Es curioso, pero, pese a ser ateo, la
figura de san Isidro me resulta simpática. No es algo fácil de explicar, la
verdad. El mundo del campo me queda lejos, así que no viene de ahí. En mi casa
nadie fue nunca religioso, salvo mis abuelas, y se guardaron mucho de
adoctrinarme, así que de ahí tampoco procede. Recuerdo exactamente un trabajo
escolar sobre el patrón de Madrid, en el que calqué de la vieja Enciclopedia
Álvarez de mi madre un dibujo del santo rezando y el ángel arando, así que
tampoco puede decirse que la educación contribuyera.
Y sin embargo, ahí está. San Isidro me
cae bien.
Puede que sea por la naturaleza de su
vida y milagros. Isidro, dice la historia sagrada, era un jornalero: un currito
que trabajaba el campo de otros por un salario de mierda. Era de origen
mozárabe, es decir, cristiano que vivía en territorio musulmán. A veces tenía
que huir de Madrid por los avatares de la guerra. Intentaba escaquearse del
trabajo, llegando tarde o incluso (y ahí entroncamos con el milagro) pidiéndole
a Dios que lo hiciera por él, lo cual es una forma de huelga novedosa pero más
bien poco efectiva. Y fue elevado a los altares –como al parecer sucedía con
frecuencia en la época– por presión popular. Todo esto se une para formar en mi
cabeza una imagen curiosa: la de un santo popular, migrante, trabajador e
incluso con conciencia de clase (1). Muy madrileño.
¿Cuántas personas parecidas a san Isidro
habitan hoy la ciudad? A san Isidro o a su mujer, santa María de la Cabeza,
también labradora. Apenas hay ya actividad agrícola, pero pensemos en tantos
trabajadores que malviven explotados y en el pluriempleo. Teleoperadoras,
personal de limpieza, obreros de la construcción… Tampoco tienen por qué ser
trabajadores no cualificados: me vienen a la cabeza los informáticos que
trabajan en una cárnica o los abogados que curran en un gran despacho, con
jornadas interminables y sueldos de becario. Y, por supuesto, la gran masa de
desempleados y personas sin hogar. En realidad es tremendamente apropiado que
san Isidro sea el patrón de la villa. Nos representa perfectamente.
Precisamente por eso me repatea mucho que
la candidata Aguirre se vista de chulapa para sus actos de campaña. La verbena
de san Isidro es una celebración de raigambre popular y vecinal. No es sitio
para una grande de España en busca de votos. Esperanza Aguirre se parece más a
Iván de Vargas, el noble explotador para el cual trabajaban Isidro y María, en
cuya casa vivían y cuyo magro salario recibían.
Las encuestas dan como ganadora a
Aguirre. Ante esto, podríamos dejarnos vencer por el pesimismo: parece que los
Isidros y Marías del siglo XXI estamos condenados a que los descendientes
morales de los Vargas nos gobiernen para los restos. A aguantar y a tener,
mezclando santo con santo, la paciencia de Job. Pero hay otra opción. Hay muchas
Marías y muchos Isidros, y pocos Ivanes. Y las Marías y los Isidros tenemos derechos.
Podemos manifestarnos, podemos organizarnos, podemos hacer huelga y podemos
protestar. Y podemos votar.
Tenemos la oportunidad de mandar a los
Vargas a su casa de una buena vez y de que se oiga por fin la voz de la clase
trabajadora, de la vecindad madrileña, del pueblo. Y ya lo dice el proverbio: vox populi, vox Dei.
(1) Qué pasa, a ver si mi versión
inventada va a ser menos respetable que la versión inventada de la Iglesia.
Yo lo veo opuesto: es el ejemplo de que si rezas o trabajas, es mejor que reces; porque no te tienes que buscar las castañas del fuego. Es un vago y un teúrgo, que se supone magia prohibida por la Iglesia, o taumaturgo cual Tremere (ya lo dije yo aquí http://mariojpcsimon.blogspot.com/2012/05/de-un-santo-cabron-y-vago.html). O sea otra incoherencia religiosa... pero bueno, con las figuras ficticias míticas se puede tener muchos puntos de vista.
ResponderEliminarSí, es lo bueno, que te lo puedes inventar.
EliminarLa hagiografía y la mitología (a veces son prácticamente la misma cosa) siempre me han caído en gracia, pero como material literario, fíjate. De hecho, hasta tengo relatos en los que los dioses griegos habitan discretamente en nuestros días, tratando de no llamar la atención y de matar el sopor de una vida eterna sin mucho que hacer porque ya nadie cree en ellos. En otras palabras, para mí, santos, dioses y otras fantasías son un papel magnífico sobre el que escribir más historias.
ResponderEliminarEn el caso de San Isidro, la interpretación que das me parece maravillosa. También me parece totalmente coherente la actuación de Aguirre dentro de su "modus operandi". A alguien tan aprovechado, ¿qué más le da un santo o miles de ellos si con un traje y un paseo puede sacar los votos que necesita para que todo siga como hasta ahora?
Me estoy acordando (y esto me ha requerido buscar en mis estanterías hasta que lo he encontrado en la segunda fila de una) de una novela juvenil que hace años leí varias veces: "El hombre que quería pintar el sol de negro", de Eduardo Quiles. Muy probablemente ya no esté disponible en librerías: es de 1990 y de hecho yo lo conseguí de segunda mano. La cuestión es que en ese libro aparecen los planetas -es decir, los dioses romanos- como jóvenes surfistas. Me hizo bastante gracia en su momento. Desde luego, la religión es un material golosísimo para escribir historias: fíjate en la cantidad de novelas que hay sobre Jesucristo, por ejemplo.
Eliminar