El populismo hacia la población reclusa
es tan fácil que da miedo. Cuando el preso no es conocido, este populismo ataca
a una especie de “malo genérico”, normalmente dotado de caracteres extranjeros
y que quiere aprovecharse del pobre contribuyente español, bien sea robándole o
viviendo a su costa en un centro penitenciario. Cuando el reo sí es conocido,
el populismo toma la forma de quejas sobre “lo poco que sufre para todo lo que
ha hecho”. Éste es el caso de Urdangarín.
Iñaki Urdangarín, yerno y cuñado de reyes
y ladrón de dinero público, ha sido clasificado en segundo grado penitenciario.
El asunto ha saltado a titulares con un lenguaje engañoso a más no poder: que
si al corrupto “le han concedido” esta clasificación, que si “goza ya” del
segundo grado, que si es un paso previo al indulto o a la excarcelación… la
misma morralla de siempre. En realidad, la noticia no podría ser más banal. De hecho,
ni siquiera tiene interés informativo, porque la realidad es ésta: todos los
presos tienen que estar clasificados en un grado, esa clasificación suele
tardar un par de meses, hace un par de meses que Urdangarín entró en la cárcel.
Punto.
En cuanto a la clasificación en sí, qué
voy a decir. Hablé ya aquí de los grados de tratamiento en prisiones. En
síntesis, cada grado tiene asociado un determinado régimen de vida: el primer
grado incluye celda de aislamiento y poco patio, el segundo grado consiste en
pernocta en celda y libre deambulación por el centro penitenciario el resto del
tiempo y el tercer grado es el de la semilibertad. Como cualquiera podrá
imaginar, la mayor parte de reclusos están en segundo grado, y además éste es
el habitual de la primera clasificación: lo común es que el interno sea
clasificado en segundo grado y que solo se le aplique una regresión (al primero)
o una progresión (al tercero) si se la gana.
Esta queja se mezcla con otras con más o
menos fundamento, sobre el escaso tiempo de pena (seis años de nada, un paseo),
sobre que no condenaran también a la infanta o sobre el módulo en el que cumple
condena. Al parecer, éste es un módulo especial anejo a la prisión de mujeres
de Brieva, y tiene la particularidad de que su único inquilino es Urdangarín. Quienes
se indignan por esto no parecen entender que en principio uno decide en qué
cárcel se persona a cumplir su pena. La Administración podría haber decidido
cambiarle de centro de cumplimiento, pero tampoco alcanzo a ver una razón para
ello.
Por supuesto siempre habrá quien diga que
Urdangarín está siendo objeto de un trato de favor. Hasta es posible que tenga
razón: si cualquier don nadie se presenta a cumplir su condena en el módulo
masculino de Brieva, es muy probable que le trasladan a otra cárcel en cuanto
le clasifiquen. Pero en realidad no sé hasta qué punto estar solo en el módulo
es una ventaja. Yo más bien diría que es al contrario, que uno de los pocos
elementos que convierten la prisión en un castigo soportable es la posibilidad
de establecer relaciones con otros internos.
Me parece relevante, en ese sentido, la entrevista a Nahuel (activista Straight Edge
que ha estado año y medio en prisión preventiva por un delito de terrorismo del
que al final ha sido absuelto) que publicó ayer ElDiario.es. Nahuel se ha
pasado un año en régimen cerrado, que es el que normalmente se asigna al primer
grado (1) y que consiste en estar solo en una celda enana y salir unas pocas
horas al día a un patio que prácticamente es una jaula a cielo abierto. En la
entrevista dice una cosa muy interesante: que él creía que todo aquello no le
estaba afectando, pero que al salir se ha dado cuenta de que sí, de que ya no
sabe socializar ni relacionarse de forma normal con otra gente. Está habituado
a un entorno de aislamiento y violencia y tiene que reaprender cómo vivir en
sociedad.
No pretendo comparar los casos de
Urdangarín y de Nahuel; solo sacar a la palestra los efectos psicológicos del
aislamiento, sea éste en una celda estrecha o en un módulo con todos sus
servicios. Cuestiono que estar a solas en un módulo sea un privilegio. Sin embargo,
también he leído que se trata de un módulo pequeño, con solo cinco celdas pero
con diversos servicios, obviamente construido para presos con características
especiales. En otras palabras, creo que puedo definir la situación así:
Urdangarín está en una situación no privilegiada (porque es análoga al
aislamiento) que cumple en un entorno privilegiado dentro de lo que es la cárcel
(un módulo pequeño y que está pensado para no estar masificado).
Estoy a favor de abolir esta clase de
privilegios. El problema es que, para mí, eso significa poner a todos los
internos al nivel de Urdangarín: módulos más pequeños, más personal, más
servicios y más actividades de rehabilitación. Por supuesto, esto cae mal. Todo
el mundo sabe que la reinserción no funciona, y por eso hay que quitarles a los
presos todos los mecanismos que sirven para que se reinserten. Con un poco de
suerte acabarán todos como Nahuel después de un año de aislamiento.
Como parece que ésta es la semana de
publicar cosas sobre prisiones, la propia prensa del día me ha servido en
bandeja el ejemplo: Pedro Sánchez va a volver a abrir una serie de piscinas
penitenciarias que estaban cerradas desde la época Rajoy. Por supuesto una
piscina cerrada durante seis años sin ninguna clase de mantenimiento requiere
una inversión superior a la que habría supuesto mantenerlas abiertas, pero eso
no detuvo a Rajoy, que las consideró un despilfarro. Ahora se vuelven a abrir...
y el asunto sale en la prensa como “Sánchez recupera el chapuzón de los presos”.
Ea.
El principal problema de la cárcel, como
nos demuestra el caso de Nahuel, es la alienación a la que aboca el
aburrimiento. Tener zonas de deporte y entretenimiento es vital para que los
presos no se desocialicen más y no salgan peor de lo que entraron. Así que sí,
la piscina no es una frivolidad ni un lujo sino un elemento del tratamiento,
como la biblioteca, el gimnasio, el psicólogo o los cursos de formación. Al margen
de que, en cárceles situadas en España (en la misma España donde hay olas de
calor cada verano) parece razonable que los presos tengan un lugar donde
bañarse. Pero es más fácil hablar de “el chapuzón de los presos” y poner un
titular populista que aliente el clicbait
y los comentarios indignados.
Mi conclusión es la única posible: las
cárceles necesitan dinero. Dinero público en grandes cantidades, para reducir
el número de internos por módulo, contratar más personal y poner más servicios
de reinserción. Sí, a pesar de que Urdangarín haya robado mucho.
(1) Nahuel, al ser un preso preventivo y
no un condenado en firme, no podía ser objeto de clasificación. La mayoría de
preventivos están en régimen de vida ordinario (el que correspondería al
segundo grado), pero a él le metieron en aislamiento.
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Hay un pequeño error: "lo común es que el interno sea clasificado en primer grado y que solo se le aplique una regresión (al primero) o una progresión (al tercero) si se la gana"
ResponderEliminarImagino que será clasificado en segundo grado.
¿Hay alguna posibilidad de que indemnicen a Nahuel?
EliminarLo corrijo ahora, gracias :)
EliminarBuf... yo de ser él lo intentaría, pero a ver cómo cuantificas una indemnización así.