Voy a hacer una confesión: cuando me
cuentan un delito contra la libertad sexual, tiendo a creer a la víctima. Bien,
ya lo he dicho: me creo antes la versión de la víctima que la de los posibles,
hipotéticos, supuestos, sospechosos, presuntos violadores.
“Hala”; podrá decir alguien, “¿y eso?
¿Pero y sus derechos? ¿Qué pasa con la presunción de inocencia?” Los más
aventurados incluso buscarán con el dedo en la Constitución hasta encontrar el artículo
24.2, que dice textualmente “todos tienen derecho (…) a la presunción de
inocencia.” ¡Ajá, pillado! ¡El autor de este blog está contra un derecho
fundamental de las personas! ¡Contra los derechos humanos! ¡Inquisidor,
feminazi, caraculo! Y así.
Sin embargo, yo no estoy en contra de la
presunción de inocencia. Creo fervientemente que cualquier persona que sea
acusada ante un tribunal debe ser considerada inocente hasta que se demuestre,
por encima de toda duda razonable, que es culpable. Ahora bien: yo no soy un
tribunal. Mi misión, por suerte, no es instruir un procedimiento ni juzgar un
caso. No trabajo de eso y no vulnera los derechos de nadie el que prefiera
creer a la víctima antes que al denunciado. Soy un simple particular. Así que
no, la presunción de inocencia no tiene nada que ver con mi decisión, que se da
simplemente en el ámbito privado: en mi fuero interno y en sus manifestaciones
externas.
¿Y por qué creo a la víctima? En pocas
palabras, porque nadie más lo hace. Es muy difícil que la víctima de un delito
sexual encuentre un apoyo real, incluso entre sus familiares y
amistades. Hablo de gente que crea lo que dice, que no la culpe ni le eche una
reprimenda por vestir de tal o cual forma y que le ofrezca ayuda personal y
profesional. Es mucha la culpa, la vergüenza y la humillación, y cualquier cosa
las puede activar. No es raro encontrar a víctimas que se compadecen de su
agresor o se echan encima la responsabilidad del delito, lo cual indica un
nivel alto de coacción psicológica. Yo no quiero formar parte de esa presión.
Vivimos en la cultura de la violación. En
la cultura de la violación, la mujer que ha sido violada es, alternativamente,
una puta que miente porque se arrepiente después de echar un polvo o una
imprudente que ya podría tener más cuidado. El hombre que ha sido violado es un
marica y probablemente un presidiario o algo así. Y el niño que ha sido violado
se lo ha inventado todo. Las víctimas no van precisamente sobradas de crédito,
así que les doy el mío. Con lo que te expone socialmente denunciar una
violación, la escasa comprensión que encuentras y el corto recorrido que suele
tener la denuncia de hechos falsos, creo por defecto en lo que dicen las
víctimas. Soy así, qué le vamos a hacer.
Y luego, a veces se demuestra que ha
habido una denuncia falsa. No hablo necesariamente del caso de Málaga, cuyo
sobreseimiento me parece precipitado: el sexo consentido no te deja llorando
mientras inventas una historia que contarle a una patrulla que pase por allí,
historia que inmediatamente reconocen dos de los detenidos. Pero vale,
supongamos que estamos ante una denuncia falsa, ante una tía que decidió
inventarse una violación múltiple. ¿Sabéis qué? Que me da igual.
Sí, me da igual. Obviamente lo siento por
los denunciados en falso, pero no voy a cambiar mi máxima de conducta por la
existencia de un pequeño número de denuncias falsas, aunque sean mediáticas. Si
no nos echamos las manos a la cabeza cada vez que se desvirtúa la presunción de
inocencia de un acusado no veo por qué iba yo a variar mi norma de conducta
cuando se descubre que una víctima mentía. La verdad sigue siendo que las
víctimas de delitos sexuales están desamparadas y tienen muchos más incentivos
para callarse, tratar de enterrarlo todo y no pedir que se haga justicia que
para denunciar. Que hay muchas violaciones que se callan, muchos abusos
sexuales donde la víctima se culpa porque había bebido, muchos acosos sexuales
que no se denuncian porque para qué. Y ése es el dato fundamental que guía mi
decisión y mi comportamiento.
Estoy seguro de que habrá quien intente
convencerme de que cambie de opinión. Se me dirá que esta regla de conducta no
es perfecta, obviando que ninguna lo es. Que hay malas personas, gente que
miente y embauca para conseguir los fines que sea, como si yo no lo supiera. Que
si creo a las víctimas por sistema me van a engañar y voy a tener que
retractarme en algunas ocasiones, lo cual ya tengo asumido. Y lo siento pero
no: mientras exista la cultura de la violación yo seguiré apoyando a sus
víctimas.