miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un minuto de silencio

Ha muerto Rita Barberá (descanse en paz) y toda la maquinaria hipócrita que se pone en marcha en estos casos está ya funcionando a pleno rendimiento. Los miembros de su partido, que hasta ayer la trataban de apestada y afirmaban no conocerla, le cantan ahora hagiografías, defienden su inocencia y se dan golpes en el pecho. El funeral promete ser sonado, con la plana mayor del PP soltando lágrimas de cocodrilo.

La maquinaria hipócrita tiene un subsistema dedicado únicamente a echar fango para todo el que no haga lo que tiene que hacer ante una muerte. En este caso, el fango le ha caído (¡oh, sorpresa!) a los miembros del grupo parlamentario Unidos Podemos – En Comú Podem – En Marea, que se han negado a sumarse al minuto de silencio por esta señora. No han molestado ni lo han interrumpido, simplemente han salido del hemiciclo durante ese ratito y después han dado una justificación perfectamente razonable: que no van a participar en un acto de homenaje a una persona cuya actividad política deploraron en vida y que estaba imputada con sospechas serias de corrupción.

El argumento de la generadora de fango (expresado por muchos y entusiastas tuiteros) es que un minuto de silencio no es un homenaje, sino una simple muestra de respeto hacia alguien que ha fallecido. Eso es mentira, y se puede comprobar muy fácilmente: preguntándole a estas personas si hicieron un minuto de silencio por Osama bin Laden. Al fin y al cabo, éste también estaba muerto, ¿no? “¡No es lo mismo!”, contestarán. Y efectivamente, no lo es. Los minutos de silencio se los hacemos a aquellos muertos que creemos que lo merecen. Son, por tanto, un homenaje.

La RAE define homenaje como “acto o serie de actos que se celebran en honor de alguien”. Lo importante aquí son las palabras “en honor”. ¿Cuándo celebramos minutos de silencio? En dos casos: cuando se trata de alguien famoso que creemos que debe ser alabado (así, en el Parlamento europeo se hizo un minuto de silencio en honor a Mandela) y cuando se trata de muertos anónimos pero inocentes cuyo fallecimiento es de alguna manera responsabilidad de toda la sociedad (como los que se hacen por la violencia de género o por las víctimas del terrorismo). No convocamos minutos de silencio para exaltar a dictadores, a asesinos o a terroristas. Los hacemos en honor de quienes creemos que lo merecen.

No hay duda de que los minutos de silencio son homenajes. En este caso, además, era un homenaje bastante extraño. Rita Barberá no era diputada y, aunque lo hubiera sido, no existe la costumbre de que el Congreso haga minutos de silencio por sus integrantes muertos. ¿Qué justifica hacerle este homenaje a ella y no a cualquier otro de las docenas de diputados y ex diputados que han muerto desde la Transición? Probablemente haya sido una decisión espontánea, fruto del momento y quizás de la alegría por la inesperada salida de escena de alguien que daba tan mala fama al partido.

Por todo lo anterior, me parece que el grupo parlamentario podemita ha hecho lo correcto al no sumarse a esta farsa. Desde la izquierda no hay nada por lo que homenajear a Rita Barberá. Incluso si excluimos la corrupción, no deja de ser una señora de derechas que hizo políticas de derechas, con el agravante de que era bastante faltona y nada dada a negociar o a llevarse bien con sus oponentes. Negarse a homenajear a esta persona es bastante coherente.

He visto a gente de izquierdas criticar la decisión porque pone a Podemos en la diana de la crítica. No creo que haya que preocuparse excesivamente por eso: Podemos está permanentemente en esa diana y se magnifican todas las salidas de pata de banco, errores, excesos y defectos de sus líderes. Si Iglesias y compañía se hubieran sumado a la farsa, ya habrían encontrado otra cosa por la que meterse con ellos. A mí, que no soy nada fan de Podemos, la decisión de ausentarse del hemiciclo me parece bastante lógica, y muy útil sobre todo para marcar distancias con ciertos usos y costumbres bastante deleznables… como el de homenajear a según qué gente.

Al final esto tiene que ver con lo que mencionaba hace un par de semanas: la muerte nos iguala a todos porque nos hace buenos. De repente, criticar a una política corrupta y derechista ha dejado de ser procedente sólo porque le ha dado un infarto. Quienes habrían entendido que Podemos no fuera a un acto en honor de esta mujer mientras estaba viva, ponen ahora el grito en el cielo porque se han ausentado durante un homenaje póstumo.

Así que, por favor, hagamos un minuto de silencio. Pero no para homenajear corruptos, sino para pensar. Para valorar qué estamos haciendo, a quién tributamos nuestro respeto y qué es exactamente lo que le exigimos a nuestros diputados.




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martes, 22 de noviembre de 2016

Hola, dictadura

La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano es uno de los documentos más interesantes de la revolución francesa. Fue el primer texto aprobado por la Asamblea Nacional revolucionaria, y recoge de todo: verdaderos derechos (libertad religiosa, libertad de imprenta, igualdad), principios jurídicos (principio de legalidad), obligaciones para el Estado (formar una Guardia Nacional, distribuir equitativamente los impuestos) y valores políticos que sería difícil encontrar en un texto más maduro.

