En España el
término “liberal” se ha cargado de siniestras connotaciones. Se asocia con
personas que no sólo buscan un Estado mínimo sino que son descaradamente
conservadores y elitistas. En definitiva, se asocian al liberalismo medidas
como la eliminación del matrimonio entre personas del mismo sexo, la protección
institucional de la Iglesia católica o la promulgación de leyes fiscales
favorables a los ricos (SICAV, amnistía...), cuando lo cierto es que esas
medidas proceden de una tradición intelectual distinta y mucho más pobre, la
del conservadurismo. Ambos términos parecen estar indisolublemente unidos, y
quiero explicar por qué: mi tesis principal es que, aunque son tesis en
principio contrapuestas, suelen reunirse en las mismas personas. Pero empecemos
por el principio.
Los filósofos
de la política suelen construir sus tesis con la finalidad de defender un valor
que consideran supremo: la libertad, la utilidad, la igualdad, la identidad, la
capacidad, etc. Una vez discutida la validez de cualquiera de esos bienes para
fundar una teoría de la justicia robusta, el siguiente paso es obvio: predicar
su extensión en igualdad a todos los seres humanos. En este sentido amplio
todos los teóricos de la justicia defienden la igualdad: simplemente no se
ponen de acuerdo en qué debe ser igual para todos.
El bien
que defienden los liberales es la libertad: todos tienen que tener un cierto
acervo de derechos que pueden ejercer con plena libertad (libertad de
conciencia, de credo, de expresión, de residencia, de circulación, de reunión,
de asociación, etc., así como propiedad privada). Todos son iguales ante la
ley, lo cual implica que no puede haber discriminación entre los sujetos que
hay en el círculo de la moralidad: por eso todas las luchas de liberación que ha
habido (abolicionismo, feminismo, movimiento por los derechos civiles,
movimiento LGTB) han sido para ampliar ese círculo de la moralidad a personas
inicialmente ajenas a él (esclavos, mujeres, negros, LGTB).
El
liberalismo se detiene ahí, sin considerar las capacidades que hay detrás de
esos derechos. O, lo que es lo mismo, le basta con concederle a todos libertad
de conciencia sin pensar en todos los que no pueden formar una conciencia
libre. Libertad de expresión, sin pensar en que habrá algunos que no sepan
expresarse correctamente. Libertad de residencia, sin pensar en que existirán
personas que vivan en chabolas. Como decía el revisor del tren en El viaje del profesor Caritat, “Puede usted pagar por permanecer en el tren o pagar
por bajar al andén. En este país dejamos a la gente elegir”.
En
definitiva, el liberalismo es ciego al hecho de que hay personas cuya capacidad
para ejercer cualquier libertad es menor que la de otros, por lo que en la
práctica su libertad es menor. O, en otras palabras, un iletrado trabajador
fabril londinense no va a saber expresarse tan bien como un ilustrado profesor
de Oxford, aunque los dos tengan en teoría la misma libertad de expresión. Un
minusválido no puede ejercer su libertad de movimientos igual que alguien que
no lo es, aunque ésta en principio sea la misma. Un pobre no puede elegir
residencia con la misma libertad que un rico.
Este punto
es importante porque es el nexo de unión entre las dos tradiciones. Como
acabamos de ver, el liberalismo respeta las capacidades dadas por el contexto
social. Al ser una ideología fuertemente meritocrática, asume que si alguien
está por debajo de otro en capacidades es porque no puede llegar más alto, es
decir, que es “natural” que esté así. Cuando este pensamiento irrumpe en la
política europea, y después de los primeros estallidos revolucionarios,
encuentra rápido acomodo entre las clases altas. Se viste muy pronto de un
ropaje eclesiástico: si hay personas con menos capacidad para ejercer los
derechos (sea esta incapacidad real o falsa, como en el caso de mujeres y
negros) es porque Dios lo quiso así.
Muy pronto
el liberalismo, que había empezado siendo una ideología liberadora, se vuelve
conservador. Hay tentativas de recuperar un liberalismo progresista, más
orientado a las capacidades, pero son superadas por la izquierda (como la
alianza Lib-Lab en Gran Bretaña, que acabó con la quiebra total del Partido
Liberal) o tienen que apoyarse en ésta (como en la Francia de la III
República): los partidos liberales de izquierdas caían en una contradicción
importante, pues atender a las capacidades implica dejar el liberalismo de
lado. Por el contrario, el liberalismo conservador resulta más coherente.
Sin
embargo, liberalismo y conservadurismo tienen programas políticos distintos. El
liberalismo es laicista, librecambista y universalista; el conservadurismo es
partidario de la posición institucional de la Iglesia Católica, proteccionista
y particularista. ¿Cómo se articularon ambas ideologías en las cabezas de los
liberales? Gracias a la increíble capacidad del ser humano para ser incoherente
y al pragmatismo requerido en política: el pensamiento conservador pasó a guiar
las cuestiones sociopolíticas mientras que el pensamiento liberal pasó a guiar
(al menos parcialmente) el pensamiento económico.
Esta es la
lógica que la mayoría de los autoproclamados liberales siguen hoy en día en
España. Es la que define el pensamiento neoconservador, que en realidad no es
otra cosa que la reedición de esa vieja alianza, consolidada por el hecho de
que las elites económicas actuales han hecho su fortuna en un paradigma liberal
globalizado. Y es contra la que se pretenden rebelar los teóricos neoliberales,
que en realidad (y como ellos mismos dicen) no son otra cosa que liberales clásicos
carentes de las limitaciones del conservadurismo. No es que yo apoye sus tesis,
pero desde luego son bastante más coherentes e interesantes que el conservadurismo
con olor a naftalina.