Buenos días.
Te escribo esta carta a ti, profesional
de la salud que me has atendido mal alguna vez. Sé que tienes muchas cosas que
hacer, que tu trabajo es importante y que incluso hay vidas que dependen de ti,
pero quiero que te pares a leerla. No te va a ocupar mucho tiempo y, ¿quién
sabe?, a lo mejor te ayuda a hacer mejor ese trabajo tan vital.
La cuestión es, en realidad, muy
sencilla: soy una persona. Puede que esta revelación te parezca una tontería. “Ya
sé que eres una persona”, dirás. El problema es que cuando te limitas a
diagnosticar y recetar sin apenas escucharme, yo no me siento como una persona.
Me siento como una mercancía: entro por la puerta, me gestionan, salgo por la
puerta. He usado el verbo “gestionar” de manera consciente, porque así es como
me he sentido más de una vez al salir de la consulta. Casi podía oír como tu bolígrafo
tachaba la tarea cumplida antes de que salieras para seguir llamando pacientes.
Por eso he creído que era necesario recordártelo.
Oh, no hace falta que lo digas. Sé que
para ti es un aburrimiento repetir siempre lo mismo, explicar día tras día las
mismas cosas a los mismos pacientes que no entienden nada, que hacen preguntas
estúpidas y que no siguen los tratamientos. Pero resulta que para mí tampoco es
divertido estar en una sala de espera. A un hospital nadie va porque quiere. Va
porque algo le duele, le preocupa o le molesta. Y quiere, antes que una
impersonal receta, un poquito de empatía.
Vale, es cierto, para ti es un trabajo. Y
en un trabajo sanitario no puedes implicarte emocionalmente si quieres hacerlo
bien. Lo sé, y no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo. Porque tú
elegiste estar ahí. Pasaste años en una carrera, luego hiciste una oposición
(los famosos exámenes MIR, EIR, PIR, etc.) y después te tiraste unos cuantos
años de residencia. Tú has escogido voluntariamente un trabajo donde no se trata
con problemas abstractos sino con personas que sufren. ¿Que la gente te da
igual, que escogiste este trabajo por el prestigio, por el sueldo o por
presiones familiares? No es mi problema.
En este punto de la carta quizás el
enfado empiece a nublarte el juicio. A lo mejor el “impersonal receta” de hace
dos párrafos sigue resonando por tu cabeza y estás pensando en llamarme magufo
y acusarme de favorecer a las pseudociencias. Lo siento, pero no vas a ir muy
lejos por ese camino. Soy plenamente consciente de que las autodenominadas
“medicinas alternativas” son estafas, y me entristece ver a gente lucrándose
con ellas. Pero quizás deberías darle una vuelta a cuál es la razón por la que se han vuelto algo tan común. Más de una vez, al salir de alguna consulta
donde se me había tratado particularmente mal, he pensado que probablemente un
homeópata me habría servido igual (1) y al menos no me habría hecho sentir como
basura. Y eso es un problema muy grave del sistema de salud.
Hablando del sistema de salud, yo sé que
en la sanidad pública los recursos son los que son y el tiempo es el que es.
Pero no le eches la culpa a esos factores, porque sabes perfectamente que no
son los únicos que influyen. Además, te sorprendería saber cuántos de tus
pacientes estamos de tu lado cuando decides luchar por una sanidad pública
fuerte, con recursos y orientada al paciente. Así que no, no disfraces tu
cansancio y tu desatención de lo que no es. No cuela e insulta mi inteligencia.
Es posible que quieras recomendarme que, si
alguien me trata mal, interponga una queja. El problema es que yo no estoy
hablando de vulneraciones graves. No se trata de humillaciones o de maltrato:
se trata de simple desidia, de mal hacer, de bromas a destiempo, de no escuchar
ni importarte una mierda la persona que tienes delante. Nada sancionable, aun
en el caso de que pudiera probarlo.
Termino ya recordándote una última cosa:
tú, como profesional de la salud, estás en una situación de poder respecto de
tus pacientes. No hablo ya del poder obvio de decidir qué medicinas toma el paciente
o si procede internarle contra su voluntad, sino de algo más sutil. De
autoridad. De la fuerza moral que te da haber estudiado profundamente la salud
humana (física o mental) y los medios para mantenerla.
Creo que te resulta complicado entender
este punto, así que lo aclararé. La gente va a tu consulta y te cuenta tus
preocupaciones porque confía en ti, porque sabe que puedes hacer que se sientan
mejor. Tus afirmaciones, tus silencios y tu forma de tratar a los pacientes
tienen unos efectos en nuestro ánimo y en nuestra moral que pueden ser
devastadores. No voy a llegar al extremo de decir que pueden curar o matar,
pero a veces son la diferencia entre que yo me vaya a mi casa deseando morirme
o silbando tan campante.
Aprende, por tanto, a usar ese poder para
bien. Si no sabes, tienes a tu alrededor personas que sí, que saben hacer que
sus pacientes se sientan mejor sin poner en peligro la debida profesionalidad. Y si no
quieres aprender, sinceramente espero que tengas una carrera profesional corta
y que jodas la vida del menor número posible de personas.
Sin otro particular se despide,
Tu paciente
(1) Siempre se trataba de casos donde no
se había realizado un acto médico o éste había sido irrelevante, como la vez
aquella que fui a pedir pruebas para una enfermedad y acabé siendo citado para
hacerme pruebas de otra debido a que el médico no encontraba la correcta en el
sistema informático. Es decir, casos donde no se había hecho medicina y, por
tanto, me habría servido igual un homeópata.