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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Lenguaje inclusivo

Si lees este blog de forma habitual puede que te hayas dado cuenta de que yo no uso lenguaje inclusivo. En realidad sí intento que lo que escribo englobe al mayor número de gente posible (y por eso a veces abuso de las perífrasis y frases hechas), pero no empleo genéricos con a, con x, con @ ni con e. Las razones por las que no lo hago quedan para otro día. Hoy quiero hablar de otra cosa: en general las razones que se esgrimen contra el lenguaje inclusivo me parecen débiles, más propias de la vaguería y de las pocas ganas de cambiar que de un pensamiento conservador articulado. Voy a discutir el tema.

Podemos empezar con una afirmación en la que creo que todo el mundo estará de acuerdo: el lenguaje es importante. Las palabras que se emplean para describir una realidad no son neutras, siempre añaden una carga valorativa. Si me vas a decir que no estás de acuerdo con esta premisa sé coherente y promete que nunca más vas a decir “no es una crisis, es una estafa”, a afirmar que “no se llama copago sino repago”, a criticar que Podemos defina al grupo dominante en esta sociedad como “casta” ni a atacar la retórica neoliberal que emplea el Gobierno. Si el lenguaje no es importante no lo es para nada en absoluto, y nunca procede corregirle a un adversario político el uso que hace del mismo.

Entonces, si el lenguaje es importante, no parece que haya nada de malo en querer diferenciar el genérico del masculino. Al fin y al cabo, uno de los postulados tradicionales del feminismo dice que, en el patriarcado, el hombre es lo general y la mujer lo particular. Para poder construir un mundo en el que no sea así debemos tener un lenguaje que nos permita nombrarlo. Diga lo que diga la RAE.

En general sacar a la RAE en una discusión me parece mala idea. El trabajo de esta institución puede tener dos significados: descriptivo (dice cómo se habla en la realidad) o normativo (establece cómo se debe hablar). Si el trabajo de la RAE es descriptivo no puede usarse para corregir a otros hablantes. Sin embargo, si es prescriptivo (1), eso no significa que sus normas deban cumplirse ciegamente. La RAE no deja de ser un grupo de señores (y alguna señora) con privilegio económico. No son objetivos. En consecuencia, los criterios que usan para establecer normas lingüísticas no son absolutos ni palabra divina: podemos discutirlos y priorizar otros, como puedan ser la justicia social o la mejor representación de todas las realidades.

Normalmente al llegar a este punto de la discusión aparece la analogía biológica: comparar al idioma con un ser vivo. “Bueno, es que el lenguaje evoluciona”, se dice. “No puede cambiarse así, a golpe de diccionario”. El problema de la analogía biológica es que puede volverse muy fácilmente contra quienes la esgrimen. Sí, los seres vivos evolucionan por selección natural, pero ¿acaso no existe la selección artificial (para intentar crear especies más eficientes), y no fue de hecho observando la misma, entre otras cosas, como se llegó a la conclusión de que la otra era posible? Y si eso es así con los animales, ¿por qué no va a poder hacerse con un idioma, que es una construcción humana (2)?

Los idiomas son las estructuras más democráticas del mundo: la lengua la define quienes la hablan, y en ese sentido sí vive una evolución espontánea que las autoridades académicas sólo pueden aspirar a recoger. Pero precisamente por eso no hay nada de malo en proponer cambios y esperar que la masa de hablantes los acepte. Lo más que puede pasar es que sean rechazados, ¿no? Y sí, tampoco tengo nada en contra de usar los resortes del poder (prensa, diccionarios, educación pública) para enseñar y difundir la nueva gramática. Por supuesto siempre habrá gente que ponga el grito en el cielo y hable de neolengua, demostrando así que no ha leído la obra de Orwell: la neolengua es un instrumento pensado para sacar realidades de la mente de los hablantes y que éstos no puedan criticar al poder. El lenguaje inclusivo tiene el objetivo contrario: la representación más fiel de realidades diversas.

En definitiva: no hay nada de malo en pretender guiar la evolución de un idioma, incluso desde las instituciones. Lo peor que puede pasar es que la masa de hablantes no acepte las modificaciones y que, por tanto, la tentativa fracase. Entonces, ¿hay alguna razón para oponerse, aparte de la falta de ganas de acometer un cambio tan grande? No parece, pero la tradición, la invocación a la RAE y la inercia son lastres demasiado poderosos. Es muy sencillo limitarse a decir que “el idioma no funciona así” sin pensar en si debería hacerlo. Y eso es un error, porque no podemos olvidar que la lengua es una construcción humana: podemos influir sobre ella y tenemos el deber de hacerlo para evitar la preterición de millones de seres humanos.






(1) Como de hecho son el Diccionario o la Gramática, aunque en el preámbulo de la 23ª edición del DRAE (antepenúltimo párrafo) haya un descargo de responsabilidad más propio de una obra descriptiva.

(2) La pregunta es evidentemente retórica: puede hacerse y de hecho se hace. Un ejemplo: desde que la RAE aceptó “gais” como plural de “gay” yo cada vez lo veo en más sitios, incluso en colectivos LGTB, cuando hasta hace dos o tres años se usaba el anglicismo.


martes, 23 de diciembre de 2014

Lotería de Navidad

La Navidad es época de tradiciones. El discurso del rey, la cena con la familia, las cenas de empresa, los árboles y regalos, los pesados que nos quejamos… todo es tradicional en estas fechas. Y la Lotería no iba a ser menos. Desde cerca de un mes antes empieza a haber colas en las administraciones más famosas. Yo vivo en Madrid y es de ver la cantidad de gente que acude a comprar décimos a doña Manolita, como si eso fuera a aumentar sus probabilidades o, en magufo, a “mejorar su suerte”.

Pero hoy no quiero hablar de la tontería que es preferir un número por encima de otro en un juego donde todas las opciones son equiprobables. Eso ha sido desmontado ya por activa y por pasiva, y dará igual la cantidad de veces que se haga porque no es una elección racional. Como mucho puedes convencer a personas concretas y aun así siempre les quedará el “bueno, bueno, pues yo de todas formas voy a comprar el número con la fecha de mi cumpleaños, que seguro que da suerte”.

No, hoy quiero reflexionar sobre otra cosa: sobre la locura colectiva que hay en este país con la lotería de Navidad. Aunque bueno, digo “en este país” pero no lo sé. ¿Es sólo en España? ¿En otros países llegan a semejantes niveles de estupidez? Que si el décimo del trabajo, el del bar, el de la familia… en 2013 el gasto medio por habitante rondó los 61 €, y en algunas provincias llegó hasta las tres cifras. Sí, hay zonas donde lo normal es dejarse 100 € en lotería de Navidad.

