viernes, 30 de mayo de 2014

Normatividad friki

El domingo pasado fue el día del Orgullo Friki. No hice post al respecto porque quería hablar también de las elecciones europeas, pero éste es un tema en el que tampoco quiero quedarme callado. Y no quiero quedarme callado porque el Orgullo Friki es una celebración que no me gusta, no sólo por el tipo de figura que ensalza sino también por la normatividad que implica.

¿Qué a qué me refiero? Bueno, a cosas como la siguiente: el otro día estuve en la tienda del CaixaForum donde, como en todas las tiendas de museo, tienen cosas innecesarias a precios muy altos. Y me puse a mirar los libros. Y allí, resaltados, había varios del estilo “Tests para saber si eres muy friki”, “Guía para educar a un hijo friki”, “Las nosecuantas películas que todo friki debe haber visto”, y demás basura. Qué queréis que os diga, me dio mucho asco.

¿Cuándo nos hemos convertido en eso? ¿Cuándo nuestra afición por el rol, los videojuegos, los superhéroes, la fantasía, la ciencia ficción, los wargames y todo lo demás se volvió una norma de conducta? ¿En qué momento se decidió que haber visto “Braindead” puntuaba más que haberse tragado “Mistery men” (1)? ¿Quién tiene el estándar de verdadero frikismo que le permite juzgar a los demás? Siendo la nuestra una afición tan amplia, ¿qué jodido sentido tiene establecer jerarquías? Aunque pudiéramos categorizar a las personas según los productos subculturales que han consumido, ¿qué puntúa más alto, un trekkie impenitente o alguien que se ha tragado hasta la lista de la compra de Christopher Tolkien? En definitiva: ¿cuándo y por qué nos volvimos normativos?

El llamado Orgullo Friki me lleva a hacerme esa clase de preguntas. Yo no estoy orgulloso de ser friki. Tampoco avergonzado, cuidado: si alguien va a prejuzgarme por mis camisetas o lecturas puede salir de mi vida a la de ya. Pero el frikismo no es algo que haya que reivindicar usando la idea de “orgullo”, tomada de grupos con problemas mucho más serios que los nuestros. El frikismo es un conjunto de aficiones, punto. Nuestras hipotéticas reclamaciones como grupo se centran en un solo punto, que no tiene contenido político sino social: respeto a nuestra forma de pasar el rato. No hay más. No estamos oprimidos, no hay un “mainstreamarcado” que pese sobre nosotros y nos impida desarrollarnos. Muy al contrario: los frikis solemos ser gente con un pack de privis bastante completito.

Los intentos de demostrar con ejemplos la existencia de ese “mainstreamarcado” están condenados al fracaso. ¿Que no puedes decir en una entrevista de trabajo que en tu tiempo libre te gusta jugar a MMORPG? Seamos serios: tampoco queda bien que digas que eres aficionado a la taxidermia, que preparas destilados químicos en tu sótano o que escribes sistemáticamente cartas al director quejándote de todo. ¿Que hay niños que sufren bullying en el recreo por ser frikis? Sí, los hay. Es el mismo tipo de niños que antes de la irrupción de la subcultura lo sufrían por cualquier otra causa: el acoso al débil ha estado siempre en los patios escolares y estará hasta que logremos erradicarlo, pero no tiene nada que ver con lo nuestro. Y así con todo.

Me atrevo a pensar que la mayoría de quienes celebran (normalmente de forma muy simbólica, en Twitter y poco más) el llamado orgullo friki nunca han pensado en esa cuestión en estos términos. Pero era necesario plantearla así para hacer la siguiente pregunta: si no estamos oprimidos, ¿exactamente para qué necesitamos una identidad común? Las identidades, las etiquetas con las que nos definimos, son también corsés que nos limitan y nos imponen comportamientos que igual no nos cuadran, porque se trata de camisas de talla única que tienen que valer para muchas personas. A veces son útiles, por ejemplo, cuando la quieres usar para una reivindicación política o dar a tu interlocutor una idea de cómo eres sin contar tu vida.

