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jueves, 18 de mayo de 2017

Profesiones jurídicas III - Los abogados

En los artículos previos de esta serie he hablado ya de dos de las profesiones jurídicas más importantes. Ha quedado claro que el juez es la cúspide del procedimiento, puesto que su función es resolver conflictos entre personas mediante la aplicación de la ley. Y sabemos también que el fiscal es el funcionario que interviene en determinados procesos judiciales con el fin de proteger los derechos fundamentales y velar porque se respete la legalidad. Vamos un paso más allá: ¿para qué valen los abogados, aparte de para estar ahí colgados?

Como hemos dicho, la esencia del juicio es un desacuerdo entre distintas personas. Yo creo que tengo derecho a algo, tú crees que no lo tengo y como no nos ponemos de acuerdo acudimos al juez para que resuelva. Pero claro, ni tú ni yo conocemos la ley, así que contratamos a sendos profesionales que sí la conocen para que sean nuestra correa de transmisión. Ésta es precisamente la figura del abogado: alguien que sirve a los intereses de su cliente (al contrario que el juez y el fiscal, que deben ser imparciales) y que es capaz de expresarlos “en jurídico”.

La misión del abogado consiste en coger las necesidades del cliente, buscar argumentos jurídicos que las apoyen y presentárselos al juez para convencerle de que es él (y no la otra parte) quien lleva la razón en la controversia. En ejercicio de este cometido tiene que redactar documentos de toda clase, pensar en estrategias procesales, buscar normas y jurisprudencia favorable y, a veces, hablar en público. A todo este trabajo técnico se le llama “defensa”.

La función de defensa judicial es solo una de las tres que tradicionalmente se ha asignado a los abogados: las otras dos son la de aconsejar jurídicamente a su cliente y la de negociar en su nombre. En buena medida, con estas dos funciones se trata de evitar que se llegue a la necesidad de ejercer la primera, pues se suele decir que es mejor un mal acuerdo que un buen pleito. Sin embargo, en lo que son más conocidos los abogados es en su tarea de litigantes, así que seguiré refiriéndome a ella.

El hecho es que, una vez metidos en juicios, tener un abogado es imprescindible. Su función es tan importante que para muchos pleitos el cliente está obligado a contratar los servicios de uno (1). En realidad tiene bastante sentido: como ya hemos dicho, el abogado es el que apoya con argumentos jurídicos las demandas del cliente, por lo que ir al pleito sin abogado es como acudir a un duelo sin pistola (2). ¿Y qué pasa si el litigante no tiene un abogado de su confianza o, peor aún, no puede pagar a ningún profesional? Pues para eso está el turno de oficio.

Normalmente la idea del turno de oficio se asocia con la de justicia gratuita, porque cuando pides justicia gratuita lo común es que te asignen a un letrado de oficio. En la práctica ambas instituciones están muy relacionadas y se apoyan mutuamente. En la teoría, sin embargo, son cosas distintas: puedes consultar a un abogado de oficio sin tener reconocida la justicia gratuita (en ese caso te tocará pagarle) o, al revés, tener reconocida la justicia gratuita pero ir al pleito con tu abogado de confianza (tu amigo o tu familiar que te cobra en cañas, por ejemplo).

¿Qué hay que hacer para ser abogado? Lo más importante, claro, es tener una licenciatura o grado en Derecho. Tradicionalmente con esto valía: ya te podías colegiar y empezar a ejercer. Sin embargo, en los últimos tiempos han introducido dos requisitos extra: un posgrado orientado hacia la profesión (el Máster de Abogacía, que por supuesto incluye prácticas gratuitas) y un examen estatal. Esta reforma, más allá de su retórica justificativa, tiene como objetivo poner un embudo y reducir el número de colegiaciones, que al parecer eran demasiadas para el prestigio de la profesión.

