Según
han pasado los días de cuarentena (ya vamos para un mes) hemos podido ver
pautas de comportamiento de lo más curiosas entre nuestros convecinos. La que
más particular me parece, y a la que quiero dedicar unas líneas, es la que
tiene que ver con cómo reaccionamos frente a quien se salta el confinamiento.
Confieso
que es un tema que no tengo bien resuelto en mi cabeza. Quiero que la gente
respete la cuarentena, no solo por cuestiones de salud pública sino por el mero
egoísmo de que soy población de riesgo: cuanto más controlado se tenga al
virus, más probable será que cuando yo lo coja (porque este virus lo acabaremos
pillando todos) haya para mí un respirador o una UCI si lo necesito, o incluso
se haya desarrollado una vacuna. Me toca las narices la gente que no hace todo
lo que puede por estar en casa, incluso por encima de lo que marcan las normas
del estado de alarma.
Entonces,
¿qué hago con estas personas? ¿Qué hago si veo por la ventana a, yo qué sé,
alguien haciendo deporte o a unos críos de botellón, por poner dos ejemplos
obvios de infractor? Pues se me ocurren tres estrategias de afrontamiento, pero
ninguna me satisface. La primera, obviamente, es gritarles desde los balcones. En los primeros días de la cuarentena
se hizo muy común cierta clase de vídeos de comunidades de vecinos enteras
increpando al transgresor.
Creo
que se comprende por qué no me quiero unir a la llamada “gestapillo del balcón”.
Me parece muy bajo hacer cosas como estar al quite de cuántas veces sale el
vecino a comprar, fijarme en si la vieja del cuarto presta a su perro o
escribir carteles pasivoagresivos (o directamente agresivos) contra quienes no
se suman al aplauso de las ocho, cosas todas que estamos viendo en redes
sociales. Incluso en esos casos evidentes de transgresión que he mencionado, y
dejando aparte el aspecto ético del asunto, gritarle a un desconocido es
estúpido porque, primero, no sirve para modificar su comportamiento, y segundo,
lo que parece evidente puede no serlo.
Si
no voy a hacer yo de poli, ¿qué tal si llamo
a la policía? Al fin y al cabo están para eso, ¿no? Para comprobar si las
supuestas infracciones lo son de verdad. Esta era mi elección los primeros días
de confinamiento (aunque no llegué a hacerlo nunca): ya lo siento, pero no
considero que sea de “chivato” o de “delator” informar de una vulneración de
una norma de salud pública de este calibre. Sin embargo, según han ido pasando
los días, he ido descartando esta opción, y ahora creo que no llamaría a las
fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado ni aunque alguien montara un flashmob en mi calle.
A
veces uno se queja de la policía, y entonces los de siempre salen con la famosa
frase “ya los llamarás cuando tengas un problema”. Esa frase no tiene en cuenta
una cosa: que yo he llamado más de una vez a la policía ante un problema. El
resultado ha sido en algunas ocasiones que he seguido con el problema y en
otras que he pasado a tener dos problemas. Así que ya de base no, no confío en
los agentes de nuestras fuerzas de seguridad como medio de resolución de
conflictos.
Pero
es que además, lo que estamos viendo estos días en redes sociales relativo al
comportamiento policial desincentiva aún más. Detenciones violentas, incluso
con inmovilizaciones contra el suelo. Mandos aburridos que emiten órdenes
relativas a qué cosas se pueden comprar en el supermercado. Agentes que te
revisan la bolsa de la compra y que te sancionan si no les gusta su contenido o
que te multan si estás comprando demasiado lejos de tu casa para su criterio
(1). Si ya de normal muchos de estos se creen Harry el Sucio, como para fiarte
de su reacción cuando llevan un mes de dueños absolutos de las calles.
Hagamos
un breve excurso, porque es que esto me subleva: el decreto del estado de
alarma permite salir a comprar alimentos, no especifica qué tipo, en qué
cuantía, dónde ni con cuánta frecuencia. Salir tres veces al día a hacer
compras ínfimas es una decisión insolidaria que me parece repugnante, pero no
es ilegal. El derecho sancionador tiene que interpretarse desde una perspectiva
restrictiva siempre y en todas las circunstancias: si hay que ser más duro que
lo sea el legislador, pero el aplicador no puede ir más allá de la letra de la
norma. A ver si va a ser posible que salgamos de esta cuarentena con todos
nuestros derechos fundamentales intactos, gracias.
Volvemos
al tema principal, pero la conclusión está clara. Si yo sé que a mi vecino el
que se salta la cuarentena le van a imponer una multa, puede que llame a la
policía. Si mi llamada le va a echar encima a dos tipos de reacciones
impredecibles que lo mismo no le hacen nada, lo mismo le echan una bronca
humillante, lo mismo le multan, lo mismo le detienen o lo mismo le dan una
paliza, pues me lo pienso.
Queda
entonces la tercera opción, que es la educativa.
Hablar con el transgresor de forma pacífica para explicarle que eso no se puede
hacer y que nos pone en riesgo a todos. Esto es lo que se aconsejaba hace unas
semanas desde los sectores que deploraban la idea de llamar a la policía. El
problema es que, bueno, llevamos un mes. Quien no se haya educado es porque no
sabe, no quiere o no puede. Desde tipos con las pelotas muy gordas que han
decidido que esto no va con ellos hasta personas con problemas mentales que no
entienden bien lo que significa la cuarentena, no entiendo de qué forma va a
cambiar las cosas que me acerque, amable y solícito, a explicarles el estado de
alarma.
Así
que mi conclusión es: al final, no hago nada. Si la infracción me afecta
directamente a mí (por ejemplo, en la cola del supermercado) sí que reacciono,
pero en el resto de casos no. Me siento de alguna manera inerme, porque cualquier
reacción es peor que no reaccionar. Es, en definitiva, un dilema no resuelto.
No creo ser el único que lo tenga. Y es un problema, porque salir de esta más o
menos bien depende de que todos respetemos las normas, pero fiarlo a la
responsabilidad individual, sobre todo según pasan las semanas y la gente se
harta, no parece un caballo ganador.
Si
alguien tiene solución, que lo diga.
(1)
Diálogo oído con estas orejas en una carnicería de Vallecas: “¿Sois de
Carabanchel? ¿Y qué hacéis comprando aquí? ¿No hay carnicerías en Carabanchel?”
“Esta es más económica, y allí ya no hay carne en los supermercados”. “Ya. Que
venís a comprar hachís, ¿no?” Los dos interrogados eran magrebíes.
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Aunque bastantes responsables, algunos mandos, y una minoría de miembros, de las FCS ciertamente tienen comportamientos reprochables. Discrepo con la opinión general sobre ellos que se indica.
ResponderEliminarPero coincido totalmente con:
"A ver si va a ser posible que salgamos de esta cuarentena con todos nuestros derechos fundamentales intactos, gracias."
http://asihablociceron.blogspot.com/2020/04/un-dilema-sin-resolver.html
Sí, siempre son minorías. Toooodas las veces :p
EliminarPor cosas así decía que a pesar de responsables políticos, y demasiados mandos, la mayoría de los obreros (que también lo son) de las FCS son mejores que la minoría que los desprestigia.
Eliminarhttps://twitter.com/julianig/status/1249765611711934465
Y ese agente de policía era el mismísimo Albert Einstein.
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