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lunes, 30 de noviembre de 2015

Monogamia de vacas y "praos"

Uno de los principales problemas que tiene el rechazar la monogamia es que, de repente, careces de referentes. En la ficción que consumes (libros, películas, canciones) todas las relaciones son monógamas, los cuernos son recursos de trama y siempre se sufre mucho porque no se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco. Y qué decir si hablamos de personas reales. Los famosos de la tele son monógamos, los políticos son monógamos, tus parientes son monógamos, tus amigos son monógamos… ¡todo el mundo es monógamo!

Con la posible excepción del papa.

Esta falta de referentes hace que, para la gente no monógama, sea habitual reunirse para hablar de relaciones. Encuentros mensuales como las Policañas, convenciones anuales como la Opencon y convocatorias más pequeñas. Yo ahora mismo estoy en un grupo de lectura donde estamos comentando Opening Up, por ejemplo. Y fue en ese grupo de lectura, al tratar del capítulo dedicado a las razones por las cuales la gente escoge la no monogamia, donde una compañera expuso el argumento siguiente.

La idea de que una pareja es alguien que tiene que llenarte, que complementarte, que cubrir todas tus carencias, es en realidad una idea bastante nueva. Antes las decisiones de casarse eran mucho más pragmáticas: “tu familia tiene vacas, la mía tiene praos, vamos a casarnos”. Por supuesto cada caso sería un mundo, pero el enfoque era diferente al que tenemos ahora: las personas tenían más en cuenta la trascendencia social de sus actos. Casarse no era algo que afectara sólo a los cónyuges, sino también a sus estirpes. Estaba en juego el patrimonio familiar.

[Evidentemente hablo de casos donde había patrimonio que transmitir, y esta precisión se hizo también en el debate: las parejas pobres tenían aquí más libertad que las ricas.]

Por supuesto, entender la monogamia como una institución para recibir, acrecentar y transmitir los bienes de la familia no es precisamente algo novedoso. Pero lo que aquí interesaba eran los efectos psicológicos de esta forma de ver las cosas. Si el matrimonio es una especie de sociedad para conservar y aumentar el patrimonio familiar, para conseguir más vacas y más praos, el enfoque que se le da es distinto. No se supone que tu cónyuge tenga que complementarte en todos los aspectos de su vida, y de hecho lo normal es que no lo haga (1). Vale que un cierto acuerdo entre cónyuges, algún nivel de entendimiento y de amor, es deseable y debe buscarse. Pero no es imprescindible, y desde luego no tiene por qué estar ahí desde el principio: al fin y al cabo el roce hace el cariño, ¿no?

Pero pasa el tiempo y la perspectiva cambia. Llegamos a mediados del siglo XX, aparece con fuerza la clase media y el tema de la transmisión del patrimonio pasa a un segundo plano. La monogamia deja de tener el sentido que había tenido tradicionalmente y es necesario buscarle otro. ¿Cuál? Pues, en tiempos de individualismo, la justificación de la monogamia debe ser individualista: que tu pareja cubre tus necesidades, te complementa, te completa. Te satisface. Vuestra unión no tiene más sentido que satisfaceros y, si no lo hace, si no llena todas las facetas de tu vida… es que algo no va del todo bien, ¿verdad?

La persona que desarrollaba este argumento terminó diciendo que casi estaba más de acuerdo con la monogamia “de vacas y praos” que con la versión individualista. Estoy de acuerdo con ella, y por las mismas razones: la justificación actual del sistema monógamo es demasiado egoísta, exige demasiado trabajo emocional y facilita los vínculos de dependencia. Me parece preferible un arreglo pactado por los padres de los cónyuges que un mundo donde se le exija a cualquier persona complementar a otra, con todo lo que ello significa.

No me malinterpretéis, no quiero volver a los matrimonios concertados. El tiempo avanza y es bueno que lo haga. Me parece genial que se considere que las uniones románticas existen para dar felicidad a las personas implicadas y no para servir a los intereses económicos de las estirpes de ambas. Simplemente cuestiono que, en este entorno, siga teniendo sentido un sistema social nacido para asegurar la transmisión del patrimonio familiar.

¿Emparejarse es sólo un medio para procurarnos felicidad? Correcto, lo acepto y lo creo. Pero entonces, ¿por qué no emparejarnos con todas las personas que nos hagan felices? Creo que ésa es la pregunta fundamental, y salvo que el sistema social monógamo encuentre una respuesta convincente, le auguro un futuro negro. Y no voy a ser yo el que lo lamente.







