El domingo pasado fue el día del Orgullo
Friki. No hice post al respecto porque quería hablar también de las elecciones
europeas, pero éste es un tema en el que tampoco quiero quedarme callado. Y no
quiero quedarme callado porque el Orgullo Friki es una celebración que no me
gusta, no sólo por el tipo de figura que ensalza sino también por la
normatividad que implica.
¿Qué a qué me refiero? Bueno, a cosas
como la siguiente: el otro día estuve en la tienda del CaixaForum donde, como
en todas las tiendas de museo, tienen cosas innecesarias a precios
muy altos. Y me puse a mirar los libros. Y allí, resaltados, había varios del
estilo “Tests para saber si eres muy friki”, “Guía para educar a un hijo
friki”, “Las nosecuantas películas que todo friki debe haber visto”, y demás
basura. Qué queréis que os diga, me dio mucho asco.
¿Cuándo nos hemos convertido en eso?
¿Cuándo nuestra afición por el rol, los videojuegos, los superhéroes, la
fantasía, la ciencia ficción, los wargames y todo lo demás se volvió una norma
de conducta? ¿En qué momento se decidió que haber visto “Braindead” puntuaba
más que haberse tragado “Mistery men” (1)? ¿Quién tiene el estándar de
verdadero frikismo que le permite juzgar a los demás? Siendo la nuestra una
afición tan amplia, ¿qué jodido sentido tiene establecer jerarquías? Aunque
pudiéramos categorizar a las personas según los productos subculturales que han
consumido, ¿qué puntúa más alto, un trekkie impenitente o alguien que se ha
tragado hasta la lista de la compra de Christopher Tolkien? En definitiva:
¿cuándo y por qué nos volvimos normativos?
El llamado Orgullo Friki me lleva a hacerme esa clase de preguntas. Yo no estoy orgulloso de ser friki. Tampoco avergonzado,
cuidado: si alguien va a prejuzgarme por mis camisetas o lecturas puede salir
de mi vida a la de ya. Pero el frikismo no es algo que haya que reivindicar
usando la idea de “orgullo”, tomada de grupos con problemas mucho más serios
que los nuestros. El frikismo es un conjunto de aficiones, punto. Nuestras
hipotéticas reclamaciones como grupo se centran en un solo punto, que no tiene
contenido político sino social: respeto a nuestra forma de pasar el rato. No
hay más. No estamos oprimidos, no hay un “mainstreamarcado” que pese sobre
nosotros y nos impida desarrollarnos. Muy al contrario: los frikis solemos ser
gente con un pack de privis bastante completito.
Los intentos de demostrar con ejemplos la
existencia de ese “mainstreamarcado” están condenados al fracaso. ¿Que no
puedes decir en una entrevista de trabajo que en tu tiempo libre te gusta jugar
a MMORPG? Seamos serios: tampoco queda bien que digas que eres aficionado a la
taxidermia, que preparas destilados químicos en tu sótano o que escribes
sistemáticamente cartas al director quejándote de todo. ¿Que hay niños que
sufren bullying en el recreo por ser frikis? Sí, los hay. Es el mismo tipo de
niños que antes de la irrupción de la subcultura lo sufrían por cualquier otra
causa: el acoso al débil ha estado siempre en los patios escolares y estará
hasta que logremos erradicarlo, pero no tiene nada que ver con lo nuestro. Y así
con todo.
Me atrevo a pensar que la mayoría de
quienes celebran (normalmente de forma muy simbólica, en Twitter y poco más) el
llamado orgullo friki nunca han pensado en esa cuestión en estos términos. Pero
era necesario plantearla así para hacer la siguiente pregunta: si no estamos
oprimidos, ¿exactamente para qué necesitamos una identidad común? Las
identidades, las etiquetas con las que nos definimos, son también corsés que
nos limitan y nos imponen comportamientos que igual no nos cuadran, porque se
trata de camisas de talla única que tienen que valer para muchas personas. A
veces son útiles, por ejemplo, cuando la quieres usar para una reivindicación
política o dar a tu interlocutor una idea de cómo eres sin contar tu vida.
Sin embargo, en el caso del frikismo, que
comprende un conjunto inabarcable de prácticas y gustos, ¿qué información aporta
la etiqueta? Al fin y al cabo, ¿qué diablos tienen en común un tío que se
dedica a colgar tutoriales de aventuras gráficas de los años ‘90 con otro que
se deja todos los meses 50 € en cómics de Marvel? ¿Dónde está el vínculo entre
el cosplayer que se disfraza de un personaje secundario de un manga que sólo ha
leído él y el fan de ESDLA que escribe fanfics infectos? ¿Y la relación entre
el consumidor impenitente de series policiacas y el que no puede dejar pasar
una semana sin masterear una crónica de Vampiro? ¿Por qué razón hay que
denominar “frikis” a esas seis personas? ¿Porque les gustan cosas distintas de
un conjunto de aficiones que alguien ha decidido que van en pack? Parece una
razón bastante débil, ¿no? En definitiva, ¿para qué vale esta etiqueta? ¿Qué ganamos
empleándola?
Creo que muy poco y que, por el
contrario, perdemos mucho. Como dije, el precio de definirte de cierta forma es
que te ves impelido a comportarte de esa forma. Y yo el arquetipo de friki
(obsesivo, con problemas para relacionarse con terceros, con unas aficiones que
le incapacitan socialmente, sin pareja y sin contacto con la realidad) no lo
quiero ni en pintura, gracias. Me da igual que me lo vendan en forma de Sheldon
Cooper o en forma de lista de “derechos y deberes del friki”. Simplemente no me
da la gana ser así. Rechazo una subcultura que me ha impelido más de una vez a
pensar “tengo que leer / ver / jugar X”, donde “tengo que” no era “me apetece”.
Termino ya. Recuerdo que, en su momento,
cuando yo pensaba menos sobre estos temas, me impresionó mucho esta
tira de Leie Cómics, en la cual Marcos Arroyo expresa exactamente lo que
quiero decir: que es muy triste que una serie de aficiones que nacieron
precisamente para evadirse de una sociedad con normas rígidas hayan terminado
conformando algo parecido a lo que querían evitar. En definitiva: “Animo,
chicos de negro. Espero que alguna vez encontréis el arcoíris.”
(1) Ejemplo sacado de uno de los libros
que me impulsó a escribir esta entrada. No me invento nada.