Sin embargo, en el caso del frikismo, que comprende un conjunto inabarcable de prácticas y gustos, ¿qué información aporta la etiqueta? Al fin y al cabo, ¿qué diablos tienen en común un tío que se dedica a colgar tutoriales de aventuras gráficas de los años ‘90 con otro que se deja todos los meses 50 € en cómics de Marvel? ¿Dónde está el vínculo entre el cosplayer que se disfraza de un personaje secundario de un manga que sólo ha leído él y el fan de ESDLA que escribe fanfics infectos? ¿Y la relación entre el consumidor impenitente de series policiacas y el que no puede dejar pasar una semana sin masterear una crónica de Vampiro? ¿Por qué razón hay que denominar “frikis” a esas seis personas? ¿Porque les gustan cosas distintas de un conjunto de aficiones que alguien ha decidido que van en pack? Parece una razón bastante débil, ¿no? En definitiva, ¿para qué vale esta etiqueta? ¿Qué ganamos empleándola?

Creo que muy poco y que, por el contrario, perdemos mucho. Como dije, el precio de definirte de cierta forma es que te ves impelido a comportarte de esa forma. Y yo el arquetipo de friki (obsesivo, con problemas para relacionarse con terceros, con unas aficiones que le incapacitan socialmente, sin pareja y sin contacto con la realidad) no lo quiero ni en pintura, gracias. Me da igual que me lo vendan en forma de Sheldon Cooper o en forma de lista de “derechos y deberes del friki”. Simplemente no me da la gana ser así. Rechazo una subcultura que me ha impelido más de una vez a pensar “tengo que leer / ver / jugar X”, donde “tengo que” no era “me apetece”.

Termino ya. Recuerdo que, en su momento, cuando yo pensaba menos sobre estos temas, me impresionó mucho esta tira de Leie Cómics, en la cual Marcos Arroyo expresa exactamente lo que quiero decir: que es muy triste que una serie de aficiones que nacieron precisamente para evadirse de una sociedad con normas rígidas hayan terminado conformando algo parecido a lo que querían evitar. En definitiva: “Animo, chicos de negro. Espero que alguna vez encontréis el arcoíris.”




(1) Ejemplo sacado de uno de los libros que me impulsó a escribir esta entrada. No me invento nada.



domingo, 25 de mayo de 2014

Abstención activa

En estas elecciones parece que está cundiendo el desencanto. Todo apunta a una abstención altísima. Al margen de que las elecciones europeas no suelen despertar mucho entusiasmo (hay una idea generalizada y no del todo desacertada de que ya está todo decidido) y del estado en que está la política en España, tenemos las persistentes llamadas a la abstención activa. Se trata de un concepto de difícil precisión: por lo que he encontrado consiste en no votar a ninguno de los partidos que se presentan (bien no yendo a votar, bien votando en blanco o nulo) pero no por pasotismo o desconocimiento sino como medio de protesta. La diferencia no está en lo que se hace sino en por qué se hace. Se busca demostrar que se rechazan esas elecciones, bien por los partidos que concurren o bien por el mismo sistema que las forma.

Me apresuro a decir que eso me parece perfectamente legítimo. Yo mismo he estado a punto de abstenerme por puro hartazgo. Nunca he sido de los de “si no votas no tienes derecho a quejarte”. Tampoco voy a decir eso tan manido de “si no votas facilitas que gane la derecha” porque, aunque sea técnicamente cierto (sobre todo teniendo en cuenta el perfil del abstencionista en este país) me preocupa bastante más que haya tantos curritos votantes del PP. En definitiva: me parece perfecto que te abstengas.

Pero, por favor, no vengas a decirme que tu abstención sirve para algo.

Lo explico antes de que vengan las pedradas. Con esto no quiero decir que votar en un sentido u otro vaya a valer para cambiar las cosas. Lo que digo es que abstenerse, el hecho de no votar a ningún partido, es una acción de protesta simbólica pero inútil a nivel práctico. Estoy pensando principalmente en cierto pensamiento un tanto naif pero muy extendido que viene a decir que si hay suficiente gente que no va a votar el sistema caerá porque sus gobernantes no estarán legitimados. La idea es que “los políticos tendrán que escucharnos”, que se iniciará un “proceso destituyente”, que la “casta” se verá sin apoyos o cosas similares.

Aquí tengo que decir dos cosas. En primer lugar, que la legitimidad es un concepto volátil, que se define según conviene. Por ejemplo, desde un punto de vista jurídico, la modificación del artículo 135 CE es legítima porque se realizó siguiendo todas las previsiones legales para la reforma constitucional. Desde un punto de vista de justicia social, sin embargo, no lo es porque pone el pago de la deuda por encima del Estado social. Yo personalmente considero ilegítimo el sistema que padecemos, se abstenga o no todo el mundo.