(1) Pienso en las novelas de Galdós, por ejemplo, donde los hombres y las mujeres tienen siempre aficiones separadas y no hay entretenimientos mixtos. Pero no hace falta irse tan lejos: que tu padre se vaya al bar y tu madre a la peluquería, ambos a socializar y a estar con sus colegas, es una herencia de lo mismo.

viernes, 27 de noviembre de 2015

El problema de Monty Hall

Imagina que vas a un concurso de televisión. En la última prueba te enseñan tres puertas cerradas. Detrás de una de ellas hay un coche, que es el gran premio del programa. Detrás de las otras dos  puertas hay cabras, que son premios de broma. El presentador te pide que elijas una de las puertas y tú lo haces, pero después pasa algo más. El presentador, que sabe qué es lo que hay detrás de cada puerta, abre una de las dos que quedan y te enseña una de las cabras. Entonces te pregunta: ¿te quedas con la puerta que elegiste originalmente o cambias a la que queda sin abrir? La pregunta es ¿qué te conviene hacer?

Ante este enunciado, conocido como el problema de Monty Hall, lo primero que se suele hacer es dar la que yo llamo la solución intuitiva: “si quedan dos puertas, ¿qué más da cuál escojamos? Las dos tienen la misma probabilidad. Da igual cambiar que no cambiar”. Si has dado esta solución no te preocupes: has fallado (como veremos abajo) pero grandes mentes han fallado contigo.

El problema de Monty Hall es uno de mis acertijos favoritos, por dos razones. La primera es por todas las circunstancias que rodean su publicación. El problema se hizo famoso en 1990, cuando Marilyn vos Savant, supuestamente la persona con mayor coeficiente intelectual del mundo, lo recibió por correo. Savant tenía una columna de opinión en la revista Parade donde respondía preguntas matemáticas que le habían formulado los lectores. Publicó el problema con la respuesta correcta (es más conveniente cambiar de puerta)… y la que se armó.

Más de diez mil respuestas diciendo que estaba equivocada. Muchas de las cartas venían de profesores y doctores universitarios. Las cuatro columnas que Savant dedicó al problema pueden encontrarse en su sitio web, con algunas de las cartas más notorias. La mayoría rebosan paternalismo (“deja que te explique”, “coge un manual básico de matemáticas”, “no ves tu error aunque te han corregido al menos tres matemáticos”), son hostiles (“ya hay bastante analfabetismo matemático en este país y no necesitamos que la persona con el mayor CI del mundo propague más. ¡Vergüenza debería darte!”) o provienen directamente de la caverna (“quizás las mujeres ven los problemas matemáticos de forma diferente que los hombres”).

Esta es la primera razón por la cual me encanta este problema: porque destapó el machismo y el clasismo de parte de la comunidad académica. Machismo y clasismo, porque Savant no sólo era mujer sino también pobre e hija de inmigrantes, razón por la cual no había podido cursar estudios formales de matemáticas. Yo soy muy mío para mis cosas y me ha dado por pensar que, si Savant hubiera sido un hombre de la academia, todos los señores listísimos que escribieron indignados se lo habrían pensado dos veces antes de tomar el bolígrafo y, aunque al final hubieran escrito, no lo habrían hecho con tanta condescendencia y agresividad.

La segunda razón por la que me gusta este problema es porque me ha costado mucho entenderlo. Yo aceptaba, casi como artículo de fe, la solución correcta (conviene cambiar de puerta), pero no era capaz de entenderla. Sé que no soy la única persona a la que le pasa: tengo algunos conocidos que han leído varias formas distintas de explicar el problema y no les entra en la cabeza. Así que voy a probar yo, a ver si tengo más suerte.

Pero lo primero es lo primero: aquí puedes jugar al problema de forma interactiva. Compruébalo tú mismo, y mira qué porcentaje de veces ganas cuando cambias y qué porcentaje de veces ganas cuando te mantienes. Hazlo hasta que te convenzas de que ambas soluciones (cambiar y no cambiar) no son idénticas y, por tanto, no es irrelevante cuál escojas. Venga, aquí te espero.

¿Ya? Bien, quizás te estés preguntando: ¿por qué pasa esto? ¿No hay dos puertas y, por tanto, una probabilidad del 50% para cada una? ¿Cómo es que cambiar de puerta aumenta tus probabilidades de ganar? Voy a responder: el quid de la cuestión está en darse cuenta de que el presentador, cuando abre una de las puertas, está añadiendo información al problema. ¿Qué información? Vamos a verlo:

Antes de que el presentador abra la puerta, cambiar te da, efectivamente, lo mismo. No sabes qué efectos tendrá un cambio y todas las probabilidades son iguales:
  • Si inicialmente elegiste la puerta del coche (prob. = 1/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con cabra, con lo cual pierdes.
  • Pero si inicialmente elegiste una puerta con cabra (prob. = 2/3), cambiar puede llevarte a la otra puerta con cabra (la mitad de las veces, es decir, 1/3), con lo cual pierdes igual, o a la puerta con coche (la otra mitad de las veces, es decir, 1/3), con lo cual ganas.

