lunes, 22 de junio de 2015

Javier y Manuel: dos historias sobre esfuerzo personal

Javier y Manuel nacieron el mismo año. Este curso les he dado clases particulares a los dos. Hacían 1º de Bachillerato de Ciencias Sociales y ambos han pasado a 2º. Diría que “sin mayores problemas”, pero no es así. En realidad Javier ha tenido más problemas que Manuel, sus notas han sido peores y, en el momento de escribirse estas líneas, es bastante probable que le hayan quedado una o dos asignaturas. Manuel nunca ha tenido posibilidades reales de suspender, aunque necesitaba un empujón en un par de materias.

Javier vive en un adosado en uno de los pueblos-dormitorio que rodean Madrid. Es una zona horrible: una urbanización encajonada entre vías de tren y carreteras, sin vida en la calle y sin apenas comercio, por lo que hay que coger el coche o el Cercanías para hacer la compra o para acceder a cualquier actividad que no sea pasear por el parque. Nadie se iría a vivir allí si pudiera evitarlo y, de hecho, la madre de Javier anhela volver a residir en una zona menos hostil. Manuel, por el contrario, habita en un chalet de tres plantas en uno de los mejores barrios de Madrid: tiene un Metro y media docena de autobuses a la puerta de su casa y toda clase de comercios y entretenimientos relativamente cerca.

Javier ha convivido con su abuela todo este curso. Ha tenido que lidiar con una anciana que se estaba muriendo a dos habitaciones de la suya, con frecuentes crisis y viajes al hospital y con la presencia de una cuidadora que ayudaba a su madre en el cuidado de la enferma. Manuel no convive con sus abuelos: no sé si éstos gozan o no de buena salud, pero de lo que estoy seguro es de que si ésta empieza a deteriorarse y desemboca en una larga agonía lo hará lejos del entorno vital de mi alumno, que sólo tendrá que ver el panorama cuando vaya de visita.

Manuel tiene unos progenitores que están encima de él en el tema académico y que toman medidas (como hacer un plan de estudios o llamarme a mí) en cuanto las notas dan un bajón. Javier tiene una madre que está agotada por llevar un año acompañando a su madre en su agonía y un padre del cual nunca habla, aunque convive con ellos. Javier no sabe qué hacer con las emociones que todo esto le produce, pero tiene una tensión y un agobio encima que no aprecio en Manuel.

La habitación de Javier es de tamaño medio, pero está bastante desordenada. Entre otras cosas, tiene pilas de papeles y revistas de su madre que no caben en ningún otro sitio de la casa. La habitación de Manuel es enorme, tiene baño propio y en ella no hay nada que no sea suyo. Tiene también bastante mejor luz para estudiar. En general la casa de Manuel es un sitio más bonito, limpio y ordenado, lo cual probablemente tenga que ver con que tienen personal doméstico interno que se encarga de todas esas tareas sin que la familia tenga que fregar un solo plato.

Ninguna de las dos casas tiene demasiados libros, pero la de Manuel tiene más y mejores. En las estanterías del despacho de sus padres hay libros de filosofía, de política y de historia, que mi alumno podría coger si estuviera interesado. En la de Javier no hay nada parecido.

Manuel ha podido escoger la educación que más le acomode, sin límites económicos. El año pasado estaba en el colegio Brains y ahora en un centro que no tiene mucho nivel pero que les está dando ya materia de 2º de Bachillerato con vistas a preparar Selectividad. Javier, por su parte, está en el instituto público de su zona, que tiene un nivel normal y donde da las materias propias de su curso.

Manuel se va de vacaciones a Indonesia. Javier, al pueblo de sus abuelos.

Javier tiene más curiosidad intelectual, pero vive en un medio que se la aplasta. Manuel acepta mis palabras como hechos ciertos, sin cuestionárselas, incluso en materias como Filosofía. Al margen de este aspecto, ambos son más o menos igual de inteligentes. Incluso se atascan en las mismas cosas.

Manuel nunca se ha tenido que preocupar por el dinero. Javier sí.

El año que viene, Javier y Manuel harán Selectividad. Javier llegará a trancas y a barrancas; Manuel, con comodidad y con un año extra de preparación. Muy probablemente Manuel saque mejores notas: podrá elegir la carrera que quiera en la universidad que mejor le venga, y nunca le faltará dinero para manuales, fotocopias, transporte o ropa. Hará amigos de su clase social y, gracias a la posición de sus padres, no tendrá problemas para encontrar un trabajo o para montar su propia empresa. Javier no lo tendrá tan fácil. Puede que incluso ni siquiera termine el grado, y desde luego va a tener muy complicado el acceder a un máster. Si puede con todo eso, tiene mucho menos capital cultural y muchos menos contactos para conseguir un buen sueldo.

