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lunes, 30 de diciembre de 2019

Células de la abundancia


Telar de los sueños. Célula de la abundancia. Círculos de la prosperidad. Ruedas de la amistad. Flores solidarias. Bolas de colores.

De todas esas formas se conoce a una estafa piramidal que se ha hecho muy popular en ciertos países de América Latina y que lleva ya unos años instalada en España, especialmente en círculos alternativos, vestida con los engañosos ropajes de la sororidad y el feminismo. La idea declarada es formar redes de apoyo entre mujeres para el cumplimiento mutuo de objetivos; lo que sucede en realidad, como en todas las pirámides, es que hay unas pocas organizadoras listillas llevándoselo muerto mientras las incautas de los niveles inferiores son quienes pagan la fiesta.

Escribo este artículo no para quien ya está dentro y convencida: alguien así reaccionará con hostilidad a mis palabras, porque no es un tema de racionalidad sino de pertenencia. Nadie quiere admitir que le han estafado o, peor aún, que ha colaborado en estafar a otras. No, mis objetivos son mujeres a las que les hayan ofrecido entrar en esta engañifa y no estén seguras, o que lleven tiempo dentro y estén planteándose salir porque hayan visto que la cosa no tira.

¿Cómo funciona una célula de la abundancia? Es muy simple en realidad: se trata de un grupo de quince personas:
  • Un “agua”, situada en el centro, que es a quien se va a ayudar a cumplir sus sueños.
  • Dos “tierras”, que organizan los encuentros.
  • Cuatro “aires”, que se encargan de “soplar” o “avivar” los “fuegos”, es decir, de reclutar al siguiente nivel.
  • Ocho “fuegos”, que tienen que poner una cuota de entrada (en distintos medios de prensa se habla de 1.200 €) que van directamente al “agua” para que cumpla sus sueños.


Cuando el grupo está completo, el “agua” recibe todo el dinero y sale del esquema. Entonces la célula “gira”, lo que quiere decir que cada uno de los miembros restantes sube un nivel. Así, las dos “tierras” se convierten en dos “aguas” de dos nuevas células, y cada una se lleva a dos “aires” y a cuatro “fuegos” (promocionadas a “tierras” y a “aires”, respectivamente). Estas dos nuevas células pueden empezar de inmediato el proceso de buscar sus ocho “fuegos” cada una.

Por supuesto, yo he descrito aquí el proceso reducido a sus componentes fundamentales. En realidad, toda esta operación se disfraza de mística, de “nueva economía” o “economía alternativa”, de apoyo mutuo, de promesas y de supuesta sororidad. Así entra mejor. Y claro, si recala en gente con escasa educación financiera, que confía en quien se lo ha dicho, que tiene necesidades y que (justificadamente, ojo) desconfía de bancos, Gobiernos y Bolsas, pues terreno abonado.

Antes de demostrar que esto es una estructura piramidal, tenemos que preguntarnos por qué esta clase de estructura no funciona nunca. O sea, por qué acaban por colapsar más pronto que tarde, haciendo que llamemos “estafa” al montaje de las mismas y “estafador” a quien intente vendernos una. Vaya, ¿qué diferencia hay entre una inversión legítima y una estafa piramidal?

Tiene que ver con lo que se da a cambio de los pagos. En una inversión, sea cual sea (desde mi cuenta del banco hasta unas acciones de Endesa, pasando por el negocio que quiere abrir mi primo), yo meto dinero esperando que me vuelva multiplicado. Dado que tiene que pagarme, el receptor del dinero necesita ganar más dinero. Por ello hace crecer su negocio: produce más, da mejor servicio, mejora las condiciones a los clientes, se abre a nuevos mercados, abarata costes… pero siempre produciendo algo o dando un servicio. Esto puede prolongarse durante mucho tiempo. Mientras los clientes sigan queriendo el producto o el servicio, el negocio podrá salir adelante.

En una estafa piramidal las cosas no funcionan así. También meto dinero esperando que me vuelva multiplicado, sí, pero el organizador de la pirámide no organiza una actividad productiva. Al contrario, se dedica únicamente a captar víctimas y a prometerles lo mismo que a mí (en general altas rentabilidades en poco tiempo (1)), de tal manera que los nuevos ingresos sirven para pagar a los inversores viejos y hacer que el chiringuito se sostenga.

Una pirámide nunca puede durar demasiado tiempo. Como no produce nada, la única forma de mantener el sistema es que esté entrando dinero todo el rato. Un sistema piramidal solo tiene una actividad: buscar gente nueva que meta dinero a cambio de promesas. ¿Qué sucede? Que cuanto más rápido se expanda el negocio, antes llegaremos a un tope, porque todos los que van a picar ya lo han hecho. Aunque todo el mundo estuviera interesado, la población no deja de ser finita. En el momento en que deja de entrar dinero, los inversores viejos dejan de recibir sus rentabilidades y todo se viene abajo.

Ahora: ¿por qué las células de la abundancia son estafas piramidales? Muy sencillo: porque, a pesar de su retórica, se basan en buscar gente nueva (las “fuegos”) que financien el sueño de quienes están tres niveles por encima (las “aguas”) con la promesa de que ellas acabarán siendo “agua” algún día. No producen nada, sino que son donaciones que fluyen hacia la cúspide. El sistema solo se sostiene si no deja de crecer.

¿A qué ritmo crece? A uno agigantado. Puede empezar con una sola persona, el “agua” original. Este “agua” recluta a dos “tierras”, a cuatro “aires” y a ocho “fuegos”. Entonces se produce el giro y ya tenemos dos células buscando ocho “fuegos” cada una: se necesitan ahora 16 miembros. Si las dos lo logran, se producirán sendos giros y tendremos cuatro células, cada una buscando sus ocho “fuegos”: este nivel requiere 32 miembros. En definitiva, son potencias de base 2. Cada nivel busca el doble de gente que el anterior.

Con esta progresión, es muy fácil ver cómo evoluciona un sistema que empiece con una sola persona. He creado una tablita explicativa:
  1. Llamo “iteración” a toda la actividad de captar un nuevo nivel de la pirámide.
  2. En las dos primeras columnas están los miembros nuevos y los miembros totales. En miembros totales cuento también a las “aguas” que han cobrado y salido del sistema, porque dado que es improbable que vuelvan a invertir, quedan quemadas a efectos de nuevos reclutamientos (2).
  3. En las dos columnas siguientes están las que cobran en ese nivel y las que han cobrado en total, para ver la disparidad.
  4. En la última columna hay notas.





El resultado es desalentador, por dos razones. En primer lugar, por lo rápido que crece. He contado como iteraciones incluso la captación de los cuatro niveles necesarios para constituir la primera célula. Pues bien: aun así, se necesitan solo 25 iteraciones para que el número total de miembros ronde los 33 millones, que es superior al número de mujeres que hay en España. Supongamos una iteración al mes: aunque todas las mujeres del país estuvieran interesadas, en 25 meses el sistema se habría quedado sin gente… ¡empezando desde una sola célula!

¿Y qué pasa en ese momento? ¿Qué pasa, de hecho, cuando el sistema colapsa, sea cual sea el estado en el que se encuentre? Aquí vemos la segunda razón por la cual esto es una estafa. La tabla muestra que, por cada ocho personas que entran, cobra solo una. Es decir, que cuando todo se hunda, estemos donde estemos, habrá cobrado el 12,5% de las implicadas (una de cada ocho), no más. El resto (siete de cada ocho, el 87,5%) habrán puesto dinero para nada. Y no es poco dinero, que recordemos que pedían 1.200 €.

Una de las defensas que he leído de esta estafa es que no es una pirámide porque en estas siempre hay alguien en la cúspide, un Bernard Madoff, un Carlo Ponzi, una Baldomera Larra (3) que se lleva la parte del león de las ganancias. Es cierto que aquí esta persona no existe. Pero no es necesario que exista, porque lo que define a una estafa piramidal no es eso, sino la existencia de flujos monetarios que corren hacia arriba y que solo pueden sostenerse mientras siga entrando gente. En este sentido, podríamos decir que las células de la abundancia, más que una macro-pirámide centralizada al estilo de las que hemos nombrado, es un sistema de replicación de mini-pirámides. Todo muy líquido, muy descentralizado, muy siglo XXI.

Además, por las informaciones de prensa, sí que parece haber, si no una jefa central de todo el entramado, sí un grupillo de señoras aprovechadas cuyos nombres se repiten una y otra vez. Inician constantemente telares, o se ponen de “hermanas mayores” (consejeras) de células ya existentes, puesto por el que se cobra el equivalente a la aportación de una de las “fuegos”. Esas serían las Baldomera Larra o las Bernard Madoff de todo el asunto.

Las células de la abundancia, telares de los sueños o el nombre que tomen en cada momento no funcionan porque no pueden funcionar. Da igual cómo las vistas: las matemáticas (y no son matemáticas muy difíciles) son implacables. En cualquier momento en que el sistema se detenga, va a quedar sin cobrar el 87,5% de las mujeres presentes. Y el sistema siempre se detiene, porque necesita a ocho mujeres para que una sola cobre.

