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sábado, 31 de agosto de 2019

Vacuna a la fuerza

“La Justicia autoriza a vacunar a dos niños en contra de la negativa de la madre”. De esta forma tan equívoca titulaba ElDiario.es una noticia. Otros medios lo expresaban mejor: “La justicia obliga a una madre a vacunar a sus hijos tras la demanda del padre” (El País), “Un juez de Vigo permite a un padre la vacunación de sus hijos frente a la negativa de la madre” (El Faro de Vigo), “La Audiencia de Vigo autoriza a un padre la vacunación de sus dos hijos frente a la negativa de la madre” (RTVE, que se equivoca con el nombre del órgano y aun así es más comprensible que ElDiario.es), etc.

¿Por qué me parece tan importante nombrar al padre en el titular? Porque es el origen del conflicto, y eso es el núcleo de la sentencia. En España, la vacunación es voluntaria. Podemos discutir sobre si esta política es beneficiosa o no, o sobre si hay que modificarla. Yo, creo que ya se sabe, y al contrario que la mayoría de las personas contrarias al movimiento antivacunas, no creo que la obligatoriedad sea una buena idea en España en este momento. Sin embargo, estoy dispuesto a debatirlo, siempre partiendo de la única base posible: que las vacunas son un medio de prevención útil y barato para una docena de enfermedades conocidas que pueden llegar a ser mortales.

Pero volvamos a nuestra familia viguesa. Mientras no se cambie esta política, mientras en España las vacunas sean voluntarias, los progenitores podrán decidir si se las ponen o no a sus retoños. Solo en casos muy concretos un juez podrá forzar una vacunación. Por eso el titular de ElDiario.es resulta tan malo, porque esconde cuáles son las características del conflicto en el cual el juez ha tomado esta decisión. ¿Es que los críos estaban en medio de un brote de sarampión? ¿Es que la guardería o el colegio impidieron la matriculación de alguno de ellos y el asunto se judicializó? En definitiva, ¿qué interés hay implicado para que se fuerce a la madre a hacer algo que en principio no tiene que hacer?

Los otros tres encabezados sí lo explican: la decisión del padre. Y en efecto, cuando lees la noticia, sea ya la de ElDiario.es o la de cualquier otro medio, queda claro cuál es el perfil del conflicto: progenitores separados desde 2013 que discuten sobre si hay que vacunar a las criaturas o no. Papi dice que sí; mami (que no se considera “antivacunas” pero que tiene prejuicios sobre la seguridad de este procedimiento) dice que no. Y, como no nos ponemos de acuerdo y no hay forma de llegar a un compromiso, tiene que decidir el juez.

Aquí, insisto en ello, no hay más tutía que darle la razón al padre o dársela a la madre. O se vacuna o no se vacuna. No hay otra opción: los puntos intermedios, como solo vacunar a uno de los dos críos o solo poner algunas de las vacunas, son tan estúpidos que ni se plantean. Por tanto, el juez tiene un embolado encima de su mesa. Por suerte su trabajo es solucionar esta clase de embolados. Casi podríamos decir que un juez es un solucionador profesional de embolados.

¿Cómo resolvemos un conflicto entre dos progenitores, cada uno de los cuales quiere hacer con el menor una cosa que es lícita pero no obligatoria? Y aquí me da igual que el debate sea vacunarlos o llevarlos a Eurodisney. O que reciban catequesis y hagan la comunión, como ya ha pasado alguna vez. Si uno de los progenitores quiere que el crío haga esa cosa no obligatoria y el otro no quiere, el único criterio que puede usar el juez para decidir es el del superior interés del menor. Que es, claro está, el que debe regir siempre en pleitos de esta clase.

En los casos que he puesto de Eurodisney o de la catequesis es más difícil identificar el interés superior del menor, al menos sin descender mucho al caso concreto. Pero en materia de vacunación está claro: vacunar es mejor que no vacunar, desde cualquier punto de vista. Por supuesto, lo es si lo miramos desde la perspectiva médico-sanitaria, porque la vacunación le va a dar a esa criatura un escudo contra enfermedades. Pero también desde la social y educativa, porque cada vez más centros de enseñanza o deporte obligan a presentar la cartilla de vacunación actualizada para tramitar la matrícula. Y esto último lo tiene en cuenta la sentencia también.

