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viernes, 14 de diciembre de 2018

Cuarenta años


Soy abogado. Eso tiene cosas buenas y cosas malas. Entre las cosas buenas están los chistes de estar ahí colgado y la posibilidad de vestir toga, una ropa que oculta con eficacia las redondeces del cuerpo. Entre las cosas malas, y por encima incluso de las dudas jurídicas que te plantean conocidos (o desconocidos) en las situaciones más inverosímiles, se alza con luz propia la revista del Consejo General de la Abogacía Española, que llega a casa con la misma puntualidad que los cobros de un seguro de vida.

Qué mala es. Pero qué mala es, por Cristo bendito. Se trata de un panfleto dedicado en exclusiva a la autofelación profesional: páginas y páginas sobre congresos celebrados por la Abogacía, sobre premios otorgados por la Abogacía, sobre comunicados emitidos por la Abogacía y sobre nombramientos en instituciones de la Abogacía. Todo ello con transcripciones de los discursos de dichos actos, donde los participantes se agradecen mutuamente la presencia. Qué buenos somos, cómo nos queremos, qué poco le importa a nadie más lo que hacemos. Los artículos de fondo, que están al final, son a veces interesantes, pero en la mayor parte de ocasiones resultan ser bodrios infumables y larguísimos redactados por “amigos de” y sin el más mínimo criterio de calidad en la selección.

Pero sobre todo lo que me mata es la perspectiva tan aberrantemente institucional que adopta cualquiera que escriba allí. ¿Que a qué me refiero? Sencillo. Estamos en la crisis constitucional más profunda desde que se adoptó la Constitución de 1978. Tanto la monarquía como las Cortes y el modelo territorial han sufrido embates en los últimos años. 2018 es el primer año en el que ha triunfado una moción de censura, y 2017 fue el primero en el que se aplicó el famoso artículo 155 CE. El régimen huele a descomposición por todas partes. La semana pasada fue el 40 aniversario del referéndum que aprobó la Carta Magna de forma definitiva, es decir, el cuadragésimo cumpleaños de “la consti”. Sin embargo, no se celebró muy en alto porque no está el horno para bollos.

Pues bien, ésta es la portada del número de noviembre de la revista del CGAE:


¿El 40 aniversario de la qué? No me había enterado.



No me digáis que no es maravillosa. Y el contenido no desmerece, ¿eh? Artículos de plumillas de primera línea (algunos de ellos muy conocidos en su casa a la hora de comer) donde parece que estuviéramos en 2005: que la Constitución sigue molando mucho pero que hay que reformarla desde el consenso. En serio, todos dicen eso. Hay uno muy gracioso que se titula “En defensa de la Constitución” pero dedica el primer párrafo a decir que la Constitución no necesita defensa y que además ya se ha reformado dos veces. Sí, la reforma del artículo 135 nos la venden como prueba de algo, que hace falta echarle narices.

El resto del panfleto es también precioso. Hay humor gráfico sobre la Constitución, con humoristas gráficos de actualidad como Forges o Peridis. Hay entrevistas a “los nietos de la Constitución”, que son pijillos nacidos a finales de los ’90 y que descienden de los padres de la cosa. Hay unas propuestas de reforma de la Constitución. Hay un anecdotario constitucional (¿sabíais que la palabra más repetida en todo el texto es “Ley”? ¡Apasionante!)... en fin, cualquier cosa por intentar que huela menos a naftalina. No lo logran.

Cada vez que leo la revista de la Abogacía me asaltan las mismas dudas: ¿cómo se sentirá por dentro un lacayo de éstos? ¿Sabrá incluso que lo es? Seguí de cerca las acciones reivindicativas de los abogados contra la Ley de Tasas, por ejemplo, y daban vergüenza ajena: comunicados muy indignados de los órganos colegiales, manifestaciones de diez minutos por las mañanas en la puerta de los Juzgados, cuelgue de togas en las fachadas de los Colegios... ideas de bombero, vamos. Cosas que solo se les ocurren a quienes no han protestado en la vida. La revista funciona igual: todo se hunde y ellos, como la orquesta del Titanic, tocando sin parar.

En cuanto a la Constitución, ha cumplido 40 años. Sí. Yuju. Y uno tiene la sensación de que más que una norma de convivencia fue una tapadera claveteada encima del hervidero que es España con la intención de dar un aspecto de normalidad. Hasta la fecha ha ido funcionando. Pero cada vez más los clavos empiezan a saltar. De cacerías en Botswana a legislaturas fallidas, de plenos vergonzosos del Tribunal Supremo a cargas policiales en colegios electorales, de abdicaciones apresuradas a másteres otorgaodos a dedo, el régimen se descompone. No es ya la ley que lo regula, es la gente que lo compone.

Ante todo esto, cuando llega el 40 aniversario de la Constitución española, creo que procede suspender toda la cháchara sobre reformas pasadas o posibles de la Carta Magna, analizar el presente, mirar con serenidad al futuro y hacerse una única pregunta: ¿qué posibilidades hay de que lleguemos a ver un 50 aniversario? Yo, la verdad, cada vez las veo menores.

  

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1 comentario:

  1. Yo la verdad no entiendo que vendan tanto la moto. Quiero decir, en la Historia española hemos tenido más de media docena de constituciones (y solo en los últimos 200 años) que han estado en vigor, y la primera Constitución española como tal solo estuvo en vigor durante 2 años (1812-1814) y un periodo de transición antes de aprobar la Constitución de 1837 (que estuvo en vigor 8 años). Que haya llegado a 40 años es algo casi inaudito (solo superado por la Constitución de 1876, que estuvo en vigor hasta 1923).

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