Como hemos dicho antes, esta estafa prospera por el rollito alternativo, porque vampiriza discursos sociales y por la escasa cultura financiera y la comprensible actitud de hostilidad hacia las instituciones regladas de crédito que tienen las víctimas. La gente se mete y se deja el dinero sin que sus amigas puedan evitarlo, y pasa como con las pseudoterapias: cuesta un mundo dejarlo, porque asumir que te han engañado no es plato de gusto para nadie.

Y yo, con toda la rabia que me da eso, no puedo evitar un segundo pensamiento: que esta es una estafa de gente pobre. Liar toda la que se lía, embaucar a catorce incautas, promoverlo entre tus conocidas y amigas, estar al pie del cañón con grupos de WhatsApp y videollamadas grupales… ¿para obtener 9.600 cochinos euros? Que no se entienda mal, a mí 9.600 € me arreglaban muchas cosas, pero es que yo soy pobre. La cosa es que si Bernard Madoff se entera de esto, se está riendo de los telares de los sueños hasta la Nochevieja del año que viene.

Así que, si has llegado hasta aquí, solo un ruego: por favor, no caigas en eso. No te hagas eso a ti misma. Cuídate.








(1) Recordemos que si el telar de los sueños funcionara, repartiría rentabilidades del 800%: yo doy 1.200 € cuando soy fuego, y al llegar a “agua” me viene esa cantidad multiplicada por ocho.

(2) En realidad daría igual. Podría computar a las “aguas” que ya han cobrado como personas de fuera del sistema, que apenas cambiaría nada porque son muy pocas. Pero he preferido hacerlo de la otra manera, por claridad.

(3) En realidad la persona que inventó los fraudes piramidales fue Baldomera Larra, la hija de Mariano José, no Carlo Ponzi. La Marca España siempre en vanguardia.





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domingo, 22 de diciembre de 2019

Educación sanitaria


La educación sanitaria me parece importante. En serio lo digo: creo que hay que hacer buen uso de los servicios sanitarios. Los recursos son limitados, y si nosotros como pacientes aprendemos a emplearlos mejor, todos ellos durarán más y se podrá atender a más personas. Es prioritario educar a la población para que sepa cómo actuar ante un problema médico.

Entonces, ¿por qué la única educación sanitaria que parece haber en este país son médicos particulares muy enfadados llamándome tonto por ponerme enfermo en el sitio incorrecto?

La última lumbreras ha sido Mónica Lalanda, una señora que ha conseguido el logro de convertirse, sin saber dibujar bien, en la ilustradora médica “oficial”: cada vez que hay que sacar un dibujo para cualquier movilización de tema sanitario aparece ella, con sus monigotes mal hechos, para poner la nota de color. El otro día difundió una imagen que ha fusilado (1) de una campaña del NHS británico basada en esa idea: si vas a urgencias MAL haces que la gente MUERA. Irresponsable.

La imagen es una cola donde están unas personas con unos síntomas muy leves, y el último elemento de la cola (que en la versión de Lalanda está el primero, demostrando lo bien que entiende cómo funciona el lenguaje visual que emplea) es la corona de flores de una persona que sufrió un infarto porque no le atendieron debido a todos los anteriores. La gente, como es comprensible, se tomó el dibujto a choteo y le recordó a la dilecta doctora que existe el triaje. Respuesta: “es que esto es una cola para un triaje”.

A mí el problema me parece serio. Y me parece serio por dos cosas. La primera: ¿tan mal estamos que no hay triaje suficiente para todo el mundo? ¿De verdad una cola de gente con mocos, toses y dolores inespecíficos va a hacer que cuando llegue alguien con un infarto no se le atienda de forma rápida? Y, en ese caso, ¿hasta qué punto la solución no pasa por contratar a más gente? Volveremos sobre esto más abajo.

Porque lo segundo que me interesa es el mensaje contradictorio, absolutamente contradictorio, que se manda desde el mundo médico, tanto el más oficial (Colegios, Ministerio, etc.) como el menos (divulgadores como la señora esta cuya imagen comentamos). Por un lado se nos dice que no nos autodiagnostiquemos, que no nos automediquemos, que vayamos siempre al médico, que el profesional sabe. Y cuando hacemos caso, la respuesta es “no, debería haber ido usted a la farmacia” o “no, debería haber ido usted a un médico distinto porque nos colapsa”.

Anda a cagar, hombre. Tenemos cuatro o cinco mecanismos a nuestra disposición (farmacias, llamar a una ambulancia, citarnos en atención primaria, ir a las 24 horas del centro de salud, ir a urgencias), que no valen para lo mismo. Deberían emplearse bien, y los pacientes no deberíamos usar los unos para lo que son los otros. Hacerlo bien redunda en beneficio de todos. Obviamente.

Pero los pacientes no sabemos lo que nos pasa. La casuística de cuándo emplear bien uno u otro es compleja, y no siempre es fácil acertar. Si tienes amigos médicos habrán hecho guardias en Urgencias y estarán indignados por ese paciente que llegó a las cuatro de la mañana porque no se dormía o porque llevaba dos meses con dolor, ejemplos que parecen obvios de mal uso. Pero sin duda otros casos no son tan evidentes. Y, por supuesto: es mucho más fácil juzgar desde la posición del médico que ya ha valorado al paciente (es decir, cuando ya se sabe que al paciente no le pasaba nada) que ponerse en la piel de alguien que está dolorido y confundido.

Ir a un hospital no es plato de gusto. No vamos a amargarle la vida a nadie, sino porque algo nos duele y queremos que nos lo solucionen, y en esas circunstancias es complicado tomar una decisión racional. ¿Que he ido a Urgencias en vez de a la farmacia o al centro de salud? Pues sí, he cometido un error. No lo voy a cometer, si llevo toda la vida oyendo que no tengo que autodiagnosticarme y ahora me estás pidiendo que me haga a mí mismo el triaje. Formar al paciente para que pueda ser sensato cuando está angustiado es importante; echarle la bronca porque no sabe ponerse enfermo bien, pues ya menos.

Además, hay aquí otra cuestión. Como siempre, el traslado de responsabilidad a los pacientes oculta la demolición del sistema sanitario. Por ejemplo, esa apelación a “deberías haberte citado con el médico de cabecera”. Je. En mi centro de salud, mi pobre doctora de cabecera tiene a tantos pacientes citados por hora que yo sé que, salvo que consiga una cita a las 15:00 o 15:15 (cuando empieza su turno) me voy a comer más de una hora de espera. Hace tres días, que fui para un problema sin duda leve y que no me habían sabido resolver en la farmacia (¡mirad, divulgadores listos del Twitter, estoy cumpliendo los pasos!), mi cita era a las 15:55 y no entré hasta pasadas las 17:00.

¿Qué pasa entonces? ¿Cuánta gente, harta de esperar, se va a ir a Urgencias con su problema leve o crónico (pero que a ella le preocupa muchísimo porque, bueno, es su problema, el que le está friendo la sangre) en la creencia de que allí le van a atender más rápido? Y allí quizás se encuentren con la misma situación porque, si tenemos que hacerle caso a los cartelitos alarmistas, en el triaje de las Urgencias tampoco hay bastante gente como para mantenerlas funcionales.

Además, y ya por rizar el rizo: ¿de dónde se supone que tenemos que sacar la educación sanitaria? Hace años recuerdo que había un anuncio por la tele: un hombre se hacía un corte en el dedo. Se subía a un taxi y se iba a Urgencias. Una vez allí, veía cómo bajaban a un tío en camilla, lleno de tubos y cables. Miraba al taxista y le decía: “Mejor lléveme al centro de salud”. Me gusta mucho más que, por ejemplo, estos del Estado de Queensland (Australia), que se limitan a repetir el discurso de “no seas tonto, no vayas con síntomas menores” y además no dan otras opciones.

En todo caso, sean mejores o peores, esos anuncios ya no existen. Ni les ha sustituido, bueno, nada. Y la población no aprende de forma mágica ni cuando un particular les echa la bronca por redes sociales. Si no se emiten y se refuerzan constantemente los mensajes que queremos que calen (“su médico de cabecera es más que un expendedor de citas de especialista”, “existe la atención 24 horas en centros de salud”) la gente seguirá yendo a lo que conoce, que es Urgencias. Porque lo que quiere, por encima de todo, es que deje de dolerle.

Y por supuesto, nada de lo anterior servirá para nada si no nos aseguramos de que la sanidad pública sigue contando con recursos suficientes. Que al final, si seguimos así, los hospitales serán cáscaras vacías atendidas por homeópatas y chamanes, y todavía nos estarán echando la bronca por no haber ido a rezarle a San Eufrasio antes de pasar por el triaje.







(1) Y sí, digo “fusilada” porque, si te limitas a copiar la imagen pero haciendo que la cola esté orientada a la derecha en vez de a la izquierda, eso es un fusilamiento por mucho que digas que está “inspirada”.


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martes, 17 de diciembre de 2019

La sentencia de la Arandina


Llevo varios días queriendo escribir sobre la sentencia de la Arandina, pero un asunto personal me tenía absorbido. Ahora ya puedo dedicarle unas líneas al proceso judicial del cual Twitter no deja de hablar. Y de decir tonterías. Porque se pueden decir muchas tonterías cuando uno lee párrafos descontextualizados de una sentencia, o cuando la lee entera sin tener conocimiento suficiente como para interpretarla.