Hay quien llama a ese gasto “inversión”. Desde cierta perspectiva tienen razón: se trata de un producto donde tú metes tu dinero esperando sacar una cierta rentabilidad. Como el riesgo de perderlo es altísimo, la rentabilidad también es muy elevada. Pero aun así no compensa. Es mejor gastar el dinero que cuesta un décimo en, no sé, cualquier otra cosa. Yo hoy mismo he pagado 25 € por un arreglillo doméstico que me traía loco, y tan feliz, pero no tiene por qué ser algo tan prosaico. Algo que te apetece, un extra para la cena de Nochebuena, un regalo para alguien a quien quieres… cualquiera de esas cosas se pueden comprar con el dinero de uno o dos décimos y te van a reportar mucha más felicidad que las especulaciones sobre qué hacer con todos esos millones.

“¿Pero qué más te da, Vimes?”, podría pensar alguien. “Deja a la gente co su ilusión. ¿Qué te importa en qué se gaste nadie su dinero?” Pero el hecho es que me da, porque en un país con seis millones de parados me preocupan sinceramente esos niveles de gasto. La lotería no sólo es una esperanza vana sino también una esperanza individual. Es “a ver si me toca y puedo salir de aquí”. Es todo lo contrario a una lucha colectiva. Y aunque la gente tiene pleno derecho a estar alienada, no voy a negar que me duele ver a mis vecinos gastar dinero en algo así.

Y luego está el Gobierno. El anuncio navideño de la lotería de este año es simplemente vomitivo. Todo el mundo lo ha visto: un tío que no compró un décimo (se insinúa que por su pésima situación económica) en el bar donde ha tocado baja a felicitar al dueño y descubre que éste le ha guardado la participación que solía comprar. No sé ni por dónde empezar a criticarlo. Debe ser que, como los últimos años han vendido menos porque la gente prefiere dedicar su dinero a no ser desahuciada y a no morirse de hambre, hacía falta sacar un spot donde se le recuerde a la plebe que el gasto en la cancamusa navideña no es negociable ni prescindible. Y además lo visten de solidaridad. “Si decides recortar en lotería de Navidad y luego toca, igual no tienes un Antonio que te guarde el décimo”, eso es lo que viene a decir el supuestamente emotivo anuncio.

Así que no, no he comprado lotería de Navidad este año, ni lo haré en los siguientes. No he seguido con emoción el sorteo, no me importa que haya estado muy repartido y no pretendo “reinvertir” el reintegro en El Niño. ¿Y sabéis qué? Que sonará presuntuoso, pero ojalá todo el mundo hiciera lo mismo.




lunes, 15 de diciembre de 2014

El papa del siglo XXI

Sigue desarrollándose el escándalo de los abusos sexuales a menores en el Arzobispado de Granada. En este blog ya se habló de ello: terminaba ese post afirmando que Jorge Bergoglio probablemente tenga una intención real de evitar que la Iglesia Católica siga siendo un nido de pederastas, pero no por ningún afán puramente humanitario sino para lavarle la cara a la Iglesia. En ese artículo sostuve, y sigo afirmando, que Francisco es el papa del siglo XXI, en el sentido de que tiene muy clara su misión: modernizar las formas y la imagen pública de la Iglesia Católica para que pueda seguir siendo un grupo de presión conservador.

Sin embargo, parece que no a todo el mundo en la izquierda le resulta tan evidente esa afirmación. Así parecen opinar ciertos líderes de Podemos y algunos columnistas de la izquierda como éste o éste, que se dedican a ridiculizar a los eurodiputados españoles que se negaron a escuchar la homilía que su santidad soltó en el Parlamento Europeo el 25 de noviembre. Que si comecuras, que si tontos, que si cantamañanas que buscaban dar la nota, que si anticuados… Tras las palabras de estos columnistas y del sesudo líder de Podemos parece latir la asombrosa idea de que Bergoglio es un papa progresista.

La expresión “papa progresista” es un oxímoron. Un papa no puede ser progresista, casi por definición. La Iglesia Católica es, lo admitirá todo el mundo, un grupo de presión. Tiene un Estado, influye en las conciencias de millones de personas, tiene mucho dinero y bastante autoridad moral en según qué sitios… nadie puede dudar de que ejerce poder. Y los líderes de un grupo de poder tienen que ser conservadores, porque son los encargados de mantener el negocio. No van a dar pábulo a nuevas doctrinas e ideologías que dicen, esencialmente, que no hay que hacerles caso.

La Iglesia Católica es experta en eso, en admitir los avances siglos después y a regañadientes. Desde teorías científicas hasta concepciones éticas complejas, la Iglesia primero las ignora, luego las rechaza, después se ablanda y al final las acepta con la boca pequeña. Así que sí, durante las últimas décadas los papas han sido conservadores y han nombrado a cardenales conservadores. Resulta complicado para un materialista pensar que de repente, en 2013, el Espíritu Santo les dijo que en realidad lo que lleva queriendo todos estos años es un pontífice rojo pero que tenía el pinganillo escacharrado.

El papa no puede ser progresista. Y, en consecuencia, no lo es. Tomemos por ejemplo el mismo discurso que ha hecho que a cierta izquierda se le haga el culo pepsicola. Es cierto, dice cosas muy bonitas sobre los derechos de la persona y la soledad del ser humano. También se empeña en hablar como pastor (término suyo, no mío; ¿la Eurocámara se compone de ovejas?), en referirse al ser humano como “el hombre”, en deslizar puyitas sobre el aborto y en concluir que Europa debe volver los ojos a Dios para solucionar los males que la aquejan, ya que en caso contrario perderá su identidad (1). Es, en definitiva, un discurso de papa. Algo más avanzado que el de su antecesor, conforme, pero aún con un tufo a sotana revenida que tira de espaldas.

Pero bueno, ¿y el resto del mensaje? ¿Es que sólo me he fijado en las referencias a Dios, y las estoy destacando por joder (2)? Pues no, pero es que si le quitas al discurso la parte específicamente evangelizadora se queda totalmente vacío. Se lo podrías atribuir a cualquiera: a Rajoy en un mitin, a Pablo Iglesias en un artículo, al rey en Nochebuena… No dice nada. Es una pieza oratoria política pensada para agradar más o menos a todo el mundo. Y la izquierda “progre” llamándolo discurso de extraordinaria profundidad y aldabonazo a favor de los más necesitados.

Por supuesto, no hay que olvidar otras declaraciones que ha hecho Bergoglio desde que inició su reinado, como las relativas a los homosexuales, que suponen una simple conmutación de términos: donde antes decía “odia el pecado, ama al pecador” ahora se dice “ama al pecador, odia el pecado”. O afirmaciones previas a su elección, como que el matrimonio igualitario “es la pretensión destructiva al plan de Dios”. Cabe recordar que la prensa “de izquierdas” argentina le aborrecía antes de que se impusiera el orgullo patrio de tener un papa del país.

No, Jorge Bergoglio no tiene nada de progresista, salvo que volvamos a 1950. Entonces su discurso ante la Eurocámara sí habría sonado casi revolucionario. Ahora no es más que empaquetar morralla evangelizadora en la ideología propia de la época con el fin de continuar haciéndonosla tragar. Es lo mismo que todos esos gestos de caridad que hace: como Ratzinger y Wojtyla no le lavaban los pies a los presos y no iban en utilitarios, se pretende que se olvide que la caridad es vertical y que no vale más que para perpetuar una brecha socioeconómica insalvable.

