Uno de los principales problemas que
tiene el rechazar la monogamia es que, de repente, careces de referentes. En la
ficción que consumes (libros, películas, canciones) todas las relaciones son
monógamas, los cuernos son recursos de trama y siempre se sufre mucho porque no
se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco. Y qué decir si hablamos
de personas reales. Los famosos de la tele son monógamos, los políticos son
monógamos, tus parientes son monógamos, tus amigos son monógamos… ¡todo el
mundo es monógamo!
Con la posible excepción del papa.
Esta falta de referentes hace que, para
la gente no monógama, sea habitual reunirse para hablar de relaciones. Encuentros
mensuales como las Policañas, convenciones anuales como la Opencon y
convocatorias más pequeñas. Yo ahora mismo estoy en un grupo de lectura donde
estamos comentando Opening Up, por
ejemplo. Y fue en ese grupo de lectura, al tratar del capítulo dedicado a las
razones por las cuales la gente escoge la no monogamia, donde una compañera
expuso el argumento siguiente.
La idea de que una pareja es alguien que
tiene que llenarte, que complementarte, que cubrir todas tus carencias, es en
realidad una idea bastante nueva. Antes las decisiones de casarse eran mucho
más pragmáticas: “tu familia tiene vacas, la mía tiene praos, vamos a casarnos”. Por supuesto cada caso sería un mundo,
pero el enfoque era diferente al que tenemos ahora: las personas tenían más en
cuenta la trascendencia social de sus actos. Casarse no era algo que afectara
sólo a los cónyuges, sino también a sus estirpes. Estaba en juego el patrimonio
familiar.
[Evidentemente hablo de casos donde había
patrimonio que transmitir, y esta precisión se hizo también en el debate: las parejas pobres
tenían aquí más libertad que las ricas.]
Por supuesto, entender la monogamia como una institución
para recibir, acrecentar y transmitir los bienes de la familia no es
precisamente algo novedoso. Pero lo que aquí interesaba eran los
efectos psicológicos de esta forma de ver las cosas. Si el matrimonio es una
especie de sociedad para conservar y aumentar el patrimonio familiar, para
conseguir más vacas y más praos, el
enfoque que se le da es distinto. No se supone que tu cónyuge tenga que
complementarte en todos los aspectos de su vida, y de hecho lo normal es que no
lo haga (1). Vale que un cierto acuerdo entre cónyuges, algún nivel de
entendimiento y de amor, es deseable y debe buscarse. Pero no es
imprescindible, y desde luego no tiene por qué estar ahí desde el principio: al
fin y al cabo el roce hace el cariño, ¿no?
Pero pasa el tiempo y la perspectiva
cambia. Llegamos a mediados del siglo XX, aparece con fuerza la clase media y el
tema de la transmisión del patrimonio pasa a un segundo plano. La monogamia
deja de tener el sentido que había tenido tradicionalmente y es necesario
buscarle otro. ¿Cuál? Pues, en tiempos de individualismo, la justificación de
la monogamia debe ser individualista: que tu pareja cubre tus necesidades, te
complementa, te completa. Te satisface. Vuestra unión no tiene más sentido que
satisfaceros y, si no lo hace, si no llena todas las facetas de tu vida… es que
algo no va del todo bien, ¿verdad?
La persona que desarrollaba este
argumento terminó diciendo que casi estaba más de acuerdo con la monogamia “de
vacas y praos” que con la versión individualista. Estoy de acuerdo con ella, y
por las mismas razones: la justificación actual del sistema monógamo es
demasiado egoísta, exige demasiado trabajo emocional y facilita los vínculos de
dependencia. Me parece preferible un arreglo pactado por los padres de los
cónyuges que un mundo donde se le exija a cualquier persona complementar a otra,
con todo lo que ello significa.
No me malinterpretéis, no quiero volver a
los matrimonios concertados. El tiempo avanza y es bueno que lo haga. Me parece
genial que se considere que las uniones románticas existen para dar felicidad a
las personas implicadas y no para servir a los intereses económicos de las
estirpes de ambas. Simplemente cuestiono que, en este entorno, siga teniendo
sentido un sistema social nacido para asegurar la transmisión del patrimonio
familiar.
¿Emparejarse es sólo un medio para
procurarnos felicidad? Correcto, lo acepto y lo creo. Pero entonces, ¿por qué
no emparejarnos con todas las personas que nos hagan felices? Creo que ésa es
la pregunta fundamental, y salvo que el sistema social monógamo encuentre una
respuesta convincente, le auguro un futuro negro. Y no voy a ser yo el que lo
lamente.
(1) Pienso en las novelas de Galdós, por
ejemplo, donde los hombres y las mujeres tienen siempre aficiones separadas y
no hay entretenimientos mixtos. Pero no hace falta irse tan lejos: que tu padre
se vaya al bar y tu madre a la peluquería, ambos a socializar y a estar con sus
colegas, es una herencia de lo mismo.