Normalmente, cuando comento sentencias lo hago de forma ordenada, es decir, explico los hechos probados y luego los razonamientos jurídicos. Hoy no lo voy a hacer así. Me limitaré a rebatir, con la sentencia y el Código Penal, las objeciones o barbaridades más comunes que estoy leyendo por ahí. Vamos a ello.


“Es que ella quería”
En España, la edad de consentimiento sexual es de 16 años. Una persona que tenga menos de esa edad no puede consentir de forma válida. Así que, aunque fuera verdad que ella consintió, aunque la chica se hubiera lanzado a sus entrepiernas cual loba hambrienta, ellos tenían el deber (el deber jurídico, no el deber moral) de detenerla. Igual que si una menor de edad entra en mi estanco y me pide un paquete de tabaco o entra en mi bar y me pide una cerveza yo no puedo vendérselos por mucho que sea obvio que los desea. La ley considera que hay que proteger a los menores de edad y por eso impone obligaciones a los particulares. No es tan difícil de entender.

Pero es que, encima, ella no quería. Si hubiera querido, insisto, seguiría siendo delito: abuso sexual a una menor de 16 años, con penetración y actuación conjunta de dos o más personas, nos vamos a una pena de entre 10 y 12 años de prisión (artículo 183 CPE). Como no lo deseaba, el delito es de agresión sexual a una menor de 16 años, con las mismas agravantes, la pena queda entre 13,5 y 15 años de prisión.


“Pero ¿y de dónde salen entonces los 38 años de cárcel?”
Los 38 años son en realidad la suma de tres penas:
  • 14 años como autor de su propia agresión.
  • 12 años como cooperador necesario de las agresiones de cada uno de sus dos amigos.

Este criterio, que se lleva usando en violaciones grupales desde hace décadas, es bastante comprensible en realidad. Cuando un grupo de personas agreden sexualmente a una víctima, la oposición de cualquiera de ellas podría detener el delito, bien fuera mediante el enfrentamiento con el resto de actores o bien mediante una llamada a la Policía. No oponerse al resto de agresores, además, coadyuva a la situación de indefensión que vive la víctima. Te convierte, por tanto, en cooperador necesario de todos los delitos que se cometan ahí, aunque tú no toques a la víctima (1).


“Entonces ¿qué fue lo que pasó?”
La sentencia declara probado unos hechos muy simples. La chica contactó a uno de los jugadores de fútbol por Instagram y ambos empezaron a guarrear e incluso se intercambiaron fotos subidas de tono. El jugador se lo dijo a sus dos compañeros de piso, también futbolistas, y los cuatro se mandaron diversos audios de WhatsApp con zorreo, y sin ninguna seriedad. Hasta aquí nada que tenga trascendencia penal.

El día de los hechos (24 de noviembre de 2017), ellos la invitaron a subir a su casa. En un momento dado apagaron las luces y, a pesar de que ella se cruzó de brazos y se quedó paralizada en una esquina del sillón, realizaron actos sexuales con ella (2). Después ella fue al baño y, al salir, uno de los procesados realizó también actos sexuales con ella en su habitación.


“Pero ella ya folló con ellos el día anterior”
En el Hecho Probado 5º se recogen literalmente los WhatsApps y audios que el día anterior mandó uno de los tres procesados a un grupo que tenía con otros colegas. En él, en efecto, presume de que los tres han mantenido contacto sexual con la chica y de que “mañana vuelve”. La chica no ha denunciado estos hechos. La sentencia solo da por probados los WhatsApp, no los hechos relatados en los mismos, y parece que los acusados no han intentado tirar por ahí…

 …lo cual es lógico porque, como sabe cualquiera, que yo hoy folle contigo y con tus dos amigos no quiere decir que desee follar contigo y con tus dos amigos mañana. Me da igual si esos WhatsApps son una baladronada o relatan hechos verídicos: lo importante es que el día de los hechos sucedió una violación.


“¿Y lo que dijo ella de que se inventaría cosas para perjudicarlos?”
La sentencia dedica varias páginas del Fundamento Jurídico 3º a tratar el tema de la disparidad de versiones. En el juicio comparecieron diversos testigos de referencia, es decir, los que no presenciaron los hechos sino que supieron de ellos por otra persona. Y resulta que a algunos ella les dijo que había sido voluntario (e incluso alardeó de ello) mientras que a otros les reconoció que no lo había sido. Es esto mismo, por supuesto, lo que afirma en sala.

¿Qué datos usa el tribunal para tomar una decisión sobre el asunto? Principalmente dos. El primero es un informe psicológico que decía que estaba “totalmente influenciada por su las [sic] redes sociales, y la imagen que pretendía mostrar de ella, en Instagram y delante de sus conocidos o compañeros de clase. Así deseaba aparentar mayor edad, y ser considerada como una mujer, adulta y con experiencia sexual”. Más adelante se insiste en la misma idea, al afirmar que la víctima tiene problemas de integración, buscaba la aprobación de las redes sociales y mostraba inmadurez.

En segundo lugar, está el hecho de que, cuando hablaba con su círculo cercano, sí confesaba que no quiso hacer eso. Así, cuando habló con sus hermanas (parece que el propio 25 de noviembre, justo el día después de los hechos) o con su psicopedagoga (el 27 de noviembre), les dijo que no había deseado ni consentido aquello. A partir de ahí fue abriéndose a su familia y a su mejor amiga, a todos los cuales les contó la misma versión.

Así pues, parece que ser que cuando a todos estos conocidos superficiales y compañeros de clase les dijo que había hecho tales y cuales cosas con ellos, que había tenido una orgía (3), que mira con quién he estado y que como se vayan de la lengua “yo lo cuento todo e inventando”, no hay que darle mayor credibilidad. Como dice la sentencia, intentaba situarse como agente en lugar de como víctima. Y, como no dice la sentencia pero añado yo, estaba muy probablemente intentando ponerle nombre a lo que había pasado y además gestionando una crisis de reputación porque estoy seguro de que los cotilleos empezaron a extenderse según ella salió por la puerta del piso donde sucedieron los hechos.


“Solo le hicieron caso a la declaración de ella. ¡Eso no es justo!”
La declaración de la víctima es una prueba. Una prueba. Como todas las pruebas, puede desvirtuar la presunción de inocencia y fundamentar una condena. Y en delitos sexuales, donde no suele haber otra prueba de cargo, es fundamental.

Por ello, hay una serie de requisitos para darla por buena: que no se aprecien móviles espurios contra los denunciados, que la denunciante mantenga esencialmente la misma versión durante todo el proceso (de ese punto ya hemos hablado) y que haya corroboraciones periféricas, es decir, datos que la avalen. Algunas de las corroboraciones periféricas son las cosas que dijo a las personas íntimas en días próximos al suceso y unos moratones en los brazos y la espalda que fueron percibidos por los familiares.

Si hubiera prueba de descargo, a lo mejor no bastaba, pero es que no la hay. Existe un amigo de ellos que afirma que él estaba en la casa y que no vio nada, pero la Sala no cree su testimonio porque se presentó a la Policía mes y medio después de que sus compañeros fueran detenidos. Y están unos supuestos pantallazos de WhatsApp presentados por la novia de uno de ellos, que probarían que el chaval estaba hablando con el móvil con ella en el momento de los hechos, pero la cosa es que el análisis del teléfono de él no dice eso.


“¿De dónde viene la intimidación? Si no la amenazaron”
Intimidación ambiental, el mismo caso que la Manada. Estás rodeada de una serie de personas que te superan en número y complexión física (tres deportistas, nada menos), y además en un contexto que ellos controlan por completo (su piso). Te encoges, te cruzas de brazos y aun así te meten mano. No es necesario que nadie profiera una sola amenaza para que la situación sea intimidante.


“¿Y el segundo acto sexual? ¿El que sucedió en la habitación de uno de los acusados?”
Aquí está el único punto que me chirría de toda la sentencia. Antes he dicho, al resumir los hechos probados, que después de que ella saliera del baño entró en la habitación de uno de ellos y allí se produjo otro acto sexual, solo con él. Pues bien, aquí la sentencia no aprecia que hubiera violencia ni intimidación, por lo que no condena por agresión. En cuanto al posible abuso, absuelve también porque se trataba de un acusado joven (19 años), de madurez similar a la víctima.

Este es el único límite a la regla general según la cual los menores de 16 no pueden consentir: que lo hagan con otra persona de similar edad y madurez, como otro menor de edad o, como aquí, un chico de 19 años. Sin embargo, el problema resulta obvio. ¿Después de ser agredida en el salón tiene relaciones sexuales consentidas con uno de sus agresores en su cuarto? ¿Dónde está el fallo? ¿En las partes al presentar las pruebas, en el tribunal al apreciarla, en el tribunal al razonar jurídicamente…?

Me da la sensación de que aquella noche todo pasó muy rápido y de que quizás lo que ocurrió en el cuarto, como contrapunto a lo ocurrido en el salón, le diera a la víctima (que estaría en un estado de confusión considerable) una sensación completamente distinta. No lo sé. Estoy especulando: ni estaba allí, ni estoy en su cabeza ni he estado en la sala. Pero es la única explicación que se me ocurre a frases como “de lo que pasó con R. no me arrepiento”.


