El lunes vi Infinity War. En ella, un
montón de tipos enmascarados y vestidos con trajes de colorines se enfrentan a
un titán loco que quiere conseguir seis gemas mágicas, las cuales le darán un
poder ilimitado. La película me pareció una maravilla, y al hilo de la misma me
propusieron escribir una entrada sobre derecho superheroico. Así que vamos a
ello: ¿qué pasaría si los superhéroes existieran? ¿Cómo reaccionaría el
ordenamiento jurídico a algo así? Hagamos un poco de especulación.
Lo primero que hay que decir es que los
héroes enmascarados ya existen. El fenómeno del vigilantismo no es nuevo: me
refiero a grupos de particulares que, dada la supuesta inacción de las instituciones,
deciden tomarse la justicia por su mano. Ha sucedido (y ha sido estudiado)
sobre todo en los EE.UU., donde curiosamente sus practicantes reciben el nombre
español de “vigilantes”, sin adaptar al inglés (1). Estos vigilantes forman patrullas, vigilan barrios, imprecan o denuncian
a los criminales, en algunos casos los linchan, etc. No es extraño que cada
cierto tiempo algunos de estos vigilantes, influidos por el fenómeno
superheroico, decidan ejercer su labor bajo un disfraz. Es entonces cuando
salen en la prensa, en artículos sobre “superhéroes de verdad” que les dan una
fama efímera.
Los vigilantes, estén o no enmascarados,
están sometidos a la ley. En España, por ejemplo, nada impide que un grupo de
vecinos patrulle su barrio, pero no puede detener a nadie salvo que le pillen
en flagrante delito. Además, cabe recordar que nuestro derecho prohíbe las
reuniones a las que acuda gente con armas (incluyendo objetos contundentes) y
las asociaciones paramilitares, por lo que estas supuestas organizaciones de
vigilancia tendrían muy restringido su ámbito de actuación. En Italia, por ejemplo,
la cosa no es así: una ley de la época dorada de Berlusconi (2009) permitió la
creación de patrullas uniformadas pero no armadas. La cosa pronto degeneró en
grupos neonazis, claro.
En principio, la aparición de personas
con poderes superheroicos o con capacidades asimilables a los mismos (Iron Man,
Batman) no debería cambiar nada. Estamos ante particulares que deciden tomarse
la justicia por su mano: les es aplicable la ley de cada país, que no suele
tolerar muy bien estas conductas. Aparte, son responsables civil y penalmente
de sus actos. Si defendiendo su barrio matan a alguien, van a la cárcel por
homicidio imprudente; si causan daños (y, vistos los cómics, parece que suelen
causarlos), responderán por ellos y tendrán que pagar los destrozos. Por ello,
si te vas a dedicar al superheroísmo es mejor que seas un millonario que un
adolescente de Queens.
Pero claro, a poco que uno empiece a
pensar, para la asunción de estas responsabilidades es un verdadero
inconveniente que uno lleve máscara. Vale, sí, Wonder Woman ha salvado la
Tierra una vez más, pero si yo quiero demandarla porque en la batalla ha tirado
mi coche contra Thanos (2), ¿a nombre de quién dirijo el escrito? Vemos que la
idea de una ley de registro de superhéroes se desliza sola. Es necesario que haya
un registro donde conste cómo se llama cada enmascarado y, sobre todo, qué
dirección tiene a efectos de determinar qué tribunal tiene competencia para
conocer de estas demandas. Ese registro debería ser, si no público, sí abierto
a quien acredite interés legítimo.
Aunque bueno, si establecemos un registro
tenemos un problema: ¿a quién inscribimos? Porque algunos superhéroes no son
humanos. El Código Civil español dice que la personalidad la da el
nacimiento, y que el nacimiento se entiende producido “una vez producido el
entero desprendimiento del seno materno”. ¿Qué pasa con los androides? ¿Tienen
personalidad jurídica Visión o (entre los malos) Ultrón? Porque si no es así (y
según el derecho español no es así) no se les podría demandar por los daños que
provoquen. Serían simples cosas, bienes descontrolados, y la demanda debería
dirigirse contra sus dueños.