Los hijos de Javier vivirán una vida como la de Javier. Según la opinión dominante la culpa será de él, por no haberse esforzado lo suficiente.

Los hijos de Manuel vivirán una vida como la de Manuel. Porque, por suerte, vivimos en una meritocracia.



(Las historias son reales. Los nombres, obviamente, son falsos.)



jueves, 18 de junio de 2015

Opinar contra la Corona no va a ser terrorismo

“Opinar contra la Corona en redes sociales, delito de terrorismo a partir del 1 de julio”. Eso decía este martes un tuit del Bufete Almeida que en el momento de la fecha lleva ya 4200 RT y ha sido replicado, sin crítica, en medios tan prestigiosos (es broma) como Eco Republicano. Normal que se haya difundido tanto. Al fin y al cabo supone un ataque brutal al derecho fundamental a la libertad de expresión. ¿Es que a partir de ahora no vamos a poder cagarnos en todos los muertos pisoteados de la realeza, o ni siquiera a poder decir que es una institución obsoleta? ¡Es un atropello!

Sólo hay un problema: que es mentira. Efectivamente, opinar contra la Corona no, repito, no va a ser delito de terrorismo desde el 1 de julio.

La reforma penal antiterrorista aprobada el pasado marzo, que ya analizamos en este blog, modifica sustancialmente la sistemática de los delitos de terrorismo. Antes de esta ley, el Código Penal definía las organizaciones y grupos terroristas como aquellas asociaciones criminales que tenían por objeto subvertir el orden constitucional o alterar la paz pública. A partir de ahí se definían una serie de delitos (atentado, incendio, tenencia de armas, vigilancia de personas para “marcarlas”, financiación, etc.) cometidos por las personas que pertenecieran a dichas organizaciones o grupos.

Desde el 1 de julio de 2015 ya no será así. La regulación ya no pivotará sobre el concepto de “organización o grupo terrorista” sino sobre el de “delitos de terrorismo”, con la finalidad de reforzar el castigo al terrorista individual. ¿Y cuáles son los delitos de terrorismo? Los que se regularán en el artículo 573 CPE, que dice lo siguiente (uso la famosa imagen del Bufete Almeida, que tiene ya señaladas las partes más interesantes):






El meollo está en el párrafo 1. Como se puede ver, para que un delito sea considerado de terrorismo tiene que tener tres requisitos: 1) Ser un delito grave, que es un concepto jurídico que, como veremos más abajo, el Código Penal define perfectamente; 2) Atacar alguno de los bienes jurídicos mencionados en el apartado (entre ellos la Corona) y 3) Buscar con ese ataque alguna de las finalidades listadas al final: alterar la paz pública, subvertir el orden constitucional, provocar terror, obligar a los poderes públicos a realizar un acto o a abstenerse de hacerlo, etc.

Entonces, ¿opinar contra la Corona es delito de terrorismo? Los delitos contra la Corona están recogidos en los artículos 485 a 491 CPE, e incluyen tipos que no nos interesan, como el regicidio, las lesiones o el secuestro a los miembros de la Familia Real. También hay delitos que ahora analizaremos, como las amenazas o las injurias contra la Corona. Lo que no aparece por ninguna parte es un delito de “opinión antimonárquica”. Después del 1 de julio, las opiniones contra la Corona (desde “es una institución medieval” hasta “la libertad sólo se alcanzará el día en que el último rey sea ahorcado con las tripas del último cura”) no serán delito de terrorismo porque no serán delito en absoluto. Pues estaría bueno.

“Espera un momento”, podríais decir, “todos sabemos cómo es este país: vale, opinar contra la Corona no es delito, pero las injurias y calumnias contra la misma sí que lo son. ¿No podría ser ese delito el que se considerara terrorismo a partir de ahora?” Bueno, me parece una pregunta razonable, así que vamos a examinar la cuestión.

Efectivamente, las injurias y calumnias a los miembros de la Familia Real son delito: tienen una pena de multa de hasta dos años si se realizan cuando la persona injuriada está en el ejercicio de sus funciones (artículo 490.3 CPE) y de hasta veinte meses en el resto de casos (artículo 491.1 CPE). Además, usar la imagen de un miembro de la Familia Real de forma que pueda dañar el prestigio de la Corona también tiene hasta dos años de multa (artículo 491.2 CPE). Es decir, estamos ante verdaderos delitos contra la Corona.