“La Ley de Violencia de Género deja inermes a los hombres”
Qué cosas tiene la manía de hablar sin saber. Esto lo han llegado a decir los propios condenados (“si esto me pasa hace quince años ahora yo estaría jugando al parchís en mi casa”), pero aunque no hubieran abierto la boca es algo que subyace. Y bueno, es mentira. Es posible que la Ley de Violencia de Género, el dinero gastado en publicidad institucional y a nivel social el auge del feminismo hayan aumentado la concienciación sobre estos casos. Pero el hecho es que, a nivel legal, no ha cambiado nada.

Este asunto lo ha instruido un Juzgado de Instrucción, no un Juzgado de Violencia sobre la Mujer. No se ha activado ninguna de las normas penales relativas a la violencia de género, porque estas solo se aplican cuando agresor y víctima son pareja, no cuando son conocidos como en este caso. Las doctrinas empleadas para condenar (la de la cooperación necesaria, la de los requisitos necesarios para que la declaración de la víctima desvirtúe la presunción de inocencia, la de la intimidación ambiental) fueron desarrolladas por el Tribunal Supremo español en las décadas de los ’80 y ’90 o incluso antes, no por ningún malvado legislador adicto al cambio social.

Así que no, si esto hubiera pasado hace quince años –es decir en 2004, antes de la aprobación de la Ley de Violencia de Género– las únicas diferencias habrían sido las tecnológicas (no habrían existido todos esos audios de WhatsApp con la chica ligoteando con ellos o diciendo cosas equívocas), por lo que incluso habría sido peor para los delincuentes. La pena no habría variado un ápice: 38 años por tres violaciones, o un poco más si se hubiera apreciado la agravante de especial vulnerabilidad de la víctima.


“Pues 38 años me sigue pareciendo excesivo”
Ya, es que 38 años es una barbaridad para que esté cualquiera en la cárcel, haya hecho lo que haya hecho. Por eso existen unos máximos de cumplimiento, que en este caso (y como bien indica expresamente la sentencia) son de 20 años.

Después estarán otros 10 en libertad vigilada, que es una medida que tampoco me gusta nada, se aplique a quien se aplique: ¿a santo de qué se tiene que vigilar, y encima durante diez años, a una persona que ya ha cumplido con la sociedad? Pero en fin, así igual la derecha aprende que el populismo punitivo, el aumento de penas y la reducción de derechos puede recaer también sobre tres “buenos chicos”, ay, pobres, que no sabían lo que hacían, que les han jodido la vida.

No caerá esa breva, pero uno puede soñar.



(1) Comentábamos al hilo del caso de la Manada que resulta raro que allí ninguna de las acusaciones intentara activar esta doctrina. De haberlo intentado, a cada uno de ellos le habría caído no 15 sino 150 años de cárcel.

(2) Omito el detalle porque en este blog no nos gusta la victimización secundaria ni terciaria.

(3) Por cierto, una orgía, no dos. Del supuesto encuentro sucedido 24 horas antes no parece haber otra prueba que los audios de WhatsApp de los acusados: nadie más oyó hablar de ella, ni siquiera a la víctima en este contexto.



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miércoles, 11 de diciembre de 2019

El Chicle no tendrá cadena perpetua


El juicio de El Chicle ha quedado visto para sentencia. El asesino de Diana Quer (ya se puede usar esta terminología, pues la presunción de inocencia ya se ha visto desvirtuada) ha sido declarado culpable de los tres delitos de los que venía siendo acusado: detención ilegal, agresión sexual y asesinato. Aún no ha salido la sentencia, porque el jurado popular se limita a declarar la culpabilidad o inocencia del acusado y no a imponer penas, pero ya hay millones de animales sedientos de sangre contentos por la más que previsible condena a cadena perpetua (la mal llamada prisión permanente revisable) que va a recaer sobre este sujeto.

Traigo malas noticias para ellos.

Es muy poco probable que José Enrique Abuín, alias El Chicle, acabe con una pena de cadena perpetua. Y no solo por ese recurso de inconstitucionalidad que está pendiente desde hace más de cuatro años y que en algún momento resolverá (1). Ni por la posible derogación de esta pena ahora que parece que gobernará el PSOE con el apoyo de Podemos y ERC. No: lo digo porque los artículos del Código Penal que aplican la cadena perpetua a los delitos contra la vida están tan mal redactados que castigan varias veces la misma cosa.

Ya hablamos hace unos meses (en Patreon, eso sí) de cómo el Tribunal Supremo había podado uno de los casos de aplicación de la cadena perpetua, el relativo a la víctima especialmente vulnerable, al decir que ese ataque era siempre alevoso y que por tanto no se puede apreciar a la vez la agravante de alevosía y la hiperagravante de vulnerabilidad. Lo que pasa en el caso de Diana Quer es algo parecido, pero con distintas agravantes. Vamos a verlo.

Cuando yo mato a alguien, en principio el delito por el que me castigan es el de homicidio (10-15 años de prisión). Si aparte de matar a alguien lo hago con alguna de las agravantes del artículo 139 CPE, el delito ya es asesinato (15-25 años de prisión). De las cuatro agravantes del artículo 139 CPE, en el caso de Diana Quer se han apreciado dos:
  • Alevosía, es decir, manipular la situación de tal manera que la víctima esté especialmente indefensa (por ejemplo sorprenderla, atarla, narcotizarla, etc.): artículo 139.1.1ª CPE.
  • Comisión del asesinato para impedir que se descubra otro delito (en este caso, la agresión sexual previa): artículo 139.1.4ª CPE.


Además, si en el hecho se aprecia alguna de las hiperagravantes del artículo 140 CPE, el delito sigue siendo asesinato pero su pena es ya la cadena perpetua. La agravante del artículo 140 CPE apreciada en el caso de Diana Quer es la comisión del asesinato de forma subsiguiente a un delito contra la libertad sexual cometido contra la misma víctima (artículo 140.1.2ª).

Vamos a leerlo despacio otra vez, y prescindiendo de momento del tema de la alevosía. Agravamos el hecho porque lo cometió para ocultar un delito. Y luego lo agravamos otra vez porque lo cometió después de un delito (sexual) previo. Huy. ¿A nadie le suena mal esto?

Principio básico del derecho penal: ne bis in ídem. No se puede castigar a nadie dos veces por lo mismo. Por muy horrible que sea lo que haya hecho, a cada delito le corresponde un solo castigo. Si la ley entiende que matar a alguien para ocultar otro delito merece que agravemos la pena del ataque contra la vida (llámese homicidio o asesinato), pues agravémosla... pero solo una vez. No dos. Y menos cuando el resultado es una pena tan bárbara como la cadena perpetua a la española.

Entonces, ¿se superponen estas dos agravantes? ¿Están castigando lo mismo? Bueno, cuando uno las lee parece que no: la primera castiga la intención (el asesinato se comete para evitar que se descubra otro delito) y la segunda castiga la sucesión temporal (el asesinato se comete de forma subsiguiente a un delito previo, que debe ser sexual). Si nos ponemos bizantinos, no son lo mismo porque no usan las mismas palabras. Pero está claro que castigan lo mismo.

Al fin y al cabo, o entendemos que castigan lo mismo o la segunda agravante no tiene sentido. Es decir: tenemos un delito sexual, tenemos un asesinato, hemos castigado ambos, ¿cuál es el sentido de hipercualificar el delito contra la vida solo por el hecho de que sea sucesivo al otro delito? ¿En qué es peor el delito contra la vida solo por ser posterior al sexual? Como se pregunta un penalista: ¿dónde está el desvalor extra? Está claro: la única justificación de esta hiperagravante es entender que quien mata a la persona contra quien antes ha cometido otro delito es para garantizarse la impunidad. La ley tiene un objetivo muy loable, sin duda. Pero no lo bastante como para cargarse el principio ne bis in ídem (1).

La hiperagravante del artículo 140.1.2ª CPE se convierte, así interpretada, en inaplicable. Un proceso en el que se pueda apreciar también habrá apreciado la del 139.1.4ª (que tiene un campo de actuación mayor, ya que no está restringida a delitos sexuales ni a asesinatos subsiguientes), y eso impedirá elevar la pena hasta la cadena perpetua. Como ya pasó en el caso que comenté más arriba, es muy probable que dentro de un año tengamos sentencia del Tribunal Supremo diciendo que El Chicle está muy bien condenado pero que la pena no puede ser esa, muchas gracias.

“Espera un momento”, podría decir alguien. “Pero has dicho que a El Chicle se le aplicaron dos agravantes: alevosía y comisión del asesinato para ocultar otro delito. ¿Y no podríamos usar solo la alevosía para la primera elevación y luego el otro hecho, dentro ya de la hipercualificante del 140.1.2ª, para la segunda?” Si releéis la entrada que he enlazado al principio veréis que una lumbrera de ICADE propuso hacer eso mismo en el caso que he comentado. Pero no se puede. Si un hecho cuadra en una agravante hay que apreciar esa agravante: no podemos dejar de apreciarla porque tenemos una estrategia procesal mejor, y menos si es contra reo.

Así pues, es muy probable que El Chicle no reciba prisión permanente revisable. Ahora bien, eso no quiere decir que vaya a salir pronto a la calle: de 20 a 25 años por un asesinato con dos agravantes (alevosía y ocultamiento), más la detención ilegal y la agresión sexual, más los cinco años por la detención ilegal de la chica de Boiro.