Entre esos valores hay una idea que los constituyentes franceses expresan con notable concisión. Se trata del artículo XVI, que es una frase más propia de un tratado político que de un texto jurídico: “Una sociedad que no garantiza los derechos ni establece la separación de poderes no tiene Constitución”. La frase hizo fortuna y ha perdurado como resumen de las dos grandes características que tiene que tener un sistema para poder llamarse constitucional: medios jurídicos para garantizar los derechos fundamentales y división de poderes.

Ésta es la razón por la cual sostengo que, con el PP en el poder, nos deslizamos lentamente hacia una dictadura. “Garantía de los derechos” y “separación de poderes” no son dos bienes absolutos, que o existen o no existen, sino dos continuos: los derechos fundamentales pueden estar más o menos protegidos y los poderes del Estado más o menos separados. En el siglo XXI ya no hay dictaduras con ideología vertebradora, logo chulo y uniformes aptos para una sesión de sadomasoquismo. Lo que se lleva ahora es, por el contrario, ir recortando poquito a poco los dos bienes que definen el sistema constitucional hasta que ambos queden por debajo de cualquier mínimo razonable.

Eso es precisamente lo que está haciendo Rajoy, con la ventaja de que él es presidente en un sistema parlamentario: en este modelo, el jefe de gobierno es quien tiene a su favor a la mayoría parlamentaria, lo cual quiere decir que el poder ejecutivo y el legislativo ya están bastante confundidos. En la legislatura antepasada esa mayoría era sólida, lo que le permitió dedicarse a joder nuestros derechos fundamentales (Ley Mordaza), a controlar el poder judicial (reforma en el modo de elección de los vocales del CGPJ), a llenar el Tribunal Constitucional de colegas y a ampliar sus competencias.

Ahora la cosa ha cambiado: Rajoy tiene que hacer frente a un Parlamento algo más levantisco, por tanto es imperativo que lo controle. A esto se debe la noticia que conocimos el otro día: Rajoy pretende que el Tribunal Constitucional le permita vetar iniciativas legislativas. Si lo logra, las proposiciones de ley que no gusten en Moncloa recibirán un veto por parte del presidente del Gobierno cuya legalidad nadie podrá comprobar. En la práctica, eso impedirá que la oposición presente propuestas para derogar las barbaridades legales impuestas entre 2011 y 2015.

Vamos a ver esto con un poco más de detenimiento. Normalmente las propuestas de ley las presenta el Gobierno, lo cual tiene cierta lógica porque es quien dirige la política del país. Pero no es el único sujeto autorizado para iniciar la tramitación de una propuesta legislativa: también pueden hacerlo el Congreso de los Diputados, el Senado, las Asambleas autonómicas y 500.000 firmas populares. En un momento en el que el PP está en minoría en el Congreso, esta facultad cobra muchísima importancia, porque una alianza de diversos grupos opositores puede conseguir que una proposición de ley se tome en consideración, se debata y se apruebe sin que el Ejecutivo pueda hacer nada contra ello.

El PP no puede permitirlo, y ha acudido raudo a una competencia que le concede la Constitución, concretamente el artículo 134.6: su derecho a vetar cualquier proposición que suponga aumento del gasto público o disminución de los ingresos. Esta facultad está prevista en el artículo constitucional que regula los Presupuestos Generales del Estado, y normalmente se invoca para vetar enmiendas a dichos Presupuestos que presenten los grupos parlamentarios. No existe costumbre de emplearla para vetar proposiciones de ley, aunque alguna vez se ha hecho.

Así que, cuando en octubre la oposición y las Asambleas autonómicas presentaron varias proposiciones de ley (entre ellas una para paralizar el calendario de implantación de la LOMCE), el Gobierno se apresuró a vetarlas aduciendo que incrementaban muchísimo el gasto público. Pero el veto fue a parar a la Mesa del Congreso (1), donde el PP está en minoría. La Mesa decidió que los vetos no estaban justificados, los levantó y ordenó que estas proposiciones de ley se tramitaran.

Ahí es donde está el conflicto que el Gobierno quiere plantear al Tribunal Constitucional. El Gobierno opina que la Mesa no puede controlar que su veto sea más o menos acertado, sino limitarse a tramitarlo. La Mesa, por el contrario, entiende que dado que sus funciones incluyen calificar los escritos de índole parlamentaria, decidir sobre su admisibilidad y pronunciarse sobre si se tramitan o no, está perfectamente habilitada para juzgar si una proposición de ley incide sobre las finanzas públicas o si simplemente el Gobierno se está aprovechando de una competencia que debería usarse para otras cosas.

Yo opino que tiene razón la Mesa, entre otras cosas porque es el órgano rector del Congreso y, como he mencionado, uno de sus trabajos es precisamente controlar los requisitos de los escritos que entran. Si el Gobierno pretende vetar una proposición de ley argumentando que aumenta el gasto público, la Mesa debe poder controlarlo igual que controla si están las 500.000 firmas de la iniciativa legislativa popular o que un proyecto etiquetado como ley ordinaria no tenga materias reservadas a la ley orgánica. La Mesa no es un notario que se limite a dar fe de los argumentos del Gobierno, sino que puede valorarlos.

