En aquellos tiempos extraños previos
a la popularización de Twitter y Facebook, cuando Internet en el móvil era algo
limitado que tenían cuatro ricos y YouTube era un sitio inocente en vez de la
plataforma del neofascismo, yo tenía Fotolog. Me impulsó a hacérmelo una amiga
que estaba muy metida y yo accedí con una condición: nada de fotos de mi cara.
De hecho, nada de fotos personales. Breves entradas de blog sobre temas
políticos y jurídicos desde la atalaya de mis sobresalientes en primero de
Derecho, porque eso es exactamente lo que querían leer mis colegas.
Sí, el marketing nunca se me ha
dado bien.
La cosa es que en noviembre de 2008
publiqué un artículo titulado “Juez Calamidad” haciendo un fácil juego de
palabras (a tenor de lo que dice Google, no soy el único al que se le ha
ocurrido) con el apellido del juez ultraderechista Fernando Ferrín Calamita.
Este pieza se había dedicado unos años antes a intentar bloquear la adopción de
una niña por parte de la esposa de su madre. Se inventó toda clase de gestiones,
exigiendo informes que eran innecesarios para un asunto de mero trámite y que
además no dejaron de darle la razón a las solicitantes, y mantuvo el asunto en
un cajón durante varios meses para no resolver ni en contra de la adopción
(pues eso no habría aguantado en vía de recurso) ni, por supuesto, a favor. El caso
acabó en el Supremo y Calamita fue condenado por prevaricación a una
inhabilitación de diez años.
Lo cierto es que Vanesa de las
Heras y Susana Meseguer, las dos mujeres a las que les tocó como juez este
verdadero mastuerzo, tuvieron mala suerte. En marzo de 2007 se reformó la Ley
de Técnicas de Reproducción Asistida (que se había aprobado del año anterior) y
una mujer ya no tenía que adoptar al hijo biológico de su esposa para inscribir
la filiación a su favor. Desde 2007, cuando una mujer está casada con otra y
tiene un hijo biológico, se puede inscribir la filiación a favor de las dos
mujeres sin necesidad de más trámites, como es lógico. Pero eso todavía no era
así en 2006, y estas mujeres tuvieron que aguantarlo.
¿Por qué traigo de nuevo esta vieja
historia a la palestra? Porque no es vieja. El ex juez Ferrín Calamita sigue
acosando a las dos mujeres. Ahora se ha inventado que Vanesa y Susana,
después de separarse, han entregado a la niña (que tiene, si sabemos contar,
catorce años) a Servicios Sociales, como si fuera un mueble. Utiliza ese
argumento para presumir en Facebook de tener razón cuando intentó denegar
la adopción en 2006: él solo quería -y se supone que tenemos que creérnoslo-
proteger a la pobre, pobre niña.
Por supuesto, todo el asunto es
falso. Las madres han dejado claro que la niña sigue viviendo en casa con ellas.
En esta cuenta de Twitter de una maestra murciana (que afirma conocer a
Vanesa y a Susana) se afirma que sí se han separado (1), pero sea como sea lo
que parece obvio es que estas señoras no han entregado a su hija a servicios
sociales. Entre otras cosas porque esa clase de comportamiento villanesco es
más propio del malo de una peli de Disney de los ’90 que de una persona de
verdad.
¿Qué ha pasado ahí? ¿El ex juez
Calamidad ha oído las campanas de la separación, no ha sabido dónde sonaban y
las ha integrado en una paranoia que lleva catorce años macerando? No me
extrañaría en absoluto. Este señor se siente perseguido. En el juicio ante el
TSJ de Murcia donde le acusaban de prevaricación, se personó vestido contoga (y, supongo y espero, puñetas) para recordarle a todo el mundo que era
juez. Luego escribió un libro sobre la cristofobia que había sufrido, pidió el indulto y amenazó con ir hasta el TEDH para demandar a España por
vulnerar su libertad religiosa. Este es el nivel al que operamos.
Este señor, aparte de facha y mala
persona (no es el único caso donde hace valer sus convicciones ultraderechistas), tiene que llevar encima una paranoia que no se la cree ni él. Alguien le dice, en plan teléfono escacharrado, que Vanesa y Susana ya no están
juntas, y a él le falta tiempo para hacerse la composición de lugar. “Ah, yo ya
sABÍA ESTO, ah, pobrE NIÑA adoptada por esa pareja de DEGENERADAS”. Las
mayúsculas las he añadido yo para agregar efecto dramático, pero tengo la
sensación de que su cabeza funciona más o menos así.
En la carta abierta que ha dirigido
en Facebook a la pobre cría (y que ya ha borrado) llega a reconocer que “ha
hecho gestiones” para averiguar el paradero de ella, aunque por supuesto nadie
le ha dicho nada. Y si no te hace estremecer la idea de que este señor
enfermizo y obsesivo ande persiguiendo a una niña de catorce años para
comprobar si está traumatizada por haberse criado con dos mujeres, déjame
decirte que tampoco me fío demasiado de ti. Esperemos que desde ahora se quede
quieto y callado, pero con el repunte de la ultraderecha la verdad es que no lo
creo. El bulo de las “lesbianas que abandonaron a su hija en servicios sociales
cuando se separaron, de lo cual advirtió un pobre juez al que represaliaron
por ello” ya está corriendo por todas partes, y más tracción que va a coger. El
daño ya está hecho y la carrerilla tomada.
Este hombre está fuera de toda
institución y lo va a estar ya para siempre. Gallardón se negó a concederle el
indulto y el Tribunal Supremo, una vez transcurridos los diez años de
inhabilitación, rechazó devolverle el puesto. Su única forma de recuperar el
cargo de juez sería presentarse de nuevo a las oposiciones, y con 63 años que
tiene no parece probable que eso vaya a pasar. Tampoco se ha dejado querer por
ningún partido político y, con los cuadros de Vox ya formados, es improbable
que vaya a ser nunca diputado.
Pero lo institucional no es el único
modo de joder a una persona. El acoso y la persecución por redes sociales, la
generación de bulos, las amenazas… todo eso va sumando. Si se hace durante
años, y en especial cuando hay implicada una menor, desgasta. Nadie tiene la
obligación de aguantar eso durante tanto tiempo ni de tener esa espada de
Damocles pendida sobre su cabeza solo porque en 2006 a un juez se le puso en
las narices que le molestaba que dos señoras se hubieran casado y hubieran
tenido un hijo.
El ex juez Calamidad ya no es juez
ni lo va a ser nunca. No ha sido la cristofobia la que se ha llevado por
delante su carrera, sino su propia homofobia, que le llevó a prevaricar de
manera evidente, burda y grosera. Catorce años después, nos demuestra que no ha
aprendido nada. No es que sea una sorpresa, pero sí es triste y desagradable,
¿no?
(1) Ambas cosas podrían ser ciertas
a la vez, por ejemplo si hubiera una custodia compartida en el domicilio
familiar (a veces viviría Susana con la niña, a veces Vanesa) o incluso si se
hubiera dado un divorcio o una separación judicial pero, por las razones que
fuera, no hubiera cesado la convivencia.
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