El martes de esta semana salieron
publicados en el BOE dos resoluciones de la Dirección General de Evaluación y
Cooperación Territorial por las cuales se aprueba el currículo de la asignatura de
Religión Católica para Primaria y ESO y para Bachillerato. Han sido
objeto de un comentario crítico bastante acertado dado su carácter claramente
evangelizador.
Efectivamente, el texto de las
resoluciones dice auténticas barbaridades. Así, llega a afirmar la “dimensión
religiosa de todo ser humano”, concepto rotundo donde los haya, que implica que
los que no tenemos esa dimensión (por ser ateos, agnósticos o simplemente
pasotas) no somos verdaderos humanos. Me encanta cuando el BOE de mi país me
niega la condición humana o afirma que soy imperfecto. Pero el festival del
humor involuntario sigue. La enseñanza católica “ayudará a los estudiantes a
ensanchar los espacios de la racionalidad”, pues es “contribución decisiva a la
formación integral de la persona”. Además, los objetivos en Primaria son “poner
de manifiesto la profunda unidad y armonía de la iniciativa creadora y
salvífica de Dios”, cuya existencia se impone “como dato evidente” a los
sentidos. Eso sí, “lejos de una finalidad catequética o de adoctrinamiento”. La
Iglesia, como siempre, maestra en el arte del doblepensar.
La risa se corta y pasa al miedo cuando
ya bajamos a los contenidos concretos del programa. En 1º de Primaria es
evaluable conocer que la persona es capaz de hablar con Dios y saber rezar
(porque, recordemos, esto no tiene finalidad de adoctrinamiento). En 2º, asumir
que la persona es incapaz de ser feliz sin la ayuda de Dios. En 3º, alabar la
caridad. En 6º, creerse que la plenitud humana sólo se alcanza con Dios. En la
ESO, haberse tragado ya toda la morralla y ser capaz de repetirla. En
Bachillerato (donde, por cierto, esta asignatura se expande a ambos cursos), justificar
todas las barbaridades que históricamente ha hecho la Iglesia en el conflicto
entre ciencia y fe. Y así prosigue un rato largo.
Se ha denunciado que este
currículo es horrible, un retroceso respecto del anterior (que hablaba de
otras religiones y demás) y que qué locura. Y yo estoy muy de acuerdo con la
crítica a este currículo, pero ¿sabéis qué? Que en el fondo me da igual.
Como leéis: me da lo mismo. Porque el
problema no es este currículo, que sea mejor o peor que el otro o que adoctrine
más o menos. El problema es la asignatura de Religión en sí. ¿Alguien es capaz
de explicar razonadamente que hace ahí, quitándole tiempo a materias de verdad
y sirviendo para que el Estado le pague sueldos públicos a los enchufados del
obispo de turno? La verdad es simple: esa asignatura nace de los Acuerdos entre España y la Santa Sede que, negociados a la vez que se redactaba la Constitución,
configuraron las líneas maestras en que se mueve nuestra política religiosa (1).
El Acuerdo sobre Asuntos Económicos
obliga en su artículo II a dar la optativa de Religión. El artículo VI declara
que son las autoridades eclesiásticas las que establecen los contenidos del
programa. Efectivamente: ese programa que tanto nos indigna ha sido aprobado
por la Conferencia Episcopal y el BOE se limita a darle publicidad. El Estado no
ha intervenido en su elaboración y la Iglesia, si quiere, lo cambia mañana por
uno mejor… o peor.
El problema es que este arreglo es
lógico. Si se mantiene la asignatura de Religión Católica, que no es otra cosa
que el adoctrinamiento del alumnado en las creencias de un determinado grupo religioso,
es lógico que sea este grupo religioso quien decida los contenidos. ¡No los va
a decidir el Estado, que se supone que debe ser neutral en estas cosas! Y este
argumento no es mío: lo ha expresado el Tribunal Constitucional en la sentencia
que declaró ajustado a Derecho el que sean los obispos quienes elijan a los
profesores de esta asignatura, aceptando que tengan en cuenta las opiniones y
el modo de vida de los candidatos.
Por ello, si nos indigna ver a curas
legislando, la solución no es que sea el Estado quien disponga el currículo de
esta asignatura. Si nos molesta ver a profesores seleccionados por los jerarcas
eclesiásticos cobrando dinero público por adoctrinar la respuesta no es
convocar oposiciones. En ambos casos, la única forma de actuar es atajar el mal
de raíz, eliminar la asignatura de Religión (sea la católica, la musulmana
o la evangélica) de la educación pública y que sea cada confesión, si le
apetece, la que se encargue de la captación y formación de nuevos socios.
(1) Hay cinco acuerdos: el Básico,
de 1976, que incide en la separación Iglesia-Estado, y cuatro sectoriales, de
1979, que se encargan de asuntos jurídicos, educativos, económicos y de la
asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas.