Mi entrada de hoy no es más que un pálido desarrollo de esto. Conviene escuchar la canción original antes de leer mi texto.
Imagínate,
mi hijo, imagínate.
Imagínate
que no sientes vergüenza.
Que
puedes hacer invitaciones.
Que
puedes aceptar invitaciones.
Que
puedes salir de comida, o de cena.
Que
tus zapatos aguantan.
Que
andas porque quieres.
Que
la idea de un imprevisto no te pone malo.
Que
mides lo caro en decenas de euros, no en euros. O en céntimos.
Que
puedes prever tus gastos.
Que
300, 1.000 y 30.000 € te parecen cantidades diferentes.
Que
no te sientes menos.
Que
cuando hablas de dinero con privilegiados no te sube la bilis.
Que
“no quiero nada” significa “no quiero nada”.
Que si te quejas nadie te dice "todos tenemos problemas", "trabaja" o "envidioso".
Que
puedes no pensar en dinero durante un día entero.
Que nadie te llama parásito.
Que
no piensas “tú qué coño sabrás” cuando un político, un empresario o un obispo
hablan de pobreza.
Imagínate,
mi hijo, que lees esto y no lo entiendes.
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