Estos días anda corriendo por las redes
sociales un vídeo bastante impactante. En él se muestra la traumática
experiencia que es para una mujer denunciar un delito de violencia de género. A pesar
de que lo que se enseña es una actuación, no hechos reales, sirve para ilustrar
el calvario institucional que es, de hecho, denunciar el maltrato machista. Hay
suficientes mujeres que pueden contar una experiencia traumática con las
fuerzas de seguridad o los órganos judiciales para que el asunto sea
considerado una mera anécdota o casos aislados.
El fenómeno por el cual la víctima pasa
por el sistema de justicia más como una mercancía a procesar que como una
persona con necesidades a atender se denomina “victimización secundaria”. No es
exclusivo de los casos de violencia de género (en general nuestro proceso penal
se orienta muy poco hacia la víctima), pero en éstos es más sangrante: el
desconocimiento de cómo funciona esta clase de delitos puede tener efectos
devastadores cuando se combina con la particular debilidad psicológica en que
se suele encontrar la víctima. No es casualidad que las asociaciones de ayuda a
mujeres que han sufrido maltrato recomienden a denunciante no parecer recuperada
ante los jueces (no ir maquillada ni con ropas alegres a las vistas): la
probabilidad de encontrarse con uno que se cree el mito del “tipo” de mujer
maltratada es alta.
Conviene recordar que la victimización
secundaria en casos de violencia sobre la mujer está prohibida en tratados
internacionales de los que es parte España. Me refiero al Convenio de Estambul de 2011, que está en vigor desde agosto de este año. Su artículo 15
obliga a formar a los profesionales para impedir este fenómeno, y el 19 a
regular procedimientos de ayuda que expresamente lo eviten. ¿Qué están haciendo
los poderes públicos para cumplir estas obligaciones? O, más apropiadamente:
¿están haciendo algo? Me temo la respuesta.
Cuando se habla de victimización
secundaria la patulea MRA (que siempre está al acecho para esparcir mentiras) suele
decir grandes tonterías sobre el proceso. Que a ver si no se va a tener que
interrogar a la víctima y realizar pruebas, me han llegado a decir. Como si eso
tuviera algo que ver. Como si allanar el camino, dejar de tratar a la víctima
como basura y formar a los profesionales que tratan con ella tuviera algo que
ver con la ineludible práctica de la prueba. Porque sí, esto es una cuestión de
profesionales y dinero invertido: de lo más bajo a lo más alto, de policías a
jueces, se acusa la falta de medios, de formación y, muchas veces, de empatía.
Una de las mentiras más difundidas en
materia de violencia de género es que denunciar es fácil, que una vez hecho eso
el Estado te da condena inmediata, paguita, pisito, la custodia de los niños y
pedicura gratis. Y no es así. No lo es en absoluto. Se trata (con una alta
probabilidad) de una odisea. Se convierte la búsqueda de justicia en un
calvario que la víctima prefiere no recorrer si puede evitarlo. ¿Y quién podría
culparla? ¿De verdad es tan raro que se retiren denuncias (1) y que tantos
procesos terminen por incomparecencia de la víctima? El sistema no es que ayude
precisamente.
Termino ya: el Estado tiene la
obligación, no sólo moral sino también jurídica, de reformar los procedimientos
de atención a las víctimas y la formación de los profesionales para asegurar
que los procedimientos judiciales en todos los delitos, pero especialmente en
materia de violencia de género, sean lo menos hostiles posible para la víctima.
En definitiva, de garantizar que se hace justicia.
(1) Aunque el concepto de “retirar una
denuncia” no es técnicamente correcto. En este artículo del Teniente Kaffee
se explica muy bien.
Empatía. Nunca se recalcará lo suficiente en una sociedad asfixiada de egoismo y corrupción por los cuatro costados. Por desgracia, esta victimización secundaria (o tal vez deberíamos llamarla re-victimización), sólo indica como sugieres, un problema de fondo muy vasto: una denuncia se convierte en un lucha contra la burocracia, contra burócratas, contra gente que ve números y formularios antes que personas con problemas, y también contra jueces y magistrados que están imbuidos del espíritu en el que han sido educados... total, que al final la cuenta le sale por un pico a la víctima. La educacion y la formación claro que son claves, son imprescindibles, pero algo más debería cambiar a nivel social. El que sea un tipo sin empatía, me temo que no lo va a solucionar un cursillo de reciclaje o una formación especial. Y eso es triste.
ResponderEliminarComo ya he dicho, yo estoy estudiando ahora mismo Prevención de Riesgos Laborales. Muchas de las cosas que hacemos en clase es estudiar legislación al respecto y resolver problemas con montones de cifras y valores límite y cosas parecidas. Cuando empiezas no te das cuenta, pero luego lo entiendes, de repente, como por un golpe de viento, y cada vez que hago uno de esos ejercicios procuro pensar: "recuerda que cuando salgas de aquí, detrás de todos esos números habrá personas". Espero no olvidarlo nunca, así como espero que la aplicación de ese protocolo de Estambul mejore un poco la atención a mujeres que ya han sufrido bastante.
Hay mucha gente que no parece entender que haber aprobado una oposición de juez no te convierte más que en una persona que sabe muchísimo de ramas concretas del Derecho, no en alguien empático, inteligente o bondadoso. Lo mismo con cualquier cargo público o con cualquier empleo privado: un abogado, incluso uno experto en materia de violencia de género, no está libre de ser un gilipollas machistas que revictimiza a la mujer que viene pidiendo ayuda. Y sí, es difícil olvidarse de que detrás de los números hay personas. Yo ahora mismo me estoy preparando para realizar un trabajo con reclusos y me apunto tu consejo: es muy importante (y más difícil de lo que parece) no olvidar que son personas.
EliminarMuy bueno tu articulo. Estoy harta de leer a ignorantes que creen sinceramente que vivimos en un matriarcado (¡¿?!) y una mujer que se cabrea por cualquier tonteria no tiene más que denunciar para que su pobre marido vaya a la cárcel un porrón de años. Y cuando sabes perfectamente qe la verdad es justo lo contrario, que es casi imposible denunciar nada, esta injusticia duele que no veas.
ResponderEliminarTe linkearia por ahí, pero con la nueva ley igual me cae un millón de multa o algo.
Gracias :) La verdad es que el bulo de que la mujer tiene muchas ventajas legales (yo he llegado a escuchar que "vivimos en un patriarcado pero las leyes benefician a la mujer") se ha extendido y está arraigado con fuerza :(
EliminarEnlaza, enlaza lo que quieras :p