El PP parece olvidar algo muy importante: las Cortes son el superior jerárquico del Gobierno, porque son quienes representan al pueblo español (artículo 66CE). Cualquier facultad del Gobierno que pase por encima de las Cortes (como la del artículo 134.6 CE) tiene que interpretarse de manera restrictiva: sí, el Gobierno puede vetar las proposiciones legislativas que impliquen aumento del gasto, pero la Mesa del Congreso puede controlar que de verdad lo implican. Si no, estaríamos concediéndole un poder exorbitante. Propio de una dictadura.

El Gobierno va a meter al Tribunal Constitucional de por medio, planteando un conflicto de competencias. Hablamos del mismo Tribunal Constitucional que hace poco ha dicho que la ley que le concede competencias coercitivas para hacer cumplir sus sentencias es perfectamente constitucional, así que yo me espero cualquier cosa. Igual para esto sí se pone las pilas, empezamos el año con una sentencia que le dé la razón al Gobierno y la oposición pierde una de las pocas armas que le quedan para influir en la legislación.

Escribo esto un 20 de noviembre, aunque se publicará unos días después. Los fachas exaltan hoy la figura de Franco en plena impunidad. La verdad es que cuando hace un año escribí que España no tiene Constitución no podía imaginar que la deriva conservadora (incluso desde ese punto de partida tan bajo) iba a ser tan brutal. El Gobierno recorta lentamente cada pequeña opción que nos queda de levantar la voz, de oponernos, de variar el rumbo de la política del país.

Oh, sí, España es una tiranía y cada vez lo será más. Pero como formalmente seguirá funcionando como democracia y no habrá desfiles con uniformes de sadomasoquismo, no será identificada como tal y no lucharemos contra ella. Hola, dictadura.











(1) La Mesa es el órgano que gobierna el Congreso de los Diputados. Está compuesta por el presidente del Congreso, cuatro vicepresidentes y cuatro secretarios. Ahoramismo el PP tiene tres de los nueve asientos, mientras que los otros tres grandes grupos parlamentarios (Socialista, Ciudadanos y Unidos Podemos-En Comú-En Marea) tienen dos cada uno.



viernes, 11 de noviembre de 2016

No van a prohibir los memes

Llevamos una semana con el temita de los memes. Que si van a prohibir los memes, que si tuitear memes de políticos va a ser delito, que si tal y que si cual. Hasta donde puedo rastrear, todo esto empieza por varios tuits de bufete Almeida (la misma gente que difundió el bulo de que opinar contra la Corona iba a ser terrorismo), y se magnificó solo. Creí yo que el bulo se apagaría, y por eso no había pensado en hacer entrada, pero ha seguido por ahí. Así que he decidido hacer un post rápido, explicando qué se presentó el otro día en el Congreso.

Aquí lo tenéis. Éste es el texto de la proposición no de ley sobre “los memes”. ¿Qué es una proposición no de ley? Pues un texto que aprueba el Congreso de los Diputados (1) para fijar su posición sobre algún tema o pedirle algo a alguna otra institución. Si le echáis un ojo al último enlace, veréis que el 3 de noviembre se publicaron proyectos de PNDL sobre temas tan variados como reconocimientos públicos a figuras importantes, el referéndum revocatorio de Venezuela, los delitos de odio, la reparación de la A-6 entre El Bierzo y Baralla y el Año Jubilar de Santo Toribio de Liébana.

Las PNDL no tienen ningún valor jurídico. Son, como digo, una toma de posición por parte del Congreso. Pero es que, en este caso, esa toma de posición no está ni siquiera adoptada: lo que se publicó el otro día es una propuesta de PNDL que hizo el Grupo Parlamentario Popular. Ahora el Congreso de los Diputados tendrá que valorarla y pronunciarse sobre ella por mayoría simple. Es decir, que de momento lo que hay es algo cuyo valor jurídico es nulo: una propuesta de algo que, de por sí, no es una norma ni obliga a nadie.

Vamos un paso más allá. ¿Cuál es esa propuesta? ¿Qué es lo que le pide el PP al Congreso que apruebe? El siguiente texto: «El Congreso de los Diputados manifiesta la necesidad de valorar una posible modificación de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen con objeto de adaptarla a la realidad social y al desarrollo tecnológico producido desde su promulgación.». ¡Ni siquiera se le pide nada concreto a nadie! Simplemente se “manifiesta la necesidad de valorar una posible reforma”. No dice qué líneas deberá seguir esa reforma, no habla de plazos, no propone nada concreto.

Vale, siendo el PP es de prever que la propuesta será de carácter autoritario. Leamos, por tanto, la exposición de motivos de la PNDL. No la voy a copiar porque consta de siete u ocho párrafos, pero podéis leerla en el enlace. Básicamente es un bla-bla-bla inconcreto donde dice que los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen son muy importantes, que es difícil determinar su contenido y que la ley que los regula está obsoleta y hay que actualizarla. De nuevo, no dice en qué sentido o qué medidas concretas hay que tomar.