En este caso cambiar de puerta es como hacer la elección original: dos de cada tres veces acabarás ante una cabra sin que puedas hacer nada para evitarlo.

Pero después de que el presentador abra la puerta, ya sabes qué efecto tendrá tu cambio: como ahora sólo queda una puerta con cabra y una puerta con coche, ya no existe la probabilidad de quedarte igual (pasar de cabra a cabra), sino que necesariamente la segunda puerta contiene un premio distinto al que hay tras la puerta que escogiste en primer lugar. Es decir:
  • Si inicialmente elegiste la puerta del coche (prob. = 1/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con cabra, como la otra vez.
  • Pero si inicialmente elegiste una puerta con cabra (prob. = 2/3), cambiar te llevará necesariamente a una puerta con coche.


¿Qué es más probable, que tras la primera elección estés ante una puerta con cabra o ante una puerta con coche? Acabamos de verlo: ante una puerta con cabra, porque hay dos de tres. La acción del presentador te permite “darle la vuelta” a esa probabilidad: las probabilidades de que en la primera elección hayas seleccionado una puerta perdedora se convierten en probabilidades de ganar, y viceversa. Ése es el truco del problema.

¿Aún no lo entiendes? Quizás verlo gráficamente te ayude. Échale un ojo a esta imagen del sitio Estadística para Todos: podrás comprobar cómo, dos de cada tres veces que cambias, ganas.

El problema de Monty Hall es, como acabamos de ver, contraintuitivo. Nos cuesta aceptar que si hay dos puertas, una con un coche y otra con una cabra, las probabilidades de escoger una u otra no sean iguales. Es ese carácter contraintuitivo el que, a mi juicio, provoca que cueste entender la explicación o incluso que la gente se encastille o se enfade cuando se le intenta explicar la solución correcta. Supongo que eso tuvo un papel en el caso de Vos Savant: ¿una mujer pobre e hija de inmigrantes dando una respuesta distinta a la que he dado yo después de mirar el enunciado de forma superficial? ¡Tiene que estar equivocada!

Pero resultó que no lo estaba. Marilyn vos Savant tenía razón y convenció de ello a los airados académicos, que tuvieron que envainarse sus palabras y ceder ante la frialdad de la demostración matemática.

Y por eso me encanta el problema de Monty Hall.




miércoles, 25 de noviembre de 2015

Secuestrar a Dios

Lo bueno de meterte con la Iglesia es que su cabreo te hace la campaña de publicidad gratis y eso, quieras que no, siempre ayuda. Eso debe haber pensado Abel Azcona. En su última exposición, este artista ha colocado una pieza llamada Amén: una serie de fotos de él mismo formando la palabra “pederastia” con 242 hostias consagradas, que supuestamente ha cogido de 242 misas a las que asistió en Madrid y Pamplona.

La reacción ha sido de órdago. Pintadas, ataques al edificio que alberga la muestra, recogidas de firmas en Change.org, rezos en la puerta, manifestaciones multitudinarias de al menos 20 personas, el alcalde de Bildu poniéndose de parte de los curas… un pitote de padre y muy señor mío. Además, los cristianos ofendidos ni siquiera tienen el comodín de la envidia de fatwa, porque resulta que este artista también tiene obras metiéndose con el Islam. Así que recurren a su segundo comodín favorito: los argumentos pseudojurídicos.

El más alucinante de todos, que he visto sostener muy seriamente a varios tuiteros (por ejemplo a éste) o en algunos medios tan alucinantes como éste, es el de que Dios está secuestrado por Abel Azcona. Sí, lo he dicho bien: secuestrado. Desmontar este argumento sería muy fácil acudiendo a la socorrida idea de que los personajes de ficción no pueden ser secuestrados, pero juguemos a su juego. Admitamos, a efectos del argumento, que el dios católico existe y que Abel Azcona lo tiene secuestrado. Esto quiere decir que Dios está ahora mismo privado de libertad.

Es una idea inquietante, sobre todo porque quiere decir que, ahora mismo, cada vez que un sacerdote consagra una hostia no pasa nada. El milagro de la transubstanciación no está ocurriendo. Si Dios está secuestrado, los fieles no están comulgando con la carne de Cristo, sino con mera oblea. Realmente es muy grave.