¿Y sabéis qué es lo curioso del caso? Que a nivel estrictamente numérico, la cuenta le sale “peor” a El Chicle ahora que con la cadena perpetua. Con estos delitos, y sin entrar en detalles, tiene un máximo de cumplimiento de 30 años, mientras que una hipotética cadena perpetua tendría la primera revisión de pena a los 25 años. Claro, no es lo mismo una liberación segura que una suspensión posible, y también hay que tener en cuenta que sean 25 o 30 años de cárcel es una barbaridad a la que no deberíamos someter a ningún ser humano, pero bueno, son cinco años menos… y la prueba de que la mal llamada “prisión permanente revisable” no venía a llenar una necesidad real.

Por supuesto, y como siempre hago en esta clase de artículos, mi alegría al pensar en que esta pena horrible va a ir recibiendo varapalos no va por El Chicle, del cual “me da igual que muera, viva o se caiga de la cama”, en palabras de un ilustre dramaturgo. Mi alegría es porque esta pena, tal y como está en el Código Penal español (con su primera revisión a los 25, 28, 30 o 35 años, sin medidas especiales de reinserción, pensada para delitos redactados a golpe de telediario) es una barbaridad la mires por donde lo mires. Y eso degrada la calidad de todo el sistema.

Es decir, nuestra propia calidad de vida como ciudadanos.




(1) De hecho, la hipercualificante del artículo 140.1.2ª CPE está en una disyuntiva curiosa. O se interpreta como yo lo hago, y en ese caso se convierte en inaplicable; o se interpreta como una agravante sin causa ni razón alguna, en cuyo caso tiene un serio problema de constitucionalidad.




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viernes, 8 de noviembre de 2019

El voto de las personas incapacitadas


Este artículo está escrito a cuatro manos por Cora Fernández, médica psiquiatra, y por mí. Más en concreto, yo he escrito las partes 1 y 3 y ella la parte 2.

Introducción
Este año hay, ha habido y habrá elecciones. Lo digo así, en general. Elecciones de todos los colores y de todos los sabores: europeas, generales (dos veces), autonómicas en trece Comunidades Autónomas, a los consejos insulares baleares, a los cabildos insulares canarios y municipales. En otras palabras, no sé si por primera vez desde la restauración de la democracia en España coinciden en el mismo año (de hecho, en el lapso de unos pocos meses) todas las citas electorales que puede haber. Sí, está siendo un añito complicado, con mucha discusión y debate.

Entre todo este ruido, hay un dato que no se ha publicitado mucho: la base electoral se ha ampliado bastante. Más en concreto, miles de personas que no podían votar debido a incapacitación o enfermedad mental, han podido hacerlo debido a una reforma de la Ley Electoral que se produjo el 6 de diciembre de 2018 (1).

Nuestra Ley Electoral (LOREG), publicaba en 1985, establecía en su artículo 3 las siguientes excepciones para el ejercicio del derecho de sufragio:

1.- Personas que hayan sido condenadas a una pena que incluya la privación de este derecho.

2.- Personas incapacitadas, cuando el juez lo diga. La incapacitación es una medida por la cual un juez, entendiendo que una persona no puede manejarse por sí misma debido su salud mental, le restringe ciertas capacidades. Tiene que ser personalizada (dependiendo de la afección del sujeto le limitará el manejo de sus bienes, le impondrá un internamiento, etc.) y podía incluir privación del ejercicio de sufragio. La privación tenía que constar expresamente en la sentencia que declarara la incapacidad.

3.- Personas internadas de forma involuntaria en un hospital psiquiátrico. Este internamiento solo puede hacerse con autorización judicial y, de nuevo, la privación del derecho de sufragio debía constar expresamente.


Como digo, esta redacción es la original de 1985. Pero desde 1985 hasta aquí ha llovido mucho. Se han montado asociaciones de personas con discapacidad, con el propósito no solo de conseguir una atención sanitaria de calidad sino de luchar contra el estigma y la discriminación. Y el mensaje va calando. Ya hablamos del proyecto de reforma del artículo 49 CE, que pese a que al final no cuajó porque se disolvieron las Cortes, pretendía sustituir el enfoque asistencial de ese precepto (que hablaba incluso de “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”) por uno integral, basado en la garantía de los derechos fundamentales de las personas discapacitadas.

Claro, en este contexto ya no acaban de sentar tan bien los párrafos 2 y 3 del artículo 3 LOREG, es decir, los que se refieren a personas incapacitadas e internas. Sobre todo porque las incapacitaciones, especialmente las más antiguas, tendían a ser muy automáticas y nada finas: ¿tienes tal enfermedad? Toma, el pack completo de incapacidad, incluyendo que no puedes votar, sin apenas análisis de tus capacidades reales. Ahora los jueces tienden a personalizar más, como deberían hacer, pero aun así este precepto gustaba muy poco en las asociaciones de personas con enfermedad mental.

Al final, el asunto trascendió el nivel doméstico y llegó a la ONU. En 2011, el Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad aprobó un extenso informe sobre las cosas que había hecho España para adaptarse a la normativa internacional en esta materia. En los párrafos 47 y 48, el Comité criticaba la privación de derechos electorales de las personas incapacitadas. Afirmaba que, a la luz de los altos números y de la falta de información sobre los criterios usados por los jueces “la privación de ese derecho parece ser la regla y no la excepción”. Y recomendaba modificar la legislación para que todas las personas con discapacidad tengan derecho al voto, sin que los jueces puedan privarles del mismo.

El tema, como siempre pasa con estas cosas, entró en un limbo. En 2017, y a propuesta de, curiosamente, la Asamblea de Madrid (2), se reformó la LOREG y se eliminaron los dos últimos párrafos del artículo 3. Ahora solamente están excluidas del voto las personas condenadas a una pena de privación de sufragio: las personas incapacitadas y las internadas en un hospital pueden votar igual que cualquiera. Lo que es más, la ley permite a toda persona expresar su voto “consciente, libre y voluntariamente, cualquiera que sea su forma de comunicarlo y con los medios de apoyo que requiera”.

La reforma se ha aplicado a todas las elecciones de este año y ha tenido una cobertura informativa discreta, sobre todo al lado de las Grandes Cuestiones como “¿Acabaremos gobernados por nazis?” Sin embargo, sí se han podido ver algunas piezas informativas con discapacitados psíquicos votando. A mí la verdad es que me dejan una sensación agridulce. Es decir, bien por ellos, pero parece como si en este país solo supiéramos movernos a base de péndulos: antes, tuvieras lo que tuvieras, no podías votar; ahora, tengas lo que tengas, puedes votar.

Salud mental y derecho al voto – por Cora Fernández
Ya en 1978 decía Franco Basaglia en sus Apuntes para un análisis de la normativa en psiquiatría que la psiquiatría ha sido presentada como un abrazo mortal entre Medicina y Justicia. Aunque el abrazo se mantiene estrecho, los profesionales de la salud mental intentamos trabajar para que sea cada vez menos mortal. Ya hemos mencionado que las incapacitaciones más modernas tienden a ser parciales antes que totales e intentan conservar las “partes más sanas” de los individuos. A pesar de todo, ¿en qué supuestos se incapacita a una persona? Contemplaríamos tres grandes grupos clínicos:

  1. Discapacidad intelectual: personas con retraso mental moderado o severo. El acceso al mundo de estas personas suele ser a través de las cosas concretas, siendo muy difícil para ellas entender conceptos abstractos. En los casos más graves, incluso requieren supervisión continua.
  2. Demencias: podríamos definirlas como el grado más grave del llamado deterioro cognitivo. El deterioro cognitivo es la pérdida progresiva de funciones mentales, y en la inmensa mayoría de los casos es irreversible.
  3. Trastornos mentales graves (TMG): estarían incluidos trastornos psicóticos, el trastorno bipolar y el trastorno límite de la personalidad grave. Personas que por las características de su trastorno y de sus vivencias pierden el contacto con la realidad durante sus crisis.

En los dos primeros casos, una vez llegado un grado concreto de deterioro (3) la persona en cuestión no está capacitada para decidir sobre el mundo que le rodea y esto no tiene vuelta atrás. Es decir, no se espera evolución sobre el cuadro clínico que ha motivado esta circunstancia y, si la hubiere, sería siempre a peor y no a mejor. Por ejemplo, pensemos en una demencia moderada-grave: recuerdo un caso en concreto en el que una paciente me dijo convencidísima que iba a votar a Alianza Popular. Probablemente su memoria estuviese tan devastada que solo mantuviese recuerdos del pasado. Quizá en este caso se podría explorar la posibilidad de que alguien de confianza explicase a esta mujer el año en el que estamos y qué significaba para ella Alianza Popular en su momento para explorar su verdadera implicación política. Quizá eso no funcionase porque la mujer siguiese en sus trece.

En cambio, en el caso de las personas diagnosticadas de TMG la cosa se complica. Para empezar se trata de un grupo heterogéneo de sujetos con síntomas asimismo muy diferentes. Son enfermedades mentales cuya evolución, aunque siempre crónica, es muy variable. Cuando estas personas se encuentran estables no habría problema en que ejercieran su derecho. Entendemos que cuando uno de estos individuos ha sido incapacitado y retirado su derecho al sufragio es porque hay motivos clínicos de peso para ello; por ejemplo, porque no se consigue una estabilización clínica suficiente o porque existen delirios que condicionan que estas personas perciban la situación política de forma distorsionada. A mi juicio, como ya comentamos, debe existir una prohibición explícita del sufragio, por lo que los casos se individualizan.