Pero es que además, aun suponiendo que una abstención masiva (digamos un 70%) dejara al sistema sin legitimidad, no podemos olvidar que el Estado se sustenta en la fuerza. “Un pie en el cuello es el noventa por ciento de la ley”, dice con razón Terry Pratchett. Mientras el sistema tenga a su servicio a la Policía, a las Fuerzas Armadas, a la Administración, al Ministerio Fiscal y a la prensa tendrá la sartén por el mango y rápidamente se generaría un discurso que restaurara esa legitimidad perdida. Olvidar a estas instituciones es un error garrafal.

Creo que la única abstención que puede generar efectos es la del 100%, aunque no sé yo si a mí me gustarían unos efectos consistentes en unas Cortes vacías y un Estado paralizado. Pero eso no va a ocurrir nunca, por la sencilla razón de que es imposible convencer a todo el electorado de un país de que haga lo mismo. Aunque sólo votaran los propios candidatos, los miembros de sus equipos y los afiliados a sus partidos ya habría un cuerpo electoral suficiente para pretender que esas elecciones son democráticas. La única manera de lograr una abstención así sería que nadie, ningún candidato, se presentara.

Así lo demuestra por ejemplo el caso de Jamaica, país en el cual en 1983 el PNP, principal partido de la oposición, anunció que, como medio de protesta, no presentaría candidaturas. Como resultado, en 54 de los 60 distritos no se celebraron elecciones; en los otros 6, donde la única competencia eran partidos sin experiencia y candidatos independientes, los laboristas arrasaron. La participación fue del 2,7% respecto del total nacional y del 55% respecto de la población de los distritos donde realmente se votó. El Parlamento monocolor resultante gobernó hasta el final de la legislatura. Hay otros ejemplos (en este enlace podéis encontrar otros dos), que tienen algo en común: la única forma de conseguir niveles tan altos de abstención parece ser que la oposición se niegue a presentar candidaturas y por tanto sus votantes se queden en casa. El resultado es que los candidatos oficialistas ganan de calle.

Sin embargo, la idea de la abstención activa no está ligada solamente a este pensamiento tan quinceemero de “la casta política” sino también a ideologías políticas con más elaboración. En mi barrio están apareciendo carteles con simbología anarquista que llaman a la abstención activa con la siguiente frase: “no votes, lucha”. Pero el hecho es que no son dos cosas incompatibles, sino más bien complementarias: yo no concibo una ciudadanía que se limite a votar cada cuatro años sin hacer manifestaciones, huelgas, recogidas de firmas, sentadas y encierros cada vez que les tocan un derecho. Y eso no tiene nada que ver con abstenerse o no. 


En definitiva, no votar (o hacerlo en blanco o nulo) no sirve de nada a nivel práctico. Pero al margen de esa crítica, es una decisión que debe ser respetada. No quiero que se vea este texto como una muestra de superioridad intelectual o moral hacia quien, por las razones que sean (desafección, ideología anarquista, incapacidad de elegir, convencimiento de la inutilidad de votar a un minoritario, no querer sentirse cómplice del sistema…) prefiere no participar en las elecciones: entiendo la incomodidad que sienten votando porque yo mismo la he sentido. El derecho de participar implica el derecho de no participar

jueves, 22 de mayo de 2014

La cultura de la defraudación

Hoy he asistido en directo a un fraude fiscal. Tocaba Junta de Vecinos y se trataba de aprobar unas obras de mero ornato: cambiar unas verjas metálicas oxidadas, pintar no sé qué paredes y demás. Lo cierto es que no me he quedado con los detalles de la obra, que se había tratado en una reunión anterior a la cual no fui. Pero el hecho es que ha venido el contratista (colega del administrador) y nos ha dicho que podía facturarnos un 10% de IVA (en vez de un 21%) si se calificaban las obras como de mejora. La Junta ha aceptado la propuesta y luego se ha puesto a debatir, de esa cantidad de dinero que debían, cuánto pagaban: ¿todo, el 50%, nada? El contratista ha dicho con alegría que él facturaba la cantidad que quisiéramos.