Así que no, vais a disculpar que no me trague al papa del siglo XXI. Sigo con una sana desconfianza hacia esa gigantesca operación de marketing político que es el pontificado de Jorge Bergoglio. Por muchos discursos que haga.






       (1) Sin duda mi parte favorita es ésa en la que dice que hay que evitar que la fuerza de la democracia “sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos”. Probablemente “interés multinacional no universal (por mucho que ellos digan) y antidemocrático” sea una buena definición de la Iglesia.

       (2) Aunque así fuera, quiero reiterar que las referencias al dios cristiano y a la religión católica no son anecdóticas. Son la esencia del discurso, la solución que propone para, en sus palabras, "devolver la esperanza al futuro, de manera que (...) se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propio deberes". No es un error fijarse en esta parte del discurso; al contrario, lo es olvidarla y centrarse sólo en que el papa ha dicho cosas muy bonitas y generales sobre los derechos fundamentales y la dignidad humana.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Campañas que victimizan

Este está siendo un año negro en materia de violencia de género. No sólo el número de asesinatos -resulta difícil contabilizar el número de mujeres y menores que están siendo víctimas de un delito tan grave (1)- sino la crudeza de algunos de ellos o el hecho de que muchas de las víctimas hubieran denunciado previamente permiten calificar de terribles estos últimos doce meses. Se da la circunstancia de que se cumplen diez años de la aprobación de la Ley Integral contra la Violencia de Género y el establecimiento de órganos judiciales especiales para instruir este tipo de delitos… y el sistema no parece estar funcionando.

Hay que tener claro que los feminicidios, las lesiones y, en general, las consecuencias físicas, no son más que la punta del iceberg de una escalada de agresiones que empieza en comentarios, chistes y pequeños chantajes emocionales. No sólo duelen los golpes, y muchas veces éstos ni llegan. La dicotomía que propone la calaña varonista que a veces comenta en este blog entre “agresión física = hombres” y “agresión psicológica = mujeres” es falsa como prácticamente todo lo que dicen estos defensores de la injusticia. El destrozo psicológico que realiza un maltratador antes de atreverse a ponerle la mano encima a su víctima es importante.

Por eso me parece adecuado que las campañas de información y sensibilización se centren en esos primeros momentos. Me refiero, por ejemplo, a la campaña “Hay salida”, que estos días inunda nuestras televisiones y nuestras marquesinas de autobuses, pero también al programa “No te cortes” de la Comunidad de Madrid, cuyos carteles están en centros de salud y polideportivos. Se habla de control de móvil y redes sociales, de ridiculización o de aislamiento, y todo eso está bien.

Lo que ya no está tan bien es que la práctica totalidad de campañas estén centradas en la víctima (2). “Reconoce estas señales”, “está mal que te haga tal o cual”, “las cosas claras desde el principio”, “denuncia”, “cuéntalo”, “sal”. Sí, es importante que las víctimas sepan que cuentan con ayuda, pero empeñarse en centrar en ella el foco de responsabilidad es un victim blaming de libro. Las frases “puedes salir si quieres” y “si no saliste es porque realmente no querías hacerlo” están separadas por el espesor de una sombra, y cargar las espaldas de la mujer con más y más presión sólo va a servir para que se victimice aún más si no tiene capacidad para obedecer todos esos consejos bienintencionados. Y hay que contar también con la disonancia que se produce entre las campañas, tan optimistas, y el trato real que puede llegar a recibir una víctima en un despacho de abogados, una comisaría o un juzgado.

¿Dónde están las campañas dirigidas al entorno, es decir, a los familiares, amigos y compañeros de trabajo de la potencial víctima? Son personas que pueden detectar fácilmente síntomas de violencia machista, pero su potencial se está desaprovechando. Si yo no sé interpretar las señales (cambios de personalidad, alejamiento paulatino, “absorción” por la pareja…) o si no sé cómo actuar ante ellas, no puedo hacer nada.

Y, más importante, ¿dónde están las campañas dirigidas a potenciales agresores? Conozco algunas, pero son muy pocas y lo enfocan mal: en general usan el discurso de “si maltratas no eres un Hombre De Verdad”, cuando creía que de lo que se trataba era de negar la mayor: no hay “hombres de verdad” ni “mujeres de verdad”; hay hombres, mujeres y gente que no es ni lo uno ni lo otro. Creo que reforzar el modelo de la masculinidad, aunque sólo sea para decir que los maltratadores no se ajustan a él (algo que, además, es mentira), es una mala decisión estratégica, porque es este modelo el que provoca la violencia de género. Este tipo de discursos está a un paso de decir que “si maltratas eres un marica”, algo que nadie aceptaría. Lo mismo se puede decir de las que ponen a figuras masculinas diciendo “si la maltratas a ella me maltratas a mí”. No, no, así no.

¿Qué podría decir una hipotética campaña bien enfocada dirigida a hombres? Evidentemente no puede ser algo tan burdo como “no le pegues a tu novia”. A mi juicio debería centrarse en los primeros estadios de la violencia para hacer comprender a un potencial agresor que son inaceptables, pero sin poner en duda su masculinidad. Un posible esquema podría ser mostrar a un hombre recibiendo de alguien más grande y fuerte las mismas frases de desprecio, minusvaloración y burla que él le dice a su novia. Otro, un agresor siendo rechazado por sus amigos y familiares. Sería cuestión de pensarlo desde un enfoque crítico.

Y sí, los mismos de siempre se quejarían: que si se culpabiliza a los hombres y que si no sé qué. Pero eso es absurdo, porque en muchas otras campañas de sensibilización se apela a los posibles agresores. Por ejemplo, los tres últimos tuits de la cuenta de Twitter de la Policía en el momento de escribir esta entrada: no permitas que se vulnere la intimidad de otros, no conduzcas borracho, si pones anuncios sexuales a nombre de otros te vamos a detener. ¿En serio no se puede hacer lo mismo para la violencia de género?

En conclusión: está bien que las campañas hablen de las fases tempranas de la violencia, pero eso no basta para cancelar el gran, enorme error de que sólo se centren en la víctima. Tiene que ser el agresor el que tome sobre sus espaldas la responsabilidad de no maltratar.





       (1) Llevo tiempo preguntándome si los hombres muertos a manos de otros hombres cuando el móvil del agresor es celos o venganza (por ejemplo, matar al amante, al nuevo novio, al amigo, al familiar… de tu pareja o ex pareja) deberían computar, al menos socialmente, como víctimas de violencia de género. Me inclino a pensar que sí.


       (2) Y que, de un tiempo a esta parte, parezca que las únicas víctimas potenciales son las adolescentes y jóvenes.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Victimización secundaria

Estos días anda corriendo por las redes sociales un vídeo bastante impactante. En él se muestra la traumática experiencia que es para una mujer denunciar un delito de violencia de género. A pesar de que lo que se enseña es una actuación, no hechos reales, sirve para ilustrar el calvario institucional que es, de hecho, denunciar el maltrato machista. Hay suficientes mujeres que pueden contar una experiencia traumática con las fuerzas de seguridad o los órganos judiciales para que el asunto sea considerado una mera anécdota o casos aislados.