Vengo diciendo que para ser abogado hay que incorporarse a un colegio de abogados. Efectivamente, los abogados no son funcionarios (al contrario que jueces y fiscales), sino particulares, pero deben estar colegiados. Se supone que el colegio, que es una institución pública y no una asociación voluntaria, sirve para garantizar que todos sus miembros son profesionales de calidad y que respetan el código deontológico. En la práctica son una institución bastante cuestionable en cuanto a su utilidad práctica. Por cierto: un abogado puede ejercer en toda España, no solo en el territorio de su colegio.

Al margen de eso, la práctica de la abogacía está en una evolución acelerada después de no haber cambiado en siglos. Tradicionalmente se trataba de una profesión “de caballeros”: varios abogados se asociaban para abrir un bufete que, en cierta manera, no se concebía como una empresa. Esta idea era general. Por ejemplo: estaba prohibido que los abogados pusieran publicidad, no podían pedir como precio un porcentaje de lo que se sacase en el pleito, los colegios de abogados establecían unos honorarios indicativos, etc.

Ahora ya no es así. Los despachos de abogados han tomado conciencia de que son empresas, y se nota. Por ejemplo, ahora tenemos una Ley de Sociedades Profesionales, que regula las sociedades mercantiles cuando están formadas por profesionales liberales (no solo abogados sino también arquitectos, aparejadores, administradores de fincas, etc.): en la práctica, esta ley ha permitido que puedan aparecer sociedades limitadas y anónimas de abogados. Por supuesto, ahora los bufetes ponen publicidad si quieren y cobran lo que les sale de las narices.

Este proceso lleva a una cierta proletarización del mundillo. Antes lo común era entrar como pasante (es decir, aprendiz, por supuesto sin remunerar) en cualquier bufete pequeño y hacer carrera allí hasta acabar como socio. Ahora lo que hay son empresas cada vez más grandes que tocan varios palos del mundillo jurídico y que aspiran a internacionalizarse. Para ello, contratan a toda la carne de cañón que va saliendo de las facultades y la queman con ritmos de trabajo inhumanos sabiendo que siempre habrá más (3). Por supuesto cada despacho es un mundo, pero no hay duda de que este proceso avanza imparable.

Volviendo a la figura del letrado individual, sabemos que se suele pintar a los abogados como tipos muy serios, con traje, expertos en retorcer la ley y en sajar a sus clientes y que venderían a su madre si el pago es bueno. En realidad hay, como en todas partes, de todo: buenos profesionales y auténticos incompetentes, personas honestas y estafadores, idealistas y mercenarios. Lo que sí es incorrecto es hablar de ellos como “hombres”, ya que es una profesión cada vez más feminizada (4).

En sala, el abogado (igual que el juez y el fiscal) viste toga. En el caso de los abogados, la toga no tiene ningún escudo, puñeta ni adorno: es solo el simple ropón negro y pesado. Antes era tradición regalarle una toga al chaval que acababa Derecho. Ahora no sé si se sigue haciendo, pero el hecho es que tener la toga en propiedad es un engorro. Si tienes juicio, ¿qué haces? ¿La llevas puesta en el coche o, peor aún, en el transporte público? ¿O la llevas al Juzgado dentro de su funda protectora? Por suerte, existe una alternativa: en la mayoría de sedes judiciales del país hay una Sala de Togas, gestionada por el colegio correspondiente, donde los letrados pueden tomar en préstamo uno de estos ropajes.

Termino ya. El abogado es la primera línea de contacto del litigante con el sistema judicial, y eso le pone en una posición muy importante. Sus clientes son, en buena medida, personas que sufren: nadie va a un abogado si no tiene un conflicto, y los conflictos jurídicos hacen sufrir a la gente porque suelen ser incomprensibles para el profano. En este sentido, la abogacía es una profesión muy humana, que requiere mano izquierda, porque muchas veces el cliente no busca tanto a un técnico que sea muy bueno en lo suyo como a alguien que le tranquilice y le diga que todo está controlado.

