La educación concertada me repugna. Es un
problema de principios: no me parece bien que se dedique dinero de nuestros
impuestos a garantizar los beneficios de empresas privadas (muchas de las
cuales tienen además un marcado carácter adoctrinador) en vez de a mejorar un
sistema público que tiene una carencia de medios perpetua. Pero es que, más
allá de la cuestión ideológica, está el tema de las consecuencias prácticas.
El otro día leía a una profesora particular hablar sobre la diferencia entre los alumnos de la privada y los
de la pública. No es que la pública sea la panacea, claro, pero los alumnos de
la privada parecen estar en una extraña cámara de eco. En el caso concreto
mencionado, se trataba de que los de la privada ni siquiera conocían el
concepto “homofobia”. No es la primera vez que veo esta diferencia (yo mismo
tengo experiencia como profesor particular) o que amigos míos que sufrieron la
concertada me cuentan el cambio que fue pasar a la pública.
Esta anécdota me ha hecho volver a pensar
en el tema de la educación obligatoria. Al fin y al cabo, ¿por qué los Estados
democráticos instauran un servicio público consistente en una red de colegios e
institutos? ¿Por qué se regula la educación como un derecho fundamental? ¿Por
qué se establece la escolaridad obligatoria hasta los 16 años? A mi entender,
se buscan dos objetivos. El primero es la igualdad de oportunidades: debe
garantizarse que todo el mundo va a llegar a la edad adulta con una serie de
conocimientos necesarios para manejarse en la vida y para acceder a niveles
superiores de educación. El segundo es de cohesión social: se busca mostrar a
los estudiantes una serie de valores (libertad, igualdad, respeto, solidaridad,
civismo etc.) para mejorar la calidad democrática de la sociedad.
Esa y no otra es la función de la
educación pública: transmitir una serie básica de conocimientos y de valores
con el fin último de fomentar una ciudadanía igualitaria y democrática. Todo lo
que esté más allá de esto, es una excentricidad que el Estado no debería
asumir. ¿Quieres que tu criatura vaya al Colegio de los Padres Profesorios, que
es muy prestigioso? ¿Deseas que vaya a un instituto propiedad de una fundación
laica donde se aplica una metodología innovadora y sin deberes? Adelante, nadie
te lo impide: haz la matrícula. Pero si no puedes pagarlo, el Estado no tiene
la obligación de garantizártelo, igual que no tiene por qué garantizarte que tu
retoño reciba clases de parapente.
Se podría contraargumentar que el modelo
mixto (en el que conviven centros públicos y centros privados con concierto
económico) es simplemente otra forma de garantizar que todo el mundo reciba esa
formación mínima. Es lo que suelen decir los defensores del sistema español,
que salpican esta idea con la afirmación de que los concertados “ahorran
dinero” al Estado. Yo no voy a hablar del tema económico (1), sino de la idea
de que el modelo mixto es equivalente al público. Y lo voy a hacer teniendo en
cuenta la realidad española, en la que una abrumadora mayoría de colegios e institutos
concertados son de carácter religioso católico: se habla de un 63% del total de centros privados.
Por el lado de los conocimientos, es
obvio que no son los mismos los requisitos para acceder como profesor a la
enseñanza pública que a la privada. No hablo del Máster de Acceso al
Profesorado, sino de una oposición al final de la cual el profesor está
encuadrado en una especialidad que solo le permite dar determinadas materias.
En un centro privado, se contrata a quien quiere la dirección (sea mejor o peor
docente) y no hay nada que impida poner a un geólogo a dar la asignatura de
Física o, estirándolo mucho, la de Matemáticas. Sí, es cierto que hay centros
que lo hacen bien, pero nada impide que los que lo hacen mal sigan
considerándose colegios prestigiosos y merecedores de concierto.
Pero el principal problema que le veo a
la educación concertada no va por la pata de los conocimientos, sino por la de
los valores. Por decirlo mal y pronto, poner a curas y monjas a dirigir una
educación que pretenda impartir valores democráticos es una mala idea lo mires
por donde lo mires. Los centros católicos son lugares de adoctrinamiento: las órdenes religiosas no fundan colegios porque estén muy comprometidas con la educación, sino para captar vocaciones. El
efecto “cámara de eco” del que hablaba más arriba genera un entorno contraproducente para llevar a cabo una educación en valores. ¿Cómo vas a educar a nadie en el respeto al otro si estás en una institución
con una ideología oficial que aplasta cualquier discurso contradictorio? ¿De
qué manera van a aprender tus alumnos a tratar con la diversidad si en tus
aulas se tiende a la homogeneidad?
