Mañana es el gran día. ¿Se votará?
¿No se votará? ¿Abrirán los colegios gracias a los bomberos? ¿Los cerrarán los mossos? ¿Y qué pasará después? El tema del referéndum de independencia catalán
está de moda. Incluso yo, que hace semanas que me confesaba aburrido del asunto
y decía que estaba voluntariamente desinformado, he acabado leyendo sobre el
tema y opinando. Esta entrada no pretende ser más que un volcado general de
todas las ideas que tengo al respecto.
Lo primero que tenemos que recordar es
que el referéndum es ilegal. Éste es el marco del que debe partir todo
análisis: la ilegalidad del referéndum (y de todo el proceso de independencia)
es meridiana, tanto a la luz del derecho español como del internacional. Podemos
desear que las cosas fueran de otra manera, pero en serio que no hay debate al
respecto. Por centrarnos solo en la Constitución española, el artículo 149.1.32ª
recoge la competencia exclusiva del Estado para convocar referendos, por lo que toda la normativa catalana que contradice este precepto es nula (1). Y no
hay mucho más que decir: la norma es clara y tajante.
A partir de ahí podemos, claro, opinar. Y
yo opino que el citado artículo 149.1.32ª es una barbaridad antidemocrática. Considero
que el referéndum es una herramienta útil, aunque no la panacea, y que es
bastante ridículo que una Constitución prohíba que una autoridad democrática (sea
regional o municipal) consulte a su pueblo sobre los temas que desee. En mi
opinión el artículo 149.1.32ª CE sobra por completo y se le debería conceder a
las Comunidades Autónomas y a los municipios el derecho a organizar referendos.
Entonces tenemos claro que el referéndum
catalán es ilegal. Pero ¿es delito? Es decir, ¿sus convocantes se enfrentan a
una pena? Lo primero que tenemos que decir es que no hay un delito de
referéndum ilegal. Lo hubo, durante un
breve periodo de tiempo: en 2003 Aznar introdujo un artículo en el Código
Penal, el 506 bis, que castigaba a los funcionarios que convocaran un
referéndum sin tener competencias para ello (prisión de 3 a 5 años) o que
colaboraran con el mismo (prisión de 1 a 3 años). No duró mucho: en 2005
Zapatero lo quitó.
Sin embargo, eso no significa que la
actuación de Puigdemont y demás sea penalmente irrelevante. De hecho, el
registro de diversas sedes del Gobierno catalán y la requisa de papeletas se
han hecho a instancias de un juez, aunque no se puede saber qué delitos se
están considerando porque el sumario es secreto. Mi apuesta es que van a usar
tipos penales genéricos, como prevaricación (dictado de actos administrativos
ilegales), malversación (uso de dinero público para fines inapropiados) y
desobediencia. Los promotores del referéndum no acabarán imputados por ningún
macrodelito de nombre rimbombante, como rebelión o traición, sino por varios
tipos penales más comunes.
Así que el estado de la cuestión es que
tenemos un referéndum ilegal sobre cuyos convocantes hay fundadas sospechas de
que están cometiendo algún delito. Ante esto, el Estado podría haber optado por
diversas soluciones más o menos dialogadas, legales o efectivas. Pero claro, si
hemos llegado hasta este punto es porque mucha voluntad de diálogo no hay. Y
este gobierno nunca se ha caracterizado por su afán por defender la legalidad o
por su ímpetu y efectividad. Más bien es de dejar que los problemas se arreglen
solos o bien que se pudran hasta que dejen de oler. Y eso es lo que han hecho
en el caso de Cataluña.
Es importante reseñar que el Gobierno tenía
una herramienta para intervenir. Nos referimos al famoso artículo 155 CE,
que habla del caso en que una Comunidad Autónoma no cumple sus obligaciones
legales o actúa contra el interés general de España. No creo que haya que
argumentar demasiado para entender que un referéndum secesionista entra en ambos
supuestos, la verdad. Una vez que estamos en este caso, el Gobierno debe
requerir al presidente de la Comunidad Autónoma que vuelva al orden. Si éste no
le hace caso, le puede pedir al Senado (2) que le autorice a tomar medidas.