El fenómeno por el cual la víctima pasa por el sistema de justicia más como una mercancía a procesar que como una persona con necesidades a atender se denomina “victimización secundaria”. No es exclusivo de los casos de violencia de género (en general nuestro proceso penal se orienta muy poco hacia la víctima), pero en éstos es más sangrante: el desconocimiento de cómo funciona esta clase de delitos puede tener efectos devastadores cuando se combina con la particular debilidad psicológica en que se suele encontrar la víctima. No es casualidad que las asociaciones de ayuda a mujeres que han sufrido maltrato recomienden a denunciante no parecer recuperada ante los jueces (no ir maquillada ni con ropas alegres a las vistas): la probabilidad de encontrarse con uno que se cree el mito del “tipo” de mujer maltratada es alta.

Conviene recordar que la victimización secundaria en casos de violencia sobre la mujer está prohibida en tratados internacionales de los que es parte España. Me refiero al Convenio de Estambul de 2011, que está en vigor desde agosto de este año. Su artículo 15 obliga a formar a los profesionales para impedir este fenómeno, y el 19 a regular procedimientos de ayuda que expresamente lo eviten. ¿Qué están haciendo los poderes públicos para cumplir estas obligaciones? O, más apropiadamente: ¿están haciendo algo? Me temo la respuesta.

Cuando se habla de victimización secundaria la patulea MRA (que siempre está al acecho para esparcir mentiras) suele decir grandes tonterías sobre el proceso. Que a ver si no se va a tener que interrogar a la víctima y realizar pruebas, me han llegado a decir. Como si eso tuviera algo que ver. Como si allanar el camino, dejar de tratar a la víctima como basura y formar a los profesionales que tratan con ella tuviera algo que ver con la ineludible práctica de la prueba. Porque sí, esto es una cuestión de profesionales y dinero invertido: de lo más bajo a lo más alto, de policías a jueces, se acusa la falta de medios, de formación y, muchas veces, de empatía.

Una de las mentiras más difundidas en materia de violencia de género es que denunciar es fácil, que una vez hecho eso el Estado te da condena inmediata, paguita, pisito, la custodia de los niños y pedicura gratis. Y no es así. No lo es en absoluto. Se trata (con una alta probabilidad) de una odisea. Se convierte la búsqueda de justicia en un calvario que la víctima prefiere no recorrer si puede evitarlo. ¿Y quién podría culparla? ¿De verdad es tan raro que se retiren denuncias (1) y que tantos procesos terminen por incomparecencia de la víctima? El sistema no es que ayude precisamente.

Termino ya: el Estado tiene la obligación, no sólo moral sino también jurídica, de reformar los procedimientos de atención a las víctimas y la formación de los profesionales para asegurar que los procedimientos judiciales en todos los delitos, pero especialmente en materia de violencia de género, sean lo menos hostiles posible para la víctima. En definitiva, de garantizar que se hace justicia.






(1) Aunque el concepto de “retirar una denuncia” no es técnicamente correcto. En este artículo del Teniente Kaffee se explica muy bien.



lunes, 1 de diciembre de 2014

Estructuras y personas

Hoy he estado en una charla sobre anarquía relacional. Se trata de un modelo de no-monogamia que propugna la no adscripción de las relaciones afectivas que una persona tenga a categorías tales como pareja, primo, amiga o amante, pues todas esas clases actúan como limitadores. Si yo tengo una pareja se espera de nosotros que hagamos ciertas cosas (dependiendo de la edad y del momento puede ser vivir juntos, casarnos, criar prole…) que definen a esa categoría de relación. Yo no puedo hacer con un amigo lo que hago con una pareja (el ejemplo más señalado es el de la crianza)… salvo que esa persona y yo “subamos” de categoría (1).

La charla me ha parecido muy interesante, pero de lo que quiero hablar es de algo que he pensado al margen. En el turno de preguntas ha habido un debate entre la ponente y algunas personas que han levantado la mano. Aunque todo ha transcurrido dentro de los cauces de la buena educación, no ha habido forma de que se pusieran de acuerdo porque parecía que estaban hablando de cosas distintas. Al final me he dado cuenta: la que daba la charla estaba hablando de paradigmas estructurales (la sociedad monógama, el poliamor, la anarquía relacional) y las personas que preguntaban se referían a personas (si tal persona hace cual, si mi abuela hizo lo otro).

Nos cuesta pensar en términos de paradigmas, sistemas o estructuras. Tendemos incluso a personalizar, a decir que “el capitalismo” busca tal cosa o que “el patriarcado” hace tal otra (2), olvidando que las estructuras no son más que el nombre que le ponemos a un conjunto complejísimo de relaciones humanas que siguen unas ciertas pautas o reglas. Por sí mismas no “hacen” nada: son consecuencia de que las personas hagan cosas parecidas ante estímulos semejantes. Por la misma razón solemos creer que una declaración sobre la forma en que funciona un sistema queda refutada por una anécdota en la que se cuenta un caso en que no funcionaron así.

Como las estructuras son tan grandes permiten comportamientos aparentemente contradictorios. Por ejemplo: no se puede negar que vivamos en una estructura social monógama aportando pruebas de parejas donde ha habido cuernos, incluso aunque haya muchas parejas que de fieles sólo tienen el nombre. Porque la estructura no sólo se define por lo que hace la gente, sino por lo que la gente cree que hace, lo que la gente dice en público que hace, lo que las leyes y las normas sociales dicen que tiene que hacer la gente y, en definitiva, por lo que se espera que la gente haga. Por mucha gente que haya que ponga cuernos la estructura social sigue siendo monógama, porque los cuernos siguen siendo una traición de las expectativas que se supone que tiene que generar una pareja.

Las estructuras también saben evolucionar y adaptarse a nuevas condiciones, fagocitando la resistencia. Vuelvo a hablar de la monogamia: ¿el matrimonio hasta la muerte ya no es viable por toda una serie de razones? Pues que sea disoluble, pero que nada cambie. No hemos dejado de vivir en una estructura centrada en la pareja monógama por mucho que el divorcio sea legal y que haya quien prefiere no casarse: yo encuentro a una persona que me gusta, me corresponde, nos mudamos juntos, nos casamos, nos divorciamos, “rehago mi vida” encontrando a otra pareja… y en todo momento he estado centrando mi vida en buscar a alguien que aguante mi asqueroso optimismo recién despertado y mis manías a la hora de organizar la compra. No me he planteado otros modelos.

Otro error suele ser confundir la estructura con las leyes que la protegen y asumir, en consecuencia, que porque no hay leyes que prohíban una determinada conducta ésta puede realizarse sin consecuencias. Ninguna ley impide a un niño de 5 años ir a clase vestido de princesa, pero no lo va a hacer porque le han educado en que los niños llevan otra ropa y porque sabe que si lo hace le van a llamar “princesa” hasta que tenga edad de afeitarse. Nada obliga a las mujeres a afeitarse bigote, sobacos y piernas, pero basta con ver las reacciones al #sobaquember de hace un año para entender que es una conducta socialmente sancionada. Y así sucesivamente: que una conducta sea legal no quiere decir que no se eduque contra ella o que no se critique fuertemente a quien la ponga en práctica, aunque no haga daño a nadie.