Pero recordemos que el artículo 573 no sólo requiere que estemos ante delitos contra la Corona, sino que estos delitos sean graves. ¿Y qué es un delito grave? Los castigados con pena grave. Vale, entonces, ¿qué es una pena grave? Las penas graves son todas aquellas recogidas en el artículo 33.2 CPE: para lo que ahora nos interesa, una multa nunca es una pena grave. Las multas tienen la consideración de penas menos graves (artículo 33.3.i y .j CPE) o de penas leves (artículo 33.4.f CPE) según su cuantía.

En definitiva, las injurias y calumnias a la Corona, como no son delitos graves, nunca podrán ser delitos de terrorismo. Los únicos delitos, digamos, “de palabra” que pueden serlo son las amenazas graves (artículo 490.2 CPE, pena de tres a seis años de prisión), algo que queda ya muy lejos de la mera opinión antimonárquica, o incluso de los insultos y calumnias. Más aún cuando la amenaza, para ser delito, tiene que ser creíble según el contexto. Y no, una amenaza de un activista de Twitter contra unos señores que viven rodeados de guardaespaldas no es creíble.

La reforma penal en materia antiterrorista es muy criticable en muchos aspectos. Nos lleva hacia la represión más brutal de toda clase de activismo. Pretende ampliar la definición de terrorismo, que hasta ahora sólo incluía las conductas más extremas (las que tenían como objetivo una verdadera subversión constitucional), para que abarque actos mucho menos organizados y más, digamos, a nivel de calle. Por ejemplo, tirarle una piedra a un policía para impedir que disuelva una manifestación será terrorismo, porque se trata de un delito grave (más de 5 años de prisión), de atentado, y que tiene como objetivo evitar que realice un acto que tiene intención de realizar.

Siendo así las cosas, no veo necesario inventarse nada. Más aún cuando eres una cuenta de Twitter con casi 30.000 seguidores cuyas opiniones jurídicas se presumen fundadas. Voy a ser bueno y a asumir que el tuit es obra de un becario sin conocimientos de Derecho. Las otras dos opciones (que un abogado de un bufete especializado en estos temas cometa un error tan garrafal o mienta deliberadamente) me resultan tan perturbadoras que prefiero no planteármelas.


[ADDENDA 18/06/2015, 12:48 - Por si alguien, por lo que fuera, no hubiera quedado convencido con mi post, digo lo siguiente: parece que en el propio Bufete Almeida se dieron cuenta de la cagada y la "matizaron"... en un reply que lleva sólo 32 RT. El tuit original, sin embargo, ahí sigue, generando confusión. Lleva ya 4.400 RT.]



[ADDENDA 19/06/2015, 14:54 - Me entero de que han subido esta entrada a Menéame. Como se trata de un medio que me da asco sincero, puesto que considero que está lleno de trolls y de pesados, cierro los comentarios hasta nuevo aviso.]

[ADDENDA 02/07/2015, 11:19 - Comentarios abiertos.]




martes, 16 de junio de 2015

Entran gratis

¿Sabéis qué? Me parece muy mal que las chicas entren gratis a las discotecas.

Hala, ya lo he dicho. Sí, soy así, me parece horrible. Ver esos carteles, esas invitaciones, esos flyers… me da incluso asco. Ya, ya sé lo que estaréis pensando. “¡Cómo se atreve a decir eso en público, las feminazis le van a linchar por cuestionar los privilegios hembristas!” Pero dejadme que exponga mis argumentos y veremos en qué para la cosa.

Vivimos en una sociedad capitalista. Esto no es, de momento, una crítica, sólo una descripción. Nuestra sociedad se basa en la libertad de empresa y en la economía de mercado. No me lo invento yo, lo dice la Constitución. Eso quiere decir que los principales agentes económicos son las empresas privadas, que son entidades que buscan maximizar su propio beneficio. Cualquier otra actividad (patrocinios a causas justas, responsabilidad social corporativa…) está orientada hacia ese fin supremo, por vía de mejorar la imagen de marca o cualquier otro medio.

