Estudiando la historia de España del
siglo XIX se puede identificar un fenómeno muy curioso, que he dado en llamar
“optimismo constitucional”: la idea de que los males del país se arreglan
cambiando de Constitución. Creo que es algo que sigue presente en el
pensamiento de cierta izquierda española. Y es un problema, porque se trata de
una idea errada: cambiar de Constitución, si siguen gobernando los mismos, no
vale para nada.
Pongamos el ejemplo de la
aconfesionalidad del Estado (1). El artículo 16.3 CE lo deja meridianamente
claro: ninguna confesión tendrá carácter estatal. Hay quien piensa que el
problema religioso en España (2) se arreglaría si se suprimiera la segunda
frase de ese párrafo, que obliga a los poderes públicos a llegar a acuerdos con
las confesiones. Una vez hayamos pasado de la laicidad positiva que consagra
nuestra Constitución a una aconfesionalidad pura “a la francesa” todo se
arreglará y nuestra legislación se verá libre de influencia religiosa católica.
Esto es exactamente el optimismo constitucional: todo se arregla modificando la
norma fundamental.
Por desgracia, eso no es así. No es así
porque la ley es letra muerta salvo que haya voluntad de hacerla cumplir. Y si
nuestros gobernantes no cumplen el modelo de aconfesionalidad que establece
nuestra Constitución, nada nos hace pensar que vayan a obedecer uno más
estricto. Yo estoy a favor de ese cambio constitucional, pero el hecho es que
la presión eclesiástica sobre nuestras vidas podría reducirse mucho sin hacerlo
(3). Bastaría con actos como el de la alcaldesa de Torrelavega.
La susodicha, del PSOE, ha cometido lo
que, según la oposición, es un sacrilegio y un crimen contra Dios y los
hombres: se negó a ir como representante municipal a la misa y procesión de la
patrona del pueblo y a cederle a ésta el bastón de mando. ¡Penitenciàgite! Lo
que debería ser normal en un Estado aconfesional (la ausencia de representación
institucional en actos religiosos) se ha convertido en un debate municipal. La edición en papel de El Diario Montañés hablaba de “sorpresa, incredulidad y
malestar” en el pueblo, mientras que el PP ha dicho que la alcaldesa es
“egoísta” y una “deshonra” para el municipio. Por cumplir un mandato
constitucional.
Un mandato constitucional, sí, el de que
ninguna confesión tenga carácter estatal. No podemos olvidar esta norma, sin la
cual no existe verdadera aconfesionalidad, por mucho que vaya acompañada de
otras. El Estado tendrá que firmar acuerdos con las confesiones, pero desde un
punto de vista de separación entre ambas entidades: no son lo mismo, no valen
para lo mismo y ninguna puede cumplir la función de la otra. Ni las confesiones
pintan nada en las instituciones estatales ni los poderes públicos en las
ceremonias religiosas.
La neutralidad del Estado en materia
religiosa es una de las salvaguardas más importantes de la libertad de
conciencia, que a su vez es uno de los derechos esenciales de una democracia
(4). Eso basta para desmontar las argumentaciones, presuntamente seculares, del
PP local. Este partido no ha hablado de religión sino de tradición, de algo que
une al pueblo y de una costumbre que han cumplido “todos los alcaldes y
alcaldesas de Torrelavega”. Hacer pasar lo religioso por algo tradicional,
popular y, bueno, no religioso, es una estrategia vieja. Pero no cuela: la
misa, la procesión y la cesión del bastón de mando es una ceremonia con sentido
para los torrelaveguenses católicos, no para los demás. Y en un Estado que
respeta la libertad religiosa no puedes presumir que todo un pueblo pertenece a
la misma confesión.
La alcaldesa de Torrelavega se ha
limitado a cumplir con un mandato constitucional, y ya hemos visto cómo se ha
puesto la oposición. No es una peculiaridad propia de ese pueblo: comentando
esta noticia un sevillano me contaba que él no se imaginaba esa actuación por
parte de ninguno de sus alcaldes… y hablamos de una capital autonómica. Simplemente
hay gente que no puede sufrir que se avance hacia un Estado verdaderamente
neutral en cuestiones religiosas. Y esa gente grita mucho, por lo que se
perpetúa una tradición política en la que las cosas de la Iglesia mejor no meneallas.