Las estructuras o sistemas sociales (me he centrado aquí en la monogamia, pero hay otros de sobra conocidos) configuran la forma en que pensamos. Nos ayudan a tomar decisiones porque generan expectativas que se cumplen, pero a la vez condicionan nuestra libertad. Creo que nunca nos libraremos de ellas, porque son, lo repito, el nombre que le damos a la forma en que actuamos colectivamente. Pero creo que podemos transformarlas para que limiten nuestra libertad lo menos posible. Eso sí, hay que tener en cuenta una cosa: más libertad significa menos expectativas… y más necesidad de trabajar en los vínculos.




(1) Podéis encontrar más información aquí.

(2) Creo que en esta forma de hablar está el origen de ciertas afirmaciones, hechas normalmente por varones con todo el pack de privilegios, en el sentido de que “el patriarcado nos oprime a todos” o, específicamente, “también me oprime a mí”.





viernes, 28 de noviembre de 2014

Dimisiones

Se ha vuelto un tópico común decir que en España no dimite nadie. Parece apropiado hablar de ello cuando Ana Mato acaba de renunciar a su cargo de ministra, porque lo cierto es que es verdad: en este país no dimite nadie salvo que se le fuerce a ello, porque acaba pringado en un procedimiento judicial o porque se le impide realizar su labor política. Creo que ahora mismo sólo recuerdo a una persona (el ex ministro Fernández Bermejo) que dimitiera por puras razones de ética. Entendiendo “razones de ética” en el amplio sentido de “podría haber seguido en el cargo sin quedar total y absolutamente desacreditado”.

Pensemos en este mismo gobierno. Ha habido dos dimisiones, digamos, traumáticas (1): Alberto Ruíz Gallardón y Ana Mato. El primero no dimitió después de ponerse delante a toda la profesión jurídica (jueces, fiscales, abogados, procuradores, secretarios judiciales… incluso registradores) con su ley de tasas, su reforma de la justicia universal y su control político del CGPJ. Dimitió cuando el presidente del Gobierno, después de meses de retrasarlo, desautorizó públicamente el que era su proyecto estrella: la ley del aborto. Ana Mato, por su parte, no ha dimitido por las presiones de la marea blanca después de recortar en su departamento, ni por el caso más concreto de su desastrosa gestión del tema del ébola, sino porque ha acabado pringada en la Gürtel: Ruz la considera partícipe a título lucrativo de los delitos de su marido.

[Inciso para explicar lo que es un “partícipe a título lucrativo” o “receptador civil”. Se trata de una persona que se ha beneficiado económicamente de los delitos de un tercero pero sin saber que esos bienes eran producto de un ilícito. Simplemente es que los efectos procedentes de un delito están ahora en manos de un tercero que en principio no sabía nada: esta situación no es culpa suya pero tiene que devolverlos. Es decir, Mato no está imputada por ningún delito ni le van a poder imponer una pena. Más información en el auto de Ruz, FJ 4 (página 188).]

¿Qué nos dice esto? Sencillo: que en España no hay dimisiones, hay pseudo-destituciones. Los ministros (y como ellos los consejeros, alcaldes, etc.) aguantan hasta que de facto son destituidos por las dos razones que apuntaba más arriba: que su presidente bloquee sus iniciativas políticas o que estén tan enfangados en un procedimiento judicial que se les exija su dimisión porque si no pringan al resto. Da igual que su gestión provoque protestas, firmas, sentadas, huelgas o manifestaciones, que sea nefasta o plagada de errores: si su presidente les apoya y se mantienen razonablemente apartados de los Juzgados seguirán en el cargo hasta que haya elecciones o una remodelación del Gobierno.

Cuando decimos que en España no hay cultura de la dimisión nos referimos exactamente a esto: a que, con pocas excepciones, los políticos se aferran al cargo hasta que les echan desde arriba. Por eso raras veces veréis dimitir a un alcalde o a un presidente de Comunidad Autónoma o del Gobierno: porque no tienen a un superior jerárquico que les pueda dar la patada. Pero esta falta de responsabilidad política tiene un segundo efecto: que las dimisiones (y las eventuales peticiones de perdón que les suelen acompañar) parecen algo fantástico y maravilloso, cuando no son más que el grado mínimo de responsabilidad política. Efectivamente, ¿se os ocurre alguien ante cuya dimisión no hayáis pensado “tendría que haber sido hace meses”? Porque a mí no.

La repugnante cultura política de España es tal que se pretende lavar con dimisiones incluso ilícitos penales, como si salir del puesto de poder fuera el mayor sacrificio que puede hacerse. Supongo que lo ven así. Se han socializado en un entorno donde la impunidad es la norma, han trepado hasta el puesto de ministro a golpes de puñaladas y, los que no han robado, han visto como sus compañeros, subordinados y opositores lo hacían sin que pasara nada. ¿No es lógico que piensen que el mayor castigo posible es salir, probablemente de por vida, de los círculos de poder? Al fin y al cabo, saben que no les va a pasar nada más.

No tengo la solución a este problema. Simplemente insistir en lo que suelo decir: la cultura política nos permea a todos. Una corrupción generalizada en el nivel político es consecuencia (y también causa) de una cultura que no ve con malos ojos la apropiación de dinero público. Cuando empecemos a cambiar ese extremo veremos cómo las dimisiones comienzan a verse como algo más normal.






(1) La tercera, la de Arias Cañete, no la cuento porque se fue para presentarse a otras elecciones.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Nada humano me es ajeno: reflexión sobre la abogacía

La profesión de abogado nunca me ha gustado. La he asociado siempre con el picapleitos, con Lionel Hutz, con el que anima a litigar sin freno, con el que realiza prácticas dilatorias, con el que cobra honorarios abusivos. En definitiva, con el tópico de los chistes de abogados. Tanto durante la carrera como después de licenciarme he preferido siempre la posición del juzgador: prefiero ser quien toma una decisión con todas las pruebas en la mano que quien intenta, con mejor o peor fortuna, influir en su voluntad.

Sin embargo últimamente empiezo a descubrir que la posición del abogado no es necesariamente algo feo o sucio. Junto al tópico hay también una épica, que habla de una profesión honorable que ayuda a la gente a resolver sus problemas. “Nada humano me es ajeno”, dijo Terencio, y más de un abogado lo adopta como máxima personal. Porque la ley lo impregna todo, y cualquiera puede tener un problema jurídico y necesitar de un consejo experto que le calme, le explique y le dé un camino a seguir.