Sin embargo, estas afirmaciones plantean interrogantes sobre la consumación del tipo. Abel Azcona usó 242 hostias para su exposición: el secuestro, ¿cuándo se consumó? ¿Con la primera, con la última o con alguna entre medias? ¿De cuántas hostias consagradas hay que apoderarse para que se considere que has secuestrado a Dios? De hecho, ¿cómo secuestras a Dios? ¿Cómo privas de libertad a un ser que es omnipresente? No puedes, es imposible: por ello, los actos destinados a ello pueden ser considerados tentativa inidónea (1). Y la tentativa inidónea es impune en nuestro Derecho (artículo 16.1 CPE, a contrario), por lo que Azcona no debe temer una denuncia por secuestro.

También se ha hablado de robo o, más propiamente, de hurto. Esta acusación tampoco puede ir muy lejos: si dice la verdad, Azcona se ha limitado a guardarse en el bolsillo las hostias que le dieron en las misas. Aquí parece que lo importante es bajo qué título le dieron esas obleas: ¿se trataba de una donación (es decir, algo que le trasladaba la propiedad) o de otra cosa? La verdad, no sé si alguien se ha hecho alguna vez esa pregunta, pero a mí, si alguien me da un objeto y no me dice que tengo que devolverlo, sino que es evidente que se espera de mí que lo consuma en el momento, asumo que me lo están regalando. Descartada pues la hipótesis del robo.

He leído también por ahí que, al fingir comulgar, Azcona engañó al cura y que eso es un delito de estafa. Diré simplemente que la estafa se tipifica para proteger el patrimonio, y que por tanto no procede cuando el valor del bien estafado es muy pequeño. Así, se castiga el engañar a alguien para que “realice un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno” (artículo 248 CPE) y aquí no hay perjuicio porque el valor económico de la hostia es nimio.

Finalmente, los de Abogados Cristianos van a querellarse por profanación. Son unos tipos curiosos estos Abogados Cristianos: empeñados en que el derecho español del siglo XXI sirva para proteger unas concepciones sociopolíticas más propias del XVIII, no se les conoce procedimiento alguno que hayan ganado. Sin embargo, con más moral que el Alcoyano, lo siguen intentando. Y así tenemos lo de la querella por profanación.

El delito de profanación está recogido en el artículo 524 CPE y para consumarse debe realizarse en templo o en lugar destinado al culto. Es decir, que escribir “pederastia” con hostias consagradas no es profanación: lo será, en todo caso, el hecho de meterse la oblea en el bolsillo. Esto plantea dos preguntas. La primera: según la RAE, “profanar” es “tratar algo sagrado sin el debido respeto”. ¿Entra en esta definición el coger la hostia y llevársela en la chaqueta? Un católico diría que sí, pero un juez no puede adoptar esa opinión: llevar algo en el bolsillo es un acto más bien neutro. Y la segunda: para saber que estas hostias están realmente consagradas sólo tenemos la palabra de Azcona. Podrían ser simples obleas normales, sin nada de Dios. En estas condiciones, ¿qué clase de prueba pericial sería necesaria para determinar si hay o no hay transubstanciación?

Además, y aunque se superaran estas dificultades, falta probar el elemento intencional: la profanación debe hacerse “para ofender”, y la jurisprudencia tiene dicho de forma reiterada que si la finalidad era criticar o bromear el acto es lícito aunque pueda ofender. Este elemento intencional, por cierto, también se exige para castigar por el delito de escarnio (el escarnio es algo parecido a la blasfemia: consiste en reírse de los dogmas y ritos de una religión), y es el que va a permitir que Abel Azcona salga libre de todo cargo.

La verdad es que estos intentos siempre me han hecho mucha gracia. Cierto sector de la Iglesia no acepta que el hecho de que sus símbolos se resignifiquen, se empleen para denunciar las prácticas delictivas de su jerarquía o sean objeto de burla no es un ataque a sus derechos, y mucho menos cuando no son objeto de ninguna discriminación real. La libertad religiosa no son los sentimientos religiosos: la primera debe estar protegida por la ley; los segundos no.








       (1) La tentativa inidónea existe cuando intentas cometer un delito por medios que objetivamente no permiten obtener ese resultado, por ejemplo asesinar a alguien mediante vudú.

viernes, 20 de noviembre de 2015

La épica del trabajo asalariado

Cada vez que alguien de izquierdas exige mejoras laborales recibe una respuesta automática: “eres un vago que no quieres trabajar”. Al principio yo lo negaba: “no, eso es mentira, sí queremos trabajar, pero queremos hacerlo en condiciones dignas”. Pero ahora lo asumo. Tienes razón, persona de derechas: no quiero trabajar para ningún empresario, por muy buenas que sean las condiciones que me ofrezca. ¿Y sabes qué? Que tú tampoco. Porque el trabajo asalariado es asqueroso. Intrigas y traiciones por cuatro duros, gritos y humillación de jefecillos, conversaciones banales frente a la máquina de café y cansancio permanente… eso en el caso de que se cumpla la ley, los horarios sean decentes y paguen adecuadamente.

