Nombrar bien las cosas es importantísimo, sobre todo en tecnología. Por ejemplo, decimos «subir el archivo a la nube» y flipamos con el avance tecnológico, cuando lo que estamos haciendo es guardar nuestras cosas en un ordenador propiedad de otra persona situado a dos continentes de distancia. Poca nube hay ahí, pero la palabra se ha impuesto y enmascara la realidad, incluso para quienes saben cómo funciona.
Con lo de las inteligencias artificiales pasa lo mismo. Tenemos un algoritmo complejo que permite generar imágenes o textos más o menos coherentes y adaptados a la petición que el usuario ha hecho en lenguaje natural. Es una herramienta interesante, que admite muchos buenos usos y con un potencial enorme, pero no pasa de ahí. Sin embargo, la llaman inteligencia artificial y a todos los frikis nos hacen los ojos chiribitas imaginando roboces asimovianos. Incluso, insisto, aunque sepamos perfectamente que la cosa no va así: el nombre arrastra el pensamiento.
Solo así se explica el enorme punto ciego que tiene mucha gente al hablar de este tema. Pensemos, por ejemplo, en el plagio académico. Es una verdad universalmente reconocida que una nueva tecnología va a ser usada enseguida para dos cosas: para el sexo y para hacer trampas. Hoy hablaremos de lo segundo (lo siento). Porque aparecer ChatGPT y análogas y empezar a presentarse trabajos académicos hechos por este medio fue cuestión de semanas, si no de días.
Ahora los profesores tienen un problema, porque los medios tradicionales de detección del plagio académico no funcionan con un texto generado ad hoc. Si lo buscas en Internet o si le pasas el Turnitin no sale nada, porque no copia ningún documento preexistente. Y, dado que no es justo suspender a nadie por una mera sospecha, parece que tenemos por delante un futuro dorado para los estudiantes vagos. Al menos hasta que aparezca una herramienta que detecte los textos escritos con IA.
La cosa es que últimamente he leído a ciertas personas mover el argumento desde el problema de la prueba («no podemos demostrar que sea plagio») hasta el problema de la definición («no es plagio, o, al menos, no está claro que lo sea»). Por ejemplo, a partir de este tuit de hace unas semanas, tanto su propia autora como muchas de las personas que comentaban se fueron deslizando de lo uno a lo otro. Y según vayan popularizándose esas herramientas lo leeremos más y más. Así que he creído oportuno dar una contestación.
Porque sí, presentarle a tu profesor un trabajo hecho por IA es plagio académico. Sin ninguna duda y sin ningún matiz. Plagio puro y duro.
Empecemos por el principio. ¿Por qué manda el profesor un trabajo sobre la célula eucariota? ¿Porque no sabe lo que es y quiere que le informen de ello? ¿Porque le apetece leer treinta documentos similares sobre el tema? Obviamente no. Lo manda porque quiere que sus alumnos investiguen y aprendan tanto mecanismos de investigación como el contenido sobre el tema específico. El objetivo de esa orden es que los alumnos realicen una investigación, y los exámenes o trabajos vinculados no son más que una forma de comprobar que esa investigación efectivamente se ha realizado.
Si un alumno presenta un trabajo sin haber realizado la investigación, es un fraude al funcionamiento del sistema, porque está entregando algo que es inválido para evaluar lo que se pretende evaluar. Si no lo ha escrito él, sino que lo ha copiado de otra parte, incurre en lo que denominamos plagio académico y es perfectamente posible suspenderle e incluso, dependiendo del nivel, abrirle expediente sancionador.
Es aquí donde el término inteligencia artificial enturbia lo que debería ser un razonamiento claro y transparente. Porque, por algún motivo, si el trabajo que entrega el alumno no lo ha copiado de un texto preexistente sino que lo ha generado con una herramienta online, a muchos no les parece ya que se trate de un plagio. Es exactamente la misma clase de defraudación que copiarlo de Wikipedia, pero como el texto lo ha mandado hacer a medida, para ciertas personas ya no es plagio o, al menos, es discutible.