No obsta a nada de lo anterior que el padre en principio (antes de la separación) estuviera de acuerdo con no vacunar a los críos, o que tal decisión radique en las creencias de la madre. La ideología evoluciona, y el padre puede haberse informado mejor sobre el tema: tiene derecho a criar a sus hijos según las ideas que tiene ahora, no según las que tenía hace seis años. Y la madre también tiene derecho a tener sus creencias y a criar a su prole en ellas, por supuesto, pero siempre que no sean perjudiciales. Si hay un conflicto, el criterio rector debe ser siempre el del interés superior del menor.

Ya son dos los órganos judiciales que le quitan la razón a la madre y se la dan al padre, siempre, por supuesto, que cumpla el calendario vacunal: tampoco puede quedar al abrigo de su voluntad que los niños reciban o no las inmunizaciones. Primero lo dijo el Juzgado de Primera Instancia de Vigo y ahora lo ha ratificado la Audiencia de Pontevedra. Imagino que el caso se detiene aquí. No he mirado en profundidad si esta decisión es recurrible, pero espero que la madre no tenga muchas ganas de seguir pleiteando.

Los hijos no son de sus padres. Los progenitores deben cuidar a su prole con cariño, dedicación y, sí, poniendo los mejores medios posibles para que estén bien y se desarrollen de forma íntegra. Tus creencias tienen el espacio que queda después de eso. ¿Te parece poco? Qué pena. Por desgracia, tus hijos son personas distintas a ti y tienen derechos frente a ti,

¿No te gusta? Haber tenido plantas.




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viernes, 27 de noviembre de 2015

El problema de Monty Hall

Imagina que vas a un concurso de televisión. En la última prueba te enseñan tres puertas cerradas. Detrás de una de ellas hay un coche, que es el gran premio del programa. Detrás de las otras dos  puertas hay cabras, que son premios de broma. El presentador te pide que elijas una de las puertas y tú lo haces, pero después pasa algo más. El presentador, que sabe qué es lo que hay detrás de cada puerta, abre una de las dos que quedan y te enseña una de las cabras. Entonces te pregunta: ¿te quedas con la puerta que elegiste originalmente o cambias a la que queda sin abrir? La pregunta es ¿qué te conviene hacer?

Ante este enunciado, conocido como el problema de Monty Hall, lo primero que se suele hacer es dar la que yo llamo la solución intuitiva: “si quedan dos puertas, ¿qué más da cuál escojamos? Las dos tienen la misma probabilidad. Da igual cambiar que no cambiar”. Si has dado esta solución no te preocupes: has fallado (como veremos abajo) pero grandes mentes han fallado contigo.

El problema de Monty Hall es uno de mis acertijos favoritos, por dos razones. La primera es por todas las circunstancias que rodean su publicación. El problema se hizo famoso en 1990, cuando Marilyn vos Savant, supuestamente la persona con mayor coeficiente intelectual del mundo, lo recibió por correo. Savant tenía una columna de opinión en la revista Parade donde respondía preguntas matemáticas que le habían formulado los lectores. Publicó el problema con la respuesta correcta (es más conveniente cambiar de puerta)… y la que se armó.

Más de diez mil respuestas diciendo que estaba equivocada. Muchas de las cartas venían de profesores y doctores universitarios. Las cuatro columnas que Savant dedicó al problema pueden encontrarse en su sitio web, con algunas de las cartas más notorias. La mayoría rebosan paternalismo (“deja que te explique”, “coge un manual básico de matemáticas”, “no ves tu error aunque te han corregido al menos tres matemáticos”), son hostiles (“ya hay bastante analfabetismo matemático en este país y no necesitamos que la persona con el mayor CI del mundo propague más. ¡Vergüenza debería darte!”) o provienen directamente de la caverna (“quizás las mujeres ven los problemas matemáticos de forma diferente que los hombres”).