¿Quiénes están en Legal Sol por si te detienen por ejercer tu derecho de manifestación? ¿Quiénes se unen a la PAH para parar desahucios, también en los Juzgados? ¿Quiénes se apuntan al turno de oficio para defenderte si te detienen? ¿Quiénes están en los sindicatos dispuestos a aconsejarte si te despiden o modifican tus condiciones de trabajo? ¿Quiénes se meten en asociaciones de ayuda a víctimas de violencia de género para conseguir que los maltratadores paguen por sus delitos? La colegiación de estas personas vale tanto como la de los abogados que defienden a aseguradoras, bancos y demás chusma.

Bien llevada la profesión de abogado puede ser profundamente ética y hasta virtuosa. La literatura clásica y moderna sobre la profesión lo dice: el abogado es un servidor de la justicia, no un mero representante de la parte. No sólo debe ser elocuente y conocer el derecho sino que debe ser honrado y probo. A esto yo añadiría “empático”: los problemas de su cliente deben interesarle, pues lo que para él es trabajo para el otro es vital… aunque mirado objetivamente sea una tontería o un problema nimio. Muchas veces lo que la gente necesita no es tanto un amplio conocimiento jurídico como calidez y comprensión.

Digo esto porque tengo la hipótesis de que mucha gente es incapaz de leer el lenguaje jurídico. Mentes normales o incluso brillantes se aturullan en cuanto ven un papel oficial y son incapaces de interpretarlo, aunque lo que haya dentro venga escrito en perfecto castellano. Es una profecía autocumplida: creen que no lo van a entender y no lo entienden. Eso suponiendo que hayan logrado encontrar la norma aplicable. El solo hecho de ser capaz de darle nombre a los problemas y sugerirle un curso de acción a los afectados nos convierte a los abogados en personas con un gran poder sobre la vida de las personas.

Como a todo el mundo, me hace gracia la imagen que se forma en la cabeza de Lionel Hutz cuando le mencionan “un mundo sin abogados”. Personas de todas las razas y culturas bailando en paz y armonía. Pero, por desgracia, esa imagen no tiene nada que ver con la realidad. Mientras tengamos leyes necesitaremos quienes las interpreten: si desaparecieran los abogados el mundo sería un lugar aún peor, y eso que parece difícil. Ahora bien, no basta con nuestra existencia: hoy en día un abogado que pretenda contribuir al bien común debe tener compromiso social. Poner sus conocimientos, adquiridos en una carrera universitaria, y su experiencia, lograda muchas veces a fuerza de contactos, al servicio de quienes no han tenido esas ventajas. Necesitamos abogados y juristas en el activismo, porque en los tribunales se puede ganar mucho.

Así que sí, soy abogado. No era mi aspiración en la vida, pero es lo que soy y puede que lo sea durante mucho tiempo. ¿Y sabéis qué? Que mientras lo sea voy a luchar, desde mi campo profesional, por un futuro mejor.




sábado, 22 de noviembre de 2014

El clan de los Romanones y la pederastia en la Iglesia

Leo con asco y estupefacción las noticias sobre el “clan de los Romanones”, la banda criminal de sacerdotes y laicos que (siempre presuntamente, no vaya a ser que me denuncien) violaron a un chaval de Granada en reiteradas ocasiones durante al menos 4 años. Parecen estar organizados y ha salido a la luz que la víctima que lo ha destapado todo, que lleva el nombre supuesto de Daniel, no es la única persona que sufrió el horror constante durante años.

¿Qué hay dentro del cráneo de los Romanones? Porque empatía no. No me cabe en la cabeza el proceso mental que culmina con “y ahora mis colegas y yo nos vamos a poner a violar niños”. ¿Dónde empieza? ¿Qué clase de carencias emocionales hay que tener para llegar hasta ese punto? No lo entiendo en absoluto y, sinceramente, espero no llegar a entenderlo nunca. Pero creo que una pista la da la pertenencia al grupo: si te pasas la vida en una cueva de ladrones sin ver el exterior es más probable que acabes robando. Es lo que ves y lo que asimilas como normal. El grupo crea un marco moral alternativo al admitido normalmente en sociedad: autoriza e incluso refuerza conductas que fuera estarían excluidas. Y lo digo con todas las letras: la jerarquía eclesiástica de la Iglesia católica fomenta la pederastia.

No se me entienda mal: no estoy diciendo que todos los curas sean pederastas. Ni siquiera que lo sean la mayoría. Ni siquiera que constituyan una minoría significativa. Porque su número me da igual. No me importa cuántos pederastas haya en el sacerdocio católico, ni cuántos de los que pueblan las cárceles por este delito tengan hábitos. Porque lo que crea la cultura del abuso infantil dentro de la jerarquía no es que haya más o menos “ovejas descarriadas”, sino la forma en que se las trata. Si impera la ley del silencio, si se desincentivan las denuncias, si lo que se busca por encima de todo es tapar un escándalo antes que castigar al culpable, en definitiva, si el sistema garantiza la impunidad del delincuente, está fomentando el delito.

Un buen ejemplo de esta actitud lo tenemos en la actuación del arzobispo de Granada, el legionario de Cristo y redomado machista Javier Martínez. Su cooperación en la investigación ha sido nula. No hablemos ya de colaborar con la Justicia de verdad, sino que hasta se ha mostrado remiso a las pesquisas del Vaticano, ha suspendido sólo a tres de los sacerdotes implicados, ha intentado liar a la víctima para proteger a varios de los denunciados, e incluso le ha echado en cara que acudiera directamente a Roma. Como decíamos, una buena muestra de la actitud típica de la jerarquía a la hora de “enfrentarse” (es un decir) a los casos de pederastia.

¿Y el papa? ¿Va a cambiar algo durante el pontificado de Bergoglio? La verdad es que soy escéptico al respecto. Su santidad se ha especializado desde el primer día en gestos teatrales y mediáticos, como son llamar dos veces a Daniel para pedirle perdón. No digo yo que eso no haya consolado a un católico como Daniel, pero ¿de verdad eso es todo? Uno diría que una política de ayuda mínimamente completa debería incluir asistencia legal y psicológica gratuita, declaraciones públicas para que otras víctimas denuncien, apoyo pleno a la Justicia (1) y, desde luego, muchas destituciones y una revisión completa de los procedimientos internos. ¿Se va a producir todo eso? ¿No? Pues no me vale.

Creo que Jorge Bergoglio tiene buena voluntad. Pero es una buena voluntad instrumental, encarada principalmente a lavarle la cara a la Iglesia católica, no a que deje de ser lo que es: un poderosísimo lobby conservador. Y es difícil ejercer según qué clase de presión si nadie te respeta, así como ganar afiliados. En mi opinión, Bergoglio quiere protagonizar una especie de vuelta a los orígenes, a una Iglesia más humilde, (algo) más abierta y más limpia, pero no por razones de justicia sino como instrumento para seguir manteniendo privilegios. No podemos olvidar que la Iglesia católica es una institución con una gran capacidad adaptativa, que ha sobrevivido 20 siglos sin soltar el poder. Francisco es, simplemente, el papa que necesita la jerarquía eclesiástica en el siglo XXI. Su misión es lampedusiana: cambiarlo todo para que nada cambie. Sinceramente, espero que no lo consiga.