Es cierto que en esa exposición de motivos hay alguna cosa preocupante, como es el intento de definir legalmente estos derechos para reducir “la amplia casuística” y “la alta litigiosidad” que plantea este tema. Que la ley concrete el contenido de estos derechos es peliagudo, porque están muy sometidos a la consideración social (hoy probablemente seamos más laxos con el derecho a la propia imagen que hace 10 años, por ejemplo) y a cómo se lo monte cada persona. Pero, como digo, es sólo un par de líneas en la exposición de motivos de una propuesta a una toma de posición.

La frase que ha desatado la polémica, que también procede de la exposición de motivos, es la siguiente: hablando de las tecnologías de la información, dice que permiten la “frecuente vulneración del derecho a la intimidad personal y a la propia imagen que se articula con la subida de imágenes por terceros sin el consentimiento de sus titulares”. Pero deducir de ahí que se pretenden prohibir los memes de políticos es absurdo. La propuesta es muy inconcreta, pero parece ir más bien destinada a proteger el derecho a la intimidad, no sólo por esta frase sino por otras (2). Y los memes de políticos son imágenes tomadas públicamente.

Finalmente, una consideración sobre la norma a la que se refiere esta PNDL. La ley que quieren actualizar es una ley civil. Eso quiere decir que su vulneración no se castiga con sanciones, sino que permite al perjudicado reclamar una indemnización por el posible daño que le haya causado el acto ilegal. Modificarla para prohibir los memes haría que fuera inaplicable: Rajoy, por ejemplo, tendría que gastarse miles de euros de su patrimonio personal en iniciar docenas de procedimientos judiciales contra tuiteros no identificados para (con suerte) obtener de cada uno de ellos una indemnización de mierda. Y, evidentemente, esto en el PP lo saben.

Así que no, no van a prohibir los memes, al menos a corto plazo. Si esta PNDL es aprobada, el Gobierno le hace caso y presenta un proyecto de reforma de la Ley Orgánica 1/1982, ya lo comentaremos y lo criticaremos. Pero de momento no hay nada de eso. Podéis seguir con el fandom político, podéis seguir poniéndoles textos divertidos a las imágenes y podéis seguir modificando las fotos de los políticos. Es cierto que el PP quiere llevarnos hacia una especie de dictadura conservadora que formalmente siga siendo democrática, pero de momento el proyecto no está lo suficientemente…





…maduro.







(1) El Senado también puede aprobar proposiciones no de ley, pero en su caso se llaman “mociones” y parece que tienen un carácter más restringido.

(2) Así, en el párrafo previo, dice que “la creciente presencia de nuevas tecnologías permiten la obtención y la difusión de información de una manera insólita, algo que pone en especial peligro ámbitos reservados de la vida privada que son merecedores y exigen una especial protección”.




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miércoles, 9 de noviembre de 2016

La hipocresía ante la muerte

Twitter es una buena manera de enterarte de los fallecimientos. Cuando un famoso la palma, es trending topic instantáneo durante varias horas (1). De ahí he cogido la costumbre de, cada vez que el nombre de alguien conocido está en la lista de TTs, preguntar si no se habrá muerto. Por supuesto, lo hago como broma. Y hay veces, cuando quiero redondear la coña o hacer que un montón de gilipollas salten indignados, insinúo que la muerte de dicho famoso me alegraría.

No falla: a los pocos minutos tengo a alguien poniéndome de psicópata para arriba.

Me parece una muestra de la peculiar relación que tiene nuestra cultura hacia la muerte. Tú puedes odiar todo lo que quieras a quien quieras: el odio es libre. Incluso se te permite odiar a gente a la que no conoces: al ex de tu actual pareja, al famoso que hace declaraciones imbéciles, al jefe que putea a tu familiar… ahí di lo que quieras. Ahora, espera a que cualquiera de esos sujetos tenga la mala idea de morirse. Di que te alegras de que estén muertos y verás lo que pasa.

La muerte es el gran igualador, pero no en el sentido que creían los poetas medievales. La muerte no nos iguala porque nos llegue a todos, sino porque nos hace a todos buenos. Socialmente nos ponemos de acuerdo para resaltar las virtudes del muerto, tapar sus obvios defectos y mirar mal a quien no quiera participar en la farsa. Una frase tan inofensiva como “tanta paz lleve como descanso deja” (dicha cuando el finado era inaguantable, ha tenido una agonía muy larga, etc.) se ve como transgresora.

Y eso es absurdo. A mí me parece de lo más normal alegrarte de que desaparezca de escena alguien a quien detestas. No voy hablar de cuando se muere un famoso o un político, porque ahí siempre encuentras a alguien que comparta tu odio y que despotrique contigo. Bajemos a lo personal, que además es como más transgresor. Pensemos en el familiar que te cae mal. No tiene por qué tratarse de un maltratador al que odies, sino de cualquiera que haya cometido esa sucesión de pequeñas ruindades que es tan común en las familias. Un día va y se muere. ¿Sus actos deben quedar perdonados sólo por este hecho? No ha pedido perdón, no ha asumido errores, no ha reparado daños, no ha hecho nada. Simplemente se ha muerto. ¿Por qué no te vas a alegrar de no tener que aguantarle más?