El beneficio se calcula sumando los ingresos y restando los gastos. Todo empresario, dado que se rige por esa racionalidad económica que ya hemos comentado, quiere aumentar los primeros y reducir los segundos para aumentar su margen de beneficios. Entonces, ¿qué es lo que explica que un grupo concreto de empresarios (los dueños de discotecas) decida ofrecer su producto (la entrada, normalmente con alguna copa) de forma gratuita o más barata a un sector demográfico concreto (las mujeres)?

Hay dos posibles respuestas. La primera es que todas las discotecas del país están en manos de una mafia hembrista que busca favorecer a las de su género por encima de los varones. Es decir, que las discotecas se han salido de la lógica del mercado para tratar de privilegiar a un amplio sector poblacional. La segunda respuesta es que en realidad los empresarios de la noche se rigen por la misma lógica capitalista que los demás y que dejar que las chicas entren gratis les beneficia económicamente.

Aplicando la navaja de Ockham debemos aceptar la explicación más sencilla: las ofertas sólo para chicas benefician económicamente al empresario. ¿Cómo puede ser eso? Bueno, puede haber varias causas. Primera: porque no suponen una bajada de beneficios tan grande, ya que socialmente se presume que las chicas beben menos y tienen menos dinero para gastar. Segunda: porque muchas chicas en un local significa muchos chicos, que sí pagan entrada, que beben más y que tienen más dinero disponible. Tercera: porque se asume que van a ser esos chicos los que paguen buena parte de las “copas extra” (no incluidas en la entrada) que consuman las chicas.

Además, llega un momento en el que, si todos los empresarios de la zona incluyen ofertas para las chicas, el que no lo hace acaba con un garito vacío de mujeres y, en consecuencia, de hombres. Porque aparte de en un mundo capitalista vivimos en un mundo machista, en el que se supone que son los chicos los que deben cortejar a las chicas, y pagar copas es un instrumento para eso. Así que la lógica es la siguiente: “quienes hacen gasto son los tíos” + “los tíos van a donde hay chicas” = “las chicas entran gratis”.

Y llegamos al meollo de la cuestión. Me parece mal que las chicas entren gratis porque, de hecho, deberían entrar cobrando. ¿Es una locura? Realmente no. Si la lógica que acabo de describir es correcta (y lo es) lo que está haciendo el empresario es emplear a todas las mujeres que van a su garito como reclamos, como productos, como agentes publicitarias. Es decir, explotar su fuerza de trabajo gratis. O a cambio de dos copas, que lo mismo es. En definitiva, convertirlas a ellas en el producto que ofrece. No es mal negocio, ¿eh?

Por supuesto, parte de lo que he dicho hasta aquí es una humorada. Creo que el diagnóstico es correcto pero, evidentemente, la solución no es hacer huelgas para exigir un sueldo por ir a la discoteca. ¿Y cuál es entonces? Bueno, no creo que sea yo el que tenga que darla porque ni sufro el problema ni salgo de noche. Pero no puedo dejar de mencionar que tiene una doble raíz: capitalista y patriarcal. A buen entendedor…





miércoles, 10 de junio de 2015

Pitar el himno es lícito

Una vez conocí a una persona a la que le parecía mal que se pitara el himno de España en los partidos de fútbol. Lo pongo así, como una anécdota, porque es lo que es. Creo que aparte de este tío nunca he conocido a nadie que de verdad viera mal esas pitadas.

Lo traigo ahora a colación porque esta persona es mi única fuente de primera mano de argumentos antipitadas. Me dijo una memorable vez, cuando le pregunté qué fundamento tenía castigar a quienes realizan esa conducta, que los pitos atacan “la capa basal del Estado”. Cuando me quedé más o menos como os habéis quedado vosotros y le pregunté que qué era esa capa basal me contestó que “el territorio” (1). Cuando le pregunté si los pitos provocaban terremotos me acusó de estar banalizando algo muy grave y se deshizo en un torrente de imprecaciones de entre las cuales la única destacable como argumento era que su tierra, Extremadura, dependía de la solidaridad territorial.

Esta anécdota me sirve para ilustrar algo que creo que es verdad. Quienes critican que se pite al himno en los estadios no tienen, en realidad, ningún argumento. Lo de “no mezclar el fútbol con la política”, por ejemplo, es una soberana estupidez, ya que el fútbol está mezclado con la política de forma casi indisoluble. ¿Qué es la selección española sino una gigantesca maquinaria de integración nacional? Lo que no puede ser es que te parezca bien cuando va a tu favor y mal cuando opera en tu contra. El fútbol es política y lo es para todo el mundo.

