Hoy,
30 de septiembre, se celebra el día de la blasfemia: es el día que reivindica la
libertad de expresión frente a quienes pretenden acallarla en nombre de unos
dioses presuntamente todopoderosos pero que luego resultan tener la piel muy
fina. Yahvé, Dios y Alá no pueden defenderse solos: necesitan cohortes enteras
de soldados, terroristas, políticos, trolls de Internet y abogados para que Sus
Sagrados Nombres no queden mancillados.
Hay
que blasfemar. Hay que blasfemar porque ellos no quieren que lo hagamos, porque
una caricatura de Mahoma lleva a la quema de embajadas, porque Irlanda permite
en su Constitución tipificar el delito de blasfemia como excepción a la
libertad de expresión, porque el Centro Jurídico Tomás Moro necesita perder más
querellas, porque HazteOír va a rabiar si lo haces, porque seguimos teniendo
los delitos de escarnio y profanación en nuestro Código Penal, porque el
respeto a los fieles no incluye el respeto a sus ideas, porque los derechos
fundamentales no están para ejercerlos de forma educada, porque la religión
tiene cada vez más peso en nuestro Estado presuntamente aconfesional.
Hay
que blasfemar como acto de rebeldía, como acto de afirmación de la libertad de
expresión, como revulsivo. Porque eso es precisamente el meollo del asunto:
blasfemando no se limitan derechos de nadie, por lo que es un ejercicio lícito
de la libertad de expresión. Querer tipificar la blasfemia es querer convertir
la propia molestia en lesión de un bien jurídico, querer hacer desaparecer lo
que nos fastidia sin entender que no se puede imponer la propia visión a los
demás. La divergencia es necesaria. Sí, divergencia: por expresarla de manera
acerba, acre, irrespetuosa y sarcástica no deja de serlo.
Por
eso yo blasfemo. Por eso me cago en Jesús, en la Virgen, en Buda, en Yahvé, en
Alá y en Mahoma. Por eso me río del bautismo, de la hostia consagrada y de las
tallas de madera que se pasean en Semana Santa. Por eso defiendo el pensamiento
crítico como manera de desacreditar las afirmaciones religiosas, que para
algunos es una forma de blasfemia peor que todo lo anterior. Porque a la
religión hay que devolverla al campo de lo privado y lo social, sacándolo de lo
público, y el lenguaje es un arma más para ello. Blasfememos pues, porque es
nuestro derecho.
¡JEHOVÁ, JEHOVÁ, JEHOVÁ!
ResponderEliminar¡HA DICHO JEHOVÁ!
EliminarMe leo la definición de blasfemia de la RAE y la verdad....no se porque carajo se ofenden los religiosos de turno....La RAE define blasfemia como palabra injuriosa contra Dios, la Virgen (así, en mayúsculas, manda cojones) y los santos en su primera acepción, e injuria es, según la RAE: 1. f. Agravio, ultraje de obra o de palabra. 2. f. Hecho o dicho contra razón y justicia. 3. f. Daño o incomodidad que causa algo. 4. f. Der. Delito o falta consistente en la imputación a alguien de un hecho o cualidad en menoscabo de su fama o estimación.
ResponderEliminarSegún lo visto, tendría que ser Dios el que se sintiera ultrajado o así....y de momento no he visto por ningún sitio que se haya aparecido a nadie para decirnos que se siente ofendido, de algo...
Hombre, la mayoría de religiones dicen que sus dioses condenan la blasfemia xD
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