No se sabe muy bien de dónde sale este gran consenso colectivo, pero se sigue a rajatabla. Todos tenemos anécdotas de familiares que se presentan llorosos en el funeral de una persona a la que aborrecían o de la que habían pasado como de la mierda durante los últimos veinte años. ¿De verdad me tengo que creer que sienten pena? Pues lo siento, pero no: lo más probable es que oscilen entre la indiferencia y distintos grados de alegría pero estén ahí haciendo el papel que toca, sin pensarlo demasiado. Eso sí: atrévete a saltarte el consenso. Di “pues yo me alegro de que el abuelo esté muerto, era un cabrón con pintas y siempre se portó como un mierdas conmigo”. Serán ésos, los llorosos de los funerales, los primeros que te crucificarán.

Como en todo lo que tiene que ver con las familias, es curioso lo poco que se habla de este tema. Parece que es un pecado alegrarte de la muerte de alguien, o,por lo menos decirlo en alto. Claro, en el siglo XXI no puedes llamar a nadie “pecador” sin que se descojone en tu cara, pero puedes usar otros términos que llevan la misma carga de estigma. “Psicópata” suele funcionar bien. Todos conocemos a los psicópatas por las películas: esos seres carentes de emociones, casi inhumanos y expertos en el manejo de todas las armas existentes.

Espera un momento. ¿Carentes de emociones? ¿Inhumanos? ¿Ahora no querer participar en la farsa colectiva del “pobrecito, qué bueno era” es carecer de emociones? ¿Tener un poquito de memoria y no querer perdonar los agravios de quien nunca hizo nada por ser perdonado es ser inhumano? Porque a mí me parece lo más humano que hay. Los seres humanos tenemos memoria, poseemos sentimientos complejos y, sí, somos imperfectos moralmente. Nos alegramos cuando alguien que nos ha hecho daño lo pasa mal. Los alemanes hasta tienen una palabra para designar el placer culpable que nos da eso. Qué le vamos a hacer, somos así.

Lo que considero inhumano es, precisamente, lo contrario. Suspender el curso normal de nuestras emociones y de nuestros sentimientos hacia una persona para sustituirlos por una tristeza impostada y socialmente forzada sólo por el hecho de que se ha muerto. La muerte no arregla nada, y si tú aborreces a alguien es muy lícito que te alegres si la espicha. No te sientas culpable, no dejes tampoco que el tema te obsesione y sigue para delante. Lo que sientes es lo más normal del mundo.








(1) De hecho, fue así como me enteré de la muerte de mi admirado Terry Pratchett.



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domingo, 6 de noviembre de 2016

#LeoAutorasOct - Resumen y conclusiones

Octubre ya ha terminado. Como sabéis, participé en el #LeoAutorasOct, una actividad nacida en Internet para visibilizar a las autoras, especialmente en el mundillo de la fantasía y la ciencia ficción. Durante este mes, fiel a mi compromiso, he leído sólo libros escritos por autoras. No he llevado el reto hasta los cómics (de los cuales apenas leo), los artículos de revista o las noticias de prensa, sinceramente porque no se me ocurrió.

En fin, aquí está el resumen de cada libro que he leído durante este mes.



1. La maldición de Chalion (Lois McMaster Bujold, 2001)
Lupe de Cazaril es un hombre roto, física y anímicamente. Gobernó una fortaleza hasta que sus generales decidieron rendirla, pero su rescate no se pagó. Se ha pasado los últimos 18 meses encadenado al remo de una galera. Ahora es libre y vuelve al castillo donde una vez fue paje, con el objetivo de ser el más humilde de los sirvientes. Pero parece que los dioses le tienen preparado otro destino.

Octubre empezó con este libro, que ya había comenzado en septiembre. No había leído nada de la autora (pese a las presiones de mis amigos para que empiece la saga de Vorkosigan) y me ha encantado. Es fantasía de la buena. Una construcción de personajes muy decente y, sobre todo, una trama y un mundo fascinantes. Dioses, santos (que no son más que adictos a su dios, de tal manera que los vicios les producen aburrimiento), maldiciones, intrigas palaciegas, cabalgadas secretas, profecías… la historia no se detiene en ningún momento.

Cabe destacar que está fuertemente inspirado en la España de los Reyes Católicos.

2. La estrella escarlata (Leigh Brackett, 1974)
El planeta Skaith se encuentra aislado de la galaxia: sus gobernantes no quieren influencias extranjeras, al contrario que buena parte de su población. Al planeta llega Stark, un mercenario fuera de servicio, que está buscando a su amigo Ashton. Éste fue a realizar una investigación en el planeta y no se volvió a saber de él.

Abrí este libro con ganas, sabedor de que su autora fue una de las guionistas de El imperio contraataca, pero la verdad es que no me ha dado más. Stark vive aventuras más o menos interesantes en un mundo muy rico y con muchas culturas distintas (algo raro en la ciencia ficción), pero la cosa es que el personaje es tan plano, tan de una pieza, que me importaba un pito lo que le pasara. Es el primero de una trilogía, y no creo que consiga los otros dos.