Porque esa es otra. Después de años en el
sistema mixto, parece que lo que está cristalizando es una educación en tres
niveles: las clases altas van a colegios privados sin concierto, la llamada
“clase media” (es decir, trabajadores con ínfulas) va a colegios privados con
concierto y los colegios públicos quedan para el resto. Hablo de inmigrantes,
hablo de hijos de familias con poco dinero, hablo de alumnado con necesidades
especiales y de todos esos estudiantes que, según una expresión que odio pero que se
repite mucho, “bajan el nivel” (2). La mayoría están en el sistema público
porque los concertados, como buenas empresas privadas que son, deciden a quiénes
quieren de clientes (3).
Así que no, ni en conocimientos ni en
transmisión de valores destaca la enseñanza concertada (4). Al final, el único
argumento que tienen sus defensores es ese presunto “derecho a elegir”, que se
interpreta como “derecho a que el Estado me subvencione el centro de mi
preferencia”. Y no, mira. La creación de una red paralela de centros
concertados es una decisión del legislador, mantenida más por razones
ideológicas que de eficiencia (hay mucha más concertada en comunidades “del PP”
que en comunidades “del PSOE), pero que podría suprimirse mañana
mismo sin que se vieran afectados los derechos de nadie. El derecho a elegir
centro es una facultad de configuración legal, que cede ante derechos
fundamentales como el de educación.
¿Y qué pasa con el derecho de los padres
a educar a sus hijos en sus propios valores morales y religiosos? Ese derecho
sí está en la Constitución, pero se suele hacer de él una
interpretación inflada: se hincha hasta convertirse en el derecho a que nadie
más que yo transmita valores morales a mi hijo. Así transformado, se usa como
arma para defenderse de una amplia variedad de materias, desde la educación
sexual hasta la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y es también la
base de la exigencia de que me paguen el colegio que yo quiera. Por supuesto,
en España la mayoría de padres son indiferentes en materia religiosa; solo esgrimen el derecho para poder sacar a sus hijos de la pública a bajo coste y
meterlos en centros donde no estén esos “alumnos que bajan el nivel”.
En realidad ese derecho no tiene esa
interpretación, claro. Si lo hinchas tanto se come todo lo demás. Los padres
pueden transmitir a su prole sus propios valores, de acuerdo, pero nada más.
Tienen que aceptar que no son los únicos actores en la formación ética de una
criatura en crecimiento, y también que la protección estatal que debe brindarse
a todo derecho no lo abarca todo. Si de verdad quieres darle a tu hijo una
formación moral católica, estoy seguro de que en tu parroquia te sabrán
orientar hacia recursos apropiados a tu situación económica. Pero exigir una
red de centros religiosos paralela a las instituciones públicas es pasarse.
Suprimir los conciertos educativos va
siendo una necesidad acuciante, antes de que cristalice esta tripartición
social de la que hablaba más arriba. Puede que históricamente sí que fueran
necesarios, dado el déficit de inversión que había en este tema, pero hoy en
día la educación pública está en condiciones de asumir a la totalidad del
alumnado. No tenemos ninguna necesidad de seguir subvencionando a proselitistas
religiosos y a empresarios de la educación: con ello no se garantiza ningún
derecho y sí se merma el más importante, el que debiera estar en el centro de
todo y sin el cual apenas se pueden ejercitar los demás: el derecho a una
educación de calidad.
(1) Aunque no me resisto a preguntarme de
dónde sale el ahorro. Es decir, si es verdad que el Estado paga una cantidad
menor en concepto de concierto de lo que pagaría si gestionara directamente ese
centro, ¿cómo repercute esta reducción en los salarios del personal y en los
gastos de mantenimiento? Sobre todo si tenemos en cuenta que el centro
concertado es una empresa que busca sacar beneficio.
(2) Según el artículo enlazado más
arriba, un escalofriante 82% de alumnos con necesidades especiales está en la
pública.
(3) La educación concertada es gratuita,
pero ya se encargan los colegios de que esa gratuidad no sea real: solicitudes
de aportaciones “voluntarias”, afiliaciones más o menos forzosas al AMPA,
uniformes que hay que comprar en un lugar determinado, etc. Se trata de una
forma eficaz y oculta de discriminar.
(4) No soy yo mucho de comparar países,
pero no puedo evitar pensar que si los mejores en calidad educativa apuestan
por la pública por algo será. Parece que, en Europa, solo Bélgica y Malta
tienen más porcentaje de alumnos que España en centros privados.
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Muy de acuerdo con la crítica a los concertados. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que, a día de hoy, el sistema educativo busque enseñar valores democráticos. Mi opinión es que el sistema educativo busca producir borregos, gente incapaz de pensar por sí misma y con poquita cultura.
ResponderEliminarUn saludo.
P.D. Las notas al pie son cómodas en papel, pero muy incómodas en pantalla. Si al menos pudieras ponerlas con enlaces, como en la Wikipedia, sería de mucha ayuda.
A ver, una cosa son los ideales y otra la práctica, sobre todo después de sucesivas reformas educativas xD
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