Finalmente, después de que el administrador dijera que él sólo puede recomendar que se pague todo, pero que hiciéramos lo que quisiéramos, ha quedado establecido que se declara y paga un 50% del IVA que realmente se debe. El único voto en contra ha sido el mío. Cuando el administrador estaba apuntando el resultado de la votación se ha detenido y ha dicho “bueno, mejor que esto no acceda al acta, que a ver si nos pasa como a Urdangarín”. Todos mis vecinos han reído la ocurrencia y la han secundado con “sí, sí”, “mejor que no”, “jaja”. Yo me he deprimido mucho.

Mis queridos vecinos son personas normales. No son políticos, no son banqueros, no son empresarios. Son curritos que nunca han metido mano en la caja de lo público, han corrompido a un político o han obtenido un trato de favor de la Administración.

Visto lo visto, porque no pueden.

Me ha repugnado especialmente la broma sobre Urdangarín. ¿Son conscientes de estar haciendo exactamente lo mismo que él pero a menor escala? ¿O lo decían precisamente para distanciarse, para decir que no es para tanto estafarle cuatro duros a Hacienda si el yernísimo ha robado lo que ha robado? ¿Son conscientes de todo esto? La discusión sobre cuánto se paga, que ha conducido a esa especie de justo medio tan repulsivo (“todo no lo vamos a pagar, pero hombre, no pagar nada…”) me ha llenado de vergüenza.

Lo cojonudo es que luego todos ellos mirarán la tele y dirán “si todos son iguales” y “aquí mangan todos” y “no voy a votar a un partido que no haya robado porque la razón es que no ha tenido oportunidad”. Pues como tú, ¿no? La única razón por la cual no estás llenándote los bolsillos de dinero público es porque has nacido en un bloque de viviendas en Vallecas en vez de en un piso del barrio de Salamanca.

He pensado en denunciar a Hacienda, pero veo poco probable que el procedimiento sancionador llegue a buen puerto. Sin embargo, si lo hiciera estoy seguro de que la mayoría de mis vecinos me echarían la culpa de la multa que les pondrían. Cuando lo hablaran con sus cuñados todos coincidirían: cómo se me ocurre denunciar, quién no ha hecho alguna vez una trampilla para Hacienda. Y lo cojonudo es que tienen razón: los que vemos mal dejar de pagar los impuestos en todos los casos (sí, también en el del señor de la ferretería o en el de mi prima que anda apurada) somos bichos raros.


Y yo pregunto: ¿de verdad podemos extrañarnos de que quienes acceden a las capas altas del sistema (gobernantes, grandes empresarios, banqueros…) sean en su mayoría una pandilla de corruptos y corruptores? No digo que no podamos quejarnos y denunciarlo, ojo: digo que no podemos extrañarnos. Al fin y al cabo vienen de donde vienen, ¿no? De nosotros. 

domingo, 18 de mayo de 2014

"No" es "no"

Lo dice el título de la entrada, y lo repito: “No” es “no”.

“No” no es “sigue insistiendo”: las mujeres no son máquinas tragaperras en las que tengas que insistir para lograr el premio. No es “dame más alcohol”. No es “vuelve dentro de un rato”. No es “aléjame de mis amigas que quiero decirte que sí sin sentirme juzgada”. No es ninguna de las interpretaciones de mierda que Jeremías Pérez (alias Álvaro Reyes), sus compinches o sus compañeros de profesión te quieran vender. “No” es “no”.

Otras cosas que también son “no”: “no, porque…”, en la cual la otra persona te explica por qué quiere que te alejes (algo que no tendría por qué hacer); “ahora no”, que no es una petición de que vuelvas más tarde; “no eres mi tipo”, que aunque no lo creas no es un ataque personal; “déjame en paz”, que seguro que provoca que te vayas ofendido diciendo que sólo querías ser amable. El silencio también significa “no”: si se mantiene callada, sin responder a tus intentos de ligue, es obvio que quiere ser dejada en paz. Hazlo. Sin excusas.

Estos días, los admiradores de Jeremías Pérez me están poniendo muchas excusas para explicarme que “no” significa otra cosa. Por ejemplo, me hablan del lenguaje corporal: si el lenguaje corporal dice “sí” y la boca dice “no”, ¿qué hacemos? Me lo preguntan en serio, cuando la respuesta es obvia: la voluntad expresa y declarada pasa por encima de la voluntad tácita. O de lo que tú crees que es la voluntad tácita, porque está sujeto a interpretaciones. ¿O es que eres un experto en lenguaje corporal? ¿Vas a arriesgarte a hacerle daño a la persona que tienes delante, después de que te ha dicho claramente que pares, sólo porque tu calentón te hace ver que en realidad quiere que sigas? ¿Tantas ganas tienes de follar que no te importa hacer daño? ¿Pero dónde tienes la empatía?

