Vivimos
en el siglo XXI, una época de maravillas tecnológicas: Internet en el móvil, medicina
avanzadísima, robots, redes sociales… La sociedad cada vez es más abierta de mente,
y la legislación ha ido avanzando: matrimonio entre personas del mismo sexo,
control de la propia muerte, maternidad responsable y células madre. Toda
España está orientada hacia el progreso(1).
¿Toda?
No. Una aldea poblada por imbéciles irreductibles resiste ahora y siempre a la
evolución. En este paraíso neandertal Astérix y Obélix deben mantener en
secreto su relación, Panorámix se niega a que se investiguen los fundamentos científicos
de sus pociones y todos entienden que si Abraracúrcix le pega a Karabella es
porque algo habrá hecho, la muy zorra, siempre cuestionando en público la
autoridad de su hombre.
Evidentemente
en una democracia lo que uno crea o deje de creer no tiene la más mínima
importancia a la hora de exigir leyes de aplicación general. Es necesario
expresar las demandas en el lenguaje de la ética pública, y de ahí viene la
denuncia de esa supuesta discriminación. El problema es que esta alegación no
se sostiene por ningún lado: no es discriminatorio que otras personas puedan
hacer lo que a ti tu religión te prohíbe, siempre que no te lo impongan a ti.
Explicar esto en el siglo XXI da vergüenza ajena, pero el divorcio no es
obligatorio, Benigno. Nadie te obliga a divorciarte.
El
Estado está para garantizar un espacio de libertad y bienestar para todos, no para
protegerte de ti mismo y de tus propias debilidades. Si crees que no vas a
saber aguantar a tu pareja (o que no vas a saber hacerla feliz) y en algún
momento vas a acabar divorciado, no es problema del Estado. Aprende a enfrentarte
a tus miedos y a pasar de las murmuraciones que habrá en tu entorno si te
divorcias. Si no puedes hacerlo es tu problema, pero alegar que se te está
discriminando es absurdo.
Consciente quizás de la debilidad del argumento de la discriminación, el Foro de la
Familia da otro: la estabilidad social que se deriva del matrimonio estable.
Esto se basa más en una intuición que en datos reales, pero vamos a suponer que
es cierto: ¿cuánta libertad individual estamos dispuestos a sacrificar en aras
de la estabilidad social? ¿Cuánto bienestar? Hay que tener en cuenta que en un
matrimonio sin divorcio ningún acontecimiento posterior a la celebración puede
disolver el vínculo: si tu pareja te hace infeliz, te pone los cuernos, te
humilla, te pega o te viola no puedes olvidarte nunca de ella. Aunque te
separes y dejes de tener una comunidad de vida y bienes con ella (posibilidad
que preveía incluso la legislación matrimonial franquista) nunca podrás
reconstruir plenamente tu vida hasta que quedes viudo. Si luego te enamoras de otro
hombre u otra mujer no podrás casarte con él o ella, es decir, no podrás darle plenos
efectos jurídicos a vuestra unión de hecho. ¿De verdad queremos atar toda la
vida sentimental de una persona a una decisión que tomó hace cinco,
quince o cuarenta años?
Además,
resulta un poco naif el creer que la prohibición del divorcio ayuda a obtener
estabilidad social. Dice Blanco que en EE.UU. hay un estudio sociológico que
afirma que hay personas a las que "si les
hubieran obligado a reflexionar durante una situación de crisis matrimonial
podrían haber arreglado su situación sin recurrir al divorcio". Y
si mi tía tuviera ruedas sería un tranvía. Blanco no menciona cuántas personas están
en esa situación ni si son casos estadísticamente significativos. Además, el
estudio original no explica cómo pudo observarse la línea temporal en la que
esas parejas no pudieron divorciarse. Y finalmente, ¿de verdad coadyuva a la estabilidad social una pareja que no se aguanta pero que se mantiene junta porque no tiene otro remedio? ¿Y los hijos qué? ¿De verdad van a estar mejor en ese ambiente que si cada progenitor puede rehacer su vida y buscar la felicidad por separado? De nuevo: el divorcio no es un problema,
sino la solución a un problema. Si quieres optar por esa solución en vez de por
otras menos incisivas (como la separación o la asistencia de un consejero
matrimonial) es tu problema. Si temes divorciarte ve a un psicólogo, no al
legislador.
En su declarada voluntad de joder a todo el mundo, el Foro de
la Familia quiere también tocar el matrimonio normal, el que elegirían los que
no estén lobotomizados por el odio al divorcio. Pretende volver al divorcio
causal, es decir, a que no baste la mera voluntad para disolver el vínculo sino
que sea necesario estar en alguno de los supuestos legales. Este sistema es el
que estuvo vigente en España hasta 2005 y es una auténtica barbaridad, por
mucho que al final fuera un coladero y se divorciara el que quisiera(2): el
matrimonio no es un contrato, sino algo personalísimo. Pretender que un juez
pueda decirme si yo quiero o no divorciarme, o si quiero hacerlo lo suficiente
como para poder concedérmelo, o si quiero hacerlo por las razones adecuadas, es
un esperpento.
Esta
iniciativa no va a salir adelante: el propio Blanco se queja de la propia
receptividad del PP, partido lleno de divorciados, hacia sus demandas. Pero, de
hacerlo, nos encontraríamos con una situación curiosa: por un lado, un vínculo
conyugal de disolución complicada o imposible; por otro lado, unas parejas de
hecho cada vez más equiparadas al matrimonio mediante la fórmula de la “relación
de análoga afectividad”. Así las cosas, la legislación que Blanco quiere puede acabar
manteniendo a más personas fuera de la institución matrimonial. Muy bien,
Benigno, muy bien.
(1) Nota: este párrafo ha sido exagerado para conseguir una finalidad humorística. La cantidad real de progreso (marca reg.) podría ser menor a un 1%. Contiene trazas de cacahuetes.
(2) Sucedía exactamente lo mismo con el caso del aborto, que también era causal y también era un coladero. La intención actual de Gallardón de volver al sistema de indicaciones presagia la restauración de dicho coladero, por mucho que el señor ministro haya anunciado su intención de que no lo sea.