmelo, puede obligarme a pagarle
un tanto alzado o un porcentaje, etc.
Pero
este registro tiene, como todos, limitaciones. El más importante es que las
marcas se aplican en el tráfico económico. Si yo quiero hacer un fotomontaje de
la susodicha virgen para publicar en un programa de humor, si publico en
Facebook una foto de una procesión donde se ve esa talla o, como en este caso,
si ilustro un informe sobre la restauración de la escultura, nada de eso es
vulneración de marca. No estoy usando esa imagen para intervenir en el comercio
de bienes y servicios, sino para fines no lucrativos, y eso está fuera del
derecho de marcas.
Por
desgracia, el único argumento que han tenido que usar los cofrades es “somos
capillitas, damos mucho miedo, hacednos caso o iremos a cantaros saetas”,
porque el Gobierno ha reculado mientras se deshacía en disculpas. Le ha faltado
decir aquello de “Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”: retirará los
informes controvertidos y se disculpa por haber ofendido los sentimientos
religiosos de los cofrades.
Pues
al final sí que era verdad que los ofendiditos conseguían cambios.
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