Y lo de que es “una falta de respeto porque el himno es de todos”… bueno, aquí hay que decir dos cosas. La primera es que en estas cosas de identidad no es tan fácil sentar cátedra: yo seré español, pero nadie me puede obligar a que me sienta español, a que sienta como míos los símbolos nacionales. Pues estaría bueno. Y lo segundo: si el himno es mío lo aplaudo, lo insulto o lo pito si me sale de las narices. Porque es parte de mi libertad de expresión.

Ah, sí, la libertad de expresión. Que no es lo mismo que libertinaje, ojo. Libertad de expresión es jalear a un maltratador desde las gradas de un estadio. Libertinaje de expresión es silbar cuando alguien toca una canción, siempre que esa canción sea la que se supone que representa al país. No hay que confundir una cosa con la otra: sólo lo segundo provoca airadas reacciones políticas a nivel nacional y se pretende que la Fiscalía inicie actuaciones para castigar tan grave delito.

Porque sí, el ultraje “a España, a sus Comunidades Autónomas (que se note que vivimos en una democracia) o a sus símbolos o emblemas” es delito, castigado con pena de multa. Con este delito uno se queda como con el de escarnio a la religión: bueno, ¿y cómo sabemos que España se siente ofendida? ¿Es que se lo ha dicho a Rajoy cuando duerme? Y, lo que es mucho más importante: ¿qué pasa con la libertad de decir que no me gusta el himno?

Una de las escasas lecciones útiles que dejó en mí la asignatura en la que estudié los derechos fundamentales es que éstos no están para ser ejercidos de manera razonable. La libertad de expresión no ampara sólo la crítica correcta y moderada de personas e instituciones y el debate racional de ideas, sino también la mofa, la cuchufleta, la protesta molesta e irrespetuosa y, en general, la tocada de narices. Siempre que no te salgas de los límites que marcan el artículo 20 CE y otros preceptos de la Constitución, lo que hagas es lícito, aunque haya a quien pueda molestarle. Como pitar al himno.

Tengo derecho a decir que no me gusta España, que es un país de mierda y que está podrido hasta la médula. Tengo derecho a decir que quiero separarme de ella, que su himno me da asco y que no me sale de las narices sentir fervor patriótico cuando lo oigo sonar. Y tengo derecho a decirlo por escrito en mi blog, oralmente en una conversación o con pitos y abucheos en un estadio.


Y a quien no le guste que se fastidie.




(1) Encima parece que mi conocido ni siquiera se había enterado bien. El término “capa basal” procede de una teoría política denominada materialismo filosófico, que concibe a la sociedad como un cuerpo. Su capa basal es la relativa a la economía.

viernes, 5 de junio de 2015

¿Qué hacemos con los antivacunas?

Sigue coleando el tema del chaval ingresado en Cataluña por difteria, que según las últimas noticias médicas está “estable dentro de la gravedad”. Quiero empezar rindiendo un agradecido homenaje a nuestra sanidad pública, que ha sabido detectar y tratar una enfermedad que llevaba 30 años sin aparecer por España, movilizando todos los medios que han sido necesarios y trayendo un fármaco de donde ha hecho falta. No me cabe duda de que harán todo lo que esté en su mano para salvarle. Bravo.

Y ahora, vamos al tema. ¿Qué hacemos con los antivacunas? He leído muchas cosas, para rebatir alguna de las cuales escribí una adenda al post de anteayer, pero creo que da para entrada propia. Así que ahí van algunas ideas:

1.- Creo que existen al menos dos razones para hacer obligatoria la vacunación. La primera es el principio de superior interés del menor, que es el que impide que la prole sea considerada propiedad de sus progenitores. Los padres no pueden tratar a sus hijos como quieran, sino velando por su interés, y eso significa dejar que les vacunen. Es cierto que el menor tiene derecho a ser oído, pero en la época en que se inyectan la mayoría de las vacunas carece de la autonomía suficiente para ello.

La segunda razón es la salud pública: la inmunidad de grupo, efecto del que se benefician los menores no vacunados (y también los vacunados, porque, como trataré más abajo, las vacunas no son perfectas) requiere de unos niveles altos de inmunización. Por salud pública conviene que todos los niños sigan el calendario vacunal.


2.- Si la vacunación actualmente no es obligatoria en España es, como bien dice Fernando Frías, porque no es necesario, ya que prácticamente todo el mundo inmuniza. La inercia está, por suerte, bien establecida, y aún hay grupos de edad que recuerdan los efectos de la polio, la difteria y todo el resto del club.