Uno de los conceptos más asquerosos que emplean los PUA para justificar sus acciones es el FF, o factor fulana (el link lleva a Google, de ahí cogéis la explicación que más asco os dé): básicamente, la idea es que ellas dicen “no” porque les han enseñado a no ser fáciles aunque en realidad están chorreando por ti, y es tu tarea como seductor y máster del Universo aislarlas de sus amigas para que puedan expresar su voluntad de meterse en tu cama. Chungo, ¿eh? Convierten la depredación sexual en un favor que el acosador le hace a su víctima.

Bien, no seré yo quien niegue que la educación importa. Y sí, es cierto, nuestra cultura les grita a las mujeres que no deben ser demasiado fáciles, que tienen que hacerse de rogar. Y entra dentro de las fronteras de lo posible que una mujer diga que no por miedo a sentirse juzgada. Pero ¿qué te autoriza a ti, Casanova de pacotilla, a decidir que éste es el caso? Y, aunque lo fuera, ¿por qué te arrogas el derecho de aislar y presionar a una persona que te ha dicho que no? ¿Tan poco te importa ese ser humano que tienes delante que te da igual si le causas dolor, le generas un problema con su entorno o le provocas un conflicto con sus creencias si ello te permite follar?

Termino ya este texto que sale directamente del hígado, del aborrecimiento que tengo hacia esas escuelas de agresores que son las academias de seducción. “No” es “no” o, en otras palabras, los noes deben interpretarse como negativas. Siempre, en todos los casos, por mucho lenguaje corporal que lleven aparejado. No tienes derecho a interpretar que quien dice “no” pretende decir otra cosa: si en algún caso concreto sí lo pretendía, bueno, mala suerte. Como dice @laguiri en su bio, las culpas al patriarcado.



miércoles, 14 de mayo de 2014

Álvaro Reyes y la cultura de la violación

El mundillo de los cursillos de seducción siempre me ha espantado. Van dirigidos a hombres que no ligan y su finalidad es, bueno, que liguen. Para ello se valen de un montón de tópicos, “herramientas” y privilegios que jamás asumirán tener. Se publicitan como simples apoyos, personas que ayudan a hombres a recuperar la confianza en sí mismos, pero eso no es así: en realidad se dedican a enseñar juegos mentales, manipulación y métodos para insistir. La vinculación de estas “academias” con la cultura de la violación es obvia: para ellos el consentimiento de las mujeres es, en el mejor de los casos, un obstáculo. Si no fuera así no manipularían para obtenerlo. 

Quizás uno de los más repulsivos PUA (pick-up artists) que pueblan la red sea Álvaro Reyes, nombre de guerra de un tipejo que se ha hecho famoso por el dudoso honor de que eldiario.es le dedique un artículo en el cual se destapa su horrible negocio. El artículo, que ha provocado que Reyes retire un vídeo de “humor” en el cual dice que la mejor forma de terminar con una relación es mediante una paliza, sólo destapa una realidad. Álvaro: eres un machista, un aprovechado, un formador de agresores y un ser humano de una catadura despreciable. 

¿Qué no es así? Bueno, veamos algunos ejemplos. Como este vídeo, en el cual Reyes se dedica a besar por sorpresa y tapando los ojos a mujeres que van tranquilamente por la calle. ¿Se puede imaginar mayor desvalorización del consentimiento de sus víctimas? Y sí, digo víctimas, porque lo que hay en el vídeo son agresiones sexuales: emplea la violencia (bien que en una cantidad escasa, derivada del propio contexto social) para obtener de sus presas una recompensa inequívocamente sexual, vulnerando por completo su libertad. La única razón por la que podría salir absuelto si una víctima le sienta delante de un juez es que éste considere que, siendo agresiones tan relativamente leves ("sólo" da besos), no está justificada la imposición de una pena, no porque sus actos no integren el tipo penal.