Ése es precisamente el meollo: la cultura
política. No avanzaremos nada hasta que deje de haber miedo de abordar las
necesarias reformas en materia de relación entre la confesión católica y el
Estado. Una reforma constitucional ayudaría, qué duda cabe, pero el problema
está en otra parte: en la práctica legislativa y política diaria. Con la
Iglesia hemos topado.
(1) Uso “laicidad” y “aconfesionalidad”
como sinónimos; cosa que, pese a lo que se suele decir, son.
(2) Consistente en unos obispos que no
dejan de meter la nariz y las manos en la legislación con el consentimiento de
los gobernantes
(3) Aunque no quiero dedicar el artículo
a hablar de eso, nunca está de más decir que constitucionalmente no estamos
obligados a mantener la casilla de la Iglesia en el IRPF o a tener una
asignatura de “religión católica” en la educación pública.
(4) Y sí, sé que existen democracias más
avanzadas que la española, como la británica, que tienen confesiones estatales.
No contradice lo que he dicho: la democracia británica es buena por toda una
serie de razones y mala en otros aspectos, como éste. El balance final es mejor
que el español.
Me recuerda a cuando tuve Doctrina Social de la Iglesia y el cenutrio del profesor establecía GRANDES y NOTORIAS diferencias entre "Laicidad" y "aconfesionalidad". Siendo lo primero algo punible y lo otro no, pero sin decirlo demasiado no vaya a ser que nos diéramos cuenta de que, en efecto, son sinónimos.
ResponderEliminarBuen artículo. ( =
En realidad existen diferencias en el modelo de laicidad / aconfesionalidad, por la cómo se valora el hecho religioso: de forma negativa (como los países del bloque soviético), de ninguna forma (como Francia) y de forma positiva (como Alemania). Supongo que es a las dos primeras a las que tu profesor llamaba "laicismo agresivo horrible", mientras que la tercera sería "aconfesionalidad güena güena", ¿no?
EliminarHay una cosa al respecto que siempre me ha llamado la atención: Cuando un ministro o un cargo público importante toma posesión de su cargo se le hace jurar la Constitución con la Biblia delante y, no me acuerdo muy bien de las palabras exactas, pero el juramento tenía algún contenido religioso. Si yo me negara a jurar delante de la Biblia o a hacer un juramento que incluyese algo en lo que no creo, ¿qué pasaría entonces?
ResponderEliminarAl margen de esta cuestión, me parece cuanto menos encomiable lo que ha hecho esa alcaldesa. La reacción del PP además ha sido de lo más reveladora. Habrá incluso otros que le darán la vuelta al argumento de la tradición y esgrimirán que la alcaldesa "ha hecho el ridículo" o "es que ya es mala leche" o "lo ha hecho para provocar".
Esa es la calidad política de nuestro cuerpo político. Que una alcaldesa de pueblo haga esto nos parece casi una heroicidad. En fin.
No sabía que se juraba ante la Biblia; sí que se hacía ante un crucifijo. Las palabras pueden no tener contenido religioso (el cargo se puede "jurar" o "prometer"), pero el crucifijo está. Hace unos años hubo un debate sobre el tema y se justificó con una razón bastante débil: los ministros juran en la Zarzuela y como es la casa del rey se usan los utensilios que él quiere. Evidentemente no se sostiene por ningún lado.
EliminarCreo que hasta ahora ningún ministro se ha atrevido a romper el protocolo, pero el hecho es que creo que es una mera costumbre que no está regulada en ninguna parte. ¿Qué pasaría si un ministro deja el crucifijo en una mesita auxiliar? Probablemente nada más allá del escándalo.
Lo que ha hecho la alcaldesa es encomiable: romper la tradición y enfrentarse a la oposición por un simple tema de principios es algo que en este país no se ve todos los días.