La política de este país me desgasta. Desde que la semana pasada Francina Armengol dijo que el debate de investidura comenzaría el 26 de septiembre, ha sido constante el machaque sobre los maléficos planes de la derecha (solo interrumpido, algo, por el caso Rubiales). En los últimos días, con Feijóo haciendo el ridículo, se ha atenuado un poco, pero ahí sigue. Y a mí, la verdad, me harta. Así que he escrito este artículo a ver si pongo algo de cordura en el debate y de orden en mis ideas. Todo es posible y puede que me equivoque, pero yo no creo que Feijóo vaya a ser investido presidente el 27 ni el 29 de septiembre.
Un breve resumen sobre cómo están las posiciones. Entre el PP, los nazis y el otro par de partidillos que apoyan a Feijóo suman 172 diputados. El problema es que ese número parece ser el máximo que pueden alcanzar, ya que el resto de partidos (un total de 178 diputados) han dicho que no tienen interés en votar al gallego. Los números son los siguientes:
- En la primera votación necesita mayoría absoluta, es decir, 176 diputados. Requiere que 4 personas voten a su favor.
- En la segunda votación necesita mayoría simple, es decir, más diputados a favor que en contra. Como tiene 172, necesita que el bloque contrario tenga solo 171, es decir, que se abstengan 7.
Dado que el pacto con las izquierdas es imposible, lo único medianamente viable parece ser hablar con las derechas nacionalistas: PNV (que, con 5 diputados, debería votar a su favor) o Junts (que, con 7 escaños, podría abstenerse en la segunda votación).
Esto es lo que hay. Y a partir de ahí, en la izquierda aparece una especie de indefensión aprendida, según la cual Feijóo se trae un pasteleo con el PNV y esto el rey lo sabe y por eso le ha propuesto como candidato en primer lugar. Esto de creernos que el adversario es un experto en ajedrez dodecadimensional es algo que nos pasa mucho en la izquierda, tristemente. Pero ¿es cierto? ¿Tiene Feijóo un plan maestro?
Yo, la verdad, creo que no. Pienso que lo que vemos es lo que hay: Alberto Núñez-Feijóo es un cacique no demasiado listo, que estaba de puta madre en Galicia pasando por moderado gracias al control de los medios y a las sucesivas mayorías absolutas (ambos elementos se retroalimentan). Ahora ha tenido que dar un paso al frente y entrar en la política nacional como parte de una conjura urdida por otra persona, la ínclita Ayuso. Aquí, con más escrutinio, se le ven las costuras. Y él lo sabe.
Hay que ser muy, pero que muy inútil para pasar, en tres meses, de encarar las elecciones más fáciles de la historia a que ni siquiera tu socio te vote para la presidencia del Congreso. Mucho. Y hay que haber hecho las cosas muy mal para estar a cuatro escaños de la mayoría absoluta (contando aliados) y que nadie quiere ni siquiera sentarse a hablar contigo. No, no me creo que Feijóo sea un gran estratega, y no me lo creo porque no lo ha demostrado en ningún momento hasta ahora: simplemente es un señor que solo sabe jugar en terreno favorable.
¿Y entonces por qué lo ha propuesto el rey como candidato? Al margen de motivos privados (el rey, como buen cincuentón de apellidos compuestos, es probablemente muy de derechas), creo que por quitarse problemas. En el comunicado de la Casa Real se hablaba de la costumbre de proponer como presidente al más votado, y, aunque sea una razón de mierda (1), creo que es la verdadera. Dar primero oportunidad de que se presente al que tiene más votos parece una decisión razonable, por mucho que en este caso sepamos que es inútil.
Esto explica la conducta del rey mucho mejor que cualquier clase de pacto secreto con PNV y/o Junts. Tengo bastante claro que ese pacto no existe. No porque me fíe demasiado de la honorabilidad de estos dos partidos, sino porque creo que es un acuerdo absurdo, que no llevaría a nada y que ninguno de ellos tiene motivos para suscribir.
Junts es, desde luego, el aliado más improbable. En primer lugar, el PP lleva desde que empezó el procés poniéndolos de golpistas para arriba. A pesar de que queramos creer que la política es como Juego de Tronos (planes dentro de planes, estratega maestro contra estratega maestro), siempre hay un componente humano, de tripas, de puro sentimiento, en todo esto. Llegar a un acuerdo con alguien que lleva años insultándote es difícil.