¿Qué medidas? Las que sea. La Constitución
no lo dice: simplemente habla de “las medidas necesarias” para que se cumpla la
ley o para proteger el interés general. Se puede suspender la autonomía, se
puede destituir a cargos electos, se pueden congelar las cuentas, se puede
hacer lo que sea. ¿Y sacar los tanques a la calle? Pues lo cierto es que la Constitución
no lo prohíbe, pero yo me inclinaría por pensar que una medida tan radical
requiere de la declaración de un estado de excepción, que ya es algo más grave.
Al fin y al cabo, esperamos cierta proporcionalidad de nuestros gobernantes, y
el artículo 155 CE ya permite que el Gobierno le dé instrucciones a todas las
autoridades de las Comunidades Autónomas. Solo si la crisis no se puede
resolver así estaría justificada una intervención militar.
Por supuesto, el Gobierno no ha hecho
nada de esto. A Mariano Rajoy no le gusta demasiado lo de operar en público, con
luz y taquígrafos y diciendo lo que va a hacer. Prefiere trabajar por detrás. Así,
han aplicado medidas oscuras, como una intervención de las cuentas de la
Generalitat. También se dijo que el Gobierno tomaba el control de los Mossos: luego
resultó que no era así (3), pero el empeño de toda la prensa en sacarlo en
primera plana tuvo el efecto deseado. Al final, lo que tenemos es a un Gobierno
retirando competencias de tapadillo para no enfrentarse a un debate
parlamentario.
Lo que está pasando en el resto de España
es también deprimente. El Gobierno y sus afines han conseguido convertir un
tema de reclamaciones territoriales en un asunto de derechos civiles. Lo vimos,
por ejemplo, en la prohibición por parte de un juez de que en Madrid se
celebrara un acto pro-referéndum. Ojo, no se trata del propietario de una sala
de reuniones que dice que en su local no se hace nada de eso (de lo cual es
muy dueño), sino de un juez prohibiendo que se realice un acto político con la
excusa de que lo que se va a reivindicar está prohibido por la Constitución.
Pues estaríamos buenos si solo pudiéramos pedir las cosas que caben dentro de
tan sagrado texto, ¿no? (4)
Y claro, este ambiente de crispación se
traslada a la calle. El nacionalismo catalán y el español se retroalimentan
mutuamente, en una espiral de vergüenza ajena a la cual no puedo más
que asombrarme. Por ejemplo, tenemos al PP de Madrid promoviendo juras de
bandera masivas para contrarrestar el independentismo, en una especie de
pensamiento mágico bien curioso. Y luego está cuando el asunto pasa a niveles
delictivos, como el botellazo que le dieron a la presidenta de las Cortes
aragonesas cuando salió de la asamblea de cargos públicos convocada por
Podemos.
Quizás lo más preocupante de todo este
asunto sea el tema de la Guardia Civil. Esta semana hemos podido ver vídeos
de la partida de distintas dotaciones de picoletos que van a estar en Cataluña
hasta la semana que viene. Deprimente. Pequeñas multitudes despidiéndoles entre
aplausos, gritos de “A por ellos” y de “Hostias como panes”, honores militares
promovidos desde arriba, gritos y cánticos fascistas, presencia de cargos públicos
como la subdelegada del Gobierno en Huelva… toda una serie de imágenes
patéticas.