Es decir, y eso conviene tenerlo en cuenta a la hora de emitir opiniones, actualmente no tenemos un problema de salud pública en España. Cuando hay un brote de algo el juez puede autorizar la vacunación forzosa de menores siempre que cumpla los criterios del Tribunal Constitucional para intervenciones corporales (FJ 4 de la sentencia enlazada, gracias a @monerrima por pasármela). Y recordemos que los artículos 2 y 3 de la LO 3/1986 conceden a la Administración sanitaria unas potestades amplísimas en ese campo.


3.- Dentro de los progenitores que no vacunan a sus hijos podrían distinguirse varios grupos. En primer lugar estarían los puramente antivacunas: se han leído los libros, se han visto los vídeos de YouTube, se han creído la propaganda y forman parte activa del movimiento. Se han informado (de aquella manera) y la conclusión que han sacado es que las vacunas nos matan y enferman. Es, por lo que parece, el caso de los padres del chaval que motiva esta entrada, aunque al ver a su hijo en el hospital han plegado velas, han aceptado ponerse un recordatorio y han vacunado a su otra hija. Bien, contra éstos poco se puede hacer. 

Pero no olvidemos que tomar decisiones médicas informadas no es tan sencillo. Pienso en progenitores de clase media o baja, con escaso nivel científico (lo cual es muy común), poco conscientes de sus derechos y de los beneficios de vacunar. Gente que, en definitiva, no es “anti” sino que simplemente tiene ciertas reticencias, generadas precisamente por la propaganda del grupo anterior y por fiascos como el de la gripe A. Hacia estas personas sólo cabe una cosa: información, información e información.

[ADDENDA 07/06/2015, 2:39 - Al respecto del último párrafo, en este magnífico artículo sobre el tema se da el siguiente dato: "de los últimos 7 brotes de sarampión en España, sólo el caso del Albaicín respondía a motivaciones ideológicas, mientras que el resto los habían provocado bolsas de población sin vacunar por culpa de la exclusión social". Vamos, que los antivacunas, con ser peligrosos, no son tan relevantes. No les concedamos una fuerza numérica que no tienen.]

Y hay un tercer grupo: los inmigrantes sin papeles, que, recordemos, llevan desde 2012 sin tarjeta sanitaria. Los menores de 18 años tienen acceso a la sanidad en las mismas condiciones que los españoles, pero ¿cómo funciona ese derecho en la realidad? ¿Todos los inmigrantes son conscientes de ese hecho? Porque yo no lo era hasta que empecé a redactar esta entrada y lo miré. Y ¿qué pasa si quien no está cubierto por la vacuna es un adulto? En definitiva, no hay que olvidar nunca que la lucha por una población 100% vacunada es la lucha por una sanidad pública universal.


4.- No creo que sea buena idea exigir el calendario de vacunación para dar plaza escolar, beca para libros o cosa análoga. La educación es un derecho fundamental, que no puede dejar de operar por el hecho de que los padres no hayan vacunado. Es cierto que eso pone en peligro a otros menores, vacunados o no, pero es iluso pensar que el riesgo se va a evitar impidiendo que el niño deje de recibir educación. Con ese mismo niño se puede contactar en el parque o en el autobús. Y recordemos que el riesgo ya de por sí es bajo. 

Al contrario, creo que el centro escolar es un buen lugar para promover la vacunación, e incluso para organizar las inoculaciones de los 6, los 12 y los 14 años. Lanzo ideas a vuelapluma, pero igual que a veces viene un agente de Policía a explicar las normas de tráfico, podría ir un médico de la sanidad pública a contarle a la clase los beneficios de las vacunas, e incluso a repetir esas mismas ideas con formulación más adulta en la correspondiente AMPA. Se pueden aprovechar los estudios que hay sobre qué convence a los padres para tomar la decisión de vacunar.

Esta información debe darse con rigor, incidiendo en el alto nivel de efectividad de las vacunas y en su prácticamente nulo riesgo. Sin embargo, no debe dejarse sin tratar el hecho de que, al ser las vacunas creaciones humanas, dicha efectividad no es del 100% y que además se va reduciendo con el tiempo, que es lo que explica que haya que aplicar “recuerdos”. Una información transparente es mejor que una oscura.


5.- Tampoco estoy a favor de que, en el caso de Olot o en cualquier otro análogo, sean los progenitores quienes paguen la factura de la atención médica que ha recibido su hijo porque ha contraído una enfermedad para la que no le habían vacunado. Si tenemos una sanidad pública la tenemos por algo. La razón por la cual liberales como Arturo Villa se suben tan rápido a este carro es porque quieren colar la idea de que si asumes un riesgo y se concreta en un daño pagas tú el tratamiento. Si tienen éxito se habrán cargado la sanidad pública.