(1) Si fuera posible, que no lo es porque en España los delitos sexuales son semiprivados, lo suyo sería personarse como acusación popular.




miércoles, 19 de noviembre de 2014

Catequesis por orden judicial

Las noticias judiciales resultan tremendamente incomprensibles para el público en general. El mundillo jurídico es un marasmo de términos técnicos que los lectores no manejan y que, muchas veces, los periodistas tampoco entienden bien. En demasiadas ocasiones la información periodística en esta materia no tiene mucho sentido, pero normalmente basta con que alguien con conocimientos técnico-jurídicos se acerque a los documentos originales (sentencias, autos, normas) para que pueda explicarlo bien.

Y a veces hay cosas que son incomprensibles hasta para el profesional. Me refiero, claro está, al auto de un Juzgado de Sevilla que ha sido noticia estos días por atribuir al padre de un menor la facultad de decidir si éste va a clase de catequesis o no. He tenido la oportunidad de acceder tanto al auto como a las alegaciones de las partes (1) y la verdad es que hay cosas que sigo sin entender.

Pongámonos en situación, con unos nombres supuestos que sean apropiados: José y María han anulado su matrimonio y tienen un hijo, Jesús, de 8 años, cuya custodia está atribuida al padre. Lo primero que se desprende de la lectura de toda la documentación es un profundo rencor mutuo: las partes no dejan de acusarse entre sí de mentir de forma habitual, de pretender manipular a la jueza y de querer poner al menor en contra del otro. Es un torrente de bilis que desborda la formalidad jurídica que deberían tener estos escritos y transmite un clima muy crispado.

En este contexto, Jesús afirma que se niega a iniciar los cursos de catequesis a los cuales quiere apuntarle su padre. Su madre apoya su decisión y deniega el permiso para que Jesús sea matriculado. Dado que para actos extraordinarios de patria potestad se requiere acuerdo, José judicializa la situación (junto con otra serie de cosas) y su señoría resuelve dándole a él la facultad de decidir.

Del auto me sorprenden dos cosas:

       1.- Que no se haya oído al menor. Diversas normas jurídicas establecen que el menor tiene que ser oído en los procedimientos judiciales que le afecten. Así lo dice el artículo 9 de la Ley de Protección Jurídica del Menor y el propio artículo 156 CC, que es el que se ha aplicado en este conflicto. La ley es clara: el menor deberá ser oído cuando tenga suficiente madurez (2). Aquí Jesús tiene ocho años, una edad suficiente para que la jueza, al menos, realice un examen preliminar de madurez. Si la situación está tan crispada, si parece que como mínimo uno de los dos progenitores está usando a Jesús como arma… ¿no hubiera sido adecuado que su señoría citara al menor y le preguntara, al menos, qué es lo que quiere hacer? ¿Seguro que se puede fijar cuál es su superior interés –criterio rector en los pleitos sobre menores- sin oírle?

       2.- La doctrina de los actos propios. La piedra de toque de la resolución judicial es la doctrina de los actos propios. Dice la jueza que María, que según todos los indicios es católica (se casó por la Iglesia, ha anulado su matrimonio de forma canónica, bautizó a Jesús, ha insistido en que sea matriculado en un colegio concertado católico) no puede “actuar ahora en contra de los actos libremente asumidos en su día” al negarse a que su hijo reciba cursos de catequesis.

     Personalmente creo que esto es una barbaridad. La doctrina de los actos propios sirve para defender las expectativas legítimas que otras personas puedan haber adquirido a partir de mi actuación previa. El ejemplo clásico es: si yo otorgo la emancipación de mi hija, ésta hace testamento y muere, yo no puedo pedir que se anule el testamento en base a que la emancipación fue nula. Otro caso: si yo he conseguido en un juicio que se anule un contrato no puedo pretender en otro que se cumpla. Es una doctrina muy útil que se aplica normalmente para actos con trascendencia económica.

      Pero, ¿qué expectativas legítimas genero cuando yo sigo los ritos propios de mi religión? ¿Se tiene que esperar de mí que los cumpla siempre de forma coherente? Obviamente no: cuando hay implicados derechos fundamentales no hay actos propios que valgan. Si yo decido ceder mi derecho a educar a mi hijo en mis convicciones religiosas porque éste me ha manifestado que no desea recibir esa formación, ¿qué actos propios me van a imputar?


Estos son los dos principales problemas que veo al auto, y creo que son bastante graves. Los padres tienen derecho a decidir la formación moral de sus hijos, sí, pero los menores son también titulares del derecho a la libertad religiosa: decidir sobre algo tan importante sin oír a Jesús me parece un error, sobre todo cuando el conflicto está tan enconado. Y rechazar la posición de la madre atendiendo a sus actos previos no tiene ninguna justificación: es cierto que recibir unos cursillos no le causará a Jesús ningún daño, algo que dice el auto, pero no sé yo si su superior interés puede definirse como una mera ausencia de perjuicio.

Estamos, en definitiva, ante una resolución judicial mal motivada y en la que no se han cumplido todos los trámites que, a mi juicio, hubiesen sido aconsejables. Como consecuencia, creo que conjuga mal la libertad religiosa de José con la de Jesús, aunque tampoco creo que éste vaya ahora a ser sometido a un adoctrinamiento insoportable: si es verdad que el tinglado religioso se ha derrumbado en su cabeza, será imposible reconstruirlo. Sin embargo, quiero hacer una última reflexión: me encantaría saber cuál habría sido el sentido de la sentencia si la religión implicada hubiera sido otra…



(1) Cuando hablo de un procedimiento judicial suelo enlazar los documentos originales. Evidentemente en este caso no puedo, pues enlazar el auto implicaría vulnerar la intimidad de tres personas, una de ellas menor.

(2) Se presume que de doce años en adelante tiene suficiente madurez y deberá ser oído siempre. Antes de esa edad, habrá que valorarlo en cada caso.


martes, 11 de noviembre de 2014

La cultura del plagio en la Universidad española

Tiendo a concebir la deshonestidad como una mancha de aceite. Empieza en actos relativamente pequeños y justificables pero se expande por rapidez hasta que la ética se convierte en algo que les pasa a otras personas. Eso es lo que le ha pasado a Antonio Romero, beneficiario de una tarjeta black de Bankia y, además, plagiador: parece que un artículo de su tesis doctoral está vilmente fusilado de un original italiano. ¿A alguien le sorprende? Porque a mí en absoluto. Quien puede lo más puede lo menos.

¿Y ahora qué pasará con este señor? Pues espero equivocarme, pero creo que nada. Un comité dictaminará que no hay plagio, don Antonio leerá su tesis y pasará a tener el título de doctor. En este país los escándalos intelectuales salen gratis. A veces aparece en las noticias que tal o cual cargo público británico o alemán ha dimitido cuando se le ha pillado copiando. Aquí no: a nadie le importa y nadie considera que sea causa de dimisión. Picaresca española, ya sabes. Además, si te han pillado mangando carretadas de dinero público, ¿qué más da que, además, tu título de doctor no valga nada?