Reyes se vanagloria de este truquito. Así se puede ver, por ejemplo, aquí: se trata de la copia en caché (la página principal ha desaparecido, qué curioso) de un “campamento de verano” que Reyes y algún otro de sus amigos ha montado para sacarle dinero a desesperados. En la sección “Algunas cosas que aprenderás” se menciona (dos veces, como si fuera increíble) “el ABRIDOR del beso de Álvaro Reyes”. Es decir, iniciar la interacción con un beso. ¡Ídolo, machote! 

La página del campamento de verano es muy ilustrativa. Los incautos que paguen tendrán “acceso completo y sin restricciones a todo el alijo de abridores, trucos, rutinas, temas de conversación, técnicas de escalada, y absolutamente todo lo que utilizamos para conseguir resultados increíbles”. Se trata de trucos, nada más. La otra persona se convierte en una cosa, un punto en un marcador, un objeto de deseo que puede obtenerse si se emplean las estrategias adecuadas. Y, como se trata de una cosa, no importa lo que tenga que hacerse para lograrla. 

El lenguaje de todas las páginas de Reyes y sus amigos es creepy a más no poder. Así, por ejemplo, en el programa de otro de sus talleres se enseña a manipular desde el principio (“Entra con mucha más energía que ella”), a aislarla de sus amigos (“Frases para aislarla del grupo”) o a dar pasos hacia una relación sexual que puede que ella no quiera (las llamadas “técnicas de escalada”). Este artículo, escrito por uno de sus discípulos y publicado en su web, revela también mucho: se trata de trucos para salir por la tangente en una conversación, aplastando todo lo que tenga que decir la chica bajo la propia verborrea para dejarla trastocada (palabra suya, no mía), ya que así “tienes gran parte de la interacción ganada”. Porque es una competición. O un adiestramiento, como dice este otro alumno contento: “la premiaba con un abrazo cuando decía algo bueno de mi (sic.), y la castigaba sin abrazo cuando no…manteniéndola en un estado emocional optimo” (1). 

No voy a insistir más en esto. Cualquier artículo que encuentres escrito por Reyes, sus cómplices o sus discípulos tiene las mismas características: un lenguaje de depredador sexual (aislar, trastocar, ganar la interacción) que asusta, machismo supurante, trucos para dominar y controlar la conversación, el ligoteo visto como un proceso de asedio, las mujeres entendidas como cualquier cosa más que como personas. En sus cursos no se menciona ni una sola vez el consentimiento. ¿Y por qué iba a ser así? No les importa que las mujeres consientan: les importa ganar dinero enseñando a hombres inseguros cómo agredirlas sexualmente, porque todos sabemos que cuando dicen que no en realidad es que sí. 

Bueno, quizás sea todo muy exagerado, ¿no? Igual me estoy pasando, no es para tanto… ¿no? 

"No, para" mientras la beso. "No, para" mientras entra a casa. "No, para" mientras le quito la ropa. "No, para" mientras follamos.” (Álvaro Reyes, @alvarodaygame, 27 de febrero de 2014, captura de pantalla

No hay más preguntas, señoría.



(1) Unas líneas más abajo tiene la cara dura de decir que “Me sentí un poco mal al utilizar a mis amigos” para manipular a la chica a la que quería llevarse a la cama. Hay que echarle cuajo.



ACTUALIZACIÓN 15/05/2014, 15:58. Borraré todos los comentarios que contengan publicidad. Considero publicidad cualquier enlace a páginas de Jeremías Pérez (a.k.a. Álvaro Reyes) o de cualquier otro coach de seducción, sea en español o en otro idioma. También considero publicidad los comentarios escritos en tono "la seducción científica me ha cambiado la vida". Y, por supuesto, esto no debe interpretarse como que no borraré comentarios que no tengan publicidad.



¿Te ha gustado esta entrada? ¿Quieres ayudar a que este blog siga adelante? Puedes convertirte en mi mecenas en la página de Patreon de Así Habló Cicerón. A cambio podrás leer las entradas antes de que se publiquen, recibirás PDFs con recopilaciones de las mismas y otras recompensas. Si no puedes o no quieres hacer un pago mensual pero aun así sigues queriendo apoyar este proyecto, en esta misma página a la derecha tienes un botón de PayPal para que dones lo que te apetezca. ¡Muchas gracias!

viernes, 9 de mayo de 2014

El argumento de la responsabilidad

El debate sobre el aborto está tan estereotipado que es difícil que se digan cosas nuevas. El bando fuerzapartos no deja de hablar de derecho a la vida mientras que nosotros, que vivimos en una dimensión moral muy diferente, nos referimos a la dignidad de la mujer. Sin embargo, quiero hablar hoy de un argumento que no sostienen los fuerzapartos clásicos, sino gente que está de acuerdo en principio con que el aborto sea legal. Este argumento dice que la decisión de abortar debe ser tomada en conjunto por la mujer y por quien vaya a ser el padre del bebé si éste llega a nacer. Si no hay acuerdo y la gestante decide seguir adelante con el embarazo, el padre debería ser exonerado de sus obligaciones paterno-filiales, porque él no ha deseado el nacimiento de ese bebé.