Esta es la primera razón por la cual me encanta este problema: porque destapó el machismo y el clasismo de parte de la comunidad académica. Machismo y clasismo, porque Savant no sólo era mujer sino también pobre e hija de inmigrantes, razón por la cual no había podido cursar estudios formales de matemáticas. Yo soy muy mío para mis cosas y me ha dado por pensar que, si Savant hubiera sido un hombre de la academia, todos los señores listísimos que escribieron indignados se lo habrían pensado dos veces antes de tomar el bolígrafo y, aunque al final hubieran escrito, no lo habrían hecho con tanta condescendencia y agresividad.

La segunda razón por la que me gusta este problema es porque me ha costado mucho entenderlo. Yo aceptaba, casi como artículo de fe, la solución correcta (conviene cambiar de puerta), pero no era capaz de entenderla. Sé que no soy la única persona a la que le pasa: tengo algunos conocidos que han leído varias formas distintas de explicar el problema y no les entra en la cabeza. Así que voy a probar yo, a ver si tengo más suerte.

Pero lo primero es lo primero: aquí puedes jugar al problema de forma interactiva. Compruébalo tú mismo, y mira qué porcentaje de veces ganas cuando cambias y qué porcentaje de veces ganas cuando te mantienes. Hazlo hasta que te convenzas de que ambas soluciones (cambiar y no cambiar) no son idénticas y, por tanto, no es irrelevante cuál escojas. Venga, aquí te espero.

¿Ya? Bien, quizás te estés preguntando: ¿por qué pasa esto? ¿No hay dos puertas y, por tanto, una probabilidad del 50% para cada una? ¿Cómo es que cambiar de puerta aumenta tus probabilidades de ganar? Voy a responder: el quid de la cuestión está en darse cuenta de que el presentador, cuando abre una de las puertas, está añadiendo información al problema. ¿Qué información? Vamos a verlo:

Antes de que el presentador abra la puerta, cambiar te da, efectivamente, lo mismo. No sabes qué efectos tendrá un cambio y todas las probabilidades son iguales:
  • Si inicialmente elegiste la puerta del coche (prob. = 1/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con cabra, con lo cual pierdes.
  • Pero si inicialmente elegiste una puerta con cabra (prob. = 2/3), cambiar puede llevarte a la otra puerta con cabra (la mitad de las veces, es decir, 1/3), con lo cual pierdes igual, o a la puerta con coche (la otra mitad de las veces, es decir, 1/3), con lo cual ganas.

En este caso cambiar de puerta es como hacer la elección original: dos de cada tres veces acabarás ante una cabra sin que puedas hacer nada para evitarlo.

Pero después de que el presentador abra la puerta, ya sabes qué efecto tendrá tu cambio: como ahora sólo queda una puerta con cabra y una puerta con coche, ya no existe la probabilidad de quedarte igual (pasar de cabra a cabra), sino que necesariamente la segunda puerta contiene un premio distinto al que hay tras la puerta que escogiste en primer lugar. Es decir:
  • Si inicialmente elegiste la puerta del coche (prob. = 1/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con cabra, como la otra vez.
  • Pero si inicialmente elegiste una puerta con cabra (prob. = 2/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con coche.


¿Qué es más probable, que tras la primera elección estés ante una puerta con cabra o ante una puerta con coche? Acabamos de verlo: ante una puerta con cabra, porque hay dos de tres. La acción del presentador te permite “darle la vuelta” a esa probabilidad: las probabilidades de que en la primera elección hayas seleccionado una puerta perdedora se convierten en probabilidades de ganar, y viceversa. Ése es el truco del problema.

¿Aún no lo entiendes? Quizás verlo gráficamente te ayude. Échale un ojo a esta imagen del sitio Estadística para Todos: podrás comprobar cómo, dos de cada tres veces que cambias, ganas.

El problema de Monty Hall es, como acabamos de ver, contraintuitivo. Nos cuesta aceptar que si hay dos puertas, una con un coche y otra con una cabra, las probabilidades de escoger una u otra no sean iguales. Es ese carácter contraintuitivo el que, a mi juicio, provoca que cueste entender la explicación o incluso que la gente se encastille o se enfade cuando se le intenta explicar la solución correcta. Supongo que eso tuvo un papel en el caso de Vos Savant: ¿una mujer pobre e hija de inmigrantes dando una respuesta distinta a la que he dado yo después de mirar el enunciado de forma superficial? ¡Tiene que estar equivocada!