3. Trafalgar (Angélica Gorodischer, 1979)
Rosario, Argentina, años ’70. Trafalgar Medrano es un hombre de buena familia que se ha dedicado al comercio. Pero no comercia con la Tierra, sino que agarra una nave espacial a la que llama “el cacharro” y parte a comprar y vender en los planetas más absurdos. Luego, de vuelta a nuestro mundo, le cuenta sus aventuras a su amiga Angélica Gorodischer, que le escucha entre tazas de café. Aunque lo cierto es que no hay ninguna prueba de que Trafalgar haga esos viajes, por lo que también podría ser que fuera todo fabulación…

Sí. Muy sí. Todo en esta recopilación de cuentos es recomendable. Para empezar, la forma en que está contada, mediante diálogos entre Trafalgar Medrano y su interlocutor, que normalmente es Angélica Gorodischer. Eso quiere decir que Medrano a veces divaga, a veces corta el relato para apreciar las virtudes del café que toma o reparar en que la gata de su interlocutora no está en la casa. Otras, su interlocutora le apremia o hace preguntas capciosas. Este realismo, sumado a la gran cantidad de coloquialismos argentinos que emplea la autora, hace que me resulte delicioso de leer.

El libro es como coger los Viajes de las estrellas de Stalislaw Lem (usa la misma estructura) e impregnarlos de realismo mágico. Nadie se sorprende de que Trafalgar Medrano tenga una nave espacial y comercie con planetas de nombres extraños, sino de que no se haya hecho médico como su padre. ¿Que Trafalgar habla de un planeta que es como la Tierra pero hace 500 años, de otro donde la muerte no existe o de un tercero donde cada día es una época distinta? Pues por supuesto que le creemos. Se ven cosas tan raras por ahí, que por qué no van a existir mundos así.

Una pequeña joya desconocida que os recomiendo nivel “cogeros de las solapas y zarandearos hasta que prometáis haceros con un ejemplar, leerlo y comentarlo conmigo”. Para que os hagáis una idea del nivel de la autora, deciros que otra obra suya (Kalpa Imperial) fue traducida al inglés por Ursula K. Le Guin.

4. El orgullo de Chanur (C.J. Cherryh, 1981)
5. La aventura de Chanur (C.J. Cherryh, 1984)
6. La venganza de Chanur (C.J. Cherryh, 1985)
7. El regreso de Chanur ((C.J. Cherryh, 1986)
Todo el espacio conocido está unido en el Pacto, una alianza comercial y de no agresión. Una de las especies que forman ese pacto es la hani: grandes felinos inteligentes con una estructura social similar a la de los leones. Pyanfar Chanur es una capitana hani que un día se encuentra con un embolado difícil de gestionar: un miembro de una raza inteligente desconocida hasta la fecha (un tal Tully, que dice ser de una especie llamada “humanidad”) se cuela en su nave en busca de asilo. Ha escapado de una nave kif, que le capturó y cuyos tripulantes le han torturado salvajemente. Ahora los kif reclaman su propiedad perdida, y estarán dispuestos a cualquier cosa para recuperarla. La saga de Chanur es la historia de todo lo que pasa a partir de ese momento.

En realidad, lo que he leído de Chanur debería contar como dos novelas y no como cuatro: mientras que Orgullo sí es una historia autoconclusiva, aunque de final abierto, las otras tres forman una única trama que sólo se publicó en tres tomos por razones editoriales (1). Eso afecta al ritmo de la narración. Aventura es la presentación, por lo que resulta relativamente lenta y se hace algo pesada de leer. Sin embargo, en Venganza empieza a coger carrerilla y Regreso, pese a ser la más larga de las cuatro, es la que se me hizo más amena. Iba leyendo a toda velocidad para saber cómo terminaba todo aquello.

En todo caso, sean dos o cuatro novelas, estamos ante un clásico de la space opera, que pretendió (y consiguió) renovar los pilares básicos del género. Para empezar, y aunque no deja de ser una novela de aventuras, le da un enfoque más hard, visible sobre todo en detalles: las naves casi nunca se ven entre sí (sus altas velocidades y distancias relativas impiden que se vean durante el vuelo, y en las estaciones quedan ocultas detrás de los diques), las especies tienen importantes problemas a la hora de comunicarse entre sí porque sus idiomas y sus lógicas mentales son demasiado diferentes, etc. Además, los protagonistas no son humanos, lo cual me sorprendió gratamente.

Los temas tratados son muchos. Cito tres:
  • Cambio social: la cultura hani es prácticamente feudal. Los planetas están divididos en territorios regidos por varones que se suceden unos a otros por medio de luchas rituales. Sin embargo, son las hijas, esposas y hermanas de esos varones las que de facto gobiernan el territorio. Eso quiere decir que, cuando una especie alienígena les enseña el viaje espacial, sólo las mujeres salen al espacio. ¿Cómo impacta ese enorme cambio tecnológico en esa cultura feudal? Las normas culturales están muy bien, pero a veces la necesidad aprieta.
  • Choque entre civilizaciones de mentes y culturas completamente distintas: dentro del Pacto hay seres que hablan en matrices, seres que lo solucionan todo mediante la amenaza y la violencia y que están obsesionados por su honor personal, seres que son unos xenófobos cambiachaquetas pero incapaces de hacer daño físico y seres tan extraños que no se sabe ni siquiera si tienen nombres individuales. ¿Cómo tratas con todo eso?
  • Relaciones familiares: las hani del espacio son desarraigadas, porque sus compañeros varones se quedan en el planeta. No puedes mantener una familia si tú das saltos por el hiperespacio y vives en una hora lo que para la gente del planeta son cuatro meses. Un viaje que para ti dura (psicológica y físicamente) un par de semanas, para tus familiares puede haber durado uno o dos años. 