El argumento (que he oído expresar incluso desde la izquierda) parece atractivo porque logra presentarse como algo de justicia: si yo no he consentido tener un hijo no debo ser obligado a pagar sus cuidados. Y sin embargo, examinado más de cerca resulta insostenible. Vamos a verlo.

Un principio jurídico básico es el de la responsabilidad por los propios actos. Si yo causo un riesgo que se concreta, debo pagar a los afectados. Por ejemplo, si un conductor hiere a un peatón o si una empresa provoca un vertido. Hay distintas formas de individualizar esta responsabilidad: es posible que sólo haya que pagar si el daño se causa con dolo o negligencia grave (responsabilidad subjetiva) o que ese extremo sea irrelevante (responsabilidad objetiva), pero la idea central está ahí.

Un coito es una actividad humana que, como todas, causa riesgos. Si durante el coito se rompe la cama, se impide dormir a un vecino o se traumatiza a un menor que esté mirando, la pareja que esté manteniendo relaciones sexuales deberá afrontar la responsabilidad correspondiente. De la misma manera, si el coito genera un embarazo, los ahora padres deberán encargarse de la crianza del bebé, porque son responsables de su venida al mundo. Incluso un padre que quiera desvincularse por completo de la crianza de ese menor deberá pagar una pensión de alimentos: eso es lo mínimo que se debe. Se trata de una responsabilidad objetiva, que la ley atribuye a los padres independientemente de que hayan puesto o no medios para impedir el embarazo.

“Bueno”, podría pensarse, “y si cuando mantienes relaciones sexuales te arriesgas a un embarazo, ¿qué justifica el aborto? Al fin y al cabo, ¿no es más grave matar al feto que no pasarle la pensión una vez nacido? ¿Por qué se puede hacer lo primero y no lo segundo?” Esto es lo que subyace, por cierto, tras la furibunda imprecación de “¡si te quedaste embarazada asume tu responsabilidad!” y tras la regulación de la violación como una causa de aborto. Pero es una objeción que no tiene recorrido, y no lo tiene porque implica que la responsabilidad puede llegar hasta el punto de privar a la gestante de su dignidad, y ello no es así.

Efectivamente: como ya he sostenido más de una vez, una ley de plazos es consecuencia necesaria de la dignidad de la gestante, a la cual no se le puede tratar como una incubadora humana. La dignidad es el presupuesto normativo de los derechos fundamentales: tenemos derechos humanos porque se considera que derivan de nuestra dignidad como personas. No se pueden limitar así como así.

De hecho, los Estados occidentales sólo permiten limitar derechos fundamentales en circunstancias muy concretas, por ejemplo una condena por un delito. Matar, violar o robar a alguien permiten privar al que lo haga de su libertad ambulatoria; quedarse embarazada no. Además, no todos los derechos humanos pueden ser limitados: asumimos que el Estado puede encerrar a una persona o quitarle sus derechos electorales, pero ¿asumiríamos que puede privarle de su libertad sexual? ¿De su libertad religiosa? ¿De su libertad de expresión? ¿De su derecho al honor? No, nunca. Pues con mayor motivo debemos rechazar toda limitación de la dignidad, fuente de esos derechos.

De ahí se deriva que el aborto debe ser una decisión libre de la gestante porque están en juego sus derechos fundamentales. Ni un médico, ni un juez ni su pareja deben tener la última palabra: ha de ser ella y sólo ella. Sin embargo, si decide seguir adelante con su embarazo y efectivamente termina pariendo, tanto ella como el padre estarán obligados a mantener a la criatura, ya que aquí no están en juego sus derechos fundamentales. En definitiva: la responsabilidad por actos propios no puede permitir instrumentalizar a una persona, igual que no permitiría impedirle hablar u obligarle a cambiar de religión.