Pero resultó que no lo estaba. Marilyn vos Savant tenía razón y convenció de ello a los airados académicos, que tuvieron que envainarse sus palabras y ceder ante la frialdad de la demostración matemática.

Y por eso me encanta el problema de Monty Hall.




viernes, 30 de octubre de 2015

Hay ciencia más ciencia que otra

Antes de nada me gustaría presentarme: soy una chica de 20 añitos de ná que empezó a seguir a Vimes porque adoraba a Terry Pratchett y que al final era una trampa y ha acabado aprendiendo más de feminismo e igualdad que del Mundodisco. Así que te dan ganas de compartir lo que has aprendido tú.

Además de curiosa y amante de la literatura fantástica británica soy estudiante de Medicina a tiempo casi total. No lo digo por quejarme, que también; lo digo porque de lo que yo sé es de Medicina, y tampoco mucho, soy todavía de primer ciclo, así que no tengo ni idea de qué es ese bulto que te ha salido en la ingle.

Advierto que sé de Medicina, sobre todo de práctica clínica, que es lo que me interesa, por si algún farmacéutico, biotecnólogo, etc, lee esto y piensa que no tengo ni puta idea de cómo funciona el laboratorio. Efectivamente no la tengo. Y si llega un médico de verdad al que no le hayan enseñado esto, que se pelee con mis profesores, que es lo que hay. Aunque, como veremos más tarde, “mi profe lo dice” no es un buen argumento en estas cosas, así que intentaré buscar fuentes.

Ahora que ya nos conocemos, empieza el artículo de verdad.

Tenía ganas de escribir algo como esto desde que, hace unas semanas, estaba en un seminario acerca de las vacunas y un compañero estuvo un rato debatiendo con el ponente, de la Asociación Española de Vacunología, si la vacuna de la polio oral era más dañina que beneficiosa en países en los que la polio tiene una incidencia tan baja como en el nuestro. El estudiante argumentaba que había encontrado un artículo en Pubmed (la mayor base de datos de artículos médicos) que decía que lo era, y el ponente contraargumentaba diciendo que le encantaría leer el artículo, pero que él tenía meta-análisis (que, como veremos más tarde, corresponde al tipo de estudio más fiable) que corroboraban lo contrario.

Esto me hizo pensar que realmente tenemos un montón de información científica (médica en este caso) en internet, pero que, a menudo, una vez que hemos sacado esa información de una web relativamente fiable (Pubmed lo es), nos cuesta diferenciar si esa información es realmente la mejor.

Teniendo en cuenta esto, en realidad este artículo no está escrito para alguien confiado o incluso crédulo que llega y se cree cualquier cosa que pueda escribir cualquier pirado con una misión (incluso yo) en Internet. Este artículo está pensado para gente curiosa, protestona y cabezota que necesita confirmar las cosas. Este artículo está pensado para mi compañero de antes, para el que quiere saber las cosas, y bendito Internet que nos permite acceder al saber.

La RAE define la ciencia como el “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”. Esto significa que en realidad la categoría de científico no te la va a dar lo que sepas, o el título que te hayas sacado, sino que te la dará tu forma de trabajar. Esa forma de trabajar corresponde al método científico, sí, el primer tema de los libros de biología de tercero de la ESO hasta segundo de bachillerato que nadie se estudiaba porque no caía nunca: Observación-hipótesis-experimento-conclusión.

Esto suena genial así solito, pero luego lo piensas un poquito más y te sale que, vaya usté a saber por qué, no puedes experimentar con un montón de gente, ni tienes modelos matemáticos capaces de reproducir por completo el cuerpo humano, ni tienes medios suficientes para ajustarte por completo al método. Así que te ajustas lo máximo que puedes a él, y, los conocimientos que se hayan obtenido de una forma que más se ajuste serán los más fiables.

En esto se basa la evidencia científica. Que, como yo lo que sé es de medicina, en este campo se denomina Medicina Basada en la Evidencia (MBE).