Chanur trata estos tres temas, junto con otros. Y además lo hace condenadamente bien, al tiempo que nos cuenta una historia de politiqueos y batallas estelares –más lo primero que lo segundo– progresivamente más entretenida.

Hay pocos puntos negativos. Uno de los que señalo, especialmente para quien lea sólo Orgullo, es que las interacciones entre personajes resultan confusas, porque no conocemos sus normas culturales y porque a veces hablan el hani francamente mal. Esto hace que no siempre entiendas lo que está pasando, y frustra. Sin embargo, cuando profundizas en la saga y comprendes la psicología de cada especie, vas pillando cada vez mejor los sutiles politiqueos de cada diálogo. El otro gran problema es el ritmo: en Orgullo y, como ya he comentado, en Aventura, puede hacerse demasiado lento.

Aun así, yo recomiendo por lo menos que leas Orgullo. Si te gusta, aunque no te entusiasme, dale un tiento a los otros tres, que son mejores.

8. Telón (Agatha Christie, 1975)
Hercules Poirot está viejo e inválido, pero su cerebro funciona perfectamente. Ha vuelto a la mansión de Styles, donde resolvió su primer caso célebre, atraído por la pista de otro misterio. Cinco asesinatos, todos ellos claros, con un culpable evidente que en la mayor parte de los casos fue condenado. Pero el detective belga ha descubierto que hay una persona X que estuvo relacionada con los cinco casos, y que probablemente los amañó todos. Ahora X está en Styles, y Poirot teme que vaya a matar de nuevo.

Última novela de Hercules Poirot, fue publicada el año anterior a la muerte de Agatha Christie pero había sido escrita cuatro décadas antes. Me la terminé en un par de viajes en Metro y bueno, como todas las de la autora, es entretenida. El final es para mi gusto un poco fantasioso, tanto la forma en que X mata a sus víctimas como la manera en que le paran los pies.

9. El castillo ambulante (Diana Wynne Jones, 1986)
Sophie sabe que nunca será nada en la vida. Es la mayor de tres hermanas, al fin y al cabo, y en los cuentos ésas nunca consiguen ningún logro. Pero lo que sinceramente no se esperaba es que la malvada Bruja del Páramo la transformara en una anciana. Su vida cambiará por completo cuando, así trasformada, acabe entrando en el castillo del mago Howl, de quien se dice que se come los corazones de chicas jóvenes.

Este título se hizo muy famoso después de que Miyazaki dirigiera una película con el mismo nombre. No hablo de “adaptación” porque el director se limita a tomar la premisa y luego desarrollarla a su manera, que es muy distinta a la de Jones… y, a mi entender, peor. Donde la británica escribe una historia coherente en la que todo cuadra, el japonés pierde completamente el hilo del guion hacia la mitad del mismo. Eso sí, la película es preciosa.

He metido este libro en la lista porque desde La Nave Invisible se promovió una lectura colectiva durante el mes de octubre. Sin embargo, en mi caso era la tercera vez que lo leía: De alguna manera creo que me ha gustado menos que las dos veces anteriores, aunque con Jones me pasa que no siempre termino de entrar en sus mundos. Sin embargo, después de leer El castillo ambulante (y ya en noviembre, por lo que no entra en la reseña) me releí su segunda parte, que me gustó más.

En todo caso, si buscáis un libro que le dé una vuelta a los cuentos tradicionales, pero desde el humor y la simpatía, ésta debería ser vuestra elección.



No quiero extenderme tampoco mucho en las conclusiones y en lo que he aprendido del #LeoAutorasOct, así que haré una panorámica general:


  1. Lo de “yo no miro el género del autor” es falso. Desde que tomé la decisión de buscar libros escritos por autoras me he ido dando cuenta de un montón de prejuicios y pequeños sesgos que tengo enquistados. Esos sesgos no aguantan un examen racional, pero… ahí están.
  2. Esto no es una confrontación. No va de “literatura de hombres contra literatura de mujeres”, porque cada escritor/a tiene su propia perspectiva, derivada de la forma en que vive su época. Sin embargo, leer lo que tienen que escribir las personas discriminadas y oprimidas siempre es interesante, y puede aportarte ideas interesantes.
  3. Leer a (más) mujeres es una decisión consciente. No lo vas a conseguir si no te lo planteas. Aparte de los sesgos y los prejuicios, resulta que hay una industria editorial que filtra los títulos y, conscientemente o no, privilegia los escritos por autores. Si lo dejas al azar vas a seguir leyendo la misma proporción de libros escritos por mujeres: muy escasa.
  4. No tomar esa decisión es un error si lo que quieres es leer buena literatura. A ver, que evidentemente allá cada cual, pero si no te planteas empezar a leer a más mujeres te vas a perder obras tan brutales como Trafalgar, La maldición de Chalion o la saga de Chanur, o como otras mil que no he reseñado.