Nos hemos creado una épica alrededor del trabajo asalariado que no es ni medio normal. Puede comprenderse: necesitamos un sueldo para vivir y, como no queremos conformarnos con ese pensamiento tan prosaico, lo mitificamos y dotamos de un aura positiva al acto de ir a trabajar. Trabajar es bueno. Hay que ser laborioso y cumplir con tu trabajo. Quédate hasta que se vaya el jefe, que se va a mirar mal. El trabajo dignifica. Éste es un vago, todo el día con el cafelito. Y así sucesivamente, en una espiral de tópicos que son, por cierto, muy útiles para culpar a los parados de su situación: si el trabajo es lo que dignifica, el que no trabaja no es digno, no se merece nada y, como diría Andrea Fabra, que se joda (1).

Quizás la parte que más me gusta de esa épica es cuando los empresarios la interiorizan. A ellos les viene bien, claro, porque facilita que los trabajadores sean dóciles, le echen más horas y empaticen con sus decisiones injustas. Es entonces cuando tenemos el coaching, las sesiones de fomento del trabajo en equipo y las cenas de empresa. Y es también cuando tenemos la maravillosa pregunta en entrevistas de trabajo: “y… ¿por qué decidiste mandarnos el currículum?” A lo cual uno quiere responder “pues porque necesito dinero, ¿por qué va a ser?”

¿Te ha hecho gracia la respuesta? Sí, ¿no? ¡Qué locura! ¿Cómo vas a responder eso? Es casi una falta de respeto, una bordería, y garantiza que no te contraten. Es mucho más educado mentir y decir que su jornada falsa de 8 horas, sus 900 € de salario y sus requisitos hinchados son exactamente lo que estás buscando en este momento de tu vida laboral. A ser posible sin que se te note la ironía. Pero pensémoslo por un momento: ¿exactamente por qué tenemos que justificar que hayamos elegido una empresa por encima de otra? ¿Qué les importa a ellas, siempre que cumplamos con nuestras horas y con nuestro contrato?

Pero resulta que a las empresas les importan muchas cosas. Por ejemplo, el contenido de nuestro Facebook o Twitter. No es conspiranoia, es simple lógica de mercado: si yo fuera un empresario y pudiera mirar por un agujerito las opiniones personales de las personas que trabajan para mí o a las que voy a contratar también lo haría. No sea que se me cuelen sindicalistas, activistas de toda laya o personas a las que les gusta salir de fiesta más de lo que mis prejuicios morales consideran apropiado. Esto parece una tontería, pero ya es un límite arbitrario a tu libertad: o conviertes tus cuentas en redes sociales en algo neutro e inocente o te haces una cuenta B para despotricar a gusto.

Bueno, has escondido tus redes sociales y has conseguido que te contraten. ¿Y ahora? Ahora prepárate para que todas tus relaciones significativas sufran. Te vas a tirar más de diez horas al día en un centro de trabajo con personas a las que no conoces de nada, con las que probablemente no te una nada pero a las que vas a tener que tratar. Entonces se produce el fenómeno: aparecen los “amigos del trabajo”. No son amigos de verdad, conocidos en el trabajo como podrías haberlos conocido en Internet o en un bar. No, es un concepto que quiere decir: “gente con la que quedo a tomar cervezas después de currar y con la que, como no tengo nada en común, hablo de lo único que nos une: el trabajo”.

Y no quieras salir de ese círculo. Como no vayas a las quedadas del trabajo, aunque no ofendas ni insultes a nadie, te va a caer el mote de asocial sí o sí. Lo cual es muy divertido, porque es posible que te hayas ido a una fiesta, a jugar a rol, a un bar con tus amigos de verdad o a comer helados con tu pareja. Pero no. Asocial. Porque, como ya he escrito alguna vez, la gente considera una virtud que trates de integrarte entre gente que no te llena o que te da igual en vez de hacer las cosas que te gustan.

Aunque claro, también es probable que después del trabajo no tengas tiempo ni ganas para nada porque te hayas tirado doce horas en una oficina. Con lo cual ni amigos del trabajo ni nada: a casa a dormir. Y no quieran los dioses que necesites comprar la cena, porque ya estará todo cerrado. O no: a horarios maratonianos en oficinas y despachos siguen de cerca horarios cuasi-24 horas en supermercados y tiendas, porque hacer la compra un domingo por la mañana o un miércoles a las 21:15 es la única opción para algunas personas.