En opinión de una clínica, creo que es necesario pedir esa misma individualización en los dos primeros supuestos. A ninguno nos sorprende ya ver cómo las “cuidadoras” de residencias de ancianos se llevaban a los enfermos a votar bajo su consejo. ¿Cómo garantizamos que una persona con problemas mentales esté capacitada para entender el mundo que le rodea? Creo que en estos casos debería trazarse una línea mejor definida precisamente para minimizar el riesgo de fraudes electorales. Y creo que esta línea pasa necesariamente por la individualización caso por caso.


Valoración
Entonces, ¿cómo valoramos esta reforma? Bueno. Da la sensación de que se ha hecho con la misma brocha gorda con la que estaba redactada antes, pero para el lado contrario. Y por el camino el asunto se ha complicado aún más. Porque no se ha movido el péndulo de un lado hacia el otro (lo cual ya sería criticable), sino que se ha reconocido el derecho al sufragio expresado “consciente, libre y voluntariamente”, como ya citábamos más arriba.

Y no se ha dicho nada más.

Entonces, si los jueces ya no pueden incapacitar a aquellas personas que son materialmente incapaces de entender la trascendencia del acto de votar, si las incapacitaciones previas han decaído por esta reforma legal, si ya no existe una documentación a la que las Mesas Electorales puedan acudir para salvar el problema, ¿cómo sabemos que un elector ejerce el voto de forma “consciente, libre y voluntaria”?

A ver, si está en coma la cosa está clara. Pero ¿y si solo anda raro y no se le entiende bien lo que dice? ¿Tiene una demencia o es que va borracho? Y, si ya nos ponemos a preguntarnos cosas, ¿no podríamos decir que alguien en según qué estados de embriaguez alcohólica no ejerce el voto de forma “consciente, libre y voluntaria”? ¿Puede servir esta nueva redacción para privar del derecho de sufragio a personas de forma arbitraria, en lugar de hacerlo después de un estudio reposado y con un juez detrás?

La duda principal es quién decide que un elector está consciente, es libre y vota de manera voluntaria. La Mesa o su presidente no, está claro: no tienen esa capacidad ni esa autoridad. ¿Entonces? ¿La Junta Electoral de Zona? ¿Tienen que andar sus miembros desplazándose por todo el partido judicial para revisar a cada presunto incapaz? Porque no van a decidir sin verlo personalmente. Y ¿cómo se le va a valorar?

Por suerte, la Junta Electoral Central, siempre al quite, lo ha resuelto. La autoridad que identifica que una persona tiene plena capacidad es… nadie. Así lo ha declarado en la Instrucción 5/2019. Si una Mesa tiene dudas sobre si un elector tiene o no tiene capacidad, primero admite el voto y luego hace constar las dudas sobre la capacidad en el acta de la sesión a efectos de no se sabe muy bien qué, porque al ser el voto secreto una vez metido en la urna no hay forma humana de anularlo.

Sin duda es una regulación coherente. Ni la Mesa Electoral ni la Junta Electoral de Zona tienen la capacidad de valorar la salud mental de nadie. Pero el problema es precisamente ese: que hay personas que, por desgracia, están tan desconectadas del entorno en el que viven que no pueden emitir un voto consciente, igual que no pueden manejar sus finanzas o mantener un nivel adecuado de aseo personal. Por eso antes existía la posibilidad de incapacitar. Se usaba mal, por supuesto. Quienes han salido en la prensa alegrándose de poder votar pese a su discapacidad son, que quede claro, personas que nunca tendrían que haber sido privadas de este derecho.

La solución no es hacer tabula rasa, irnos al otro lado del péndulo y permitir que cualquier desaprensivo coja a su familiar enfermo (o arrastre a una veintena de ancianos en situación de dependencia) para hacerlo votar por su opción preferida. Esa clase de cosas hay que desincentivarlas, no fomentarlas. Por eso habría que haber realizado una regulación más fina, que exigiera a los jueces especial cuidado a la hora de limitar un derecho fundamental, y quizás estableciendo un trámite simplificado para revisar las sentencias viejas.

Pero claro, eso significa dar dinero y medios a los Juzgados y a sus equipos psicosociales. Y eso requiere presupuesto. El hachazo es mucho más barato y se vende mucho mejor.




(1) Por unos pocos días no se pudo aplicar también a las elecciones andaluzas, que justo habían sido el domingo anterior, 2 de diciembre.

(2) Sí, los Parlamentos autonómicos pueden proponer leyes nacionales.

(3) En las fases más avanzadas de estos trastornos las personas necesitan ayuda incluso para comer, asearse o ir al baño.


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lunes, 4 de noviembre de 2019

#LeoAutorasOct - Mis lecturas de 2019


Pues ya hemos terminado octubre y, como es tradición, aquí vienen las reseñas de mis lecturas del mes. Esta vez vienen sin conclusiones: si alguien quiere saber mi opinión sobre el #LeoAutorasOct puede acudir a mi entrada de 2016.

1. Tarantella (Enerio Dima, 2018)
El hermano pequeño de Mattia y Domenica se muere. Solo una medicina preparada a base de veneno de un tipo concreto de araña gigante podrá salvarlo. Lo bueno es que hay una araña gigante de esa clase en el bosque cercano al pueblo donde viven ambos. Lo malo, que el bosque está cerrado por un hechizo. Mattia, un simple tejedor, consigue acceso al bosque y luego este se cierra de nuevo; Domenica, una soldado curtida, empieza a buscar la forma de rescatarlo…

Leí ya este libro en beteo, así que la lectura de su versión editada es en realidad una relectura. Y además, entró en octubre por los pelos, porque el grueso de la novela lo leí a finales de septiembre. Pero bueno, cuando se trata de reseñar señoras, cualquier excusa es buena.

Estamos ante una historia de fantasía ambientada en una Europa paralela (más en concreto, y si no interpreto mal, en una pseudo-Sicilia) que muy pronto desemboca en un conmovedor relato de amor entre un humano y una araña gigante. Como contrapunto está la carrera de Domenica para rescatar a su hermano. A mi entender el final es quizás un poco demasiado caótico, pero aun así el libro absorbe y los personajes se hacen querer.

Quizás mi favorita, por cierto, sea Domenica. La autora juega con el tropo de la mujer fuerte, porque se trata de una soldado en tiempos de paz, que se encuentra con que no sabe hacer gran cosa útil, frente al reputado tejedor que es su hermano pequeño. Interesante también el tema de la familia, cómo se basa en núcleos familiares libres, no heterosexuales y no monógamos (el vínculo se llama “familiamiento”) que ven el matrimonio como una barbarie.

2. Maldita la gracia (VV.AA., 2019)
Veinte relatos de ciencia ficción, fantasía y terror con dos elementos en común: son de humor y están escritos por mujeres. Porque las mujeres no escriben humor ni tampoco escriben ci-fi, fantasía ni terror, todos lo sabemos.

En la charla sobre límites del humor que montó la editorial Cerbero en Madrid el 19 de octubre, alguien dijo (no recuerdo si fue Israel Alonso, el editor, o Almijara Barbero o Raquel Froilán, las seleccionadoras) que Maldita la gracia estaba pensado para no gustarle por completo a nadie. Tiene veinte relatos tan variados y el humor es algo tan personal que es seguro que no te van a gustar todos.

Esto es muy cierto. Con algunos me he reído a carcajada limpia. Otros me han dejado muy frío, como si la autora no dejara de amontonar referencia sobre referencia y chiste sobre chiste con el fin de que me ría pero sin preocuparse de hilar una historia entre medias. Hay otros que apenas se han fijado en mi memoria. Y hay un cuarto grupo (por ejemplo, el notabilísimo “Elecciones”, de Marta Camperol) que no me parecieron divertidos pero sí muy buenos.

Reseño brevemente mis cinco favoritos:
  • “Formulario H-E803 para ampliación del plazo para salvar el mundo”, de Lourdes Ureña Pérez. Carmen acaba de cumplir 18 años, y según la literatura juvenil ya no puede salvar el mundo. Eso es injusto. Así que se pone a lidiar con el sistema para que amplíen el plazo. El humor sobre burocracia es el mejor humor.
  • “Curso 66”, de Ana Morán Infiesta: cuatro muertos tienen que aprender a ser fantasmas burlones. Es una clase de adultos normal, con sus idiotas y su gente maja, pero con fantasmas.
  • “La máquina de café”, de Celia Corra-Vázquez: una máquina de café cobra consciencia, empieza a despertar a otros electrodomésticos y desarrollan una religión basada en Netflix. Todo el relato está escrito en una especie de pseudocódigo.
  • “Carne”, de Lola Flawless: descacharrante y sangrienta historia sobre la relación de pareja de una wendigo comedora de carne humana. La escena final, la de la comida con el grupo de amigos de la novia de la protagonista, me hizo llorar de risa.
  • “Un cactus a la sombra”, de Eva Duncan: en medio de una protesta ciudadana, unas brujas muy superadas por los acontecimientos se ven en la necesidad de pedir ayuda. Si queréis saber más sobre el carácter mágico de Murcia y si queréis leer un relato calentito, este es el vuestro.