Y sí, Junts es un partido oportunista a quien le viene bien que en la Moncloa haya un derechista ultramontano, porque eso le da argumentos. Pero para que esos argumentos funcionen es requisito indispensable que Junts no haya puesto los votos para aupar a dicho derechista ultramontano. No, lo de «yo me abstuve, no le apoyé» no va a colar cuando un hipotético gobierno de Feijóo empiece a recortar financiación y competencias autonómicas.
En cuanto al PNV, tres cuartos de lo mismo. Con el añadido de que ellos tendrían que votar a favor de Feijóo, no solo abstenerse: con su abstención, los números siguen sin cuadrarle al PP. Ya han salido varias veces por activa y por pasiva a decir que no van a apoyar este pasteleo, pero por alguna razón parece que nos gusta creer en pactos secretos en vez de en la cruda realidad: el PNV no pinta nada votando un gobierno que va directamente en contra de sus intereses.
¿Contra sus intereses? Claro, es que aún no hemos hablado de Vox. El partiducho nazi es la otra pata del acuerdo de gobierno, y tiene una posición expresamente centralista y contraria a los nacionalismos periféricos, que incluso le lleva a proponer medidas que exigirían una revisión profunda de la Constitución. Un pacto que tenga en un lado a los nazis y en el otro a los independentistas, todos unidos gracias a la habilidad retórica y negociadora de Feijóo, duraría aproximadamente diez minutos.
Sobre todo porque es lo que tardaría el nuevo presidente del Gobierno en tener que presentar un proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que octubre se nos echa encima ya. En los nuevos PGE, ¿aumenta la financiación autonómica (como le piden sus aliados indepes) o la reduce (como le exigen sus aliados nazis)? La verdad es que sería una forma maravillosa de estrenar su mandato, siendo completamente incapaz de aprobar unos Presupuestos. Y no, no sería la primera vez que Vox tumba unos presupuestos de un gobierno de derechas solamente para sacar músculo: se lo hicieron a Ayuso en Madrid no hace ni un año. Son perfectamente capaces.
Por razones parecidas pienso que no podría funcionar una investidura basada en tránsfugas. Sí, sabemos que el PP es muy de comprarse diputados: ya lo hicieron el año pasado, absorbiendo a Sayas y Adanero en aquella deliciosa votación sobre la reforma laboral. Y, por supuesto, todos tenemos en la cabeza el tamayazo de 2003. Pero, aun así, no creo que sea posible repetir la jugada en esta investidura.
Los casos más conocidos de transfuguismo han sido, en general, entre partidos del mismo arco o de sensibilidades similares: Rosa Aguilar pasándose al PSOE en 2009, los ya mencionados casos de Sayas y Adanero, los tres diputados de C’s que en 2021 votaron contra la moción de censura que su partido apoyaba en Murcia, etc. La razón es que así el tránsfuga puede vender (o incluso venderse a sí mismo) su decisión como un simple caso de evolución ideológica. Y, más importante aún, puede medrar en el nuevo partido, cosa que es mucho más difícil si antes no estaba ni siquiera cerca.
Ha habido un único caso sonado de transfuguismo entre partidos de distintos arcos ideológicos: el ya mencionado tamayazo. Vamos a analizarlo y a explicar por qué no creo que pueda repetirse. En 2003, en la Asamblea de Madrid, el PP tenía 55 diputados y el bloque PSOE-IU contaba con 56. Dos diputados del PSOE, Tamayo y Sáez, se ausentaron de la sesión de constitución y, posteriormente, pasaron al grupo mixto, en teoría por desavenencias con la cúpula del partido. Eso conllevó la imposibilidad de elegir presidente al socialista Rafael Simancas y la correlativa convocatoria de elecciones, que ganó el PP con mayoría absoluta.
Cabe notar que estos dos tránsfugas no se pasaron al PP, sino al grupo mixto, alegando razones de conciencia. Y que después no siguieron su carrera política: ambos fueron expulsados del PSOE y volvieron a actividades privadas, donde siguen todavía. Más allá del dinero que les diera el PP, la jugada les salió catastróficamente mal. ¿Por qué? Porque no había manera de justificar que entraran en el PP y medraran ahí, así que no lo hicieron.
