Soy abogado. Eso tiene cosas buenas y
cosas malas. Entre las cosas buenas están los chistes de estar ahí colgado y la
posibilidad de vestir toga, una ropa que oculta con eficacia las redondeces del
cuerpo. Entre las cosas malas, y por encima incluso de las dudas jurídicas que
te plantean conocidos (o desconocidos) en las situaciones más inverosímiles, se
alza con luz propia la revista del Consejo General de la Abogacía Española, que
llega a casa con la misma puntualidad que los cobros de un seguro de
vida.
Qué mala es. Pero qué mala es, por Cristo bendito. Se trata
de un panfleto dedicado en exclusiva a la autofelación profesional: páginas y
páginas sobre congresos celebrados por la Abogacía, sobre premios otorgados por
la Abogacía, sobre comunicados emitidos por la Abogacía y sobre nombramientos
en instituciones de la Abogacía. Todo ello con transcripciones de los discursos
de dichos actos, donde los participantes se agradecen mutuamente la presencia. Qué
buenos somos, cómo nos queremos, qué poco le importa a nadie más lo que
hacemos. Los artículos de fondo, que están al final, son a veces interesantes,
pero en la mayor parte de ocasiones resultan ser bodrios infumables y larguísimos
redactados por “amigos de” y sin el más mínimo criterio de calidad en la
selección.
Pero sobre todo lo que me mata es la
perspectiva tan aberrantemente institucional que adopta cualquiera que escriba allí. ¿Que a qué me refiero?
Sencillo. Estamos en la crisis constitucional más profunda desde que se adoptó
la Constitución de 1978. Tanto la monarquía como las Cortes y el modelo
territorial han sufrido embates en los últimos años. 2018 es el primer año en
el que ha triunfado una moción de censura, y 2017 fue el primero en el que se
aplicó el famoso artículo 155 CE. El régimen huele a descomposición por todas
partes. La semana pasada fue el 40 aniversario del referéndum que aprobó la
Carta Magna de forma definitiva, es decir, el cuadragésimo cumpleaños de “la
consti”. Sin embargo, no se celebró muy en alto porque no está el horno para
bollos.
Pues bien, ésta es la portada del número
de noviembre de la revista del CGAE:
¿El 40 aniversario de la qué? No me había enterado. |
No me digáis que no es maravillosa. Y el
contenido no desmerece, ¿eh? Artículos de plumillas de primera línea (algunos
de ellos muy conocidos en su casa a la hora de comer) donde parece que
estuviéramos en 2005: que la Constitución sigue molando mucho pero que hay que
reformarla desde el consenso. En serio, todos dicen eso. Hay uno muy gracioso
que se titula “En defensa de la Constitución” pero dedica el primer párrafo a
decir que la Constitución no necesita defensa y que además ya se ha reformado
dos veces. Sí, la reforma del artículo 135 nos la venden como prueba de algo,
que hace falta echarle narices.
El resto del panfleto es también
precioso. Hay humor gráfico sobre la Constitución, con humoristas gráficos de
actualidad como Forges o Peridis. Hay entrevistas a “los nietos de la
Constitución”, que son pijillos nacidos a finales de los ’90 y que descienden
de los padres de la cosa. Hay unas propuestas de reforma de la Constitución.
Hay un anecdotario constitucional (¿sabíais que la palabra más repetida en todo
el texto es “Ley”? ¡Apasionante!)... en fin, cualquier cosa por intentar que
huela menos a naftalina. No lo logran.
Cada vez que leo la revista de la
Abogacía me asaltan las mismas dudas: ¿cómo se sentirá por dentro un lacayo de
éstos? ¿Sabrá incluso que lo es? Seguí de cerca las acciones reivindicativas de
los abogados contra la Ley de Tasas, por ejemplo, y daban vergüenza ajena:
comunicados muy indignados de los órganos colegiales, manifestaciones de diez
minutos por las mañanas en la puerta de los Juzgados, cuelgue de togas en las
fachadas de los Colegios... ideas de bombero, vamos. Cosas que solo se les ocurren a quienes no han
protestado en la vida. La revista funciona igual: todo se hunde y ellos, como
la orquesta del Titanic, tocando sin parar.
En cuanto a la Constitución, ha cumplido
40 años. Sí. Yuju. Y uno tiene la sensación de que más que una norma de
convivencia fue una tapadera claveteada encima del hervidero que es España con
la intención de dar un aspecto de normalidad. Hasta la fecha ha ido
funcionando. Pero cada vez más los clavos empiezan a saltar. De cacerías en
Botswana a legislaturas fallidas, de plenos vergonzosos del Tribunal Supremo a
cargas policiales en colegios electorales, de abdicaciones apresuradas a
másteres otorgaodos a dedo, el régimen se descompone. No es ya la ley que lo
regula, es la gente que lo compone.
Ante todo esto, cuando llega el 40
aniversario de la Constitución española, creo que procede suspender toda la
cháchara sobre reformas pasadas o posibles de la Carta Magna, analizar el
presente, mirar con serenidad al futuro y hacerse una única pregunta: ¿qué
posibilidades hay de que lleguemos a ver un 50 aniversario? Yo, la verdad, cada vez las veo menores.
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Yo la verdad no entiendo que vendan tanto la moto. Quiero decir, en la Historia española hemos tenido más de media docena de constituciones (y solo en los últimos 200 años) que han estado en vigor, y la primera Constitución española como tal solo estuvo en vigor durante 2 años (1812-1814) y un periodo de transición antes de aprobar la Constitución de 1837 (que estuvo en vigor 8 años). Que haya llegado a 40 años es algo casi inaudito (solo superado por la Constitución de 1876, que estuvo en vigor hasta 1923).
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