Y sí, digo patéticas, porque viéndolas
parece que se van a conquistar un país enemigo en vez de a cumplir una
resolución judicial. Dada la gran cantidad de gente que les vitorea y les llama
valientes, uno podría creer que están en riesgo de sufrir un daño mayor que el
de no dormir bien por no estar acostumbrados a la almohada. Les han despedido
con compañeros en formación, aplausos y gritos de ánimo, como si se fueran a enfrentar con
gente armada, pero su objetivo no es más que conseguir que permanezcan cerrados
unos locales que deben permanecer cerrados. Es ahí, en esa disparidad entre su
labor real y la forma de tratarlos, donde reside el patetismo.
Veo también revanchismo y odio. Gente que
de verdad ve el mundo en blancos y negros, con los separatistas enfrente como
si fueran una especie de enemigo maléfico en vez de personas de lo más normal. Gente
que quiere que vuelva a haber “orden”, que de verdad desea ver tanques por la
Diagonal y que le cuenten que todo se ha disuelto a hostias. Gente que no
estará feliz hasta que no haya muertos. Gente, en definitiva, que saca a pasear
al ultraderechista que lleva dentro y que ha estado décadas medio agazapado.
Intentan convencerte de que no es así,
pero no cuela. Hoy mismo he podido leer que en el fútbol también se grita “¡A
por ellos!” y eso no quiere decir que se desee la muerte del adversario, sino
su derrota. Pero precisamente a eso voy. A que esa épica de baratillo va de
victorias y derrotas, de aliados y enemigos, de buenos y malos. Y eso es muy
peligroso, porque supone confundir a un cuerpo policial (como es la Guardia
Civil, por mucha estructura militar que tenga) con una fuerza militar. No
podemos permitirlo.
Este artículo me ha quedado más largo que
un día sin pan, así que voy terminándolo. Me parece que el proceso catalán no
va a ir a ninguna parte: aunque se vote, salga el “Sí” y haya una DUI, las
autoridades catalanas no tienen capacidad para ejecutar esa decisión y suerte
tendrán si no acaban detenidas. También creo que en un referéndum pactado, con
garantías y celebrado en un clima de normalidad saldría un “No” rotundo: el Gobierno
es una máquina de generar independentistas.
Al final, mi deseo ante esta
incertidumbre es muy simple: que el 1 de octubre termine sin que tengamos que
lamentar desgracias. También iba a poner “y que todo vuelva a la normalidad”,
pero eso no va a pasar. Porque los diferentes puntos que he ido analizando en
este artículo dan una sensación de irreversibilidad. De degradación permanente
de nuestros derechos. España nunca ha sido un país muy democrático, pero
después de esto, con los fachas envalentonados, las caretas quitadas y el Gobierno
traspasando líneas rojas, va a ser peor que nunca.
No me extraña que una parte sustancial de
los catalanes quieran independencia. No me extraña nada.
(1) Analizar la situación en el plano del
Derecho internacional se comería el resto de la entrada. Valga decir dos cosas:
que internacionalmente el derecho de autodeterminación se reconoce a colonias
en el más puro sentido de la palabra y que en España los tratados
internacionales están por debajo de la Constitución. Esto último quiere decir
que ninguna autoridad española está obligada a cumplir un tratado si dicho
cumplimiento va contra la Constitución, sin perjuicio de que luego España tenga
que afrontar responsabilidades en el plano internacional.
(2) Es casi la única competencia del
Senado en la cual no tiene primacía el Congreso. Una cosa sobre la que planean
dudas (el texto constitucional no es claro) es si el Senado debe autorizar cada
medida o, por el contrario, otorga al Gobierno una habilitación general para
que haga lo necesario. Sea como sea, el PP tiene mayoría absoluta en esta
Cámara.
(4) Esta prohibición tuvo eco en la
decisión que tomó días después la Diputación de Zaragoza de denegar el uso de
sus locales para la asamblea de cargos convocada por UP. Pese a que el criterio
final venía a ser un “el local es nuestro y se lo cedemos a quien queremos”
(cosa que, como digo, no tiene mayor discusión), trataba de vestirlo
con el pseudoargumento jurídico del juez de Madrid.
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