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domingo, 21 de agosto de 2022

Incels

La discusión de la semana en Twitter ha sido cuál es la forma correcta de insultar a los incels. Sí, se nota que es agosto y no tenemos gran cosa que hacer. La pregunta era: cuando uno de estos personajes viene a darte la turra con sus locas teorías misóginas, ¿es legítimo reírse de él con expresiones del tipo «normal que no folles», o estás agravando el problema? Al fin y al cabo, se trata de un movimiento de personas profundamente traumatizadas por sus dificultades para encontrar pareja sexual, o eso nos dice la prensa. 

Si no tienes ni idea de lo que te hablo, voy a dedicar unas líneas a categorizar a estas personas. La palabra «incel» es una contracción de «célibe involuntario», y creo que con este dato, y sabiendo que es un nombre que se han puesto ellos, ya sabemos todo lo que hay que saber de este movimiento, subcultura o como queramos llamarlo. Puede que los hayas visto por ahí, sosteniendo ideas viejunas sobre las mujeres, usando términos sacados del inglés («simp», «body count») e intentando que sus barbaridades pasen por ciencia. Forman parte de la manosfera, un conjunto de subculturas de Internet que opinan que la liberación sexual ha ido demasiado lejos y proponen a los hombres distintas estrategias para enfrentarse a ella.

Pero profundicemos un poco más.

Los incels son un movimiento político montado sobre las ganas de follar, o eso parece en un primer vistazo. Todas las palabras de esa frase están justificadas. Primero, es un movimiento: es un grupo de personas con intereses y valores comunes. Se organiza sobre todo en Internet. En segundo lugar, es político: plantea quejas sobre cómo se estructura la sociedad (en especial las relaciones de género) y pretende cambios al respecto. Analiza las interacciones sociales desde una perspectiva de extrema derecha: un incel es un tipo de fascista que se centra en cuestiones de género antes que en otras cosas. A veces miembros de la comunidad cometen actos de terrorismo, es decir, de violencia política. Sí, estamos ante un movimiento político.

El tercero y el cuarto puntos van juntos. He dicho que este movimiento está basado en las ganas de follar, y el nombre así parece sugerirlo. Célibes involuntarios, es decir, hombres que, hartos de que ninguna tía les dé bola, cultivan un resentimiento profundo y caen de cabeza en teorías enloquecidas que afirman que las mujeres son quienes dominan el mundo debido al poder de conceder o denegar sexo. Es pertinente aquí una de las fantasías más comunes en estos foros: que las mujeres se van con el malote en vez de con el «buen chico» (es decir, el pobrecito incel).

El problema, claro está, es que esto es mentira. Pura apariencia, un mito fundacional cultivado por el movimiento incel y vendido al exterior con extra de lloriqueo. Si compramos esta historia, estamos quitando la responsabilidad al tipo que se hace incel y se la estamos poniendo a las tías que le rechazaron, lo cual, aunque no queramos, valida sus teorías. Poner el foco en los elementos externos que pudieron influir en la auto-radicalización de una persona (y sí, hablo de auto-radicalización porque estamos ante un movimiento de odio) en vez de en los actos de esa persona es una decisión que no tenemos por qué tomar. Sobre todo, cuando tiene consecuencias tan serias.

La realidad es que la distinción entre «malotes» y «buenos chicos» es artificial (cada persona es un mundo) y que, de poder hacerse, no dejaría a los incel en el lado bueno de la raya. La cosmovisión incel no sale de la nada. Nadie acaba así por sufrir un rechazo, o cien, si no tiene ya condiciones preexistentes que le empujan hacia ese lado. O, por ponerlo en términos llanos: no es que las mujeres rechazaran tanto al «buen chico» que este llegó a volverse misógino. Es más bien que el misógino estaba frustrado por coleccionar rechazos (causados, entre otras cosas, por su misoginia) y la comunidad incel le dio una explicación del asunto que le pintaba como el bueno y no le obligaba a asumir ninguna responsabilidad.

¿Y cuál es esa explicación? Pues estamos ante todo un armazón intelectual. Es un peligro porque, como todo lo que hace la extrema derecha, es insidioso y más sutil de lo que parece. Sí, he dicho sutil. Cuando desde la izquierda caricaturizamos a los nazis, lo que vemos es a un gorila mononeuronal que grita insultos racistas y profiere alabanzas a Hitler, pero eso no es más que pura autocomplacencia de rojo listo. Lo que hace la extrema derecha, y lo que la convierte en algo tan peligroso, es que coge hechos, problemas y preocupaciones reales y los interpreta de forma torcida.

