Hoy, al contrario de lo que suele ser mi
costumbre, no voy a hablar de política. No voy a denunciar una situación
injusta, ni voy a cagarme en el Gobierno, ni voy a maldecir el machismo, ni voy
a criticar una medida gubernamental desde el plano jurídico, ni voy a alzar mi
voz contra una institución alienante que tiene como finalidad modificar
nuestros cuerpos y nuestras mentes y acabar con nuestra felicidad.
O bueno, quizá esto último sí.
Hablemos de gimnasios.
Los odio, qué se le va a hacer. Llevo dos
años yendo a uno, desde que el médico me dio un manual de #BiologíaBásica y me
explicó que lo de mi tripa no eran septillizos. Y nada, que no hay manera. No
les cojo el gusto. Alguien debe estar chutándose mis endorfinas, porque yo
cuando termino de hacer deporte sólo me siento igual de hastiado que antes de
empezar pero más cansado. Debe ser que estoy muerto por dentro, pero ese
subidón de objetivos cumplidos y límites superados me pasa una de cada diez
veces.
Así que se puede entender que, ya de
entrada, ir a hacer deporte sea algo que no me guste nada. Pero es que, además,
los gimnasios son unos sitios feos y desagradables. Hay pocos lugares más
hostiles para mí que un vestuario de tíos. Diría que es un campo de nabos, pero
en realidad es un campo de culos, porque todos se visten de cara a la pared para
que nadie les vea la minga, no sea que les entren los complejitos. En realidad
da bastante risa. Por cierto, si queréis reconocerme en un vestuario de tíos,
soy el que se seca el pelo totalmente desnudo.
Por suerte yo voy a un polideportivo
municipal que no tiene sala de musculación, por lo que no hay cachitas en los
vestuarios. Pero son un amplio muestrario del cuñadismo humano. He visto cosas
que jamás creeríais. He visto a señores que habían estado hace 20 años en
cierto barrio explicándole cómo era ese barrio a un residente del mismo. He visto
peleas (no llegaron a las manos) por adelantamientos indebidos en la piscina. He
visto adolescentes, y no tan adolescentes, chuleando a voces de lo que follan. Todos
esos momentos me dan un asco supremo… y cada vez que voy allí temo encontrarme con
uno.
El momento de hacer deporte no mejora las
cosas. Creo que lo peor es, sin duda, la sala de máquinas, con todo el mundo
mirándose de reojillo, con ese olor a sudor, con ese calor de cuerpos humanos
en movimiento, con la música estridente de las clases de bici estática (perdón,
de spinning) a toda hostia… mal, mal. La piscina no es tan horrible, pero tiene
también su muestrario de horrores, como puede ser el grupillo de ancianos de
tertulia ocupando el extremo de una calle o la señora que va por otra calle y
aun así te mete una leche en la boca porque su modo de nadar es expansivo.
“¿Y por qué vas a ese antro de sudor si
tan poco te gusta? ¿Es que te ha dado la moda de hacer deporte pero temes los
escopetazos si te haces runner?” No tal. Simplemente hay razones médicas que
aconsejan que baje de peso. Aunque en realidad he discutido con algún miembro
del gremio sanitario por esa razón: concretamente una persona que se empeñaba
en convencerme de que, aunque mi peso no afectara a mi salud, debería reducirlo
para “cuidarme y estar bien conmigo mismo”. Creo que no llegó a entender que como
yo estaba bien conmigo mismo era comiéndome un plato de oreja de cerdo y no
haciendo deporte. Y aquí pronunciaría la palabra “gordofobia”, pero ya hemos
quedado en que no voy a hablar de política.
En conclusión: queda demostrado teológica
y geométricamente, por encima de toda duda razonable, que los gimnasios son El
Mal. Espero que la futura Emperatriz Mundial los expropie todos y se decida a
instalar en ellos clínicas de abortos, gatotecas, mazmorras de BDSM o cualquier
otro servicio de utilidad social. Si alguien promete eso tendrá, sin duda, mi
voto.
(Pasando esta entrada al Departamento de
Revisión de Estilo me avisan por el pinganillo de que parece que estoy
plagiando a @japartero. Prometo que no es así, que la frase me ha venido sola.)
Los gimnasios suelen ser deprimentes y hostiles por todo eso que dices, sin embargo, del tiempo que estuve yendo, no tengo esos malos recuerdos que tú tienes por una razón bien simple; yo hacía otra cosa: artes marciales. Puede parecer una tontería, pero no lo es. En las máquinas o en la piscina, a menos que vayas con un amigo, estás completamente sólo. Aunque estés rodeado de masas de músculo sudorosas. Es un entorno alienante. La música mierdosa a tope, LOS ESPEJOS (que por cierto, en el gimnasio al que iba yo, sólo había un espejo delante de cada lavabo, es decir 2), todo el mundo yendo a su bola... es lo que un antropólogo llamaría un "no-lugar". De hecho hice sobre mi mismo una prueba a pequeña escala: uno de los escasos días de verano de Burgos, salí una tarde a correr. Había un montón de gente más haciendo lo mismo que yo, pero la sensación de soledad, vacuidad y ridículo eran tan grandes, que no volví a hacerlo. Me sentí como un perro al que su amo ha enseñado a sacarse a pasear sólo. Un poco de esa guisa.
ResponderEliminarVolviendo a las artes marciales. No tiene por qué ser sólo eso. En general, yo creo que salvo motivos de fuerza mayor, un ejercicio que requiera coordinación conjunta o integrarse en un grupo viene de maravilla para evitar toda esa sensación tan horrible de sentirte como un cacho de carne. Esa explosión de endorfinas que dices que te falta cuando sales del gimnasio, yo la tenía cada vez que salía. Estaba cansado como un piojo, pero me sentía tan bien que podría haberme pasado toda la noche de aquí para allá, o eso me parecía.
En cuanto a lo de los vestuarios... bufff. Puede mejorar un poco más cuando el resto de personas no son completos desconocidos, como es el caso del grupo de artes marciales, pero entiendo perfectamente que al margen de ese caso, resulten lugares de lo más hostiles. Y te lo dice alguien que lleva haciendo nudismo desde que era un moco.
Y ahora, pues bueno. Tuve que dejar de ir, porque estamos sin un duro. Las piscinas municipales son caras de narices y sacarme un bono me sale por un ojo de la cara... así que estoy más bien de paro forzoso.
Ah, supongo que ir al gimnasio acompañado y hacer algo que te guste es completamente diferente. Aunque el entorno sea alienante (en el mío por suerte no hay espejo), si la actividad te resulta agradable la cosa cambia. En realidad a mí me encantaría que me gustara el deporte: qué mejor que hacer con ganas lo que ahora hago por obligación.
EliminarAh, la sensación de estar sin un duro, cómo me la conozco :/ Yo uso el bono de fin de semana, que en Madrid sale por 23 € al mes. Intento ir viernes y domingo, para aprovecharlo bien. Pero ha habido épocas donde me he quitado por completo.