Como coda, he de decir que yo entiendo que haya varones a quienes no les guste esto. Les parece injusto que deban mantener a un bebé cuya generación no han deseado. Pero el hecho es que nunca llueve a gusto de todos, y no es de recibo pretender subsanar una supuesta injusticia hecha contra sus carteras con el control del cuerpo de sus parejas sexuales. Cuando las gestaciones se realicen en úteros artificiales podremos pensar en otra regulación: hasta entonces, la correcta interpretación de todos los principios implicados nos lleva, sin duda, a este resultado.

viernes, 2 de mayo de 2014

Desigual

El anuncio de Desigual en el que una mujer pincha los condones que va a usar porque fantasea con lo bien que le quedará un vestido estando embarazada ha tenido un fuerte impacto en el activismo feminista. Durante varias horas mi timeline se ha convertido en una gigantesca explosión de rabia contra un spot que trata a las mujeres de aprovechadas frívolas y rastreras, capaces de hacer cualquier cosa (incluso quedarse embarazadas) con tal de estar guapas. Sin embargo, creo que aquí hay más cosas, cosas más profundas y viles, a las que no deberíamos dejar de prestar atención.

Para empezar: creo que nadie ha entendido el anuncio fuera de ciertos círculos. Preguntadle a cualquiera de vuestros conocidos (excluyendo, claro, a personas con una cierta concienciación en el tema) si el anuncio de Desigual es machista. Desearía muy fuerte que la respuesta más común no fuera “no, machista no, en todo caso feminista / hembrista / feminazi”, pero no soy muy optimista al respecto. Efectivamente: hay gente, y no poca, que cree sinceramente que un anuncio tan repulsivo y estereotipador busca afirmar de alguna forma la posición de la mujer, en vez de menoscabarla.

En realidad tampoco sorprende. Lo que el anuncio nos presenta es una mujer que busca quedarse embarazada por una frivolidad. Luego, se supone, o abortará u obligará al padre a hacerse cargo de la manutención del niño, dos cosas contra las cuales vocifera toda la cultura patriarcal que nos ha criado y que tenemos incrustada en el fondo de nuestra cabeza. Esa cultura patriarcal, que durante años pareció estar en retroceso, está saliendo de nuevo a la luz. Las mentiras sobre el “derecho a la vida”, la presentación de la custodia compartida como una cuestión de justicia, el constante y machacón bulo de las denuncias falsas, la visión de la feminista como una mujer fea, lesbiana y amargada… Todo está ahí, detrás del discurso de todas esas millones de personas que no son “ni machistas ni feministas” pero “joder con las feminazis”.

¿Es entonces tan raro que un anuncio en el que se presenta a una mujer obteniendo una “victoria” de alguna clase sea tachado de hembrista? ¿Que tanta gente sea incapaz de ver el supurante machismo de esa representación de la mujer? Aún más: ¿cuántos hombres están ahora haciéndose las víctimas del anuncio y exigiendo a las “feminazis” que protesten por un spot que, según creen, les ataca a ellos? Por supuesto, ninguno se ha molestado en ver que las feministas sí se están moviendo, porque para qué: saben que no lo están haciendo porque el anuncio es hembrista y ya sabemos la doble vara de medir que tienen estas subvencionadas. Y cuando se les dice que de hecho sí está habiendo actividad porque el anuncio es de una misoginia brutal, te miran con cara de culo y te dicen “¿dónde ves tú la misoginia?”

Por otra parte, imaginemos que en el spot no hubiera nada que pudiera interpretarse como un ataque a los hombres. Que apareciera, con ese tono de coñita que caracteriza a los anuncios de Desigual, una mujer estereotipada de cualquier otra forma. ¿Cuántas de las personas que ahora se echan encima de “las feminazis” por callar estarían llamándolas exageradas? No te pases, mujer, que sólo es un anuncio. Que sólo es una broma. No pretenderás ponerle límites al humor, ¿no? Y toda esa mierda.

Es todo eso lo que ha sacado a la luz el anuncio de Desigual. Victimismo, misoginia, falta de información y estupidez a partes iguales. Y odio, mucho odio contra las feministas, esas que están todo el rato quejándose de cualquier cosa pero no abren la boca cuando aparece un anuncio hembrista. Lo ha dicho hace un rato Andrés Diplotti: cuando lo que molesta es 1) que calles y 2) que hables, está claro que lo que molesta es que existas.