Además, de todos los profesionales que van a intervenir en el pleito, el abogado es el único que va a escuchar al cliente: los demás van a escuchar al abogado. Por ello es muy conveniente que entre ambos haya una relación de confianza. El letrado es quien está en posición de poder, y por ello es quien tiene la carga de generar esa relación: debe ser profesional y a la vez lo suficientemente abierto y humano como para que las personas que pasen por su despacho confíen en él y quieran dejarle la dirección técnica de sus asuntos.

Eso es, a mi juicio, lo que caracteriza a un buen abogado.





(1) Hay una minoría de procesos donde puedes ir sin abogado: los procedimientos civiles de baja cuantía, los penales por delitos leves, etc. Aun así, suele ser conveniente tener uno.

(2) Esta retórica tiene cierta presencia en el mundo judicial. Así, al hecho de que ambas partes vayan al juicio provistas de abogado se le llama “igualdad  de armas”.

(3) El mismo sistema que, en consultoría informática, suele denominarse como “cárnica”.

(4) Esto es algo que sorprende, pero la carrera de Derecho y el mundo jurídico en general no es el campo de nabos que se suele pensar. Muy al contrario: en las nuevas generaciones, hay más mujeres que hombres graduándose en Derecho. Lo que pasa es que claro, a la cúspide de las instituciones llegan quienes llegan, y la visión que se da del colectivo es exclusivamente masculina.



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6 comentarios:

  1. En mi juzgado actual la "sala de togas" es un perchero. Y una vez conocí una procuradora que tenía su propia toga, decía que le daba asquito ponerse una toga que se ponía todo el mundo. Así que cuando la mujer tenía un juicio se paseaba todo el día por el edificio con la toga puesta. Hablando de lo cual, ardo en deseos de ver qué dices de los procuradores, insigne profesión jurídica que nadie sabe para qué sirve. A ver si puedes explicar su función en más de dos frases ;-P

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    1. La entrada de los procuradores es la siguiente, y la verdad es que no sé qué poner xDDDD

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  2. Si me permites un apunte "ideológico" al muy buen artículo: los abogados (y los Colegios deberían estar ahí) estamos muy parados respecto de la mercantilización de la que hablas y que, por supuesto, existe. Tenemos unas condiciones laborales muy malas cuando estamos asalariados (horas extra a porrillo, generalidad de falsos autónomos etc.) y ni nosotros ni el Colegio pugnan ni siquiera por elaborar un convenio colectivo (hablo de Madrid) que sería una necesidad estatal o, cuanto menos, autonómica. Me consta que solo Bizkaia o el País Vasco -no estoy seguro- tienen un convenio de abogacía. Total que somos unos de los profesionales que más sabemos de derechos y obligaciones laborales y lo que es luchar por nosotros se nos da más bien mal y lo estamos pagando en calidad de vida. La única alternativa que nos queda es ponernos por nuestra cuenta si, por suerte, tenemos los medios económicos y materiales para ser unos entrepeneurs modernos y muy guays.

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    1. Muy interesante :) En mi post sobre los colegios profesionales esbocé la tesis de que son precisamente los colegios los que impiden esa evolución necesaria que sería la aparición de un sindicalismo de la abogacía y sus correspondientes convenios colectivos. El colegio agrupa a empresarios y a trabajadores en una supuesta defensa de intereses comunes, y además tiene un prestigio que dificulta los cambios. Así, ¿cómo se va a pelear por un convenio colectivo de la abogacía?

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    2. La verdad es que llevo 1 año colegiado, soy un pipiolo aún. Pero es para darnos contra la pared la poca defensa de clase que tenemos como trabajadores y como, con conocimientos y recursos de sobra, cualquier otra profesión nos da mil vueltas en dignidad y conciencia. Urge y mucho un sindicalismo y una agrupación de trabajadores en la abogacía pues nos están exprimiendo y, por desgracia y como suele pasar, con el beneplácito de muchos de los explotados.

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    3. Yo llevo algo menos de cuatro años, y ya me ha dado tiempo a ver de todo xD Ojalá pronto un sindicato de trabajadores de la abogacía, en serio :/

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