3. El juego de los Vor (Lois McMaster Bujold, 1990)
Miles Vorkosigan acaba de graduarse en la Academia Militar de Barrayar. A pesar de que se espera un buen destino –no en vano es hijo del primer ministro y antiguo regente del país– acaba en una base meteorológica situada en medio de la nada con el objeto de que aprenda disciplina. Tarda cero coma en liarla, por supuesto, y acaba arrestado por insubordinación. Allí le ofrecen un trato: sale limpio si consigue echar del sistema a la compañía mercenaria que creó, y que está en una posición incómoda para Barrayar.

Cuando uno lee una novela de Vorkosigan, la reacción apropiada es siempre “Miles, por favor, deja de liarla”. Aquí Miles no defrauda. Se salta todas las normas y protocolos habidos y por haber, por supuesto siempre con un buen motivo. Negocia, miente, se disfraza, le pillan, juega a tres bandas… Todo por el bien de Barrayar y del imbécil de su emperador.

¿Qué voy a decir? Cuarto libro de la saga –en narración cronológica–, segundo protagonizado por el propio Miles, y estoy dentrísimo.

4. La revolución feminista geek (Kameron Hurley, 2016)
Libro de ensayos de Kameron Hurley sobre el trabajo de escritora (“Subir de nivel”), el mundillo friki y la cultura popular (“Geek”), cuestiones personales (“En lo personal”) y la necesidad de cambiar las cosas (“Revolución”).

Kameron Hurley es una persona extremadamente peculiar. Escribe una ciencia ficción soberbia, pero muy oscura y problemática, donde suceden toda clase de barbaridades y amoralidades. Feminista, friki y muy formada, tiene además una enfermedad crónica, por lo que no puede permitirse la creencia de que EE.UU., el país donde vive, es un lugar civilizado: lo ve tal y como es. Así que un libro de ensayos suyos es, por fuerza, muy interesante. Hay análisis de la cultura pop, reflexiones sobre las dinámicas online, opinión sobre machismo y gordofobia, comentario de actualidad al hilo del asunto de los Sad Puppies… vamos, que merece la pena leerlo.

Aun así, al tomo le falta un pulido y se le nota. ¿Por qué digo esto? Porque son artículos publicados en diversos medios a lo largo de los años, que han sido recopilados para formar un libro con la adición de unos pocos textos más (son nuevos siete de 36). Muchas veces son reiterativos o contradictorios (1) o les falta cierta intertexualidad que habría sido de agradecer (2). Esto no es problema de Hurley, por cierto, sino del editor.

Por otra parte, si leéis en inglés os aconsejo comprar el libro en ese idioma y ahorraros la desastrosa traducción de Alexander Páez, el cual, a tenor de sus resultados, debe ser una especie de Google Translate de tamaño humano que no acaba de entender cuál es el trabajo por el cual le están pagando. La versión española del libro es una auténtica tortura cuajada de adjetivos antepuestos, false friends mal traducidos, frases que directamente no tienen sentido y oraciones que siguen la lógica interna del inglés pese a estar en castellano (3).


5. Destellos en la noche (Gillian Cross, 1996)
Charlie es un estudiante de instituto que también pertenece al Club de Fotografía. Una noche, al fotografiar el río de su pueblo, toma una instantánea extraña: un animal desconocido (¿una nutria? ¡Pero hace décadas que no hay nutrias en la zona!) que se sumerge en el agua. Esa foto le hará entrar en contacto con una nueva pareja de hermanos, Jennifer y Peter, en un momento en el que sobre Peter empiezan a esparcirse rumores de lo más inquietante… y sobrenatural.

Librillo juvenil noventero (tiene el precio en pesetas) que saqué de mi estantería con el objetivo de decidir si lo expurgo mediante una donación o me lo quedo. La decisión ha sido sencilla. He tardado la vida en leerlo, sobre todo si tenemos en cuenta que tiene menos de 250 páginas y letra gorda, y la razón es que es muy lento y aburrido, sobre todo al principio.

En el libro hay dos tramas interconectadas: la del animal acuático y la de Peter, el “extraño chico nuevo” al que varios alumnos del colegio (entre ellos Zoë, la prima del protagonista) hacen la vida imposible con acusaciones cada vez mayores de ser una bruja, y que además tiene una situación doméstica horrible. La segunda trama es de lejos la más interesante, con todo el colegio convirtiéndose poco a poco en una trampa mortal para Peter, su hermana y su único aliado –nuestro protagonista, Charlie– mientras la mayoría de profesores no parecen interesados en tomar cartas en el asunto.

6. La mujer del viajero en el tiempo (Audrey Niffenegger, 2003)
Henry conoce a Clare cuando él tiene 28 años y ella 20. Pero ella le conoce desde que tenía 6 años y él 38. Porque resulta que Henry viaja en el tiempo. En momentos aleatorios, en general cuando sufre de picos de estrés, desaparece del presente y aparece, desnudo, en cualquier momento del pasado o del futuro que le resulte significativo. Así que, por supuesto, después de conocer a Clare en la corriente temporal principal, de enamorarse de ella y de casarse con ella, se ha pasado años saltando a su infancia y adolescencia.

Comedia romántica intertemporal, hacia el final dramática pero en todo momento entretenida y emocionante. Fue candidata a un chorro de premios de ciencia ficción, y tengo la sensación de que si no los ganó es por su temática, porque está escrita de maravilla, los personajes son entrañables y la parte de los viajes en el tiempo se imbrica perfectamente con lo demás sin dejar una sola paradoja sin resolver.

En La nave invisible hicieron un artículo sobre la relación entre Henry y Clare, resaltando lo sincera y poco tóxica que es. Estoy en general de acuerdo. Por ejemplo, todos los momentos en que la Clare adolescente, que ya sabe que se casará con Henry de mayor, se le insinúa de forma descarada, y él la aparta porque, bueno, es una niña. O que tengan una relación sincera donde se afrontan los problemas y no se mientan. O que no dependan el uno del otro sino que cada cual tenga su trabajo. O que…

Aun así, hay cosillas por ahí de amor romántico que me han rechinado. El hecho de que Henry fuera un capullo con las mujeres antes de Clare (él mismo lo admite) y fuera conocerla a ella lo que le hace cambiar y volverse un hombre íntegro me molestó, por ejemplo. Hay alguna otra cosilla más que también me chirrió, pero no la cuento porque ya es spoiler del final. En fin, supongo que no se puede tener todo. Y sigue siendo una de las mejores relaciones de amor que he leído en ficción.

Hay película, parece ser que hubo un homenaje en un episodio de Doctor Who y van a hacer serie.

7. Catwings (Ursula K. Le Guin, 2019)
James, Telma, Roger y Harriet son gatos y tienen alas. Nadie sabe por qué es así, pero es así. Como en la ciudad no están seguros, deciden salir de allí y buscar un lugar mejor.

Estamos ante la recopilación española, en un solo tomo, de cuatro cuentos infantiles que Ursula K. Le Guin escribió entre 1988 y 1999 y que al parecer en EE.UU. se venden por separado (de ahí la fecha que he puesto en el título, que no quiere decir que sea una obra –ay– póstuma). Me lo compré porque fui a acompañar a una amiga a la presentación y no me he arrepentido. Como dijo una de las ponentes: no te va a volar la cabeza porque son cuentos infantiles, pero es Le Guin.

El libro da lo que ofrece. Las aventuras de cuatro gatos alados (a los que luego se une una quinta gata alada y un gato normal) entre el campo y la ciudad. Son cuentos cortos, perfectos para leer a niños de unos 6, 7 u 8 años. Contiene los valores típicos de Le Guin: hay pinceladas de feminismo, ecologismo, antirracismo… en las dosis que admiten unos relatos sobre atigrados voladores, claro.

La edición es estupenda. En tapa blanda pero en papel grueso, acompañada de unas ilustraciones fastuosas casi en cada página y con dibujos de gatitos alados encima de los números de página. Otra de las cosas que se destacó en la presentación, y que es verdad, es que los gatos en el texto no están “disneyzados” (hablan, sí, pero también ronronean, cazan, se amontonan, se lamen… son gatos reales) y los dibujos le hacen honor a esa naturaleza. Representan a gatos de verdad que tienen alas.

Si tenéis criaturas de la edad que digo a vuestro alrededor (prole, sobrinos, nietos…), yo lo valoraría muy en serio como regalo de Navidad o Reyes.

8. Dioses del sexo (Eva M. India, 2019)
Alejandra y su prima Raquel se van de vacaciones a un pueblecito de la costa gaditana que resulta estar más muerto que otra cosa. Enseguida recalan en un local exclusivo y misterioso, los Jardines Turcos. Se suele acceder con máscara y sobrenombre y hay zonas que uno no esperaría en un sitio de ocio nocturno, como una biblioteca donde se discute sobre literatura. Al principio parece solo un lugar peculiar, pero pronto se verán atraídas hacia los dueños, los hermanos Corel, que habitan en una misteriosa cúpula en la parte superior del lugar y acerca de los cuales hay datos y tradiciones de lo más extraño.