Cuando alguien se queja de todo lo anterior le suelen venir con una solución simple de las que más me gustan: “pues cambia de trabajo, haz algo que te guste”. Lo cual, además de ser imposible para mucha gente, es un regalo envenenado. Pongamos que a mí me gusta mucho, yo qué sé, ordenar. Me priva que todo a mi alrededor esté colocado, las cosas en carpetitas de colores y los horarios perfectamente tabulados. Así que me consigo un trabajo de secretario. ¿Van a desaparecer las jornadas absurdas, los atascos, los jefes gritones y arbitrarios, los compañeros trepas, los incumplimientos reiterados de la ley y el convenio y las mil y una pequeñas miserias que hacen que ir a trabajar sea una experiencia muy desagradable? No, y casi que ahora es peor, porque me van a joder mi pasión.

Ojo, yo no estoy diciendo que el ser humano sea naturalmente vago. Al contrario: muchas personas disfrutamos produciendo cosas para quienes nos rodean, sean bienes (pan, repostería, comida salada), servicios (arreglar una cañería, llevar un caso legal interesante) o materia de ocio (programar un videojuego, cantar, escribir, hacer un podcast), y es maravilloso que lo hagamos. Pero el sistema capitalista no es un buen sitio para hacerlo. Porque trabajar por un salario es desagradable y fastidioso, incluso deshumanizante… pero sin embargo se asocia a valores positivos y se vende como un deber.

¿Y qué propongo yo a cambio? Contra la épica del trabajo, la de la vagancia. Lo digo así: ya que tenemos que trabajar para ganarnos la vida (asquerosa expresión), al menos no nos creamos el discurso. Tengamos en cuenta cuáles son las cosas importantes de la vida, y no le demos al trabajo asalariado más de la que tiene. Peleemos, aparte de porque las condiciones laborales sean dignas, porque no se extiendan hasta ocupar el 100% de nuestro tiempo, que es lo que pasa si no hacemos nada. Defendamos nuestra intimidad y nuestro derecho a tocarnos las narices.

Termino con una anécdota: en un tebeo de Ibáñez sale un tipo que va a currar en su coche y dice lo siguiente: “Hala, andando p’al trabajo, que enaltece, dignifica y deja hecho un estropajo”. Luego supongo que Mortadelo le pasa por encima disfrazado de hipopótamo o algo así, pero recuerdo que lo leí de pequeño y me quedé con la frase. Qué razón tenía. Qué razón.


[ADDENDA 21/11/2015, 10:48. Alguno textos chulos sobre lo malo que es trabajar que me han dejado en los comentarios:


¡Gracias!]






(1) Por cierto, que es interesante ver que muchos parados responden desde esta misma lógica, diciendo eso de “no pido caridad, cobro el paro porque me lo gané cuando trabajaba”.


lunes, 9 de noviembre de 2015

Provocaciones el 7-N

Este fin de semana se celebró en Madrid una macromanifestación contra la violencia machista. El esfuerzo logístico, que llevaba gestándose desde marzo, cristalizó el pasado sábado en forma de autobuses que trajeron a feministas de todos los puntos de España, distribución de comida vegana en okupas de la capital y, sobre todo, en una gigantesca marcha que colapsó Madrid durante horas. Yo asistí y fue genial: miles de mujeres gritando, vindicando, luchando, en un ambiente de camaradería y amistad indescriptible. No es que fuera una ocasión festiva, pero sí se respiraba alegría por estar en la primera marcha estatal contra la violencia de género. Era, de alguna manera, un hito histórico.

Y luego estuvo aquello.

Lo vi cuando entrábamos en Cibeles: un grupito de personas que sostenían una pancarta que ponía “La violencia no tiene género” y varios carteles menores de “Ni machismo ni hembrismo”, “Contra todas las violencias” y demás mierda MRA. Lo primero que me llamó la atención fue que eran muy pocas: había más policía rodeándolas que gente tras la pancarta. Lo segundo fue el logo de GenMad, una de estas plataformas residuales de “denunciados en falso” por violencia de género. Lo tercero es que todas las personas tras la pancarta eran mujeres.

“Qué extraño…” pensé. “¿Por qué sólo mujeres? ¿Es que los hombres de GenMad tenían todos lío hoy o qué?” Pero luego lo vi claro. Me resulta tan horrible pensar algo así que hasta me cuesta escribirlo, pero mi hipótesis es que ese piquete no era más que un intento de provocar a las manifestantes para que alguna perdiera los nervios. El objetivo, muy simple: conseguir la foto de “feminista exaltada agrediendo a pacífica mujer que se manifiesta contra la violencia”. Por eso todas las del piquete tenían que ser mujeres: porque la imagen sólo es efectiva si se ve a una feminista atacando a una mujer. Esa simbología no se le escapa a nadie, y es una suerte que no se produjera.