La manosfera hace esto con maestría. Leer sus postulados es como mirar la vida real reflejada en un espejo deformante. ¿En qué se basan? En algo que es muy real: vivimos en una época donde los hombres no sabemos cómo ser hombres. La masculinidad tradicional (la de nuestros abuelos, la del hombre proveedor y serio que no expresaba emociones) se ha hundido por completo, y no va a volver. La feminidad tradicional también se ha hundido, pero los grupos feministas se han preocupado por teorizar alternativas y formas de ser. Los tíos no tenemos de eso, y estamos un poco perdidos. Masculinidad y feminidad siempre se han construido como opuestos, por lo que, si ahora la segunda ya no existe, ¿qué hacemos con la primera? ¿Tenemos que ser hombres de otra manera, tenemos que ser «menos hombres»? ¿Qué significa, en todo caso, ser un hombre?

Los diferentes grupos de la manosfera toman estas preocupaciones y las pasan por un tamiz jerárquico, capitalista e individualista. Es decir, en lugar de acercarse al feminismo y aprender de sus estrategias para resituarse en el mundo, deciden culpar de todo a las mujeres. Así, tenemos a los MRA (activistas por los derechos de los hombres, que creen que vivimos sometidos a una suerte de tiranía femenina), los MGTOW (que afirman alejarse de las relaciones sentimentales y aun sexuales con las mujeres) y los PUA (que comparten y venden toda clase de trucos y estrategias para manipular a las mujeres con el fin de ligar con ellas). Y a los incel, claro. Por supuesto, estas no son más que etiquetas que expresan matices: el ideario de base es el mismo y las personas que forman uno de los grupos suelen estar en otro/s.

La ideología de estos grupos es coherente, es decir, tiene lógica interna. Y eso es un problema, porque, una vez aceptas las ideas más básicas y simples (las que se relacionan de forma más directa con tus problemas como hombre para situarte en el mundo), el resto ya es una pendiente resbaladiza. Además, caer por ella es extremadamente fácil porque son ideas autocomplacientes y porque cuadran muy bien con el capitalismo salvaje en el que vivimos. Por supuesto, en la manosfera niegan esto, puesto que, como siempre en la extrema derecha, les encanta presentarse como víctimas y como antisistema. Pero es pura retórica.

¿A qué me refiero cuando digo que cuadran bien con nuestro contexto económico? A lo que decía antes: jerarquía, capitalismo e individualismo. Las ideas incel, o las de la manosfera en general, se basan en asignarles un valor a las personas y jerarquizarlas por medio de ese valor. Por ejemplo, ha pasado al lenguaje popular la práctica PUA de ponerle nota a las personas del 1 al 10 dependiendo de lo buenas que estén; el meme de «es un 10 pero» viene de ahí. Más recientemente, se ha estado discutiendo sobre el body count. El body count es el registro de bajas de un militar y, por analogía, los incel lo usan para contar el número de personas con las que te has acostado (1). No hay ni que decir que, según esta gente, lo apropiado para el hombre es tener un body count alto mientras que la mujer debe tenerlo bajo.

Aunque el odio incel se proyecta sobre todo hacia las mujeres, los demás hombres también recibimos, no creáis. Los tíos que no compramos sus fantasías y que tratamos con respeto a las mujeres de nuestro entorno somos simps o white knights según la ocasión. ¿Veis a lo que me refería? Tienen una visión del mundo tan jerárquica que no son capaces de aceptar que un hombre no considere inferiores a las mujeres: eso debe significar, según ellos, que ha invertido papeles y que las considera superiores, las pone en un pedestal, las endiosa, las simpea o cualquier otro de estos términos tan edificantes.

Entonces, volvemos a la pregunta inicial: decirle a un incel «normal que no folles», ¿sí o no? Bueno, depende. Yo personalmente no me acabo de sentir cómodo usando las inseguridades sexuales de una persona contra ella, pero no le voy a marcar el tono a nadie. Los incels no son «hombres tristes que no follan», como ha dicho esta semana cierto opinador de pelo graso: son un grupo de misóginos de extrema derecha que aprovechan una supuesta falta de éxito con las mujeres para alimentar un movimiento machista basado en el resentimiento.

La verdad es que todo lo que se les eche me parecerá poco.

 

 

 

 

 

(1) Esto, a su vez, dice mucho sobre cómo consideran el sexo y las relaciones humanas en general.


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