En la Universidad española existe una cultura del plagio muy arraigada. Copiar se considera un modo normal de aprobar un examen y nadie tiene reparos en hacerlo. Tampoco se ve mal hacer lo mismo en trabajos y prácticas. Supongo que variará según carreras y quiero pensar que en letras se da más, pero conozco historias de gente copiando impunemente en todas las ramas del conocimiento. Sé de futuros médicos que han copiado en exámenes. Y sé que compañeros míos de Derecho se han sacado media carrera copiando.

“Bueno”, podréis decirme, “si sabes de compañeros tuyos que copian, ¿por qué no denunciaste?” Pues por varias razones. Primera, que realmente lo vi pocas veces, sólo cuando era muy descarado, aunque después de cada examen tenía que aguantar el comentario de la jugada sobre cómo había copiado Fulanito o Menganita. Segunda, que hubiera tenido que denunciar a la práctica totalidad de mi clase. Y tercera y más importante: que no creo que hubiese encontrado apoyo en los órganos universitarios. Al fin y al cabo, estaban formados por las mismas personas que, en las escasas ocasiones en que detectaban un plagio, se limitaban a mandar a los responsables a septiembre.

Una vez mi grupo de representación estudiantil trató de sacar adelante un reglamento que, entre otras cosas, solucionara este tema. Al final no salió, claro, pero recuerdo que, en una conversación previa, el vicedecano de Estudiantes de mi Facultad nos dijo que tampoco nos pasáramos: “al fin y al cabo”, argumentó, “sancionar a alguien por plagio le puede costar la carrera”. Hombre, es que eso es lo que se busca, ¿no? Que alguien que copia no pueda obtener el título. Puedo entender la situación de quien en casos concretos decide hacerse una chuleta (yo lo hice alguna vez, antes de tener una posición definida sobre estos temas) pero es que es generalizado y a nadie parece importarle.

Parte del problema es que no tenemos herramientas adecuadas. Hay un Estatuto del Estudiante Universitario, aprobado en 2010, que, en su artículo 13.2.d establece que es un deber del alumno abstenerse de participar en procedimientos fraudulentos. Pero esa clase de declaraciones generales sobre el deber de honestidad del estudiante pueden encontrarse en otros textos (como los Estatutos de muchas Universidades) y ello no quiere decir que se apliquen. Hace falta un procedimiento sancionador que los docentes conozcan y puedan aplicar.

Aun así, tampoco me hago demasiadas ilusiones con eso. Aunque lo hubiera, ¿qué? Nadie ve el plagio como algo importante. Si un profesor pilla a alguien pues venga, cero y a la extraordinaria como mucho. Tampoco vas a hacerle otra cosa al pobre chico, que todos hemos sido jóvenes. ¿Quién no ha copiado nunca? Y toda esa mierda.

El problema es que yo sí creo que el plagio académico es importante. No sólo por el puro hecho egoísta de que el título de quien se saca la carrera copiando vale lo mismo que el mío, aunque eso me indigna y me fastidia. Tampoco porque un titulado que ha copiado de forma generalizada no sabe una mierda, aunque eso me hace temer por quienes contraten sus servicios. No, es por otra cosa. Es por la mancha de aceite. Quien se acostumbra a lo menos ve más fácil lo más. La cultura del plagio en la Universidad española es una escuela de impunidad que prepara a los estudiantes para deshonestidades mayores.

Así que no, el plagio de Antonio Romero no es una cuestión menor o incidental al lado de su uso desmesurado de una tarjeta opaca. Es parte del mismo clima de impunidad en el que se mueve la deshonestidad de este país. Se retroalimenta de otras conductas deshonestas: las mueve y se refuerza con ellas. Y no va a cambiar hasta que empecemos a ver el plagio académico como algo verdaderamente condenable.



sábado, 8 de noviembre de 2014

El bulo de la "Guía de la buena esposa"

Ante los bulos y mitos hay que estar ojo avizor. Se cuelan por todas partes y terminan por distorsionar nuestra percepción de la realidad. Quizás el subtipo que más me fascina es el que consiste en la falsificación de documentos históricos, como la carta del gran jefe Seattle o la misiva de Abraham Lincoln al profesor de su hijo. Descubrir qué motiva a alguien para inventarse un texto así es fascinante.

A este subtipo corresponde un fake que se ha difundido bastante: la “guía de la buena esposa”, una colección de 11 láminas supuestamente divulgadas en 1953 por la Sección Femenina. El bulo se ha extendido con rapidez porque viene a “confirmar” algo que en realidad es cierto: que la Sección Femenina era un órgano de adoctrinamiento para que las mujeres se conformaran con el papel subordinado que el franquismo veía en ellas. Pero el hecho es que esas láminas son falsas.

¿Qué cómo lo sé? Pues os presento Las Aparicio, una teleserie mexicana que empezó a emitirse en 2010:





“Espera un momento, Vimes”, podríais decirme. "¿Y no podría ser que el equipo creativo de Las Aparicio buscara por Internet escenas de sumisión doméstica y las usara para la intro de la serie? Cosas más raras se han visto, ¿no?" Bueno, en ese caso yo os respondería que hay una serie de razones que me inducen a pensar que no es así:

   1.- Por mucho que busques en Internet no hay ninguna referencia a la “Guía de la Buena Esposa” antes de 2010, año de estreno de Las Aparicio.

   2.- Los carteles están plagados de dejes del español de América, como el uso del verbo “lucir”, la expresión “tuvo que pasar” (lámina 11) en vez de “ha tenido que pasar”, etc. También hay verbos que probablemente en los años ’50 no se emplearían con asiduidad, como “minimizar” (lámina 7) en vez de “reducir”.

   3.- Los electrodomésticos. En la lámina 7 se habla de “lavadora, secadora y aspiradora”. Recordemos que en 1953 España estaba en plena autarquía, y que aun después la secadora no se ha popularizado en España. ¿De verdad estos carteles se redactaron en nuestro país? El mismo razonamiento se aplica a las copas de Martini (lámina 5, dibujo).

Así pues, aquí hay un principio de prueba suficiente para afirmar que la supuesta “guía de la buena esposa” no es obra de la Sección Femenina y no data de 1953. Corresponde ahora a quien afirme lo contrario probarlo por encima de toda duda, por ejemplo aportando una copia del documento original. Pero no creo que pueda: los indicios que hemos visto parecen bastante sólidos.

Vuelvo a lo que decía inicialmente: los bulos y fakes terminan condicionando nuestra percepción del mundo. Centrarse en el material que Sección Femenina no produjo implica olvidar toda la sonrojante documentación que sí difundió, dedicada toda ella a la promoción de una ideología conservadora en la cual la mujer es poco menos que un reposo del guerrero que no debe abrir la boca. Una recopilación bastante interesante está en el libro La Sección Femenina de Luis Otero. De ahí he sacado este alucinante y completamente documentado “Horario para el ama de casa con marido y un hijo”, en el cual hasta el tiempo de ocio tiene un contenido tasado:






Pudiendo hablar de barbaridades reales, ¿para qué nos las vamos a inventar?