Posteriormente los de VOX, formación política que amparaba al piquete, han intentado aún en redes sociales sacar rédito del intento. Para empezar, varios preguntaban por qué una pancarta contra la violencia es una provocación. La respuesta es simple: no era una pancarta “contra la violencia”. La pancarta lo que hacía era negar que la violencia tuviera género, es decir, negar la necesidad de políticas específicas contra la violencia machista, que era precisamente la reclamación de la manifestación. Por tanto había una confrontación frontal entre el lema del piquete y el de los manifestantes.

Pero es que además, no fue sólo la pancarta. El plante en Cibeles fue el final de una larga mañana que dedicaron a buscar las cosquillas de los manifestantes. Para empezar, se pusieron a gritar lemas pro-custodia compartida en el homenaje silencioso a las víctimas de violencia de género, lo cual es una falta de respeto obvia e innegable. Posteriormente gritaron el lema de su pancarta mientras Ángela González (una mujer que perdió a su hija a manos de su ex marido, que la asesinó durante el régimen de visitas) leía el manifiesto en acto de apertura de la marcha.

Para terminar, trataron de colocarse en la cabecera de la manifestación, y si pretender encabezar una marcha con una pancarta contraria a las reclamaciones de la misma no es provocar, que alguien me diga qué lo es. Aun así no fueron agredidas (sólo abucheadas), pero obviamente la organización avisó a la Policía y las expulsó. Fue entonces cuando las vi yo, ya escoltadas por agentes y apartadas de la corriente principal de la marcha. En esos momentos ya no eran más que carne de meme, por suerte. Pero su actuación previa fue asquerosa y provocadora.

Es eso, el relato completo de esa actuación coherente y destinada a fastidiar una manifestación, junto con el hecho de que sólo fueran mujeres, lo que me hace pensar que buscaban la foto. Y me hierve la sangre en las venas porque lo considero extremadamente rastrero y manipulador, pero no le encuentro otra explicación. Sabían que iban a enfrentarse a las manifestantes, y sabían que en un momento dado alguien iba a responder con violencia a su intromisión. La única conclusión plausible es que querían dicha respuesta. Y, reitero, la carga simbólica de “feminista agrediendo a mujer” no es la misma que la de “feminista agrediendo a un hombre”.

De lo anterior me quedo con varias cosas. En primer lugar, que los de Vox no consideran que ir a una manifestación con una pancarta que choca contra los objetivos de la misma sea provocar, lo cual abre un amplio abanico de posibilidades para acudir a las concentraciones de este partido político. En segundo lugar, que, como ya he comentado alguna vez, la llamada “buena educación” no es más que un instrumento de control social: tú puedes ir a reventar una manifestación que, salvo que lo hagas tirándoles piedras, no se te va a considerar violento a ti sino a los manifestantes que, cabreados, te abucheen.

Y, finalmente, lo que queda es un sentimiento de orgullo. Pese a las provocaciones, las piqueteras no fueron agredidas (insisto: sí abucheadas) y, sobre todo, no pudieron impedir ni empañar una manifestación que tenía algo de demostración de fuerza. En estos tiempos de crisis, donde parece que lo único que importa es lo económico, decenas de miles de gargantas dijeron “¡NO!” a la violencia machista y le lanzaron un guante al Estado y a la sociedad. ¿Hubo gente que pretendió impedirlo? Siempre la hay, siempre la ha habido y siempre la habrá. Pero a la larga nunca han sido capaces de contener los avances sociales, tanto en leyes como en costumbres.

 Con eso me quedo del 7 de noviembre de 2015.



jueves, 5 de noviembre de 2015

La ley de la solución simple

“Vaya, ¿así que tienes depresión? ¡Anímate y sonríe!”

“Las maltratadas lo que tienen que hacer es largarse a la primera señal”.

“Ya, estar en paro es una mierda. ¿Por qué no emprendes?”

“Estar gordo afecta a tu salud. Deberías comer menos y hacer más ejercicio, verás como bajas kilos”.

Os suenan, ¿eh? Todos las hemos escuchado. Frases banales, evidentes, que a cualquiera se le ocurrirían, y que sin embargo aspiran a solucionar problemas muy complicados. Pensemos en la violencia de género. Pedirle a una víctima de violencia de género que no se quede junto a su maltratador es como el consejo obvio, ¿no? No te quedes al lado de quien te destroza. Y sin embargo, pese a ser tan claro, las mujeres que sufren maltrato no lo siguen. ¿Qué está pasando ahí?

