La política de la derecha hacia los
indigentes siempre ha sido tremendamente hipócrita. Dado que la existencia de
personas que han quedado trituradas por los engranajes del sistema es
consecuencia necesaria de sus políticas económicas, no les molesta que haya
pobres. Al contrario, está bien porque les permite practicar la caridad privada
que tanto les gusta. Pero a ser posible… que no molesten.
La última en insistir en esa idea ha sido
Esperanza Aguirre, que si bien se retractó al día siguiente está claro que la
va a mantener. De hecho, no es la primera vez que esta petición se hace desde
Madrid: su rival político pero compañero de ideología Alberto Ruiz-Gallardón
pidió en 2006 y 2011 una reforma legal para que la Policía pudiera llevarse a los indigentes a albergues contra su voluntad. Aguirre lo ha hecho además con
la justificación más asquerosa que ha podido encontrar: que da mala imagen a
los turistas. Encima se atrevió a insinuar que los mendigos viven muy bien. Ante
esta propuesta quiero decir dos cosas.
La primera, que se trata de un atentado
muy grave contra los derechos fundamentales de las personas que viven en la
calle. Tendemos a olvidarlo (y sí, hablo en primera persona porque nos pasa a
todos, aunque sea la derecha la maestra en eso), pero quienes se ven obligados
a vivir en la calle son personas. Personas, no cosas, con nombre y apellidos,
con una historia vital que explica por qué mendigan, con pensamientos,
reflexiones y sentimientos. Fines en sí mismos, seres dotados de dignidad y de
derechos.
Y lo que aquí se está proponiendo no es
ni más ni menos que secuestrar a esas personas (porque no se puede llamar de
otra forma al acto de retener a alguien que no ha infringido ninguna ley), robarles
sus escasas posesiones y llevarlas a lugares donde no desean estar hasta que a
los señores de la Administración les dé por liberarlas. No es de extrañar que
se pida una cobertura legal para estos actos: son notoriamente ilegales y no
respetan los derechos fundamentales de las personas afectadas. Se las
infantiliza, tomando decisiones por ellas, o peor aún, se las cosifica,
empleando un lenguaje aséptico que habla de “retirarlas” de la calle. Como si
fueran desechos.
Lo segundo que quería comentar se vincula
inmediatamente con lo anterior. Una vez concebidas las personas sin hogar como
cosas olorosas, ruidosas y molestas, se puede proceder a su retirada. Sin embargo,
hay más cosas olorosas, ruidosas y molestas que no se retiran, como los coches
o los obispos. ¿Por qué? Porque no afectan a la “marca Madrid”. No molestan al
turismo.
El turismo. El fin y objetivo de todo un
conjunto de líneas políticas encaminadas a convertir los barrios centrales de
la capital en un montón de calles gentrificadas llenas de agradables
terracitas, tiendas monas, zonas peatonales y hípsters de aspecto suficientemente
peculiar. Un lavado de cara donde la pobreza y la suciedad se expulsan más allá
de la M-30 y los turistas pueden venir tranquilamente a gastar su dinero y a
dinamizar la economía sin ver cosas molestas. Una suerte de tren de los avestruces urbano. Un parque temático.
El problema es que Madrid no es un parque
temático, no es una marca que se ofrezca por el mundo para que vengan a verla.
Madrid es una ciudad donde vive gente, gente que a veces acaba en condiciones
vitales de mierda. Y esas personas son igual de vecinos míos que doña Esperanza
Aguirre, y tienen el mismo derecho que doña Esperanza Aguirre a pasar en la
calle el tiempo que se les antoje, sin temor de que venga la Policía municipal
a internarles por la fuerza en un albergue. Y si el turista lo ve y de repente
descubre que no está visitando Disneylandia, y se enfada porque se ve
confrontado con la realidad… pues que se joda.
Lo único bueno que puedo sacar de estas
declaraciones es que Aguirre muestra sin tapujos lo que es. Ha hablado de la
mendicidad, igual que de la suciedad callejera, las pintadas o las
manifestaciones, como un pack de cosas que lastran el prestigio turístico de la
marca municipal. Es decir, que le importa una mierda que en los barrios obreros
donde no vienen los turistas haya gente que se muera de hambre y frío en un
banco, los camiones de la basura pasen con menor frecuencia y el suelo esté
asqueroso. No es que no fuera evidente, pero va dejando claro que sólo le molestan
las personas sin hogar cuando le fastidian el parque temático gentrificado.
Evidentemente no estoy haciendo una
apología de la mendicidad. Ojalá que quienes se ven obligados a dormir en la
calle pudieran salir de ese circuito. Y desde luego que deben existir albergues
municipales y demás recursos de asistencia social, pero tienen que ser de uso
voluntario. Hablamos de personas que no tienen nada propio, que dependen para
todo de la buena voluntad de los demás y que por lo tanto no son libres. Doña Esperanza
Aguirre lo que propone es quitarles el último reducto de autodeterminación que
les queda: su capacidad de decidir dónde duermen. En qué maldito rincón de esta
ciudad se echan a descansar después de estar todo el día mendigando para comer.
Y no lo hace por un humanitarismo mal enfocado (lo cual sería malo pero
comprensible), sino para que al turista no se le rompa la burbuja y pueda
seguir gastando dinero en Sol, Gran Vía, Malasaña y Chueca.
Es asqueroso.