«Dos profesoras registran en el Parlamento más de 63.000 firmas para prohibir el uso de móviles en la infancia», titulaba el otro día ABC. Curiosamente, era verdad. La noticia habla de un par de profesoras que se han tomado un currazo inútil, porque con 63.000 firmas solo consigues que los trabajadores del Congreso tengan papel en sucio para escribir por el otro lado. Y más si son de Change.org, donde cualquiera puede firmar diecisiete veces y no se comprueba la validez de nada.
No voy a negar que tengo un sesgo en contra de quienes siguen pensando, en 2023, que las peticiones en Change.org valen para algo más que para regalarle datos a Change.org. Y más si se trata de un tema tecnológico. Utilizar esta plataforma dice bastante sobre cómo crees que funciona la tecnología. Si la empleas precisamente para pedir que se prohíba el uso de cierta tecnología, pues no puedo evitar juzgarte.
Pero, en fin, intentaremos desligarnos de los antecedentes de la propuesta y analizarla como se merece. Detrás de esta idea (con la cual, ya lo adelanto, no estoy de acuerdo) hay unos miedos y unas preocupaciones bastante entendibles. El móvil con acceso a Internet ha supuesto un cambio enorme en nuestra dinámica social. Tenemos acceso inmediato a la mayor base de datos que ha construido el esfuerzo humano, a varias formas de comunicarnos con todos nuestros conocidos, a millones de memes y chistes, a información y opinión sobre todos los temas que existen y a la posibilidad de grabar vídeo y audio con una calidad que hace cincuenta años no estaba ni al alcance de profesionales.
Es lógico que todo eso cambie la forma en que nos comunicamos. La tecnología nos permea y nos da opciones. Si los nacidos en los ’80 tuvieron acceso a los primeros ordenadores personales y los de los ’90 pasamos nuestra adolescencia entre Messenger, foros y blogs, los chavales de los ’00 y los ’10 viven en un mundo donde la televisión es a la carta, el móvil es una extensión natural de la mano, hay varias pantallas por cabeza en casa y mandar un audio es más natural que hacer una llamada. No tiene mucho sentido indignarse o luchar contra ello.
Hace años yo objetaba a la expresión «nativos digitales». Me parecía un invento de señores mayores que no eran capaces de sintonizar la televisión: no me gustaba porque suponía en los jóvenes un conocimiento digital que no teníamos, al menos no de partida. Sin embargo, hoy es un término que me convence más, porque creo que sí capta nuestra relación con lo tecnológico. El nativo de un idioma se comunica en ese idioma, pero no sabe sus reglas salvo que le enseñen gramática. El nativo de una ciudad llega de manera eficiente de su casa al trabajo y del supermercado al cine, pero no tiene por qué conocerse sus hitos turísticos ni cuáles son sus hoteles.
Si entendemos que el nativo de algo es una persona que tiene un conocimiento superficial, práctico y asistemático de ese algo, entonces los nacidos de los ’90 para delante somos nativos digitales. Los niños y adolescentes necesitan que alguien les enseñe la «gramática» digital, igual que necesitan que les enseñen la de su lengua materna. Es eso a lo que se refieren todas esas menciones a la competencia digital que hay en las leyes educativas y en los planes de estudios, por cierto.
Estas dos profesoras han optado por el camino contrario. En vez de educar en competencia digital, prohibir los móviles. Porque ojo, no quieren que se impida su uso en el colegio o en el instituto, no: eso es algo que ya pueden hacer los centros educativos y que esta misma semana el Ministerio de Educación ha propuesto que se implante a nivel nacional. Ellas van más allá. Quieren que los menores de 16 tengan prohibida la mera tenencia y uso de dispositivos móviles, que sus padres no puedan comprárselos y que (supongo) se sancione a quien incumpla tan dura legislación.
¿Cuáles son los argumentos? Se pueden leer tanto en la noticia como en su Change.org. En primer lugar, mucha cháchara sobre la «adicción» al móvil. Esto es un tópico, un lugar común que no quiere decir nada. El móvil es una herramienta multifuncional: sirve para ver vídeos, para comunicarte, para jugar a videojuegos, para escribir… Si hace muchas cosas es lógico que se use mucho, y eso no quiere decir que haya una adicción (1). En todo caso, se podrá hablar de adicción a uno o varios de los comportamientos que se instrumentan por medio del aparato. Pero hablar de adicción al móvil es tan absurdo como decir que alguien es adicto a su navaja suiza porque la usa para abrir botellas, cortar embutidos y sacar tornillos.
Luego hay otra serie de argumentos sobre la perniciosa influencia de las pantallas en la concentración y la atención de los chavales. Es aquí donde siempre se cita «un estudio» sobre problemas del móvil, sin explicar cuál es, quiénes son los autores, qué mide ni cuál es la metodología. Y también hay hueco para la apreciación personal de las dos profesoras: «los adolescentes, en el aula, "desconectan" rápidamente si las instrucciones o explicaciones no son muy cortas, o si no hay un cambio constante de dinámica. Cada vez más tienen problemas para comprender lo que se les pide en un enunciado (…), a menudo porque no llegan a leerlo hasta el final, pues lo encuentran demasiado largo».