La medicina basada en la evidencia es, según la definición oficial, “la utilización consciente, explícita y juiciosa de la mejor evidencia clínica disponible para tomar decisiones sobre el cuidado de los pacientes individuales”. Este concepto es más fácil de entender cuando sabemos que el nombre es una mala traducción de Medicine Based on Evidence, y que evidence en español significa pruebas. Por tanto, en la medicina basada en la evidencia, los conocimientos que tú pones en práctica tienen que estar probados por estudios científicos.

En función del rigor científico son el que se hayan diseñado estos estudios, se pueden realizar clasificaciones jerarquizadas de la evidencia científica que nos aporta cada uno. A partir de estas escalas se establecen las recomendaciones con respecto a una determinada práctica clínica. Estas clasificaciones jerarquizadas son los Niveles de evidencia científica, y estas recomendaciones son los Grados de recomendación, que se muestran en esta tabla:


De arriba abajo, de más a menos fiables.

A partir de ahora hay que tener muy en cuenta esta tabla para entender el resto del artículo.

Como vemos, los niveles de evidencia se dividen en 4 niveles, que a su vez tienen subdivisiones. Ahora veremos de qué se compone cada nivel.

El nivel 1 se compone de meta-análisis y revisiones sistemáticas de ensayos clínicos. Los meta-análisis y las revisiones sistemáticas son cosas parecidas: consisten en grandes recopilaciones de información sobre un tema. La principal diferencia entre ellos radica en cómo se trata esta información. En el caso de las revisiones sistemáticas esta información se trata de un modo más cualitativo, y en los meta-análisis de un modo más cuantitativo. Para ello se utilizan diferentes métodos estadísticos en los que, por su complicación, no voy a entrar.

Aquí hay que hacer un inciso para explicar la diferencia entre estudios intervencionistas o experimentales y estudios observacionales. La misma palabra lo dice, en los experimentales los investigadores determinan el grado de exposición del paciente al factor que se estudia, y en los observacionales sólo observan ese grado de exposición, que es determinado por factores externos a la investigación. Los ensayos clínicos son experimentales; en el lado de los observacionales encontramos los estudios de cohortes y los estudios de casos y controles. Los estudios experimentales son más fiables que los observacionales, ya que al controlar más los factores hay menos posibilidad de error.

En el nivel 2 se encuentran los estudios de cohortes y de casos y controles. Los estudios de cohortes y de casos y controles son, junto a los ensayos clínicos, los datos que luego se recopilarían en los meta-análisis y en las revisiones sistemáticas. La diferencia entre ambos es que los de cohortes se hacen en prospectiva y los de casos y controles en retrospectiva. Es decir, en un estudio sobre el tabaco, uno de cohortes seguiría durante un tiempo a gente que fuma y a gente que no y luego se vería que porcentaje de cada grupo ha desarrollado cáncer; uno de casos y controles buscaría gente con cáncer de pulmón y sin él y se vería qué porcentaje de cada grupo fumaba.

A efectos prácticos, los estudios de cohortes se utilizan para cosas como la fármacovigilancia (el seguimiento posterior a sacar un fármaco a la venta) o los efectos de las drogas. Hace relativamente poco se hizo uno muy grande sobre los factores de riesgo cardiovascular en ancianos. Los estudios de casos y controles se realizan, por ejemplo, para ver si la carne roja causa cáncer de colon (para quien se sienta asustado a este respecto, si coméis mucha carne roja, hay muchas más probabilidades de morirse de infarto por comerte un kg de bacon diario que de cáncer de colon).

Las subdivisiones en estos niveles dependen de la probabilidad de que exista una relación causal entre el factor que estudiamos y el efecto que puede provocar y del riesgo de que existan sesgos. La probabilidad de que exista una relación causal se halla mediante métodos estadísticos en los que tampoco vamos a entrar.