En las actuales circunstancias, hablar de tamayazo es absurdo. Primero, por los números: el PP necesita 4 a favor o 7 abstenciones, y eso son muchas voluntades que comprar sin que salte la liebre. Y segundo, porque el plan del PP ahora no es provocar una repetición electoral, sino investir a Feijóo y gobernar. Para ello no solo necesita que los tránsfugas voten a su favor el 27 de septiembre, sino tenerlos más o menos cercanos toda la legislatura. En otras palabras, tienen que ofrecerles un premio muy goloso. Probablemente más de lo que el PP pueda prometer, porque un mandato en estas condiciones sería muy corto, y nadie va a traicionar a su partido si en seis meses se va a ir a la calle sin expectativas de poder medrar en otro.
Afirmo que un mandato conseguido en estas circunstancias sería muy corto por la misma razón por la que lo he afirmado al valorar la hipótesis independentista: porque está sometido a fuertes tensiones internas. Un gobierno del PP apuntalado por los nazis y por una especie de «corriente crítica de izquierdas» creada ad hoc no sobreviviría. Esto es lo que diferencia este caso del tamayazo: en 2003, Esperanza Aguirre solo quería mostrar el PSOE como una jaula de grillos y acto seguido repetir elecciones. Ahora tienen que formar una mayoría con la que gobernar. Esto condiciona todo el análisis (2).
Ah, y aún no he hablado de la Mesa. La Mesa es el órgano que gobierna el Congreso. Decide el orden de los debates, los plazos de enmiendas, las calificaciones de las propuestas que entran y todo lo demás. Y la controlan el PSOE y Sumar. Un Gobierno de Feijóo, sea aupado por los nacionalistas o por tránsfugas, tendría enfrente a la Mesa, y eso limita seriamente su capacidad de legislar. Solo con ampliar sine die los plazos de enmiendas y rechazar los vetos que presente el Gobierno a las propuestas de la oposición, la capacidad legislativa de Feijóo quedaría casi anulada. Al menos hasta que se pronunciara el Tribunal Constitucional.
Y no, el reglamento del Congreso no permite volver a votar la Mesa, salvo que muera uno de sus miembros o cambien de manos demasiados diputados por efecto de recursos contencioso-electorales. Así que la nueva mayoría feijoísta no podría configurarse una Mesa a su gusto una vez conformada. Tendría que lidiar con ella toda la legislatura.
Por todo lo anterior creo que Feijóo no va a ser investido presidente: no por la bondad intrínseca y la lealtad institucional de PNV o Junts ni por la incorruptibilidad de los diputados del PSOE, sino porque ahora mismo a nadie le interesa demasiado apoyarle. Si por carambola resultara investido, empezaría así un mandato que con toda probabilidad sería corto y estaría lleno de tensiones hasta que acabara explotando de alguna manera ridícula.
Termino con dos reflexiones. La primera, que al PP le queda un largo camino si quiere volver a ser candidato de pactos con alguien que no sea el partido nazi, y no parece muy interesado en recorrerlo. Ellos sabrán.
Y la segunda, que en la izquierda nos gusta mucho concederle a la derecha unas habilidades estratégicas que no siempre tiene. En parte es por indefensión aprendida, por cómo se ha movido el marco de lo aceptable en los últimos 30 años. Y en parte es por cinismo, por ese rollito adolescente de creer que todos los políticos se mueven solo por el poder, sin ninguna clase de líneas rojas, límites éticos o instinto de conservación, y que yo soy más listo que nadie por señalarlo. Pues vale. Pero las cosas no funcionan (solo) así.
Así que no, no creo que Alberto
Núñez Feijóo vaya a ser presidente en esta ronda, no creo que tenga pactos
secretos, no creo que pueda captar tránsfugas y, aunque me equivoque en lo anterior
y acabara siendo investido, no creo que dure en el cargo. En este mes veremos
quién tiene razón.
(1) Históricamente el más votado tenía, o mayoría absoluta, o capacidad real de alcanzar pactos de gobierno. Por eso siempre se le proponía. Ahora no es así.
(2) No niego la posibilidad de
tamayazo cuando Feijóo fracase y se presente Sánchez, justo porque ahí el PP
estaría en una situación más similar a la de 2003. Pero la votación de Feijóo
es otra cosa.
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