No voy a discutir sobre las percepciones personales de las autoras de la campaña ni a rebatir el estudio ignoto. Pero sí me llama la atención una cosa: que nada de lo que dicen es culpa de los móviles. Suponiendo que sea verdad que los adolescentes ahora se desconcentran más fácilmente o les es más difícil enfrentarse a textos largos (amén de otros perjuicios que suelen mencionarse en este debate, como el acceso muy temprano a porno), la razón estaría en Internet, no en el aparato que usamos para entrar en él.
Lo cierto es que puedo creerme que Internet ha propiciado mayor cultura de la inmediatez, algo que se agrava en su configuración actual (con muchas redes sociales y con predominio del vídeo sobre el texto) y que eso puede afectar a cerebros en formación. Pero la culpa no es del dispositivo. Este es un punto de acceso muy cómodo porque lo llevamos en el bolsillo y lo desbloqueamos con unos toques, pero, si se prohíbe, los niños y adolescentes seguirán teniendo ordenadores, portátiles y televisiones para entrar en TikTok o ver a sus youtubers favoritos hacer apología del fascismo. Sería como permitirles fumar y luego ilegalizar que compren mecheros.
Y ya que hablamos de fumar, un tercer bloque de argumentos es la comparación con las drogas legales. No lo dicen en la campaña, pero sí se menciona en otra noticia relacionada, sobre un grupo de papis que también están a favor de la prohibición: reclaman «un cambio en la legislación, como ocurrió con el tabaco y el alcohol». La razón es obvia: hoy en día no aceptaríamos que los progenitores, en su libertad educativa, dieran alcohol a sus hijos. Lo veríamos como un atentado a sus derechos y a su crecimiento. Y estos padres lo que esperan es un cambio legislativo y cultural similar.
La comparación es absurda, claro. El alcohol y el tabaco son venenos. Sí, también son mecanismos de socialización y marcadores de edad y de clase, pero, por encima de cualquier otra característica, son venenos. Algo con un enorme potencial adictivo y cuya única dosis segura es cero. Eso es lo que justifica prohibir su consumo por parte de personas en desarrollo. En cuanto a otras cosas a las que los menores tampoco pueden acceder legalmente, como el porno o las apuestas, la prohibición se justifica con ideas parecidas: no son venenos, pero el primero puede interferir de forma seria en el desarrollo sexual de los chavales y las segundas directamente están pensadas para ser adictivas.
¿Se aplica esta idea al móvil? Es obvio que no. El teléfono es una herramienta, algo que se puede usar bien o se puede usar mal, pero que, sobre todo, se puede emplear para muchas cosas. Ya he mencionado la versatilidad del aparato, pero quiero recalcarla: el móvil sirve para lo que tú quieres que sirva, y puede ser vehículo de comportamientos nocivos o adictivos tanto como ser un mecanismo de socialización, aprendizaje y crecimiento. Y si eso es así, tiene que prevalecer la libertad de las familias para criar a sus hijos como quieran, con más o menos pantallas: que el Estado intervenga con una prohibición arbitraria podría incluso ser inconstitucional.
Hay un último tema, que es el que va a hacer que esta campaña nunca llegue a cumplir sus objetivos, y es que está desconectada de la realidad. Es absurda. Prácticamente todos los adultos del mundo tenemos ya un móvil inteligente, y lo usamos para mil cosas. No podemos esperar que esos mismos adultos, cuando sean padres, se vayan a dedicar a impedir que sus hijos empleen una herramienta tan básica. En el improbable caso de que la idea llegara a ser ley, nadie la cumpliría. ¿Cómo vas a fiscalizar lo que hace la gente en su casa? ¿De verdad esperan que los policías se pongan a identificar y multar chavales por usar el teléfono en la calle? Venga, venga.
Tanto Internet como el móvil que le sirve de puerta de acceso son imprescindibles en 2023. Todo pasa por ahí. Los adolescentes tienen que aprender a utilizarlos, igual que tienen que aprender a usar los electrodomésticos de su casa. Pero para aprender a usar algo hay que, bueno, usarlo. Igual que la cárcel no sirve para enseñar a nadie cómo se vive en libertad (y por eso los programas de resocialización a lo más que pueden aspirar es a no desocializar demasiado), no puedes aprender el uso responsable de las TIC si no usas las TIC. Y eso incluye cometer errores.
Yo entiendo que la escuela pública
está saturada, que con ratios de 30 personas no es posible ponerse a explicar
la «gramática» de Internet y que la solución más fácil ante un problema es
pensar en prohibirlo. Pero también veo mucho pánico moral y mucha negativa a
entender que lo digital está para quedarse (tiene narices decir esto en 2023) y
ha cambiado la forma en que nos relacionamos. No la va a cambiar, no: ya la ha
cambiado. No va a retroceder y no lo vas a poder prohibir. O aprendes a vivir
en un mundo donde este cambio ya se ha producido o te hundes.