El riesgo de sesgos depende de cómo se haya diseñado el estudio. El término sesgo se define como el “error sistemático en el que se puede incurrir cuando al hacer muestreos o ensayos se seleccionan unas respuestas con respecto a otras”. Siempre hay riesgo de sesgo, ya que si conocieras como va a afectar un factor a cada paciente, no harías el estudio. Para minimizar este riesgo de sesgos se ponen requisitos a la hora de participar en el estudio (por ejemplo, si estás haciendo un estudio del efecto de un fármaco sobre el sistema respiratorio, no es lo mismo hacerlo en fumadores que en no fumadores) y se usan ciegos en los ensayos clínicos. Un ciego simple es cuando el paciente no sabe si está tomando placebo o fármaco (y este sistema tan simple fue el que desmoronó la homeopatía); un doble ciego es cuando ni el paciente ni el investigador sabe quiénes toman placebo y quienes no; y un triple ciego es cuando ni los pacientes, ni los investigadores, ni quienes tratan estadísticamente los ensayos lo saben. El triple ciego es el mejor sistema para minimizar sesgos.

Hasta aquí lo bueno, la mayoría de estos estudios son fiables si están hechos sin ánimo de estafar.

En el nivel 3 están los estudios no analíticos, que son los informes de casos. Por ejemplo, los reportes de efectos adversos de medicamentos. No son muy fiables porque no están sistematizados, pero no deben desdeñarse ya que son precisamente estas series de casos las que sirven de base para realizar los otros estudios, como pasó con la talidomida, que empezó con un pediatra bastante testarudo.

En el nivel 4 está la opinión de expertos, como por ejemplo “mi profe lo dice”. Con esto hay que tener cuidado, porque que lo diga alguien que sepa mucho no implica que sea cierto. Ante la duda huye de Richard Dawkins y similares para evitar síntomas parecidos a los de gastroenteritis.

¿Y cómo sabemos que los informes que leemos tienen un cierto nivel de evidencia? La forma más sencilla es incluirlo en tus criterios de búsqueda. En Pubmed puedes buscar meta-análisis. La forma de hacerlo es, una vez que has buscado tu tema, por ejemplo, en este caso, cáncer de mama (breast cancer, Pubmed está en inglés), a la izquierda en la pantalla te sale un menú en el que puedes filtrar por el tipo de artículo: ahí puedes seleccionar meta-análisis o el tipo que prefieras. 






Para terminar el artículo, pondré una lista de fuentes de las que yo sí me fio:

La OMS, la más fiable, lo que dice va, en la práctica, a misa. Claro que tienen problemas de presiones políticas, y que a menudo sus comunicados de prensa son alarmistas, pero sus informes son lo más fiable en materia de salud.

MedlinePlus, la web de divulgación médica del gobierno de EEUU. Es muy grande y muy práctica, trae consejos de salud basados en los informes de la OMS y en los protocolos de salud estadounidenses. Está en español y en inglés, aunque la que está en inglés tiene más información.

Pubmed, la mayor base de datos de artículos médicos del mundo. Es la versión especializada de Medline. La utilizas mucho para hacer trabajos, pero en la vida real sólo si tu cuñado es demasiado testarudo.

Pubmed y Medline pertenecen ambos a la biblioteca médica estadounidense.

Biblioteca Cochrane. Esta es la parte española de Cochrane, pero buscando en Google puedes acceder a la inglesa. Son los abanderados de la medicina basada en la evidencia. Hablando en plata, se dedican a buscar los ensayos clínicos de los que te puedas fiar.

The New England Journal of Medicine. Poco más que explicar tras poner el nombre.

El Ministerio de Sanidad español. A ver, todos sabemos que la sanidad tiene problemas, pero éstos están relacionados más con la falta de voluntad política para poner medios que con la falta de conocimientos, así que los consejos de salud que pone ahí son de fiar, y si no, ya saldrá en la prensa a modo de escandalazo.

Y para terminar dejo lo más importante: TU MÉDICO. Siempre que tengas un problema de salud, ¡VE A TU MÉDICO! Da igual lo que puedas encontrar en Internet, que puedes encontrarlo, sí, pero en un artículo jamás tendrá la visión completa del paciente que aprende un médico. Claro que puedes informarte de lo que te pasa en Internet, y si llegas a la consulta y tu médico te pone mala cara por haberlo hecho, o es muy mayor o tiene un ego gigantesco. Trabajar con pacientes de la era informática es algo que un médico que vive en la era informática debe saber hacer.