Claro, para este caso concreto parece razonable, pero esa pendiente es muy resbaladiza y estamos en época de recortes. Me niego a que se asiente esa idea porque me niego a que la sanidad pública sea caridad.


6.- Si al final las vacunas se hacen obligatorias (que ojalá no sea necesario) queda en cuestión la sanción que debe tener no ponerlas. Quedan fuera del tema castigos que desestructuren el entorno familiar del menor, como retiradas de custodia o penas de prisión. Si se trata de proteger al menor, no conviene joderle la vida. Un poquito de proporcionalidad. Las sanciones deben ser económicas y, por supuesto, adaptadas al nivel de renta de la familia. Yo no recomendaría que fueran penales, por no estigmatizar. Quizás, además, podría haber incentivos positivos, como deducciones fiscales que sólo puedes aplicarte si tienes en regla el calendario vacunal. El objetivo es castigar a los progenitores sin que sufra la prole.

Otra cuestión es qué pasa si, a causa de no vacunar, el menor muere o tiene que pasar una enfermedad. Ya nos ocupamos de eso hace años: ahí sí cabría castigar a los progenitores por homicidio o por lesiones respectivamente acudiendo a la figura de la comisión por omisión.


En definitiva: el tema de las vacunas es complejo y tiene muchas aristas. Creo que tendremos más éxito a la hora de contrarrestar la propaganda de los antivacunas con información veraz que con cualquier otro medio, siempre asumiendo que hay un reducto de gente que no tiene la menor intención de salir de su fantasía conspirativa. Por suerte, creo que son los menos. Está en nuestras manos que no lleguen a cargarse la inmunidad de grupo. Nos va la vida.





miércoles, 3 de junio de 2015

No vacunar es maltrato

“La difteria –dice la Wikipedia– es una enfermedad infecciosa aguda epidémica”, que “se caracteriza por la aparición de falsas membranas (pseudomembranas) firmemente adheridas (…) en las superficies mucosas de las vías respiratorias y digestivas”. No se trata de una tontería: en la web “The history of vaccines”, creada por el Colegio de Médicos de Filadelfia, leemos que en 1921 murieron de esta enfermedad más de 15.500 niños estadounidenses, que fue la tercera causa principal de muerte en niños de Inglaterra y Gales en los años ’30 y que la tasa de mortalidad puede llegar al 20% para niños muy pequeños y para adultos de más de 40 años. Es decir, que no es un catarro.

La verdad es que, mortalidad aparte, las imágenes de niños con “cuello de toro” son horribles. Por suerte, la difteria posee vacuna: la DTPA, que inmuniza también contra el tétanos y la tos ferina y que en España es gratuita. Así que, por suerte, los menores que nazcan en este país ya no sufrirán esta enfermedad y no tendremos que ver fotos de su cuello hinchado por las membranas.

O eso creíamos.

Hoy se ha sabido que la semana pasada ingresó en un hospital catalán la primera víctima de difteria que hay en este país desde 1987. 28 años dan para mucho: en este caso, para que nadie en Europa occidental tuviera medicamentos adecuados para tratar la difteria y haya habido que importar dosis desde Rusia. Claro, quién va a tener medicamentos contra la difteria si ya no hay difteria porque todo el mundo está vacunado.

Al parecer, y siempre según las noticias de la prensa, los progenitores del niño están en contra de las vacunas. Otra cosa hubiera sido difícil de creer. El chaval tiene 6 años y el calendario vacunal catalán establece que a esa edad ya debía haber recibido cinco dosis de vacuna. No se trata de un olvido: se trata de un objetivo buscado. Sí: los padres de este chico han preferido dejarle sin inmunidad voluntariamente.

¿Qué hay dentro de la mente de un antivacunas? Hace ya tiempo sostuve que puro “polizonismo” en el sentido de la teoría de juegos: grosso modo, y para lo que nos interesa, un free-rider o polizón es alguien que espera conseguir los beneficios de algo (en este caso, la inmunidad de grupo) sin pagar sus costes, como el trabajador que nunca hace huelga pero emplea los derechos conseguidos por compañeros más combativos. La lógica es la misma, con la diferencia de que el costo de hacer una huelga es real (los días de salario perdidos) mientras que el de poner una vacuna, en casos normales, es inexistente o despreciable.