Saltando por perfiles de Twitter llegué al de esta autora, me llamó la atención el nombre y la sinopsis de la novela (la tenía gratis en Lektu y enlazada en el tuit fijado) y me la bajé. Volarme la cabeza es poco.

Es una novela corta, así que me la bebí en un par de viajes en tren. En Lektu está catalogada como +18, pero no hay en ella nada explícitamente pornográfico. Es más bien que toda ella está llena de sensualidad y de un erotismo que por un lado desborda y que por otro desasosiega, porque va de la mano de un misterio que el lector no alcanza a entender (aunque sí a imaginarse: el título da una buena pista) hasta los últimos compases del libro. La forma en que Alejandra y Raquel van separándose de sus relaciones mundanas para quedar hechizadas por los habitantes de la Cúpula es perturbadora pero fascinante.

9. La dama desaparece (Ethel Lina White, 1936)
Iris es una joven heredera inútil y bulliciosa que ha estado con sus amigos de vacaciones en Centroeuropa. Allí se separa de ellos y vuelve a casa sola. Como no conoce el idioma local, se pega a una institutriz, la señora Froy, que también va de camino a Londres. En un momento dado, Iris se duerme y cuando despierta la señora Froy ya no está. Más aún: nadie del tren la ha visto. Iris tendrá que iniciar una investigación contrarreloj luchando contra todo un pasaje que la trata de loca.

Estamos ante una desasosegante novela de misterio y suspense, que de hecho fue adaptada a cine en su momento por Alfred Hitchcock. Una mujer desaparecida y una joven a la que todo el mundo le dice que ella no existe. ¿Le están haciendo luz de gas o es cierto que, como le dio una insolación antes de subir al tren, luego tuvo alucinaciones para escapar de un entorno hostil en el que no controlaba nada de su propio viaje? ¿Se ha inventado Iris a una señora competente para suplir su propia inutilidad?

Por suerte, el narrador pronto se pone de nuestra parte y nos muestra a los padres de la señora Froy esperándola ansiosos en Londres. Entonces la novela se vuelve aún más angustiosa y opresiva, ya que si no habías empatizado con la joven cabezahueca seguro que sí lo haces con los padres ancianos que preparan la comida favorita de su niña y con el perro que ladra cada vez que oye pasar un tren por si de él baja su ama. Además, entonces, cuando ya sabes que a la protagonista le están haciendo luz de gas, surge la siguiente pregunta: ¿por qué se la hacen? ¿Por qué hay todo un tren conchabado para esto?

La motivación de los personajes centroeuropeos no la desvelaré; solo diré que es la que mueve la novela y tiene cierto rollito xenófobo muy de ingleses de 1936. Pero lo flipante son los británicos que también viajan en el tren, que conocen a Iris del hotel, y cuyos motivos son, en esencia, “esta joven me cae mal y además no me quiero meter en problemas ajenos que ya bastante tengo con lo mío”. Es eso, esa profundidad psicológica en todos los personajes, lo que te tiene pegado a la novela, ya que el misterio en sí (dónde está la señora Froy y por qué ha desaparecido) es obvio enseguida.

Sin duda una lectura recomendable si quieres una novela de misterio clásica que se salga un poco del esquema de asesinato-detective-solución.

10. Señoras que se empotraron hace mucho (Cristina Domenech, 2019)
Cortas biografías de mujeres sáficas, desde el siglo XVII hasta el XX, muy documentadas y escritas con mucha gracia.

Hasta donde yo sé, este libro es algo que le ha venido sobrevenido a la autora. Ella hace su tesis sobre mujeres que amaron a otras mujeres en la historia, y un día decidió publicar la biografía de una de ellas en Twitter, en forma de hilo, con el hashtag #SeñorasQueSeEmpotraronHaceMucho. Gustó, hizo de otra, de otra, de otra y ahora ha sacado libro. Muchos de los capítulos son, si no recuerdo mal, los hilos originales, aunque con más información, notas al pie (4) y diversas reformulaciones. Otros imagino que son nuevos.

El libro ha tenido éxito. Éxito nivel “salió hace menos de un mes y vamos por segunda edición”. Nivel “yo lo compré el sábado 19 de octubre, el librero me dijo que teóricamente salía a la venta ese jueves pero que el martes ya había vendido varios". Y nivel "yo me llevé el undécimo y último ejemplar que tenía en la librería y estaba ya inencontrable”. Es comprensible. Es ameno, es divertidísimo –me he reído a carcajadas en el transporte público–, está muy documentado y habla de un tema del cual andamos faltos de información a nivel divulgativo.

Lo único, yo le habría bajado el nivel de coloquialismo en algunos casos, pero eso ya es preferencia personal mía. Si os interesan las señoras sáficas, echadle un ojo a este libro que vais a aprender y os vais a divertir. ¿Qué más queréis?


11. Caminar sobre las aguas (Alicia Carrillo Rivas, 2019)
Poemario ganador del XXIII Certamen de Letras Hispánicas Rafael de Cózar en su modalidad de poesía.

No suelo leer poesía. Tengo la misma sensibilidad poética que una piedra especialmente abstrusa. Pero mi gran amiga Alicia ganó este certamen y me envió una copia de su libro. Ella no esperaba que lo leyera (los sacrificios que uno hace por los amigos tienen un límite) y yo iba a leerlo pero no esperaba que mi reacción fuera más allá de “mu gonitos los versos, Al”.

Acabé llorando.

Muchos de los poemas me resonaron. Resonaron a la forma en que afronto mi vida o mis problemas. Resonaron a la forma en que enfoco mi vida sentimental. Igual es porque la autora y yo nos conocemos desde hace más de diez años y claro, hemos madurado juntos en muchos aspectos. O igual es porque escribe de la hostia. Pero releo y releo algunos de ellos para seguir exprimiéndolos.

12. Moriré besando a Simon Snow (Rainbow Rowell, 2015)
Simon Snow es adolescente, es británico y es mago. Ah, y es el Elegido. El problema es que a pesar de llevar ocho años en la escuela de magia, es incapaz de controlar sus poderes, que le vienen en plan estallido cuando menos los necesita. Por si eso fuera poco, es el primer mago que entra a la escuela procedente de una familia de Normales, y lleva ocho cursos compartiendo habitación con Baz, un vampiro de las Familias Antiguas que quiere matarlo.

Todos los elementos de este libro nos suenan. El mago adolescente que ha sido elegido por una profecía. Su grupillo de amigos. Su enemigo mortal en la escuela. La susodicha escuela, con su horario y su calendario y sus tradiciones y sus dinámicas. Los profesores. El director, que a la vez es un líder fuera del colegio, cabeza de su propio grupo paramilitar y peor persona de lo que parece al principio. La subdirectora, dura pero justa y a veces compasiva. Las familias antiguas, que odian la deriva del mundo mágico. La ocultación hacia los mortales.

“Pero Vimes, ¿es que te has leído un fanfic de Harry Potter?”, me diréis. Sí. Y ahí está la gracia. Al parecer, la autora tiene otra novela, Fangirl. Y la protagonista de Fangirl escribe un fanfic llamado Moriré besando a Simon Snow (en inglés Carry On). Así que a la autora le dio por escribir de verdad ese libro. Ahí empieza el juego literario, pero no acaba. Porque Moriré besando a Simon Snow es el octavo libro de una saga que no tiene siete libros previos. El protagonista está en su último curso y se hace referencia a toda una serie de aventuras que han sucedido en libros anteriores (“el año en el que Baz intentó quitarme la voz”, “cuando nos enfrentamos a la quimera”) y que se supone que el lector ya conoce… salvo por el hecho de que esos libros no existen. A mí estas cosas me flipan.

Además, Rowell es una autora mucho menos rancia que Rowling y escribe en una época en la cual los fallos de Harry Potter se nos han hecho evidentes a todos. Los magos tienen coches y móviles porque facilitan la vida. Hay personajes LGTB. Se subraya hasta qué punto es tonto el protagonista y está allí por carambola (5).

Aún no me lo he terminado (llevo, de hecho, como un 30%), pero está siendo sido un gran cierre para el mes.





(1) En uno de ellos dice que recibió una carta de rechazo de “no recuerdo qué revista” que le hizo echarse a llorar en el suelo de la cocina. Tres ensayos más adelante sí recuerda el nombre de la revista. Esa clase de cosas.

(2) Cuando habla de otros artículos que ha publicado y que también están en la recopilación, en vez de un paréntesis que diga “Ver XXX, en la página Y de este volumen” hay una nota al final que contiene una dirección URL con el artículo original. Algo, por cierto, muy útil si lees en papel.

(3) No me resisto a contar un caso: en la página 96 traduce una referencia a los niños perdidos (“lost boys”) de Peter Pan como “jóvenes ocultos”, en cursiva y con mayúscula, como si se tratara de un título. Resulta que la película “Lost boys” en español fue distribuida como “Jóvenes ocultos”. Dejo a cada cual la interpretación de cómo se llegó a semejante metida de gamba.

(4) De hecho, las notas van al lado, en plan llamada de atención, en una decisión de diseño que me parece muy cuqui.

(5) Impagable el momento en el que su novia corta con él. “No, no me he enamorado de Baz, es que estoy harto de ser la novia del Elegido, la que espera al Elegido, el telón de fondo de la historia del Elegido”. Reacción de Simon: “Seguro que está con Baz. ¡O que Baz la ha hechizado!”



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