Y aquí termina el artículo. Espero haberme explicado bien y que tengáis más claro la forma de discriminar la información que os viene en Internet.






domingo, 16 de junio de 2013

Aborto y círculo de la moralidad

Al hablar de aborto, hay un tema que repiten mucho los profetos (1). Se dedican a decir que el feto es un “ser humano” o es una “persona”. Cuando tratas de argumentar en contrario se encierran en que es una cuestión científica. El problema es que eso no es así. La ciencia puede hablar de individuos de una especie, no de personas ni de seres humanos: esos términos, tan cargados de significados, no son científicos sino políticos. De hecho, el Código Civil define quién es una persona a efectos jurídicos.

La discusión sobre si el feto es o no un ser humano es, en buena medida, estéril. Pone el foco del problema donde no lo está, porque la pregunta no es si estamos hablando de una persona sino de si tiene derechos o no. Y “tener derechos” no es sinónimo de “ser una persona”: las mujeres y los negros son personas desde cualquier punto de vista y llevan siglos luchando por tener derechos en igualdad de condiciones con los hombres blancos. En el otro extremo, los animales no son personas y sin embargo existen grupos que pretenden dotarles, si no de derechos, sí de una posición jurídica que deban respetar los humanos.

 Por tanto, ¿tiene el feto derechos? O, en otras palabras, ¿está incluido el feto en el círculo de la moralidad? Teóricamente se pueden identificar dos posiciones extremas:

       1.- El concebido siempre tiene derechos. Desde el momento en que el espermatozoide se introduce en el óvulo para formar un cigoto, ese ser ya merece una protección jurídica. Esta es la posición de los profetos, en la que se pueden diferenciar dos corrientes: profetos radicales (contrarios al aborto en todos los casos) y profetos moderados (contrarios al aborto salvo ciertos supuestos definidos por la ley).

       2.- El concebido nunca tiene derechos. Hasta el momento en el que le asoman las orejas es parte del cuerpo de la madre, que puede hacer con él lo que quiera. No he visto nunca a nadie defender esta postura en el mundo real, pero teóricamente puede identificarse como extremo contrario a la anterior.

La segunda postura se desacredita sola: es obvio que un ser que puede devenir persona en cualquier momento, y al que de hecho se puede hacer nacer sin mayores complicaciones, debe tener cierta posición jurídica. Sin embargo, ¿qué pasa con la primera posición? Para desacreditarla debemos ir a la pregunta central en este tema: ¿cuál es el fundamento de la ética? ¿Por qué consideramos que le debemos algo a algunos seres, que no podemos tratarlos como queramos?

Se han escrito muchas páginas sobre esto y no tengo espacio, tiempo ni formación para resolver la controversia. Creo que la base de la ética es la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar del otro y sentir su dolor físico y su sufrimiento moral como algo injusto. Por esto tenemos los derechos humanos, principios éticos y jurídicos que si fueran respetados nos garantizarían a todos una existencia digna. Por eso hay grupos animalistas y por eso ha habido luchas de emancipación que trataban de incorporar grupos no privilegiados a un círculo de la moralidad definido inicialmente en términos de varón blanco heterosexual.

Este razonamiento puede aplicarse a la discusión del aborto. Los profetos dirán que entonces tienen razón ellos, porque tienen mucha empatía hacia la pobre mórula destrozada. Pero no cuela. Un requisito básico para que algo pueda generarnos empatía es que el otro sujeto tenga una capacidad de sufrir con la que nos podamos identificar, y el feto no siempre la tiene. La estructura biológica necesaria para ello no empieza a formarse hasta la semana 22, y se estima que puede empezar a sentir dolor en algún momento entre las semanas 23 y 27.

Vemos que este criterio sirve para resolver el problema. En la semana 22 (por ser conservadores) podemos colocar el límite. Hasta entonces el feto está vivo en el mismo sentido que una planta está viva. Desde la semana 22, por el contrario, siente dolor y ello lo coloca en una posición jurídica diferente: ya no es una simple parte de la gestante, aunque aún dependa de ella para todo, porque siente dolor independientemente de ésta.