La antivacunación dista mucho de ser una moda (ha acompañado a la vacunación desde sus orígenes), pero últimamente parece que está tomando fuerza. Cada vez más, progenitores con suficientes recursos y formación para entender por qué la inmunización es objetivamente buena para todo el mundo, deciden no hacerlo atendiendo a no se sabe muy bien qué. ¿El falseado estudio de Wakefield sobre el autismo y la triple vírica? ¿La moda de lo “natural” y la quimiofobia? ¿La más que legítima crítica a las prácticas mafiosas de las farmacéuticas? ¿Una mezcla de todo lo anterior?

El problema es que esos argumentos no se sostienen. Tomemos el de las farmacéuticas. Son una mafia, conforme, y precisamente por ello les fastidia vender vacunas. Ellas preferirían vender tratamientos, que, como es lógico, son más caros. Yo estoy seguro de que, si por los Consejos de Administración de las farmacéuticas fuera, retiraban todas las vacunas cuya fórmula siguiera bajo patente y se ponían a vender tratamientos como descosidos. ¿Con los servicios de salud de todo el mundo financiando? Al precio que haga falta, oiga.

Y así uno a uno. No voy a desmontarlos porque la entrada no va de eso. Si la antivacunación crece, que crezca la conciencia sobre la necesidad de vacunar. Por supuesto hay que operar desde el incentivo positivo: no dar nada por sentado y, al contrario, hacer frecuentes campañas, talleres y lo que haga falta para fomentar esta práctica. Contrarrestar las mentiras y la propaganda antivacunas con información veraz y realista. Eso lo primero.

Pero tampoco hay que tenerle miedo al castigo. No estoy diciendo que haya que meter en la cárcel a los padres que dejan de vacunar a su prole (probablemente sería peor el remedio que la enfermedad), pero sí incidir en el tema económico, con multas o reducciones de ventajas fiscales. Y, en los casos más graves, donde la conducta de riesgo de los progenitores haya derivado en lesiones para el menor, plantearse el retirar custodias.

No vacunar es maltrato. Lo digo así, con todas las letras, porque considero que exponer a menores que están a tu cuidado a enfermedades gravísimas pudiendo no hacerlo es maltratarlos. Todo el mundo consideraría que un padre que mete a su hijo en un campo con minas antipersona lo está maltratando, aunque es posible que no llegue a pisar ninguna. Éste es el mismo caso. Tú, padre o madre que no vacunas, no estás jugando con tu propia salud. Estás jugando con la de tu prole y, de propina, con la de otras personas. Tienes derecho a no vacunarte y a tratarte con homeopatía: no tienes derecho a dejar de proporcionar el mejor tratamiento posible a las personas que tienes a tu cuidado.

En definitiva, no tienes derecho a maltratar.



[ADDENDA 3/6/2015, 21:00] - Con este tema estoy leyendo muchas gilipolleces sobre qué hay que hacer en estos casos. Propuestas como impedir que el menor sin vacunar sea escolarizado o que sean los padres quienes paguen el tratamiento me parecen asquerosas, puro neoliberalismo, como prueba que las estén defendiendo Arturo Villa o Luis Garicano. Vivimos en un país con una sanidad y una educación públicas, y quiero que así siga siendo. 

Entiendo que, desde el cabreo, en un calentón, se diga "¡pues que pague la familia el tratamiento!", pero... ¿y qué pasa si la familia no tiene dinero? ¿Dejamos que se muera? Además, me parece empezar con una pendiente resbaladiza muy peligrosa. Ahora todos lo comprendemos porque se trata de inconscientes que han puesto en peligro a un tercero que estaba a su cuidado, pero como se asiente la idea de que si los riesgos que corres voluntariamente se concretan te pagas tú el tratamiento nos hemos cargado la sanidad pública. "No, lo siento, no le vamos a curar ese cáncer. No haber fumado". Me niego. La salud está por encima del dinero, y eso significa que la sanidad pública debe cubrir también la difteria causada por inconsciencia.

Y en cuanto a meter a los padres en la cárcel y retirarles la custodia... un poco de moderación, por favor. En el cuerpo del post digo que "sería peor el remedio que la enfermedad". ¿Qué consecuencias tiene para un menor que sus progenitores entren en la cárcel o que le arranquen de su casa y se lo lleven a un orfanato hasta que alguien le adopte? Si pensamos en él hay que ponderar un poco las cosas.