El caso de los androides y seres
artificiales es, sin duda, el más peliagudo. Porque sí, en la nómina de los
equipos superheroicos hay dioses (Thor), semidioses (Hércules), extraterrestres
(Superman) y amazonas inmortales (Wonder Woman), pero todos ellos se pueden
decir que “nacieron”. Cierto, no nacieron de seres humanos, pero el Código Civil
no menciona ese requisito. Como curiosidad, cabe decir que antes de la reforma
de 2011 el criterio para determinar la personalidad no era el desprendimiento
del seno materno, sino el de nacer con figura humana. Este requisito apareció en
la época romana y fue copiándose de una ley a otra sin excesivo sentido
crítico. Servía para evitar que se tuviera por humanos a los monstruos que, se creía,
podían parir las mujeres (3). ¿Habría podido usarse para denegarle la condición
humana a Thor o a Superman?
A la hora de matricular a alguien en
nuestro registro de superhéroes pienso también en cuestiones de poderes
descontrolados. No en la simple extralimitación o mal uso de un poder que pueda
causar daños (ahí aplicamos la responsabilidad por negligencia y santas
pascuas), sino en los casos donde el poder cambia por completo la personalidad
de su poseedor. Es un problema. En concreto, un problema grande, verde y gruñón.
Según los cómics, Hulk y Bruce Banner son seres distintos, que conviven dentro
del mismo cuerpo pero que se odian. ¿Se pueden imputar a Banner las cosas que
haga Hulk? Ya no hablo solo de responsabilidad civil, sino de delitos. Si Hulk
mata o hiere a una persona, ¿qué sentido tiene meter en la cárcel a Banner?
A mi juicio el asunto podría aclararse si
consideramos que Banner es inimputable, es decir, que tiene una enfermedad (el
Hulk) que le impide comprender la ilicitud de los hechos que realiza o actuar
de acuerdo a esa comprensión. Una persona inimputable no puede ser condenada
por los delitos que cometa, pero sí se le pueden imponer medidas de seguridad
destinadas a eliminar la causa de inimputabilidad. La más grave de esas medidas
es el encierro forzoso en un centro de tratamiento. Y eso plantea el siguiente
problema: aun suponiendo que logres mantener a Hulk dentro de un edificio del
cual quiere salir, ¿cómo lo “curas”?
La verdad es que la idea del registro de
superhéroes tiene, como vemos, muchos huecos. Quizá sea mejor no buscar
responsabilidades individuales y que sea el Estado el que indemnice a quien corresponda
por los daños causados por los supertipos. El problema aquí es que, claro, la
mayor parte de héroes enmascarados no quieren ser funcionarios, pues serlo
implica una serie de controles y supervisión a los que no están acostumbrados.
Y si los superhéroes no actúan bajo el mando de los poderes públicos, queda un
poco feo que sean éstos quienes asuman las indemnizaciones correspondientes.
Me he limitado a esbozar algunos
problemas graves que generaría la existencia real de superhéroes. La conclusión
solo puede ser una: lo siento, frikazos míos. Ya sé que a todos nos gustaría
tener poderes y salir por ahí a combatir el mal, pero eso generaría un carajal jurídico
demasiado grande. Mejor lo dejamos.
(1) Probablemente no es una casualidad
que el comic Watchmen se llame así. “Watchmen” significa “vigilantes”, y uno
de los temas del cómic es hasta qué punto chalados disfrazados sin ningún poder
real (como todos los protagonistas del tebeo salvo el doctor Manhattan) pueden
pasar por encima de la policía y de los jueces a la hora de aplicar la ley.
(2) Sí, Wonder Woman y Thanos son de
editoriales distintas. Yo qué sé, no conozco villanos de DC a escala galáctica.
(3) En tiempos contemporáneos el
requisito de la “figura humana” se relacionó con la viabilidad del recién
nacido.
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