Ayer Alexis Tsipras cometió su primera
cagada como primer ministro de Grecia: presentó un Gobierno formado sólo por
varones. Cualquiera diría que esa medida es obviamente criticable, y aún más,
que puede rechazarse sin perder las ganas de que Syriza gobierne el país. Pero,
por la cantidad de gente a la que he leído defender esas designaciones, parece
que no. Está claro que la crítica hacia dentro cuesta.
Señalar la falta de mujeres en ese
Gobierno y saltar los de siempre a criticar las cuotas es todo uno. Parece que
la Ley de Igualdad de Zapatero aún escuece. El caso es que nadie parece haberle
exigido a Tsipras algo tan alocado como un 50% de ministras, sólo que se
acuerde de que existe la mitad de la población. Da igual. Las cuotas son el
mal.
Durante mi educación universitaria, en la
cual me definía como feminista pero no hembrista (qué hostia tenía) critiqué
duramente las cuotas. Y sin embargo los argumentos para atacarlas son normalmente
bastante débiles. Voy a analizar los tres más frecuentes:
1.- “No puedes fundar la igualdad en una
discriminación, por muy positiva que sea ésta”: este argumento tiene sentido
sólo si olvidas que la desigualdad de género es una cuestión estructural, no
individual. De facto, y digan lo que
digan las leyes, los hombres estamos en una situación social mejor que las
mujeres. La acción afirmativa no se contrapone a una situación neutra, sino a
una suerte de “discriminación positiva machista” que nos facilita el acceso a
puestos de poder a costa de ellas. Por tanto, resulta razonable que existan
medidas legislativas que mejoren la posición de partida de las mujeres con la
finalidad de eliminar las desventajas que tienen sólo por su género.
La versión jurídica de este argumento
suele citar el artículo 14 de la Constitución, que prohíbe la discriminación
por razón de sexo. El artículo 9.2 del mismo texto constitucional, que obliga a
los poderes públicos a “promover las condiciones para que la libertad y la
igualdad del individuo (…) sean reales y efectivas”, a “remover los obstáculos
que impidan o dificulten su plenitud” y a “facilitar la participación de todos
los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”, así como la
asentadísima jurisprudencia constitucional que dice que este precepto ampara la
acción afirmativa suelen pasarles, por algún motivo, desapercibidos.
2.- “Así sólo accederán al poder mujeres
incapaces o tontas”. Cuando yo era universitario esta afirmación era la reina
de mi pensamiento anti-cuotas. Y de repente un día vi que partía de bases
incorrectas y me avergoncé de haberlo sostenido durante años sin la más mínima
reflexión crítica. El argumento sólo se puede sostener desde una premisa: que la
razón por la que las mujeres no entran en puestos de poder es porque no son
capaces. Si la ley obliga a partidos y empresas a poner a mujeres en sus
órganos de gobierno, lógicamente accederán las inútiles, porque en realidad no
las hay de otro tipo.
Pero claro, el problema es justamente el
contrario: que hay mujeres plenamente capaces de ocupar puestos relevantes en
partidos y empresas pero que no lo están haciendo porque hay un sesgo de género
en los sistemas de selección. No es que no haya mujeres idóneas, es que las que
hay no entran. Las cuotas permiten romper el techo de cristal a martillazos,
beneficiando normalmente a aquellas que cumplen todos los requisitos para
ascender pero son eternamente preteridas. De hecho, si a eso vamos, ¿cómo
sabemos que esas mujeres no están sustituyendo a hombres incapaces que habían
accedido al puesto sólo porque se prefirió escoger a un varón inútil que a una
mujer válida?
Desmontado el argumento, sólo queda
enumerar biografías de políticas tipo Leire Pajín o Bibiana Aído, a las que se
acusa de tontas e ineptas, como si gente como José Bono o José Blanco fueran
precisamente luminarias del pensamiento humano o como si no hubiera habido una
buena cantidad de mujeres que, en las dos últimas legislaturas del PSOE,
desempeñaron sus cargos ministeriales con perfecta corrección.
3.- “Las mujeres de derechas”, que viene
en dos sabores: enumeración de fachosas tipo Esperanza Aguirre y, como
desarrollo de lo anterior, “prefiero un gobierno que haga políticas de
izquierdas a otro compuesto de mujeres”. Esto es una falsa dicotomía tan
evidente que no me voy a detener en ella. Simplemente diré que yo también
prefiero a unos gobernantes de izquierdas que a otros que no lo sean pero que ese
“debate” no tiene sentido cuando un país ya
los tiene y se le está pidiendo a su primer ministro que no se olvide de la
mitad de la población.
A pesar de lo anterior sigo sin ser un
ferviente partidario del sistema de cuotas. Es provisionalmente necesario,
cierto, pero beneficia a un número reducido de mujeres y se le pueden hace rcríticas acertadas, como la alta rotación dentro de la “cuota” (lo que
impide que se labren una carrera) o la designación consciente de mujeres
antifeministas. Es decir, el sistema de cuotas puede mejorarse. Pero desde luego los argumentos de mierda no ayudan.
[ADDENDA 3/2/2015: me han dicho varias veces, por Twitter y en los comentarios, que otro de los efectos perversos de las cuotas es que precisamente arroja la duda y la maledicencia sobre las mujeres que han sido designadas. Lo incorporo a la entrada porque me parece cierto.]
[ADDENDA 3/2/2015: me han dicho varias veces, por Twitter y en los comentarios, que otro de los efectos perversos de las cuotas es que precisamente arroja la duda y la maledicencia sobre las mujeres que han sido designadas. Lo incorporo a la entrada porque me parece cierto.]