No lo es, no es discutible. Si yo le pago a otra persona para que escriba un trabajo sobre la célula eucariota y lo entrego a mi nombre, nadie dudaría de que nos hallamos ante un caso de plagio. ¿En qué cambia las cosas el elemento tecnológico? Simplemente abarata y simplifica una forma de hacer trampa que se lleva usando toda la vida: pedirle a otro que te haga el trabajo. Ahora el otro es un algoritmo, pero la actuación del alumno es idéntica.
Creo que parte de la confusión, aparte de lo que deslumbra la tecnología, es el término que usamos para denominar esta conducta. El plagio, lo que solemos llamar plagio en la calle, es atribuirte una obra que no es tuya. Lo que hace Lucía Etxebarria, vaya. Se trata de una cuestión indudablemente privada: el plagio no es un delito, no te acusa el Ministerio Fiscal si lo cometes, no hay un interés público que proteger ahí. Simplemente, si la persona plagiada se entera, puede demandarte en la jurisdicción civil y pedir una indemnización y la retirada de la obra.
Claro, si lo que presentas a tu profesor es una obra hecha con inteligencia artificial, que no tiene autor, no podría ser plagio: el plagio requiere un plagiado, y aquí no estás plagiando a nadie. El texto no existía antes de que tú le dieras al botón y el programa lo generara. ¿Cómo se puede hablar, en estas condiciones, de plagio?
La respuesta es que el plagio académico es un poco distinto del plagio tipo Lucía Etxebarria. La base es la misma, atribuirte una obra que no has hecho tú. Pero el interés a tutelar es distinto: ya no se trata de proteger los derechos de autor de otra persona, sino la integridad del sistema de investigación y evaluación. Es decir, un interés público, no privado. Esa es la razón por la cual podemos sancionar a alguien por plagio académico aunque la víctima del plagio no conozca la situación, o incluso aunque esté de acuerdo. Si yo le hago un trabajo académico a otra persona por dinero y le pillan, la sanción se la come igual aunque yo no denuncie, porque al castigar el plagio académico no se están defendiendo mis derechos como autor, sino otra cosa.
Desde esta perspectiva no hay nada que impida sancionar el plagio académico si está hecho con inteligencia artificial. El alumno ha actuado de mala fe, ha pretendido obtener una nota a la que no tenía derecho y ha vulnerado la integridad del sistema evaluativo. Lo ha hecho presentando un trabajo que no es suyo, que no ha hecho él. El medio concreto que haya usado para obtener ese trabajo (copiarlo de Wikipedia, pedirle a un amigo que se lo haga o usar ChatGPT) es irrelevante: estamos ante un plagio.
Otra cosa será, claro, los medios de
prueba. Y mientras la tecnología no se desarrolle lo suficiente, quedarán los
buenos y viejos métodos: cuando se sospeche que un alumno ha copiado, se habla
con él y se valora si puede defender el trabajo. Si no es capaz de responder de
manera mínimamente completa a una serie de preguntas, al hoyo. Puede ser
injusto hacia las personas a las que no se les dé bien exponer sus ideas, pero no
parece haber muchos otros caminos.
Es un poco off-topic, pero también habría que pararse a ver si lo que se pretende evaluar debe ser evaluado y si los métodos para su evaluación son los apropiados: exámenes que no dicen nada más que "has aprobado un examen" en vez de evaluar los conocimientos del alumnado (alumno por alumno), trabajos genéricos con metodologías prehistóricas en clases abarrotadas y profesores sin recursos y sobrecargados de trabajo...
ResponderEliminarSin querer yo defender a los sistemas de texto predictivo modernos que son ChatGPT y compañía (porque sí, usarlos es plagio, o trampa, o copiar... o como se le quiera llamar), cada vez queda más patente que el modelo de enseñanza tradicional no tiene ni pies ni cabeza y que ni si quiera es capaz de modernizarse para estar al día del resto de elementos de la sociedad, porque este tipo de herramientas solo irán a más.
Esta clase de discursos me fascinan un poco, porque al sistema educativo se le lleva acusando de no adaptarse desde hace no sé cuántas décadas, y no suele ser cierto.
EliminarEn cierto modo, los ChatGPT y similares también plagian, no de un autor sino de miles.
ResponderEliminarCiertamente.
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