En definitiva: pasarme un mes leyendo sólo a mujeres ha sido una buena decisión. Podría tirarme así otros bastante más tiempo, y no sentiría que me faltara nada, sino, al contrario, que estoy de alguna manera colmando lagunas que no sabía que tenía. Así que bienvenido sea el #LeoAutorasOct y cualquier otra iniciativa en la misma línea.




(1) Hay un quinto libro, Chanur’s Legacy, que no está traducido al español.






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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Una Biblia en la toma de posesión

Parece que salimos de la interinidad. Ayer se produjo la jura del presidente del Gobierno y el jueves conoceremos a los ministros que se van a dedicar a demoler el Estado social y de derecho durante los siguientes cuatro años. De momento, una de las pruebas de que estamos volviendo a la normalidad es que ya tenemos aquí el familiar runrún de cada comienzo de legislatura: ¿qué hace el presidente del Gobierno jurando el cargo delante de una Biblia y un crucifijo? ¿Es que no estamos en un Estado no confesional?

Esto es un tema que está presente, como digo, cada cuatro años. Desde la derecha se contesta con la conocida mezcla de “qué más dará”, de “es tradición”, de “también lo hacen en otros países”, de “¿es que Rajoy no tiene libertad religiosa?” y de “no le molesta a nadie”. Hoy, incluso, he tenido que leer un tuit de un tipejo que acusaba a la “extrema izquierda” de importarle más este tema que el paro y los desahucios. Lo cual es divertido porque es radicalmente falso. 

Los símbolos son importantes, aunque no tanto como pasar por encima de los problemas reales. El malestar con la presencia del crucifijo y la Biblia en actos oficiales no es un dolor grave que vaya a provocar revoluciones, sino más bien un escozor molesto que aparece de cuando en cuando. Además, desde la perspectiva del jurista, molesta ver como el análisis del asunto suele estar sistemáticamente equivocado. No es una cuestión de libertad religiosa, sino de aconfesionalidad del Estado.

Efectivamente, muchas veces se plantea el tema del crucifijo como algo que puede afectar a cada candidato que jure el cargo. El típico “¿qué pasa si tenemos un día un presidente musulmán o un ministro judío?” que se oye siempre en estos casos. Pues tengo algo que comentaros: algo así ya ha pasado y no sucedió nada. ¿Cuándo? Pues cuando Zapatero, que era agnóstico, prometió su cargo como presidente. ¿Qué es lo que hizo? Limitarse a poner una mano en la Constitución (1) sin tocar la Biblia que tenía extendida al lado. Justo al contrario de lo que hizo Rajoy ayer.

Ése es también el enfoque que tomó la Casa Real en julio, cuando anunció que, por respeto a la libertad religiosa, dejaba de imponer el crucifijo y la Biblia. Hasta entonces (recordemos, julio de 2016) estos elementos eran inamovibles y lo único que podía hacer la persona que jurara era, como Zapatero, negarse a poner la mano en el libro sagrado de los católicos. Ahora los candidatos podrán decidir libremente si quieren o no que haya Biblia y crucifijo en su ceremonia.

Este estado de cosas es, qué duda cabe, mejor que el anterior. Pero no soluciona el problema. Para empezar: ¿por qué puede decidir la Casa Real qué elementos están presentes en la toma de posesión de un cargo público? ¿No debería haber una norma que regulase eso, igual que la hay para las palabras del juramento o promesa? Y para seguir, se abre una puerta muy absurda. Si la razón por la que convertimos el crucifijo y la Biblia en accesorios es la libertad religiosa, el siguiente paso lógico es que cada candidato pueda customizar su toma de posesión y ponga en la mesita los abalorios que considere oportunos. Y esto será una posibilidad teórica muy graciosa hasta que aparezca un ministro del Opus Dei queriendo jurar su cargo sobre El Camino o cualquiera de estas cosas que pasan en Españaza con cierta frecuencia.

Esto es lo que pasa cuando perdemos el foco del debate. Éste no es la libertad religiosa de cada candidato, sino la aconfesionalidad del Estado. España no tiene religión oficial (dicen), y eso implica una serie de cosas a nivel simbólico. La más importante es que los actos oficiales del Estado deben estar desligados de toda clase de ceremonial o simbología religiosa, independientemente de la afiliación de las personas que participan en los mismos. Sí, aunque sean los símbolos de la religión mayoritaria o de la que ha sido confesión de Estado durante siglos. Ya no lo es y eso debe respetarse.

El Estado declara su neutralidad en materia religiosa por una buena razón: porque es una entidad política que nos representa, se supone, a todos. Un Estado que tiene una confesión oficial, aunque reconozca la libertad de cultos (como hace, por ejemplo, Reino Unido), se distancia formalmente de parte de sus ciudadanos. Se supone que queremos impedir que eso pase. Y por ello consagramos en nuestras Constituciones la laicidad o aconfesionalidad del Estado, que no es más que el reconocimiento de que los poderes públicos no tienen religión oficial.

Pero claro, una cosa es escribir eso en un texto legal y otra ejecutarlo. La ejecución es complicada, porque hay que tener en cuenta mil pequeños detalles. Sacar a la religión de nuestra vida pública exige un esfuerzo consciente. Y en España nunca hemos estado por la labor de hacerlo.











(1) La foto es de la toma de posesión de 2008, pero hay una similar para la de 2004.



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