Hace hoy un año me dieron un puñetazo que
me dejó sin aliento. Fue, claro está, un puñetazo metafórico. Entré tan
tranquilo a la sala de informática de mi colegio de abogados, encendí un equipo
y abrí Twitter. Lo vi todo a la vez: dos o tres personas hablando de Terry
Pratchett, mi pestaña de “Notificaciones” a rebosar, el nombre de mi escritor
favorito convertido en trending topic.
Sir Terence David John Pratchett acababa de morir en su casa, en su cama, con
un gato a sus pies. Y yo, en aquella sala pública llena de abogados serios que
hacían cosas “importantes”, tuve que contenerme para no ponerme a llorar.
Era jueves. Lo recuerdo porque, en
aquella época, los jueves tenía un encuentro con amigos, al que fui después de
enterarme de la noticia. El evento, habitualmente festivo y divertido, tenía
aquel día un tono de funeral. Las obras de Terry Pratchett habían marcado de una
manera o de otra a la mayor parte de quienes estábamos allí. Informábamos del
hecho a cada persona que entraba por la puerta, como si se nos hubiera muerto
alguien. En cierto sentido así era.
La catarsis en Twitter, durante ese día y
los dos siguientes, fue espectacular. Supongo que desde fuera debíamos parecer
ridículos: un montón de frikis lamentándose porque se ha muerto un autor de
novelas de elfos y magia. Sólo que, por supuesto, describir así a Terry
Pratchett es como decir que la gran novela de Cervantes va sobre un loco que
hace tonterías: no es mentira pero se queda muy corto. Y la prueba de ello,
creo, somos todos los desconocidos que lloramos su muerte y que nos consolamos
mutuamente.
Por @AliceNemi |
Creo que he vertido más lágrimas por la
muerte de Terry Pratchett que por la muerte de todas las personas de mi
familia, lo cual no sé si dice mucho a favor de él o muy poco a favor de mis
familiares. Lloré en el momento. Lloré cuando redacté el panegírico que publiqué al día siguiente, cuando una amiga lo tradujo al inglés y
casi todas las veces que lo he releído después. Lloré cuando, un par de semanas
después de la muerte, organizamos un pequeño evento para leer sus obras en la
estatua del Ángel Caído en Madrid. Y lloré cuando leí los homenajes que le
tributan diferentes autores en las primeras páginas de A todo vapor. No soy muy llorón, así que no fueron llantos muy
efusivos. Más bien unas pocas lágrimas asomando a mis ojos mientras me invadía
la sensación de que me faltaba algo fundamental, de que el mundo estaba roto.
¿Exagero? Puede ser. Pero diré que, un
año después de su muerte, sigo llorando a Terry Pratchett. Incluso cuando leo
las ediciones traducidas de sus obras que, puntualmente, siguen llegando al
mercado español. Me pasó con A todo vapor:
la primera vez que el libro me hizo soltar una carcajada en el Metro (una
sensación muy pratchettiana) me sentí mal de una manera casi física. Cuando leí
cierta escena que confirma una tesis que tenía yo sobre el Mundodisco, se me
encogió el estómago. Es claramente una novela de cierre, escrita para
despedirse, y lo logra por todo lo alto. Casi todo Pratchett está en A todo vapor.
Terry Pratchett era un ateo convencido, y
yo también lo soy. No creo que su alma esté en parte alguna, mirando por encima
del hombro lo que escribo sobre él. Así que no terminaré esta entrada en
segunda persona. Simplemente diré que su obra hizo del mundo un lugar mejor,
que tiene un enorme potencial ético y que está cuajada de personajes
inolvidables. El fandom de Pratchett
es de los menos elitistas que conozco: nunca he visto a nadie quitando el
carnet de fan a quien no hubiera leído tal o cual obra, y creo que cuando sus
libros se fueron popularizando en España la alegría fue general. Eso tiene que
significar algo.
Lo dije hace un año y lo repito: Terry
Pratchett me ha hecho mejor persona. Me ha enseñado humildad. Me ha enseñado
que hay que hablar a favor de los que no tienen voz, no porque sean mejores que
los demás sino porque es lo justo. Me ha enseñado a respetar la autonomía de quienes
me rodean. Me ha enseñado empatía. Me ha enseñado a centrarme en el trabajo que
tengo delante. Me ha enseñado, en fin, que tratar a las personas como cosas
está en la raíz de todos los pecados. Le debo mucho, y por eso sigo llorando su
muerte. Pero, aparte de llorar, hay que combatir, cada quien desde donde pueda,
para que esos ideales pratchettianos, tan profundamente humanos, rijan en todas
partes.
Podemos hacerlo.
Estamos aquí y esto es ahora.
La tortuga se mueve.
Speak his name. Spread his word
ResponderEliminarA eso nos dedicamos.
EliminarEs triste decirlo, pero yo empecé a leer a Pratchett en un mundo ya sin Pratchett. Había visto a gente hablando muy bien de él por TW*. Me habían contado que era un gran escritor, y eso que nadie en mi entorno lo conocía. Pero absolutamente nadie. Luego llegó su muerte, y pensé que quizás iba siendo momento de ver que podía conseguir de él. Y así es como empecé. Ahora que me he leído unos pocos libros de su saga Mundodisco, debo decir que los llantos de los fans están plenamente justificados. Pratchett es agudo, irónico, tiene esa profundidad carente de pretensión, tan cara en un mundo en el que cualquier intensito te la quiere colar. Sus personajes están magnificamente hechos y su mundo es una auténtica olla llena de vida y bullicio. Incluso, esa fantasía de elfos, enanos y trolls que tan gastada está de tantas veces usada, consigue cobrar vida y hacer que empatices hasta con Detritus ("¡No salude, guardia interino!").
ResponderEliminarUna lástima que la fantasía sea considerada un género menor y que señores sesudos y huesudos miren esto por encima del hombro. Con su pan se lo coman. Yo seguiré leyendo a Pratchett. Larga vida a Mundodisco.
* Para que luego digan que TW no vale para nada. La de cosas buenas que habré descubierto desde que ando por ahí.
Ay... ¿ves? Ya me asoman las lágrimas de nuevo.
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