Con estas frases pasa un fenómeno muy curioso. La gente las suelta, a veces precedidas por un anuncio tipo “esto es muy fácil” y acompañadas por una expresión de autocomplacencia. Esta clase de simplicidades caen como un jarro de agua fría en cualquier discusión informada. Y lo peor es que cuando son ignoradas (en el mejor de los casos) o contradichas (en el peor), la persona que las ha soltado se enfada. ¡Encima de que aporta soluciones!

Así que, pensando en todas las personas que creen haber encontrado la panacea a los problemas del mundo, voy a atreverme a anunciar una nueva ley de Internet: la Ley de la Solución Simple. Dice así:

Si tienes una solución simple y evidente a un problema que sufren miles de personas por todo el mundo es que no entiendes el problema.

Demostración de la ley: si un problema lo sufren miles de personas en todo el mundo (depresión, violencia de género, desempleo, obesidad), es plausible afirmar que la mayoría de ellas están descontentas y enfadadas con esa situación y que desean salir de ella. Para ello analizan su situación y piensan en soluciones. Las respuestas obvias se les ocurrirán inmediatamente, por lo que si no las aplican es porque no son aplicables, y si tú las enarbolas es porque realmente no entiendes el problema. Q.E.D.

Dar esta clase de soluciones banales no sólo es malentender el problema: es minusvalorar a las personas que lo sufren, infantilizarlas de algún modo. ¿Por qué? Porque si las das es porque piensas que la primera cosa que se te ha venido a la cabeza al oír hablar del problema pasa por encima de su experiencia. O, en otras palabras, te crees más listo que esas personas, hasta el punto de dar como solución cualquier cosa, como si ellas no hubieran valorado y descartado ya esa simpleza una docena de veces.

Las soluciones simples también facilitan culpar a la víctima de lo que le está pasando. Si dejar de sufrir maltrato es tan sencillo como largarte del lado del maltratador, las maltratadas que no lo hacen… pues tan maltratadas no serán, ¿no? Es el reverso de la moneda. En realidad tiene lógica: si identificamos una forma fácil de solucionar un problema, no vamos a dedicar tiempo a quien prefiere no seguirla. Con las soluciones simples puedo lavarme las manos y echar toda la carga sobre el individuo que sufre el maltrato, el desamparo o la enfermedad. Así, sin más, sin preguntarse por las responsabilidades que tiene la sociedad en el asunto. Que se encargue él que no es tan complicado.

Vale, seguir la Ley de la Solución Simple es una mierda. Entonces, ¿qué propongo para evitar caer en ella? Dos reglas de conducta: el silencio y la humildad. Silencio porque, de verdad, no es absolutamente necesario que des tu opinión sobre todas las cosas del mundo. Si oyes hablar de un problema grave y se te ocurre una solución puedes, antes de soltarla, hacerte algunas preguntas. “¿Esto aporta algo? ¿Se le podría haber ocurrido a cualquiera? ¿La persona que tengo delante puede haber pensado esto por sí misma?” Si las respuestas son respectivamente “no”, “sí” y “sí”, es mejor que te calles. De verdad.

En cuanto a la humildad, muchas veces estos consejos se dan desde una atalaya de orgullo que sólo puede estar construida por ladrillos de ignorancia. Sólo así se puede entenderse el sentimiento de dignidad ofendida que aflora en cuanto se les dice a estas personas que es mejor que se callen si no tienen nada interesante que decir. Por cierto, es normal que una persona que está sufriendo o ha sufrido un problema como la depresión o el maltrato se enfade escuchando reiteradamente las mismas cerrilidades, se niegue a contraargumentar contra tu soberbia y se limite a reírse de ti. Y sí, eso es molesto y descortés, pero más molesto y descortés es que te repitan una y otra y otra vez tonterías desinformadas sobre tus problemas… y la paciencia de la gente tiene un límite.

Así pues, ¿quieres ayudar? Muy bien. Asume que no lo sabes todo y que hay personas que pueden enseñarte mucho. No me refiero a que lo aceptes teóricamente sino a que lo incorpores a tu conducta. Asume que hay veces que es mejor callar porque tu opinión no es relevante, no está informada, no aporta nada y no le importa a nadie. Asume que te va a tocar escuchar y pensar. Asume que no eres tan inteligente como para dar mágicamente con la respuesta a un problema que afecta a miles de personas. Asume que tu orgullo herido porque no le hacen casito es la menor de las preocupaciones de la gente a la que estás molestando.

Asume todo esto… y podrás dejar de molestar y empezar a ayudar de verdad.