Por supuesto esto no significa que su interés deba prevalecer siempre respecto del de la gestante. Si presenta anomalías incompatibles con la vida, por ejemplo, se puede hacer una ponderación entre el sufrimiento del feto al ser abortado y el de la madre al verse obligada a terminar la gestación y parir un ser que va a vivir horas, con el añadido de que si ha llegado a la semana 22 sin abortar es porque probablemente quería ese embarazo. En este caso parece que debe primar la protección a la gestante: su sufrimiento si se le obliga a concluir el embarazo será mayor y mucho más dilatado en el tiempo que el del feto, por mucho que éste vaya a morir.

En definitiva, no se trata de discutir sobre si el feto es o no una persona, sino sobre si tiene una posición jurídica que merezca ser respetada. Y la respuesta es que al menos en los dos primeros tercios de su desarrollo, no debe tenerla.




(1) Al hablar de aborto me he topado con que quienes pretenden negar el derecho de la mujer a decidir han definido los términos del debate, llamándose a sí mismo “próvida” y “antiabortistas”, para así poder llamarnos a nosotros “antivida” y “proabortistas”. Dado que no creo que nadie de nuestro bando esté en contra de la vida ni a favor del aborto per se (sino de la elección), prefiero impugnar ese lenguaje y usar términos como “profetos”, “antielección” o “antimujeres” para designar a los que se oponen al aborto libre.



viernes, 23 de marzo de 2012

Ciencia, deporte y cortoplacismo

Hoy he estado hablando con una profesora. Ninguno de los dos somos científicos, sino juristas, pero ambos hemos coincidido con que la peor medida que podía haber tomado este Gobierno desde que llegó al poder es el brutal recorte en ciencia. La reforma laboral, la reforma penal anunciada por Gallardón y el resto de barbaridades que se os puedan ocurrir son consecuencia lógica de la ideología o estupidez de nuestros gobernantes, y tenemos que pechar con ello. Pero el recorte en ciencia es inexcusable: no es una cuestión de izquierdas o derechas, es una cuestión de cortedad de miras y de cortoplacismo.

Nuestros gobernantes no ven que la ciencia, aunque no dé resultados en el término de una legislatura, es lo que va a impedir que nos hundamos en la mierda cuando haya otra crisis. Y sin embargo, parece que en otras áreas sí que saben pensar a largo plazo: mi profesora me ha hablado del deporte. “Si el deporte español está tan bien ahora”, me ha dicho, “es por las ayudas y las becas ADO, que llevan funcionando desde las Olimpiadas de 1992. Si ahora se cortan esas ayudas, cuando la actual generación de deportistas pase España no volverá a destacar en deportes hasta que dentro de 40 años alguien las resucite”.

Me ha parecido curiosa la reflexión. Nunca me he parado a preguntarme (nunca me ha interesado) por qué estos años parecen acumular éxitos sin precedentes del deporte español, y no me podía imaginar que la razón fuera un programa de financiación sólido. Pero es que si uno lo piensa bien, la ciencia y el deporte son, en cierto sentido, semejantes: cuesta muchos años y mucho dinero formar tanto a un buen deportista como a un buen científico, y si personas con capacidades para llegar a ser ambas cosas no son seleccionadas, motivadas y subvencionadas a tiempo nunca podrán desarrollar su potencial. Si los deportistas españoles no tuvieran las ayudas estatales que tienen (por lo menos hasta el momento en que empiezan a ganar dinero de verdad) se irían de España en cuanto pudieran; como los científicos españoles no sólo han visto recortadas las ayudas sino también los presupuestos de sus centros de trabajo, se van de España.

El problema es que la ciencia no es deporte: del deporte de elite, los mundiales y las medallas de oro se puede prescindir; de los centros de investigación no. Sin embargo, y cuando vienen mal dadas, el político recorta en ciencia y no en deporte, y el ciudadano de a pie cuando se entera (si se entera) aplaude con las orejas o como mínimo es indiferente. ¿Por qué? ¿Acaso no entienden que la lógica es la misma, que si dejas de poner dinero luego no vale volver a inyectarlo porque hay que empezar de cero? ¿O es que a nadie le importa?

Mucho me temo que es esto último, y así nos va: en España nos vamos a quedar los abogados y los peones de la construcción.