(1) Se viene batallita. Yo, como
niño de los ’90, no era adicto al móvil, sino al ordenador, al menos según creían
en mi casa. Intenté hacerles comprender que para mí el ordenador era lo que
para un adolescente de otra época eran el teléfono, la televisión, los deberes
y los juegos, todo a la vez. No hubo forma.
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Bastante de acuerdo con lo que señalas, pienso que sería una locura querer prohibir el móvil a los adolescentes, precisamente por lo que dices de que el móvi sirve para muchas cosas. Yo aunque uso bastante el móvil y ahora mismo escribo desde él, prefiero usar el ordenador porque me siento más cómodo. Probablemente la solución tampoco sea prohibir, por lo difícil de su control (como mínimo), pero si he oído que en niños muy pequeños (no digo en niños ya crecidos ni en adolescentes) un uso muy frecuente de pantallas puede hacer daño a su desarrollo cerebral. Si quieres pregunto de que fuente viene esa afirmación.
ResponderEliminarYo también prefiero el ordenador para casi todo. Es generacional, supongo.
EliminarSi es verdad que la exposición temprana de bebés a las pantallas causa daño en su desarrollo cerebral, probablemente sería más útil una buena campaña de información pública. Una prohibición sería imposible de hacer cumplir.
Completamente de acuerdo, sería como prohibir los libros por que causan adicción y sirven para aprender cualquier cosa, incluyendo cosas ilegales o poco éticas.
ResponderEliminarEso sí, lo de empezar con los ordenadores personales en la generación de los 80... *mueve la cabeza con gesto de desaprobación*
La generación nacida en los '80 era adolescente en los '90, que fue cuando los PCs desembarcaron en las casas. A eso me refiero.
EliminarIgual que he puesto Messenger como algo propio de los niños de los '90 cuando este programa de mensajería estuvo activo entre 1999 y 2013: lo usamos siendo adolescentes y adultos jóvenes.
Igual fui un poco precoz, pero nací en el 72 y el primer ordenador lo tuve en el 85. Evidentemente no era un PC, que apenas habían nacido, pero me enganchó lo suficiente como para dedicarme a las TIC y para haber tenido PC en cuanto la economía dio para ello.
EliminarY acabo de darme cuenta de que en el PC no tengo el usuario activo XDDDD
EliminarJAjajajaja. Igual un poco precoz fuiste :p
EliminarTexto interesante, pero sus dos principales argumentos me parecen claramente falaces o, cuando menos, muy débiles.
ResponderEliminarPor un lado, dice que el problema atencional radica en Internet, no en el aparato que usamos para entrar en él, como si fueran cosas separables y como si el problema atencional resultara ajeno a las posibilidades de acceso a Internet y la comunicación virtual, cuando el móvil, a diferencia del ordenador u otros dispositivos, puedes tenerlo siempre a mano vayas donde vayas y hagas lo que hagas, lo que permite que el problema atencional no tope con ninguna limitación espacio-temporal que sí tiene el ordenador.
Por otro lado, dice que una supuesta prohibición sería inútil porque no podría fiscalizar el uso del móvil en menores en ámbitos privados como el familiar. Por la misma regla de tres tildaríamos de inútil la prohibición de fumar o tomar alcohol en menores, dado que en algunas casas sus tutores les permiten incumplirla.
Quizá no haya entendido bien los argumentos pero, como digo, no me parecen demasiado sólidos y creo que el asunto merece más debate que el aquí planteado y que agradezco.
En relación a la primera parte, claro que son cosas separables. Una cosa es Internet y otra el concreto aparato que se usa para acceder al mismo. Aparte, Internet no es el único dispositivo móvil que tenemos. Hay tablets y hay portátiles, que son apenas un poco más engorrosos de usar que el teléfono. Pensar que el problema es el número de pulgadas es un poco iluso.
EliminarPero vaya, que aunque fuera verdad que el problema se deriva en exclusiva de los móviles, seguiría sin ser razón para que el Estado los prohibiera. ¿Tenemos un aparato que afecta gravemente a la concentración y lo que vamos a hacer es soltar a chavales de 16 años a usarlo sin preparación previa?
En relación al segundo comentario, lo primero es decir que no apuntas ni de lejos al "principal argumento" de esa parte del artículo, sino a una de las conclusiones de dicho argumento principal. ¿Y cuál es ese argumento? Que el móvil con Internet no es malo, sino una herramienta que se puede usar para el bien o para el mal. Y eso tiene muchas consecuencias. Una, que prohibirlo podría ser incluso inconstitucional. Y otra la que apuntas: aunque se prohibiera, la mayoría de padres harían caso omiso, al contrario de lo que hacen con alcohol, tabaco y apuestas. Porque estos sí son claramente peligros con consecuencias exclusivamente negativas, y el móvil no.